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Authors: Molière

Tags: #Clásico, Teatro

El enfermo imaginario (7 page)

BOOK: El enfermo imaginario
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BERALDO.—¿Qué ha de sacar más que las diversas profesiones del hombre? ¿No sacan diariamente a reyes y princesas, que han nacido en tan buenos pañales como los médicos?

ARGANTE.—¡Por vida del diablo, que si yo fuera médico me vengaría de su impertinencia dejándole morir, sin auxilios cuando estuviera malo! ¡Aunque lo pidiera por Dios, no le recetaría la más leve sangría ni el más ligero purgante! «¡Revienta ahí, y aprende a no burlarte de la Facultad!», le diría yo.

BERALDO.—¿Tan indignado estás con él?

ARGANTE.—Sí, porque es un imprudente; y si los médicos procedieran con cordura, harían lo que yo he dicho.

BERALDO.—Él será más cuerdo que los médicos, porque no los llamará nunca.

ARGANTE.—Peor para él, si se priva de sus remedios y recursos.

BERALDO.—Tiene sus razones para hacerlo, porque él sostiene que sólo las personas muy vigorosas y robustas pueden resistir a un tiempo los remedios y la enfermedad. Por su parte, él no tiene aguantes más que para soportar la enfermedad.

ARGANTE.—¡Vaya una razón estúpida! No hablemos más de ese individuo, porque se me irrita la bilis y acabaré teniendo un ataque.

BERALDO.—Pues cambiemos de conversación… Respecto a lo de tu hija, no está bien que por un ligero altercado tomes una resolución tan violenta como la de encerrarla en un convento. Al elegirles un marido no debemos obedecer ciegamente al mandato de nuestros prejuicios; debemos conceder algo a la inclinación de nuestras hijas, puesto que de eso depende la felicidad de una unión que ha de durar toda la vida.

Escena IV

ARGANTE, BERALDO y FLEURANT,
que llega armado de una lavativa
.

ARGANTE.—
(A BERALDO.)
Con tu permiso.

BERALDO.—¡Cómo…! ¿Qué vas a hacer?

ARGANTE.—No es más que un ligero lavado. Cuestión de un instante.

BERALDO.—¡Vaya una broma! ¿ Pero es que no puedes pasar un momento sin lavados y sin medicinas? ¡Deja eso para otra ocasión y estate aquí tranquilo!

ARGANTE.—Hasta la noche o hasta mañana, señor Fleurant.

FLEURANT
(A BERALDO.)
.—¿Quién sois vos para oponeros a las prescripciones de la medicina e impedir que el señor tome su ayuda? ¡Es un atrevimiento bastante necio!

BERALDO.—¡Vaya, señor…! Ya se ve que no estáis acostumbrado a hablar con la gente mirándole a la cara.

FLEURANT.—¡Eso es burlarse de la medicina y hacerme a mí perder el tiempo! Yo no he venido aquí sino en el cumplimiento de mi deber y portador de una receta en regla; pero ahora mismo voy a notificar al señor Purgon que se me ha impedido cumplir sus órdenes y ejecutar mis funciones. ¡Ya veréis vos, ya veréis…!
(Se marcha.)

ARGANTE.—¡Hermano, tu tendrás la culpa si me ocurre una desgracia!

BERALDO.—¿La gran desgracia de no tomar la ayuda recetada por Purgon…? Te vuelvo a repetir otra vez: ¿no habrá manera de curarte de la enfermedad de los médicos y de vivir bajo un continuo chaparrón de recetas?

ARGANTE.—Hablas como un hombre que está sano; si estuvieras en mi lugar usarías otro lenguaje. Es muy cómodo perorar contra la medicina cuando se está bueno.

BERALDO.—Pero ¿cuál es tu enfermedad?

ARGANTE.—Conseguirás sacarme de mis casillas. ¡Ojalá tuvieras tú lo que yo tengo; ya veríamos si entonces te burlabas como ahora! ¡Ah! Aquí viene el señor Purgon.

Escena V

ARGANTE, BERALDO, PURGON y ANTONIA

PURGON.—Abajo, en el mismo portal, acaban de comunicarme muy sabrosas nuevas. Me han dicho que hay aquí quien se burla de mis prescripciones y que se han dejado de tomar los remedios que yo había ordenado.

