Todo esto es pura especulación. Hugh vomitaba tanto que le habría sostenido la cabeza, si me hubiese atrevido. Luego salió del cuarto de baño para decirme: «Está decidido. O llamas a Polly ahora mismo, o lo haré yo».
Me encantó su actitud, aunque no soportaba la idea de perderme la comida con Jack. Por otra parte, ¿es posible dejar de admirar la integridad caracterológica en un asunto tan importante? Llamé a Polly. «Hugh está enterado de todo —le dije—. De modo que se acabaron tus citas de los miércoles.»
¿Sabes?, la comida no fue suspendida, y para mi sorpresa, Hugh lo pasó muy bien y yo me llevé de maravillas con Jackie Kennedy. Debajo de toda esa falsa inocencia, es una mujer muy sensible. Se dio cuenta de que en presencia de su marido me mantenía a la defensiva. Aun así, simpatizamos. Sabe mucho sobre la ebanistería de Piedmont y Charleston, e incluso relató un cuento de esclavos. Al parecer, uno de los grandes fabricantes de muebles de Charleston —Charles Egmont— era un ex esclavo a quien su amo, Charles Cadwill, le concedió la libertad. Cadwill instaló al negro Egmont en su propio negocio, y compartían las ganancias. Ella cuenta esas historias con mucha ternura, como si estuviera ofreciéndote una de sus joyas más preciadas. Pero te aseguro, Harry, que es una mujer llena de problemas.
Entretanto, Hugh y Jack parecían estar pasándolo en grande. En un momento dado, Jack le confesó que era un placer para él conocer «al mitológico Montague».
—¿Mitológico? —preguntó Hugh, con tono de incredulidad.
—Digamos el apócrifo Montague —respondió Jack.
—Sólo soy un factótum menor en el departamento de Agricultura.
—No sea tan modesto. Hace años que oigo hablar de usted.
Bien, me di cuenta de que acababa de establecerse entre ellos un entendimiento especial. Hugh peroró de forma brillante acerca de las habilidades soviéticas para la desinformación. Horrorizada, vi que daba una conferencia al futuro presidente y a su mujer, pero me sentí orgullosa al ver que lo hacía muy bien.
Ahora que ha asumido como presidente, de vez en cuando recibimos invitaciones para la Casa Blanca. A las cenas más íntimas, te aclaro. En la última recepción, mientras bailaba con él, Jack me preguntó acerca de Polly.
—Languidece por usted —respondí.
—Dígale que no la he olvidado, y que uno de estos días la llamaré.
—Es usted terrible —dije.
Su mirada adquirió un brillo especial.
—¿Sabe? Para ser tan bella, no baila usted demasiado bien. Tuve ganas de golpearlo, aunque, por supuesto, no me atreví. El tampoco es un gran bailarín, aunque se nota que ha recibido lecciones. Como un jinete a quien no le gustan los caballos.
Aun así, nos llevamos bien. Creo que debido a la cautela que siente por Hugh no se atreve a abrigar esperanzas con respecto a mí. No obstante, existe la promesa de una relación.
Más tarde
No quiero exagerar. Nos invitan a comer a su casa sólo una vez al mes, y en una ocasión vinieron al Establo, pero nuestra relación es cada vez más profunda. Es decir, entre Jack y yo. Con Jacqueline Kennedy estamos en un plano de igualdad: nos intercambiamos indirectas. La respeto porque no intenta imponer su jerarquía sobre mí, excepto de manera implícita, pero ése es el precio que hay que pagar en estas situaciones. Jack y Hugh conversan en un rincón. Ya conoces a Hugh: nunca más brillante que en un
tete a tete
. Y Jack, por más furioso que esté por lo de la bahía de Cochinos, se siente fascinado por los asuntos de capa y espada, y sabe que en esa cocina Hugh es el
saucier
. Además, como ya te he dicho, Jack es muy amistoso conmigo.
