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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #novela negra

El factor Scarpetta (53 page)

BOOK: El factor Scarpetta
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Benton no sabía a qué se refería o de dónde había sacado la información. La miró a los ojos para preguntárselo porque no quería hacerlo en voz alta, y la mirada prolongada que Berger le dirigió fue la respuesta. No. Lucy no se lo había dicho. Berger lo había descubierto por otros medios.

—Fotografías —dijo Berger a todos—. Volúmenes encuadernados en piel en la sala de libros singulares de Rupe Starr. Fiestas y cenas con clientes a lo largo de los años. Ella aparece en uno de los álbumes. Lucy.

—Y lo descubriste... —empezó Benton.

—Hace tres semanas.

Si lo sabía desde hacía tanto tiempo, su súbito cambio de actitud estaba relacionado con otro asunto. Bonnell le habría transmitido por teléfono cierta información que era más inquietante incluso.

—1996. Lucy tenía veinte años, aún estaba en la universidad. No la he visto en fotografías de otros álbumes, posiblemente porque después de la universidad se hizo agente del FBI y cuidaba muchísimo sus apariciones en cenas o fiestas y, sin duda, no permitía que la fotografiasen. Como sabréis, después de que Bobby, el marido de Hannah, denunciase su desaparición, solicitamos permiso para llevarnos objetos personales, el ADN de Hannah, de la casa de Park Avenue, y yo quise hablar con Bobby.

—El estaba en Florida cuando Hannah desapareció, ¿verdad?—dijo O'Dell.

—La noche que Hannah salió del restaurante y no regresó a casa, Bobby estaba en su piso de North Miami Beach; lo hemos confirmado por los correos electrónicos enviados desde la dirección IP del piso, los registros telefónicos y también por la declaración del ama de llaves de Florida, Rosie. La interrogaron.

Hablé con ella por teléfono y confirmó que Bobby estaba allí la noche del 26 de noviembre, la víspera de Acción de Gracias.

—¿Sabéis con certeza que fue Bobby quien envió los correos e hizo las llamadas? —inquirió Lanier—. ¿Cómo sabéis que no fue Rosie quien lo hizo, y que mintió para proteger a su jefe?

—No tengo causa probable, ni siquiera sospechas razonables para mantenerlo vigilado cuando no hay prueba alguna de actividad delictiva por su parte —respondió Berger sin ninguna inflexión en la voz—. ¿Implica eso que me fío de él? No me fío de nadie.

—¿Conocemos el testamento de Hannah? —preguntó Lanier.

—Es la única hija de Rupe Starr y cuando él murió el mayo pasado se lo dejó todo —explicó Berger—. Ella revisó su testamento poco después. Si muere, todo va a una fundación.

—Así que excluyó a Bobby. ¿No os parece un poco raro? —intervino Stockman.

—El mejor acuerdo prematrimonial es asegurarse de que tu cónyuge no pueda beneficiarse de traicionarte o matarte —apuntó Berger—. Y ahora eso es discutible. A Hannah le quedaban unos millones y dejó muchas deudas. Supuestamente lo perdió todo en la bolsa y en esquemas Ponzi, y el resto el pasado septiembre.

—Seguramente estará en un yate en el Mediterráneo, haciéndose la manicura en Cannes o Montecarlo —dijo Lanier—. Así que Bobby se queda sin nada. ¿Qué impresión te dio? Además de tu inclinación natural de no fiarte de nadie.

—Muy disgustado. —Berger no hablaba directamente a nadie. Seguía dirigiéndose a la mesa, como si fuera un jurado—. Sumamente preocupado, estresado, cuando hablé con él en su casa. Está convencido de que Hannah es víctima de un acto delictivo, afirma que ella nunca hubiera huido, nunca lo hubiese abandonado. Era una posibilidad que me tomaba en serio hasta que Lucy descubrió la información financiera que ahora conocéis.

—Volvamos a la noche de la desaparición. ¿Cómo supo Bobby que Hannah se había esfumado? —preguntó O'Dell.

