—Ésa es una observación insatisfactoria —dijo Cal—. Un devoto a medias. ¿Por qué estás en la Agencia?
Estaba yendo demasiado lejos.
—Me gusta el trabajo —respondí.
—Tu respuesta es insuficiente. ¿No te das cuenta de que con Castro nos enfrentamos al comunismo en su peor forma? Atrae a las tres cuartas partes del mundo, que por cierto son las más pobres. Un hombre totalmente peligroso.
No contesté. Pensaba que sólo la mitad de Fidel estaba de acuerdo con la descripción de mi padre. La otra mitad podía resultar agradable a la mitad de los Kennedy que, en mi opinión, se inclinaba a entablar un diálogo con Fidel Castro. Pero también yo era un hombre a medias, dispuesto a convivir con el barbudo e igualmente dispuesto a ser cómplice de su eliminación instantánea. No, no podía contestarle a mi padre.
—¿Te sorprendería saber que nuestro querido amigo Hugh Montague podría ser el autor de esa carta de John Birch? —preguntó Cal.
—No —respondí—, de ninguna manera. Aunque el estilo le resultaría repelente.
—Aun así —dijo Cal— cree que hay una forma de encarnación satánica que está degradando, corrompiendo y esclavizando las virtudes y valores caballerescos que este país solía poseer.
—¿Tanto odia Hugh a Kennedy?
—Quizás.
—Ésa no es la impresión que recibo de parte de Kittredge.
—Hay muchas cosas que Kittredge ignora sobre Hugh.
—Sí, señor.
Había terminado la conversación. Sus ojos perdieron brillo y sus fuertes rasgos aparecieron ante mí como debían de haber aparecido en aquellos despiadados días de escuela, cuando estuvo a punto de formar parte del equipo nacional de fútbol.
—Cuídate en Florida —dijo.
Miami resultó estar muy tranquilo durante las siguientes dos semanas, pero había un ánimo hostil en la calle Ocho. Cuando bebíamos en los bares de siempre, oíamos bromas referidas a amenazas de petardos arrojados a través de las ventanas. Nuestra situación me recordaba las cálidas tardes de verano de la adolescencia, cuando el aire permanecía inmóvil durante horas y yo creía que esa noche sucedería algo, aunque luego no sucediera.
10 de abril de 1963
Querido Harry:
Empiezo a sospechar que Jack Kennedy tiene un Alfa tan activo (y lo mismo puede decirse de su Omega) que no sólo se siente inclinado a explorar en dos direcciones opuestas a la vez, sino que lo prefiere. Y te diré que sospecho que otro tanto ocurre con Castro. Me he enterado de muchas cosas especiales acerca de este hombre gracias a la declaración hecha por James Donovan a la Agencia. Acaba de regresar de Cuba, donde su misión consistía en obtener la libertad de una cantidad considerable de estadounidenses que están en las cárceles cubanas. Cuando Bobby le pidió a Donovan que realizara ese viaje, éste le respondió: «Dios mío, ya he multiplicado los panes y los peces. Ahora me piden que camine sobre las aguas».
Creo que es precisamente esta clase de humor irlandés la que le permite a Donovan llevarse bien con Castro. Por supuesto, ya se conocían. Castro llevó a Donovan y a su asistente, Nolan, a la bahía de los Cochinos, donde se sirvió el almuerzo en una lancha, y dedicaron una buena parte del día al submarinismo y la pesca. Mientras tanto, eran protegidos —esto me causa mucha gracia— por un barco ruso.
He aquí un fragmento de la conversación. A Hugh le pareció muy interesante, espero que a ti también.
—En noviembre pasado —dijo Donovan—, me presenté como candidato a la gobernación del Estado de Nueva York y fui derrotado. Empiezo a creer que en Cuba soy más popular.
—Es verdad, usted es muy popular aquí —dijo Castro.
—¿Por qué no convoca a elecciones libres? —preguntó Donovan—. Podría presentarme como candidato, y hasta es posible que me eligieran.
—Ésa es precisamente la razón por la que no tenemos elecciones libres —respondió Castro.
De aquí pasaron a una conversación política seria. Al parecer, Bobby está intentando conseguir que el Departamento de Estado levante las restricciones de los viajes a Cuba. Digo «intentando» porque Jack ha dejado ese asunto para un acuerdo entre el Departamento de Estado y el Fiscal General. Bobby está molesto. «Es absurdo —dijo— castigar a los estudiantes estadounidenses por querer echarle un vistazo a la revolución de Castro. ¿Qué hay de malo en eso? Si tuviera veintidós años, ése es el lugar que querría visitar.» Eso es lo que Donovan le contó a Castro.
Al oírlo, Fidel pareció interesado.
—¿Puede eso influir sobre el futuro de la política estadounidense? —preguntó.