No me percaté de cuan desconcertado se sentía Hugh por esto hasta que un día, a finales de julio, puso delante de mí el expediente BARBA AZUL. «Aquí encontrarás otra faceta de uno de tus amigos», dijo. Creo que esperaba que el contenido me repugnase, pero no fue así. Conozco muy bien la naturaleza de Jack: la promiscuidad es el precio que paga para abrir las puertas de sus demás habilidades. En ese sentido, Jack Kennedy es como un niño. Debe tener su recompensa diaria, y la encuentra en el dulce prohibido. Le deseo lo mejor, siempre que no me tome por un frasco de mermelada. Estoy segura de que Dios sabrá perdonarlo por todas las niñas con cuyos sentimientos jugó. Y también estoy segura de que él lo ve así.
Pero perdí un poco de respeto por Hugh. No debería haberme dado el expediente. En realidad, no lo habría perdonado de no ser porque el 17 de julio murió Ty Cobb.
En los arcanos de Montague, Ty Cobb era una señal. La madre de Cobb mató a su padre, de modo que hay un parecido con la tragedia de la familia Montague. Lo cierto es que cuando Cobb murió (de cáncer de próstata, él, que en un tiempo fue tan veloz en los bajos senderos), Hugh sufrió una conmoción, y me entregó el expediente de BARBA AZUL. Como imaginarás, quedé cautivada. Por supuesto, pensé que nadie más que tú podía ser Harry Field. (Hugh no soltó prenda.) Y ayer lo verifiqué.
Bien, no sólo he digerido tus informes, sino que he leído unas transcripciones posteriores que tú no has visto, y estoy preocupada, lo mismo que Hugh, quien ha estado haciendo todo lo posible, sutilmente, para hacerle ver a nuestro joven presidente que J. Edgar Hoover es un íncubo en cualquier gobierno, y especialmente en éste. Jack no parece darse cuenta de cuántos puntos de presión le está proporcionando. Ese hombre puede terminar asfixiándolo. Modene es fabulosamente indiscreta, aunque simula no serlo. No pienso rememorar sus charlas con su amiga Willie (y con J. Edgar), como hiciste tú, de modo que voy a resumir lo que sé para ahorrarte tiempo, algo que tú no hiciste.
Modene sufrió como una verdadera amante abandonada durante la visita que Jack y Jacqueline hicieron a París a finales de mayo. ¿Recuerdas? Nuestra primera dama causó sensación. Jack llegó a decir: «Mi verdadera misión en París es escoltar a Jacqueline Kennedy». Cómo debe de haberse grabado eso en la mente de tu pobre amiga. Y, por supuesto, el monstruoso Sam G. no pudo resistir la tentación de ahondar su herida. «¿Estás celosa, Modene?», le preguntaba constantemente. «En absoluto», respondía ella. Sin embargo, al contárselo a la incondicional Willie (a quien imagino como una rubia seriamente excedida de peso), Modene se echa a llorar. Sucede que a principios de mayo, antes del viaje a París, Jack se acostó con Modene en la Casa Blanca. ¿Puedes imaginártelo? Después de un horrendo menú típicamente irlandés (sopa fría y hamburguesas con ketchup), Jack condujo a Modene desde el comedor de diario de la primera planta hasta un dormitorio con una espaciosa cama. Allí consumaron el encuentro. Está locamente enamorada de nuevo. O al menos es lo que le dijo a Willie esa noche.
Te ofrezco la transcripción de esta conversación porque no tiene desperdicio.
WILLIE: Aguarda un instante. ¿Estás diciéndome que los guardias te dejaron entrar en la Casa Blanca?
MODENE: Por supuesto que no. Tuve que esperar en el portal a que viniera un hombre bajo y de buen físico, llamado Dave Powers. Tiene un guiño permanente en un ojo. Parecía un gnomo. Me dijo que el presidente estaba nadando y que vendría pronto. Cada vez que decía «el presidente», su voz adquiría un tono grave, como si me estuviese pidiendo que me pusiera de rodillas. Por supuesto, se marchó en cuanto apareció Jack. Antes de eso me había informado de que despierta a Jack todas las mañanas y lo arropa cuando se acuesta. No puedes por menos que sentirte en la Casa Blanca.