—Intentó llamarla, como muestra el registro de llamadas que Bobby puso a nuestra disposición —respondió Berger—. El día siguiente, Acción de Gracias, Hannah debía subir a un avión privado con rumbo a Miami para pasar el largo fin de semana con él y de allí ir a Saint Barts.

—¿Sola? ¿O ambos? —intervino Stockman.

—Iba a Saint Barts sola —respondió Berger.

—Así que quizá pensaba largarse del país —dijo Lanier.

—Eso es lo que me he planteado. Si lo hizo, no fue en su avión privado, el Gulfstream. Nunca apareció en el aeropuerto de White Plains.

—¿Eso es lo que Bobby te dijo? ¿Lo sabemos con seguridad? —insistió Benton.

—Bobby lo dijo y así consta en el manifiesto de vuelo. Hannah no se presentó en el aeropuerto. No subió al avión y Bobby no aparece en el manifiesto del vuelo a Saint Barts —dijo Berger—. Hannah tampoco respondió al teléfono. Su ama de llaves de Nueva York...

—¿Cómo se llama? —interrumpió Lanier.

—Nastya. —Lo deletreó y el nombre apareció en la pared—. Vive en la mansión y, según su declaración, Hannah nunca volvió después de cenar en el Village el 26 de noviembre. Pero eso no hizo que llamara a la policía. A veces Hannah no volvía a casa. Había ido a cenar, a celebrar un cumpleaños en el restaurante One if by Land, Two if by Sea de la calle Barrow. Estaba con un grupo de amigos y supuestamente se la vio subir a un taxi amarillo cuando todos salieron del restaurante. Eso es todo lo que sabemos.

—¿Bobby sabía que ella se follaba a otros? —preguntó O'Dell.

—En su relación había mucho espacio, es como él lo describió. No sé lo que sabe. Quizá lo que Llap dijo sea verdad. Bobby y Hannah eran socios comerciales, por encima de todo. El afirma que la ama, pero eso lo oímos todo el tiempo —dijo Berger.

—En otras palabras, tenían un acuerdo. Puede que ambos follasen por ahí. El viene de una familia con pasta, ¿no? —dijo O'Dell.

—No de tanto dinero como la de ella. Pero viene de una familia acaudalada de California, fue a Stanford, tiene un máster en Administración de Empresas por Yale, era un eficaz administrador de inversiones involucrado en un par de fondos, uno con base en Reino Unido y el otro en Mónaco.

—Esos tipos de los fondos de alto riesgo. Algunos ganaron cientos de millones —dijo O'Dell.

—Muchos de ellos ya no los ganan y algunos están en la cárcel. ¿Y Bobby? ¿Perdió hasta la camisa? —preguntó Stockman a Berger.

—Como muchos de estos inversores, contaba con que los precios del petróleo y las acciones de las compañías mineras siguieran subiendo mientras las financieras seguían cayendo. Eso es lo que me dijo.

—Y luego la pauta se invirtió en julio —dijo Stockman.

—Bobby lo describió como una masacre —declaró Berger—. No puede permitirse el tren de vida al que se acostumbró con la fortuna de los Starr, eso seguro.

—Así que ambos son más una fusión que un matrimonio —comentó O'Dell.

—No puedo dar fe de sus verdaderos sentimientos. Quién demonios sabe lo que una persona siente en realidad —dijo Berger sin rastro de emoción—. Parecía consternado cuando hablé con él, cuando estuve con él. Cuando Hannah no se presentó en el aeropuerto el día de Acción de Gracias, Bobby afirma que se asustó, llamó a la policía y la policía me llamó a mí. Según Bobby, temía que su esposa hubiera sido víctima de una acción violenta y declaró que en el pasado había sufrido problemas de acoso. Voló a Nueva York, nos citamos en la mansión, nos la mostró y entonces nos llevamos un cepillo dental de Hannah para conseguir su ADN en caso de que fuera necesario. Por si, llegado el caso, aparece un cadáver en algún lado.