ARGANTE.—Señor, es que…

PURGON.—¡Hay mayor atrevimiento y más extraña rebeldía que la del enfermo contra su médico!

ANTONIA.—¡Eso es espantoso!

PURGON.—¡Una ayuda que yo mismo me había tomado el trabajo de preparar!

ARGANTE.—¡Yo no he sido!

PURGON.—Formulada y manipulada con todas las reglas del arte.

ANTONIA.—¡Ha hecho muy mal!

PURGON.—Y que debía producir un efecto maravilloso en el intestino.

ARGANTE.—Mi hermano…?

PURGON.—¡Rechazada despreciativamente!

ARGANTE.—Ha sido él.

PURGON.—¡Es un proceder deleznable!

ANTONIA.—¡Claro que sí!

PURGON.—¡Un terrible atentado a la Medicina!

ARGANTE.—Es que…?

PURGON.—¡Un crimen de lesa facultad para el que no hay castigo bastante!

ANTONIA.—Tenéis razón.

PURGON.—Desde ahora mismo quedan rotas nuestras relaciones.

ARGANTE.—¡Si ha sido mi hermano!

PURGON.—No quiero más trato con vos.

ANTONIA.—Haréis muy bien.

PURGON.—Y para que no quede lazo alguno entre nosotros, ved lo que hago con la donación que hacía a mi sobrino, deseoso de favorecer el proyectado matrimonio.

ARGANTE.—Ha sido mi hermano el causante de todo.

PURGON.—¡Despreciar mi lavativa!

ARGANTE.—¡Que vengan a ponérmela ahora mismo!

PURGON.—Ya os encontraríais sano.

ANTONIA.—No lo merece.

PURGON.—Os hubiera dejado limpio, haciéndoos evacuar por completo todos los malos humores.

ARGANTE.—¡Ay, hermano mío!

PURGON.—Nada más que con una docena de medicinas os hubiera hecho vaciar totalmente la bolsa de bilis.

ANTONIA.—Es indigno de vuestros cuidados.

PURGON.—Pero puesto que no queréis que os cure…?

ARGANTE.—¡Yo no he tenido la culpa!

PURGON.—Puesto que os habéis substraído a la obediencia que el enfermo debe a su médico…?

ANTONIA.—Eso pide venganza.

PURGON.—Puesto que os habéis declarado en rebeldía contra mi tratamiento…?

ARGANTE.—¡De ningún modo!

PURGON.—Vengo a declaraos que os abandono a vuestra pobre constitución, a la intemperancia de vuestras entrañas, a la corrupción de vuestra sangre, a la acidez de vuestra bilis y a vuestros malos humores.

ANTONIA.—¡Muy bien hecho!

ARGANTE.—¡Dios mío!

PURGON.—¡Antes de cuatro días habréis llegado a una situación incurable!

ARGANTE.—¡Misericordia!

PURGON.—¡Caeréis en la bradipepsia!

ARGANTE.—
(Suplicante.)
¡Señor Purgon!

PURGON.—De la bradipepsia, en la dispepsia.

ARGANTE.—¡Señor Purgon!

PURGON.—De la dispepsia, en la enteritis.

ARGANTE.—¡Señor Purgon!

PURGON.—De la enteritis, en la disentería.

ARGANTE.—¡Señor Purgon!

PURGON.—De la disentería, en la hidropesía.

ARGANTE.—¡Señor Purgon!

PURGON.—De la hidropesía, en la extinción de la vida, a lo que os habrá conducido vuestra locura.
(Sale.)

Escena VI

ARGANTE y BERALDO

ARGANTE.—¡Ay, Dios mío, estoy muerto.…! ¡Me has matado, hermano!

BERALDO.—¿Por qué?

ARGANTE.—¡No puedo más! ¡Ya siento la venganza de la medicina!

BERALDO.—Tú estás loco, y, por muchas razones, no quisiera que te vieran de este modo. Tranquilízate un poco, te lo ruego; vuelve en ti y no te dejes llevar de la imaginación.