WILLIE: No es un lugar demasiado seductor, ¿verdad?
MODENE: Tanto como puede serlo un templo cuáquero, aunque más opresivo. Te embarga un sentimiento de deber sagrado.
Nunca necesité tanto una copa de bourbon. Era un sábado por la tarde, el lugar estaba desierto, y tenía la impresión de que jamás vería a Jack. Una vez que Powers me condujo al apartamento de la familia, me sentí menos incómoda. Ya conocía los muebles, pues los había visto en la calle N.
Después del almuerzo, el viaje al dormitorio. Ella se monta sobre Jack. ¿Cuál era el rey francés que lo hacía de esa manera? Luis XIV, quizá, por ese aspecto de malcriado. Modene explica que el «problema lumbar» de Jack se ha empeorado. «Cosas del cargo.» Ella está feliz de servir al amo, pero siempre persiste una pizca de disconformidad. «No me importa la posición en que lo hagamos. Las distintas posiciones sacan a relucir distintas facetas de mí. Sólo que prefiero ser yo quien las elija.»
Mientras tanto, por la ventana del dormitorio, ella puede ver el monumento a Washington.
Querido mío, imagino cómo habrás reaccionado al leer las transcripciones anteriores. Espero entenderte lo suficientemente bien para suponer que una lectura minuciosa te ha hecho escalar a mayores alturas con Modene, ¿o quizá permaneciste en llanuras más veloces?
Oh, Harry, ¿se debe todo esto a que nunca tuve un hermano menor a quien gastarle bromas?
Vuelvo a lo esencial. A pesar del éxito de Jackie en París, Jack se pone nuevamente en contacto con Modene a principios de junio, y durante todo el verano, en las largas, desiertas y calurosas tardes de sábado en Washington, la conduce a la misma cama de matrimonio. Del viejo Joe Kennedy decían que cuantos más negocios se hacían con él, él más provecho sacaba, y uno menos ganaba. Ese mismo tipo de lamento aparece en sus conversaciones con Willie. Aun así, justifica a Jack. «Está tan cansado. Tiene tantas preocupaciones», dice.
Es un período muy peculiar para nuestra BARBA AZUL. La han trasladado a Los Ángeles. Comparte un apartamento en Brentwood con otras cuatro azafatas. ¡Qué distinta a la Modene que conociste! Mientras aguarda las llamadas de Jack convocándola a Washington, en el apartamento de Brentwood es una verdadera sala de fiestas. Actores, ejecutivos casaderos, un par de atletas profesionales, uno o dos directores de cine no demasiado importantes, y prodigiosas cantidades de alcohol. No estoy familiarizada con esta clase de reuniones, pero supongo que se baila y se fuma marihuana. Además, siempre está lista para volar a Chicago o Miami y pasar el fin de semana con RAPUNZEL, con quien, según ella, sigue sin mantener relaciones sexuales. No te aburriré con las dudas de Willie al respecto.
Lo que aflora es su disipación. Modene está engordando, y bebe tanto que asiste, «en plan turista», a reuniones de Alcohólicos Anónimos que, por cierto, le parecen «tenebrosas». También toma estimulantes y antidepresivos. Describe los efectos de sus borracheras como «calamidades». Un partido de tenis junto a su ventana suena «como una descarga de fuego antiaéreo». No hace más que hablar de un «loco verano de interminables borracheras». Cuando trabaja, sufre «como nunca». Llama a Jack a menudo. Al parecer, él le ha dado un número privado para que se comunique con una de sus secretarias. Según Modene, Jack la llama cuando no puede acudir en seguida al teléfono. Y ha dejado entrever que el verano pasado llevó un sobre de papel manila de IOTA a RAPUNZEL. Jack no hace más que gastarle bromas. «No nos hagamos demasiado amigos de Sammy —le dice Jack—. No es de confiar con el cepillo.»