—Los álbumes de fotos. —Benton seguía pensando en Lucy y preguntándose qué otros secretos guardaría—. ¿Por qué te los mostró Bobby?

—Pregunté por los clientes de Hannah, si alguno de ellos podría haberla considerado un objetivo. Bobby afirmó no conocer a la mayor parte de los clientes de su difunto suegro, Rupe Starr. Bobby sugirió que nosotros...

—¿Quién es «nosotros»?

—Marino me acompañaba. Bobby sugirió que echáramos un vistazo a los álbumes de fotos porque Rupe tenía la costumbre de recibir a los nuevos clientes en la mansión, algo que era más una iniciación que una invitación. Si no ibas a cenar, no te aceptaba como cliente. Quería entablar relaciones con sus clientes y parece ser que lo conseguía.

—Viste una fotografía de Lucy de 1996 —siguió Benton, imaginándose cómo se sentía Berger—. ¿También la vio Marino?

—Reconocí a Lucy en la fotografía. Marino no estaba conmigo en la biblioteca cuando la descubrí. No la vio.

—¿Preguntaste a Bobby al respecto? —Benton no iba a preguntarle por qué no reveló la información a Marino.

Sospechaba la razón. Berger esperaba que Lucy le dijera la verdad, para no tener que encararse con ella. Era evidente que Lucy no lo había hecho.

—No le mostré la fotografía a Bobby, ni la mencioné —reconoció Berger—. En aquel entonces Bobby no conocía a Lucy; Hannah y Bobby llevaban juntos menos de dos años.

—Eso no significa que no conociera a Lucy —apuntó Benton—. Hannah podría haberle hablado de ella. Me sorprendería lo contrario. Jaime, cuando estabas en la biblioteca, ¿sacaste ese álbum en concreto de la estantería? Rupe Starr tendría varios álbumes de fotos.

—Tenía muchísimos. Bobby me dejó unos cuantos en la mesa.

—¿Crees posible que él quisiera que encontrases la fotografía de Lucy?

Benton tenía de nuevo uno de sus presentimientos. Algo en las entrañas le enviaba un mensaje.

—Dejó varios en la mesa y salió de la biblioteca —replicó Berger.

Un juego. Y uno cruel, si Bobby lo había hecho deliberadamente, pensó Benton. Si Bobby conocía la vida privada de Jaime, sabría que le angustiaría descubrir que su compañera, su experta en informática forense, había estado en la mansión Starr, se había relacionado con esas personas sin decirle nada al respecto.

—Si no te importa que lo pregunte, ¿por qué permitiste que Lucy se hiciera cargo de la parte de informática forense de esta investigación, si tiene vínculos con la supuesta víctima? ¿En realidad, con toda la familia Starr? —inquirió Lanier.

Al principio, Berger no respondió. Después dijo:

—Esperaba que ella se explicase.

—¿Y cuál es la explicación? —preguntó Lanier.

—Todavía la estoy esperando.

—Bien. Bueno, pues podría ser un problema a largo plazo, si esto acaba en juicio —advirtió Stockman.

—Ya lo considero un problema ahora. Un problema mucho mayor de lo que estoy dispuesta a describir —replicó Berger con expresión adusta.

—¿Dónde está Bobby ahora? —le preguntó Lanier en un tono mucho más suave del que había utilizado hasta entonces.

—Parece que ha vuelto a la ciudad. Envía correos electrónicos a Hannah. Lo hace a diario.

—Eso es de locos —comentó O'Dell.

—Lo sea o no, es lo que ha estado haciendo. Lo sabemos porque, obviamente, tenemos acceso al correo de Hannah. Bobby le escribió anoche diciendo que había oído hablar de ciertos avances en el caso y que volvía a Nueva York esta mañana temprano. Supongo que ya estará aquí.

—A menos que ese tío sea un imbécil, debe de sospechar que el correo de Hannah está vigilado. Lo que a su vez me hace sospechar que lo hace por nosotros —dijo O'Dell.