ARGANTE.—¡Ya has oído con qué horribles enfermedades me amenaza!

BERALDO.—¡Qué inocente eres!

ARGANTE.—Dice que antes de cuatro días ya no tendré remedio.

BERALDO.—Y ¿qué importa que lo diga? ¿Es un oráculo quien te ha hablado? Cualquiera que te escuche creerá que Purgon tiene en sus manos el hilo de tu vida, y que con un poder sobrenatural te la puede alargar o acortar a su antojo. Recapacita en que tu vida está en ti mismo, y en que las amenazas de Purgon son tan inútiles como sus medicinas. Se te presenta una magnífica coyuntura para librarte de los médicos, y sí has nacido con tan contrario sino que no puedes pasarte sin ellos, te será fácil encontrar otro con el cual corras menos peligro.

ARGANTE.— Es que éste, conocía perfectamente mi temperamento y la manera de conducírmelo.

BERALDO.—Habrá que convencerse de que eres un maniático que lo ve todo de un modo extravagante.

Escena VII

ANTONIA, ARGANTE y BERALDO

ANTONIA.—Señor, hay ahí un médico que desea veros.

ARGANTE.—¿Quién es ese médico?

ANTONIA. El médico de la medicina.

ARGANTE.—Te pregunto que quién es.

ANTONIA.—No lo conozco; pero se me parece a mí como se parecen dos gotas de agua. Si no estuviera tan segura de la honradez de mi madre, creería que es un hermanito con el que me ha obsequiado después de la muerte de mi padre.

ARGANTE.—Hazle pasar.

BERALDO.—Las cosas te salen a pedir de boca; te abandona un médico y se te presenta otro.

ARGANTE.—Temo que me has acarreado una desgracia.

BERALDO.—¿Otra vez piensas en eso?

ARGANTE.—Tengo sobre mi corazón todas esas enfermedades que no conocía y que…

Escena VIII

ANTONIA,
de médico
; ARGANTE y BERALDO

ANTONIA.—¡Señor…! Permitid que venga a visitaros y a ofreceros mis humildes servicios para todas las sangrías y lavativas de que tengáis necesidad.

ARGANTE.—Muy agradecido, señor. ¡Juraría que es Antonia en persona!

ANTONIA.—Perdonad un instante; se me ha olvidado darle algunas órdenes a mi criado. Vuelvo al momento.
(Sale.)

ARGANTE.—¿No dirías que es Antonia?

BERALDO.—La semejanza es muy grande; pero no es la primera vez que esto se ha visto, y la historia está llena de casos semejantes. Son caprichos de la Naturaleza.

ARGANTE.—Me sorprende y…

Escena IX

ANTONIA, ARGANTE y BERALDO

ANTONIA
(Que se ha quitado el traje de médico tan rápidamente, que nadie creería que fué ella la que apareció antes)
.— ¿Qué manda el señor?

ARGANTE.—¡Cómo!

ANTONIA.— ¿No me había llamado el señor?

ARGANTE.—¿Yo? No.

ANTONIA.— Será, entonces, que me han sonado las orejas.

ARGANTE.—Aguarda aquí para que veas cómo se te parece ese médico.

ANTONIA
(Saliendo)
.—Es cierto, señor; lo he visto ya y ahora estoy ocupada.

ARGANTE.—Si no los veo juntos no lo creo.

BERALDO.—Yo he leído casos sorprendentes sobre estas semejanzas, y en nuestra misma época hemos visto algún caso que ha traído revuelto a todo el mundo.

ARGANTE.—Yo me hubiera engañado en esta ocasión. Juraría que es la misma persona.

Escena X

ANTONIA,
de médico
; ARGANTE y BERALDO

ANTONIA.—Perdonadme, señor.

ARGANTE.—¡Es admirable!

ANTONIA.—No juzguéis mal de mi curiosidad por ver a un enfermo tan ilustre como vos. Vuestra reputación, que se extiende por todas partes, excusa la libertad que me he tomado.

ARGANTE.—Servidor vuestro, señor mío.

ANTONIA.—Veo que me observáis muy atentamente, ¿Qué edad creéis que tengo?