En un inusual arrebato de sinceridad, Hugh me dijo: «Sospecho que esto tiene que ver con Castro. En el fondo, Jack tiene la misma mentalidad del IRA. Ese instinto de campesino irlandés jamás falla. Quiere desquitarse. Así podrá disfrutar de su vejez».
Descubro sentimientos insospechados en mí. Siempre me consideré una patriota apesadumbrada. Es decir, amo a mi país, pero es como tener a un compañero que constantemente comete errores. No obstante, me escandaliza que Castro, quien probablemente sería mejor como capitán de un barco pirata que como jefe de Estado, en este momento se esté regocijando a nuestras expensas. Me molesta. Y sé que es como una espina clavada en el corazón de Kennedy. Con su amor por las intrigas, no es descabellado pensar que Jack pueda escoger un canal secundario de acceso, como Sammy G.
Hacia fines de agosto, nuestra amiga es invitada a otro almuerzo en la primera planta de la Casa Blanca. Sin embargo, en esta ocasión también es invitado Dave Powers.
MODENE: Al final del almuerzo, Jack me dijo: «Modene, me han contado algunas historias». «¿Historias?», pregunté. Por primera vez desde que lo conozco, no me gustó el tono de su voz. En absoluto. Me dijo: «¿Le has contado alguna vez a alguien que yo traté de meter a otra muchacha en nuestra cama?».
WILLIE: ¿Dijo eso delante de Dave Powers?
MODENE: Supongo que quería un secuaz como testigo.
WILLIE: ¿Crees que estaban grabando la conversación?
MODENE: No digas eso. La situación ya es de por sí bastante ofensiva. Tuve la sensación de que lo hacía en beneficio de Dave Powers. Como si quisiera anunciar: «Bien, se trata de una historia poco creíble, pero ¿tú, Modene, fuiste tan maliciosa como para divulgarla?».
WILLIE: Te habrás puesto furiosa.
MODENE: No suelo soltar palabrotas, pero instintivamente sentí que debía ser contundente. Le dije: «Si alguna vez intentaste algo tan bajo como meter a otra tía en la cama con nosotros, yo sería la última en divulgar la historia, ¿te enteras? Es un insulto para mí».
WILLIE: Fuiste lo bastante clara.
MODENE: Se había pasado de la línea.
WILLIE: Entiendo lo que estás diciendo.
MODENE: Sí.
WILLIE: Sólo que me lo contaste a mí.
MODENE: ¿Sí? Lo hice, ¿verdad? Pero tú no cuentas.
WILLIE: ¿Se lo dijiste a alguien más?
MODENE: Quizás a Tom. No lo recuerdo. ¿Sabes? No me acuerdo de nada en absoluto. ¿Crees que sise fuma marihuana y se mezcla alcohol con píldoras para dormir eso puede afectar la memoria?
WILLIE: Sí.
MODENE: Bien, recuerdo que se lo conté a Sam.
WILLIE: Oh, no.
MODENE: Tenía que decírselo a alguien.
WILLIE: ¿Qué ocurrió después?
MODENE: Me mantuve en mis trece. Le pregunté cómo se atrevía a discutir un asunto tan personal frente a un tercero, y en ese momento Jack debe de haberle hecho alguna señal a Powers, porque éste abandonó el comedor. Después trató de hacer las paces. Me besaba en la mejilla y me decía: «Lo lamento muchísimo. Pero me llegó el rumor». Le dije que si no le gustaba que fuesen por ahí contando historias sobre él, quizá debía comportarse de otra manera. Luego, de repente, le dije: «Terminemos con lo nuestro». Yo no podía creer que lo había dicho. Trató de convencerme de que me quedase. Creo que, después de todo aquello, todavía quería llevarme a la cama. Los Kennedy sólo piensan en una cosa, ¿verdad? Finalmente le dije: «Eres insensible. Quiero irme».