—Eso es lo primero que he pensado —corroboró Lanier.

«Juegos», pensó Benton, y su inquietud aumentó.

—No sé lo que Bobby sospecha. Aparentemente, espera que Hannah esté viva en alguna parte y que lea los correos que él envía —dijo Berger—. Supongo que está al corriente de lo que se dijo en
El informe Crispin
de anoche, del cabello de Hannah hallado en un taxi. Y que ése es el motivo de su súbito regreso a la ciudad.

—Igual a oír que ella está muerta. Malditos periodistas —masculló Stockman—. Sólo piensan en los índices de audiencia y les importa un carajo los efectos en la gente, cuyas vidas destrozan —dijo a Benton—: ¿de verdad dijo eso de nosotros? Ya sabes, del FBI, de que los perfiles son anticuados.

Stockman se refería a Scarpetta y lo que había aparecido la noche anterior en el teletipo de la CNN y en toda la red.

—Creo que tergiversaron sus palabras. Creo que se refería a que los buenos viejos tiempos se han acabado y que nunca fueron tan buenos —replicó Benton sin inmutarse.

Capítulo 21

E
ran pelos de la capa exterior, largos y ásperos, con cuatro bandas de blanco y negro a lo largo de un tallo acabado en punta.

—Puedes hacer la prueba de ADN si quieres confirmar la especie —decía Geffner por el manos libres—. Conozco un laboratorio en Pensilvania, Mitotyping Technologies, especializado en la determinación de especies de animales. Pero puedo decírtelo yo, por lo que veo. Lobo clásico. Lobo de la pradera, una subespecie del lobo gris.

—De acuerdo, si tú lo dices, no son de perro. Pero reconozco que para mí tienen pinta de pelo de pastor alemán —dijo Scarpetta desde una estación de trabajo donde veía las imágenes que Geffner descargaba.

Al otro lado del laboratorio, Lucy y Marino observaban lo que sucedía en los MacBook y, desde donde estaba sentada, Scarpetta podía ver los datos que se sumaban rápidamente a los gráficos y mapas.

—No encontrarás estos pelos en el pelaje exterior de un pastor alemán. —La voz de Geffner.

—¿Y los pelos grises, más finos, que estoy viendo? —preguntó Scarpetta.

—Estaban mezclados con los pelos provenientes de la capa exterior. No es más que pelaje interior. ¿Recuerdas la muñeca como de vudú que había pegada a la tarjeta? Estaba rellena de pelo, tanto del correspondiente a la capa de pelaje interior como a la exterior, mezclado con desechos, un poco de caca, hojas secas y cosas así. Lo que indica que el pelaje no se ha procesado, que proviene de su hábitat natural, quizá de la guarida del animal. No he examinado todo el pelo que habéis enviado, obviamente. Pero me da la impresión de que todo es pelo de lobo. Proveniente de las capas externa e interna del pelaje.

—¿Dónde puede conseguirse?

—Lo he investigado un poco y he descubierto varias posibilidades —respondió Geffner—. Reservas naturales, reservas de lobos, zoológicos. También se vende pelo de lobo en una conocida tienda de brujería de Salem, Massachusetts, llamada Hex.

—Está en la calle Essex, en el casco antiguo. He estado allí. Tiene velas y aceites preciosos. Nada de magia negra o maléfica.

—Algo no tiene que ser malo para usarse para hacer el mal —dijo Geffner—. Hex vende amuletos, pociones, y se puede comprar pelo de lobo en bolsitas de seda dorada. Se supone que protege y tiene propiedades curativas. Dudo que algo vendido así haya sido procesado, por lo que es posible que el pelo de lobo de la muñeca provenga de una tienda de magia.

Lucy miraba a Scarpetta desde el otro lado de la habitación, como si hubiese encontrado algo importante que Scarpetta tuviera que ver.

BOOK: El factor Scarpetta
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