—Bien —respondió Donovan—, las cosas pueden llegar a ser un poco más abiertas. Hemos comenzado a ejercer presión sobre los grupos de exiliados. Desde su punto de vista, puede considerarlo como un paso positivo. Ahora la pelota está en su tejado. Si liberara a los prisioneros estadounidenses, quitaría un obstáculo fenomenal.
—Le haré una pregunta puramente hipotética —dijo Castro — . ¿Cómo cree usted que podrían restablecerse las relaciones diplomáticas?
—Exactamente de la manera en que hacen el amor los puercoespines —fue la respuesta de Donovan.
—Conozco el chiste, pero no recuerdo la respuesta. ¿Cómo hacen el amor los puercoespines?
—Bien, Fidel —le dijo Donovan—, los puercoespines hacen el amor con mucho cuidado.
A Castro le divirtió mucho esto, y antes de que terminara la reunión, observó:
—Si yo pudiera tener un gobierno ideal en Cuba, no sería de orientación prosoviética.
—Tiene que ofrecer algo más que eso —replicó Donovan—. Debe llegar a sobreentenderse que Cuba no intervendrá en América Central y del Sur.
No avanzaron más, pero más adelante, en el transcurso de esa misma visita, un hombre llamado René Vallejo, amigo y médico personal de Castro, llevó aparte a Donovan. «Fidel —le dijo — quiere mejorar las relaciones en base a lo que habló con usted. Cree que es posible hallar la forma de hacerlo. Sin embargo, me veo en la obligación de informarle que ciertos altos funcionarios comunistas dentro del gobierno cubano se oponen decididamente a esta idea.»
A su regreso, durante su entrevista informativa, Donovan describió a Castro como «muy inteligente, astuto y relativamente estable». Más tarde, Nolan, su asistente, informó a Bobby Kennedy que «no fue difícil tratar con Fidel. Nuestra impresión no se ajusta a la imagen comúnmente aceptada. Castro no se mostró irracional en ningún momento, ni se presentó borracho, o sucio».
«¿Qué piensa usted? —le preguntó Bobby Kennedy a Nolan — . ¿Podemos negociar con ese tipo?»
Más allá de lo irónica que pueda parecer la pregunta, Bobby quería dar a entender con ella que acababa de absorber la información para una referencia futura. Sin embargo, Castro parece haberse tomado muy en serio la posibilidad de negociaciones. A partir de la sugerencia de Donovan, Lisa Howard, de la ABC, consiguió una entrevista de diez horas con Fidel y regresó de Cuba locamente enamorada de él, según me temo. De hecho, aunque no quiso reconocerlo, puesto que al tratarse de una entrevista voluntaria existía un límite más allá del cual no podíamos aventurarnos, sospecho que tuvo una relación sexual con Castro.
Si te preguntas cómo consigo un conocimiento tan íntimo de este tipo de material, deduce lo que te resulte más obvio. Sí, estuve presente en la entrevista. Estoy en condiciones de decirte que Hugh ha encontrado, por fin, la forma de que la Agencia me aumente el sueldo, congelado desde hace años. Me ha sido concedida una licencia temporal, y ahora trabajo como agente contratado. La tarifa diaria es excelente, y puedo trabajar entre cien y doscientos días al año, ganando más que antes. De ese modo consigo misiones más interesantes y, según nuestro nuevo arreglo, soy de más utilidad para Hugh. Funciona bien. Arnie Rosen fue el enlace de Hugh para la primera entrevista de Donovan, y yo, al ver los resultados, me interesé y quise estar presente durante el reportaje de Lisa Howard.
Es pequeña, rubia, y resultaría muy atractiva para los hombres, creo yo, si no padeciera de ese típico vacío de quienes trabajan para los medios de comunicación. Todos estos reporteros de la televisión parecen huecos por dentro; superficialmente agradables, pero sin nada dentro. No son como las demás personas. ¿Será porque deben convivir con esas máquinas electrónicas? ¿O porque diariamente se ocupan de violar la intimidad humana? Carecen de integridad animal. Coincidirás conmigo en que la mayoría de los seres humanos estamos arraigados en ciertos animales. Parece correcto referirnos a las personas como leoninas, osunas, bovinas, felinas, perrunas, mastodónticas, simiescas, bestiales. Evidentemente, digo esto para enfatizar lo que sigue: si los animales hablaran, ¿te imaginas lo espantoso que resultaría para el reino animal si tuvieran programas de televisión con gorriones entrevistando a gorilas, o víboras conversando con caniches? Sería una violación de su inmanencia asumir la existencia de un lazo animal entre ellos capaz de permitir la comunicación instantánea sobre una variedad de temas, sin tomar en consideración su esencia privada. Por cierto, les quitaría el espíritu. No sería posible distinguir a los cocodrilos de las gacelas. ¡Espantoso! Bien, en mi opinión, eso es lo que sucede con los entrevistadores de la televisión. Lisa Howard se mostró inteligente, vivaz, ansiosa por complacer, y más ansiosa aún por hacer valer su opinión favorable de Castro. Sin embargo, en ningún momento dejó de parecer vacía. ¿Sabes?, cuanto más pensaba yo que había tenido un asunto con él, más perdía el respeto por el fabuloso Fidel. Se me ocurrió que su gusto debe de ser de ínfima categoría. Algo así como: «Soy moreno, tú eres una rubia americana, así que ¡hagámoslo!». Esa clase de hombres nunca busca la esencia. El colmo de la vulgaridad es vivir según la imagen. Recuerdo que pensé: «Señor Castro, está usted perdiendo muchos puntos».
