Read El enfermo imaginario Online

Authors: Molière

Tags: #Clásico, Teatro

El enfermo imaginario (8 page)

BOOK: El enfermo imaginario
3.79Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

ARGANTE.—¡Cuánto os lo agradeceré!

ANTONIA.—¿Qué demonios hacéis con ese brazo?

ARGANTE.—¿Cuál?

ANTONIA.—Si yo estuviera en vuestro pellejo, ahora mismo me haría cortar ese brazo.

ARGANTE.—¿Por qué?

ANTONIA.—¿No estáis viendo que se lleva para sí todo el alimento y no deja que se nutra el otro?

ARGANTE.—Sí, pero este brazo me hace falta…

ANTONIA.—También si estuviera en vuestro caso me haría saltar el ojo derecho.

ARGANTE.—¿Saltarme un ojo?

ANTONIA.—¿No os dais cuenta de que perjudica al otro y le roba su alimento? Creedme: que os lo salten lo antes posible y veréis mucho más claro con el ojo izquierdo.

ARGANTE.—No corre prisa.

ANTONIA.—Adiós, siento teneros que dejar tan pronto, pero debo asistir a una consulta interesantísima que tenemos ahora sobre un hombre que murió ayer.

ARGANTE.—¿Sobre un hombre que murió ayer?

ANTONIA.—Sí. Vamos a estudiar qué es lo que se debía haber hecho para curarlo. Hasta la vista.
(Sale.)

BERALDO.—Parece muy inteligente este médico.

ARGANTE.—Demasiado radical.

BERALDO.—Todos los grandes médicos son así.

ARGANTE.—¡Eso de cortarme un brazo y de saltarme un ojo para que el otro vea mejor…! Prefiero que sigan como están. ¡Bonito remedio, dejarme manco y tuerto!

Escena XI

ANTONIA, ARGANTE y BERALDO

ANTONIA
(Dentro.)
.— ¡Vaya, vaya, que no estoy para bromas! ¡Para serviros…!(Entra.)

ARGANTE.—¿Qué era eso?

ANTONIA.—Vuestro médico, señor, que quería a todo trance tomarme el pulso…

ARGANTE.—¡Pero es posible, a los noventa años!

BERALDO.—Y ahora, querido hermano, puesto que el señor Purgon se ha enemistado contigo, ¿quieres que hablemos de la colocación de tu hija?

ARGANTE.—No. Estoy decidido a meterla en un convento por haberse opuesto a mi voluntad. Veo claramente que hay unos amoríos de por medio, y ella no lo sabe, pero he tenido conocimiento de cierta entrevista secreta…

BERALDO.—¿Y qué? Aunque haya de su parte una inclinación, esto no es un crimen ni una ofensa para vos, puesto que no la conduce sino al honesto fin del matrimonio.

ARGANTE.—He resuelto que sea religiosa.

BERALDO.—¿Deseas complacer a alguien?

ARGANTE.—Ya sé por dónde vas. Como le tienes ojeriza, crees que es mi mujer…

BERALDO.—Sí. Y puesto que es mejor hablar a cara descubierta, te confieso que es a tu mujer a quien aludo. Tan intolerable como tu obstinación en las enfermedades es la obcecación que padeces por ella, hasta el extremo de no ver los lazos que te tiende.

ANTONIA.—¡No habléis así de la señora! Es una mujer de la que nadie puede decir nada: franca, amante de su esposo…

ARGANTE.—Pregúntale si es o no cariñosa.

ANTONIA.—Cierto.

ARGANTE.—Y el interés que se toma por mi padecimiento.

ANTONIA.—¡Seguro!

ARGANTE.— Y los cuidados y trabajos que soporta por mí.

ANTONIA.—Es la verdad…
(A BERALDO.)
¿Queréis que os canvenza y os haga ver ahora mismo como la señora quiere al señor?
(A ARGANTE.)
¿Queréis, señor, que lo desengañemos, dejándole con tres palmos de narices?

ARGANTE.—¿ Cómo?

ANTONIA.—La señora volverá dentro de un instante, tumbaos ahí, haciéndoos el muerto, y veréis su desolación cuando yo le dé la noticia.