ARGANTE.—Todo lo más, veintiséis o veintisiete años.

ANTONIA.—¡Ja, ja, ja, ja, ja! Tengo noventa años.

ARGANTE.—¿Noventa años?

ANTONIA.—Sí, señor. Los secretos de mi arte han conservado de este modo mi lozanía y mi vigor.

ARGANTE.—¡Por vida de…! ¡Vaya un jovencito de noventa años!

ANTONIA.—Soy médico ambulante, que va de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, buscando materiales para sus estudios: enfermos dignos de ocupar mi atención y de emplear en ellos los grandes secretos de la medicina, descubiertos por mí. Tengo a menos distraerme en menudencias, en enfermedades vulgares, en bagatelas como reumatismos, fluxiones, fiebres, vapores y jaquecas… Yo busco enfermedades verdaderamente importantes: grandes fiebres continuas, con trastornos cerebrales; buenos tabardillos, grandes pestes, hidropesías ya formadas, pleuresías con inflamación de pecho… esas son las enfermedades que a mí me gustan y en las que triunfo. Ojalá tuvierais vos, señor, todas estas enfermedades que acabo de nombraros y os hallarais abandonado de todos los médicos, desahuciado, en la agonía, para poderos demostrar las excelencias de mis remedios y el placer que experimentaría siéndoos útil.

ARGANTE.—Os agradezco en extremo vuestras bondades.

ANTONIA.—Dadme la mano… ¡Vaya!, este pulso está desordenado. Se nota que aún no me conoce: yo le haré marchar como es debido. ¿Quién es vuestro médico?

ARGANTE.—El señor Purgon.

ANTONIA.—En mis anotaciones sobre las eminencias médicas no figura ese nombre. Según él, ¿qué enfermedad tenéis?

ARGANTE.—El dice que es el hígado; pero otros afirman que el bazo.

ANTONIA.—Son unos ignorantes. Vuestro padecimiento está en el pulmón.

ARGANTE.—¿En el pulmón?

ANTONIA.—Sí. ¿Qué es lo que sentís?

ARGANTE.—De cuando en cuando, dolor de cabeza.

ANTONIA.— Justamente, el pulmón.

ARGANTE.—Con frecuencia se me figura que tengo un velo ante los ojos.

ANTONIA.—El pulmón.

ARGANTE.—A veces noto un desfallecimiento de corazón.

ANTONIA.—El pulmón.

ARGANTE.—Y una laxitud en todo el cuerpo.

ANTONIA.—El pulmón.

ARGANTE.—También suelen darme dolores en el vientre, como si tuviera cólico.

ANTONIA.—El pulmón… ¿Coméis con apetito?

ARGANTE.—Sí, señor.

ANTONIA.—El pulmón. ¿Os agrada beber un poco de vino?

ARGANTE.—Sí, señor.

ANTONIA.—El pulmón. ¿Sentís cierto sopor después de la comida y os dormís dulcemente?

ARGANTE.—Sí, señor.

ANTONIA.—El pulmón y nada más que el pulmón; estoy seguro. ¿Qué plan de alimentación os habían puesto?

ARGANTE.—Legumbres.

ANTONIA.—¡Ignorantes!

ARGANTE.—Caza.

ANTONIA.—¡Ignorantes!

ARGANTE.—Ternera.

ANTONIA.—¡Ignorantes!

ARGANTE.—Caldos.

ANTONIA.—¡Ignorantes!

ARGANTE.—Huevos frescos.

ANTONIA.—¡Ignorantes!

ARGANTE.—Y por la noche, ciruelas para aligerar el vientre.

ANTONIA.—¡Ignorantes!

ARGANTE.—Y, sobre todo, beber el vino muy aguado.

ANTONIA.—
Ignorantus, ignoranto, ignorantum
! El vino se debe beber puro; y para espesar la sangre, que la tenéis muy líquida, es preciso comer buey viejo, cerdo cebado, queso de Holanda, harina de arroz y de avena, castañas y obleas para aglutinar… Vuestro médico es un animal. Yo os enviaré un discípulo mío, y yo mismo vendré de cuando en cuando a veros, mientras esté aquí.

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