ARGANTE.—Muy bien pensado.

ANTONIA.—Pero no vayáis a prolongar mucho tiempo su desesperación, porque podría costarle la vida.

ARGANTE.—Déjame amí.

ANTONIA
(A BERALDO)
.—Escondeos en ese rincón.

ARGANTE.—¿Habrá algún peligro en hacerse el muerto?

ANTONIA. Ninguno… Tumbaos ahí.
(Bajo.)
Ya veréis cómo le vamos a dar en la cabeza a vuestro hermano… ¡Ya está ahí la señora! ¡Hacedlo bien…!

Escena XII

BELISA, ANTONIA, ARGANTE y BERALDO

ANTONIA
(Llorando)
.—¡Ay, Dios mío, qué desgracia tan grande!

BELISA.—¿Qué pasa, Antonia?

ANTONIA.—¡Ay, señora!

BELISA.—¿Qué ha sucedido?

ANTONIA.—¡Vuestro esposo ha muerto!

BELISA.—¿Mi marido ha muerto?

ANTONIA.—Sí. El pobre ya es cadáver.

BELISA.—¿Estás segura?

ANTONIA.—¡Y tan segura.…! Todavía no conoce nadie el accidente, porque estaba yo sola; ha muerto en mis brazos.… Vedle, vedle ahí exánime.

BELISA.—¡Loado sea Dios, y qué carga más pesada se me quita de encima.…! Pero ¿a qué viene el afligirse de ese modo, tonta?

ANTONIA.—Yo creía que había que llorar.

BELISA.—¡No vale la pena, que no es tan gran cosa lo que se ha perdido! ¿Quieres decirme para qué servía este hombre.…? Para molestar a todo el mundo con sus lavativas y sus drogas. Siempre sucio, tosiendo, estornudando y moqueando a cada instante; agrio, enojoso, de mal humor y no dejando vivir a nadie ni de día ni de noche…

ANTONIA.—¡Vaya una oración fúnebre!

BELISA.—Ahora es preciso que secundes mis planes, que yo te recompensaré si me ayudas. Puesto que, afortunadamente, todavía no conoce nadie la noticia, vamos a llevarle a su cama y a ocultar su muerte hasta que yo haya terminado lo que me interesa. Hay dinero y papeles de los que quiero apoderarme, porque creo que es razón que yo los disfrute, habiéndole sacrificado los mejores años de mi vida. Ven acá. Primero cojamos las llaves.

ARGANTE
(Incorporándose bruscamente)
.—¡Poco a poco!

BELISA
(Llena de espanto)
.—¡Ah!

ARGANTE.—¿Era ésta vuestra manera de amar, señora esposa?

ANTONIA.—¡El difunto está vivo!

ARGANTE
(A BELISA, que se marcha)
.—Celebro haber conocido vuestra estimación y escuchado el panegírico que de mí habéis hecho: es una sabia advertencia que me servirá de enseñanza para el porvenir.

BERALDO
(Saliendo de su escondite)
.—¿Te has convencido?

ANTONIA.—¿Quién iba a pensar esto? Pero aquí llega vuesta hija; volveos a tender y veamos cómo recibe la noticia de vuestra muerte. Ya que estáis en ello, conviene continuar la prueba y enteraros de cómo os quiere vuestra familia.

Escena XIII

ANGÉLICA, ARGANTE, ANTONIA y BERALDO

ANTONIA
(Llorando)
.—¡Dios mío, qué desgracia…! ¡Qué día más desdichado!

ANGÉLICA.—¿Qué tienes, Antonia? ¿Qué te pasa?

ANTONIA.—¡Tengo que daros una noticia muy amarga!

ANGÉLICA.—¿Qué?

ANTONIA.—¡Vuestro padre ha muerto!

ANGÉLICA.—¡Muerto mi padre, Antonia!

ANTONIA.—¡Sí…! ¡Vedlo…! Le dió un desvanecimiento, y ahora mismo acaba de morir.

ANGÉLICA.—¡Qué terrible infortunio. Dios mío…! ¡Quién me iba de decir que iba a perder a mi padre, que era lo único que me quedaba en el mundo, y que lo iba a perder en un momento en que se hallaba irritado conmigo…! ¡Qué será ahora de mí, ni qué consuelo podré hallar en esta pérdida tan grande!

Escena XIV

CLEONTE, ANGÉLICA, ARGANTE, ANTONIA y BERALDO

CLEONTE.—¿Qué tenéis, Angélica? ¿Por qué lloráis?

ANGÉLICA.—¡Lloro porque acabo de perder lo más grande que puede perderse en la vida! ¡Lo más querido! ¡Lloro la muerte de mi padre!

CLEONTE.— ¡Qué catástrofe! ¡Qué suceso tan inesperado…! Habiéndole rogado a vuestro tío que intercediera en mi favor, venía ahora a presentarme a él para rogarle, con todos los respetos, que me concediera vuestra mano.

ANGÉLICA.—No hablemos más de nada, Cleonte, y olvidemos toda idea de matrimonio. Después de esta desgracia, no quiero pertenecer al mundo; renuncio a él para siempre… ¡Sí, padre querido! Si antes me resistí a vuestros deseos, quiero seguirlos ahora y reparar de este modo la pesadumbre que os causé y de la que ahora me acuso. Aceptad, padre mío, mi promesa y dejad que os abrace para testimoniaros mi ternura.

ARGANTE
(Incorporándose)
.—¡Hija mía!

ANGÉLICA
(Aterrada)
.—¡Ah!

ARGANTE.—¡Ven! ¡No temas! Tú sí eres de mi sangre; mi verdadera hija, cuya bondad me enorgullece.

ANGÉLICA.—¡Qué agradable sorpresa, padre mío! Y ya que, para dicha mía, vuelvo a veros, dejad que me eche a vuestras plantas y que os suplique que, si no estáis dispuesto a favorecer los impulsos de mi corazón, si no queréis darme a Cleonte por esposo, al menos, os lo ruego, no me obliguéis a casarme con otro. Es la única gracia que os pido.

CLEONTE
(Echándose a los pies de ARGANTE)
.—Dejaos enternecer, señor, por sus ruegos y por los míos, y no queráis contrariar los transportes de nuestra mutua inclinación.

BERALDO.—¿Te opondrás aún?

ANTONIA.—¿Permaneceréis insensible a tanto amor?

ARGANTE.—Que se haga médico y consentiré en el matrimonio. Haceos médico y os entrego mi hija.

CLEONTE.—Con mucho gusto, señor. Si es esa la condición para llegar a ser vuestro yerno, yo me haré médico, y boticario también, si os agrada. ¡Qué no haría yo por lograr a la hermosa Angélica!

BERALDO.—Se me ocurre una cosa, hermano. ¿Por qué no te haces médico tú también? Esa sería la mejor solución, porque entonces lo tendrías todo en tu mano.

ANTONIA.—Es verdad. Ese sería el mejor medio de curaros; no hay enfermedad tan osada que se atreva a jugársela a un médico.

ARGANTE.—¿Os burláis de mí? ¿Estoy yo en edad de ponerme a estudiar?

BERALDO.—¿Estudiar? La mayoría de los médicos no saben lo que tú.

ARGANTE.—¿Y el latín? ¿Y el conocimiento de las enfermedades y de su medicación?

BERALDO.—En el instante de vestir los manteos y calarte el birrete adquieres todos esos conocimientos.

ARGANTE.—Pero ¿con sólo vestir los hábitos se sabe medicina?

BERALDO.—¡Claro…! Con una toga y un bonete, todo charlatán resulta un sabio, y los mayores desatinos se admiten como cosa razonable.

ANTONIA.—Además, con esas barbas ya tenéis la mitad del camino ganado; unas buenas barbas hacen a un médico.

CLEONTE.—Y en último caso, aquí estoy yo dispuesto a todo.

BERALDO.—¿Quieres que despachemos ahora mismo?

ARGANTE.—¿Ahora mismo?

BERALDO.—Y aquí, en tu misma casa.

ARGANTE.—¿En mi casa?

BERALDO.—Sí. Yo tengo amigos en la Facultad que vendrán al instante para que celebremos la ceremonia en la sala. Además, no te costará nada.

ARGANTE.—Pero yo.… ¿qué tengo que hacer?

BERALDO.—Te aleccionan en cuatro palabras y te dan por escrito el discurso que debes pronunciar. Mientras tú te vistes con más decencia, yo voy a avisarles.

ARGANTE.—Pues vamos.

CLEONTE.—¿Qué os proponéis con vuestros amigos de la Facultad?

ANTONIA.—¿Qué es lo que pretendéis?

BERALDO.—Que nos divirtamos un rato. Los comediantes han concertado una mascarada parodiando la recepción de un médico; propongo que nosotros tomemos también parte en la farsa y que mi hermano represente el papel principal.

ANGÉLICA.—Pero, tío ¿no os burláis demasiado de mi padre?

BERALDO.—Más que burlarnos, es ponernos a tonó con sus chifladuras. Esto quedará solamente entre nosotros. Cada uno se encargará de su papel y todos participaremos en la comedia. Al fin y al cabo estamos en Carnaval. Vamos a prepararlo todo.

CLEONTE
(A ANGÉLICA)
.—¿Consientes?

ANGÉLICA.—Puesto que mi tío nos autoriza…

FIN DEL TERCER ACTO

Tercer Intermedio

(Consiste este intermedio en una ceremonia en la cual, entre recitados, cantos y danzas, se hace la proclamación de un médico).

BAILABLE

(Entran una porción de tapiceros, que siempre a compás, disponen la sala y colocan bancos. Después hace su entrada la asamblea, compuesta de ocho lavativeros, seis boticarios, veintidos doctores y el individuo que ha de ser admitido; ocho cirujanos que bailan y dos que cantan. Cada uno ocupa un puesto en el salón, según su categoría.)

PRAESES

Savantissimi doctores,

Medicinae profesores,

Qui hic assemblati estis,

Et vos, altri Messiores,

Setentiarum Facultatis

Fideles executores,

Chirurgiani et apothicari,

Atque tota compania aussi,

Salus, honor et argentum,

Atque bonum appetitum.

Non possum, docti Confreri,

Eu moi satis admirari

Qualis bona inventio

Est medici professio;

Quam bella chosa est et bene trovata,

Medicina illa benedicta,

Quae, suo nomine solo,

Suprenanti miraculo,

Depuis si longo tempore,

Facit a gogo vivere

Tant de gens omni genere.

Per totam terram videmus

Grandam vogam ubi sumus,

Et quod grandes et petiti

Sunt de nobis infatuti;

Totus mundus, currens ad nostros remedios,

Nos regardat sicut deos,

Et nostris ordonnancús

Principes et reges soumissos videtis.

Donque il est nostrae sapientiae,

Boni sensus atque prudentiae,

De fortement travaillare

A nos bene conservare

In tali credito, voga et honore,

Et prandere gardam a non recevere

In nostro docto corpore

Quam personas capabiles,

Et totas dignas remplire

Has placas honorabilis.

C'est pour cela que nunc convocatiestis,

Et credo quod trovabitis

Dignam materiam medici

In savanti homine que voici,

Lequel, in chosis omnibus,

Dono ad interrogandum

Et a fond examinandum

Vostris capacitatibus.

PRIMUS DOCTOR

Si mihi licenciam dat dominus praeses,

Et tanti docti doctores,

Et asistantes illustres,

Tres savanti bacheliero,

Quem estimo et honoro,

Domandabo causam et rationen quare

Opium facit dormire.

BACHELIERUS

Mihi a docto doctore

Domandatur causam et rationem quare

Opium facit dormire?

A quoi respondeo:

Quia est in co

Virtus dormitiva,

Cujus est natura

Sensus assoupire.

CHORUS

Bene, bene, bene, bene, respondere:

Dignus, dignus est entrare

In nostro docto corpore.

Bene, bene respondere.

BOOK: El enfermo imaginario
3.79Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Dear Infidel by Tamim Sadikali
An Inconvenient Trilogy by Audrey Harrison
Trail of Echoes by Rachel Howzell Hall
Life or Death by Michael Robotham
Covert Exposure by Valerie J. Clarizio
Earth & Sky by Draper, Kaye
Reprisal by Ian Barclay