Aun así, Lisa Howard tenía alguna información política sólida que transmitir, y trató de ser objetiva. Faltó, sin embargo, el detalle pequeño y simple de lo que ambos dijeron. Mucho nos llegaba predigerido.
Nos informó de que René Vallejo y el nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Raúl Roa, favorecen un acuerdo con los Estados Unidos; el
Che
Guevara y Raúl Castro se oponen totalmente. Hugh y Cal deben de estar chupándose los dedos por esto. Castro está metido en un lío. Terminó diciéndole a Lisa Howard: «El presidente John F. Kennedy tendrá que hacer la primera jugada».
¡Sí, justo con tipos como Nixon y Keating!
Yo me retrepé en mi asiento y me dediqué a observarla. Soy muy buena para eso. No obstante, hice una pregunta. Fue muy poco profesional, ya que no había preparado el terreno, pero, después de todo, Rosen y un par de funcionarios expertos de la Agencia estaban a cargo de la sesión, y no era mi función hacer las preguntas. Por lo tanto, sólo pregunté:
—Señorita Howard, ¿diría usted que parte del deseo del señor Castro de acercarse a nosotros se debe a que está enfadado con Kruschov?
—No, en absoluto —respondió ella.
Es mucho más profundo que eso.
Su idea de profundidad no parece coincidir con la mía, por supuesto. Dudo que un hombre capaz de ver en la pobre Lisa Howard la típica rubia de Hollywood pueda estar por encima del rencor personal.
Kruschov, ese seboso viejo campesino, debe de conocer muy bien a Castro, pues lo ha invitado a una larga visita a Rusia, quizá de un mes. Sospecho que lo agasajarán, le darán de comer y beber, le otorgarán algunos subsidios económicos (para compensar su desastrosa cosecha de azúcar) y volverá con renovada sangre comunista en las venas. Por cierto, el trato que le otorgó a Donovan puede haber tenido como propósito poner nervioso a Kruschov.
Aun así, me parece que estamos entrando en un período de grandes cambios.
Recibe mi cariño.
KlTTREDGE
Si bien yo estaba fascinado por Fidel Castro, lo que quiere decir, supongo, que me sentía atraído y repelido a la vez, no dudaba de mis sentimientos políticos. Estaba de acuerdo con Cal. Fidel era peligroso y no se podía confiar en él. ¿Sería por esta razón que mi padre y yo, a comienzos de mayo, empezamos a atravesar lo que califico como un período de manía altamente controlada? Si la descripción parece extrema, quizá lo sea, pero Cal controlaba el Personal de Asuntos Especiales (que remplazaba al Escuadrón Especial W), su despacho en el séptimo piso de Langley era amplio, su sillón impresionante, la luz bailaba en sus ojos, y nada nuevo se podía hacer. Como también estaba convencido de que mejorar las relaciones con Cuba era parte de la agenda de Kennedy, el idilio del caracol marino y la mantarraya, otrora disparatado, empezó a entrar en la zona de lo necesario. Si bien no creíamos del todo que funcionase, la posibilidad nos atraía. Cuando a finales de abril llegó la información de que AM/LÁTIGO había acompañado a Castro en una de sus sesiones de submarinismo, mi padre se convenció. Lo intentaríamos. Como otras tareas que atendía para él exigían mi presencia en Washington durante una semana, aproveché para supervisar el proyecto en los laboratorios de Servicios Técnicos.
Después de unas cuantas horas en ST, no dudaba del equilibrio mental de la familia Hubbard. Recibía la convicción de mi cordura. El personal de ST era completamente distinto al del resto de la Agencia. No diría que eran más aniñados, pero desde el techo colgaban cartelitos con lemas; uno de los que recuerdo, decía: «Cuando fracase, no llores». Había otro: «La blastogénesis es una forma de ingenuidad». No sé qué quería decir eso. Los laboratorios me parecieron curiosos. Si bien había otras secciones de la Agencia, como por ejemplo el Directorio de Inteligencia, donde la mitad de los hombres eran calvos y todos usaban gafas, ahí, en ST, las personas parecían felices. Algunos recorrían los pasillos emitiendo sones operísticos; otros conservaban la cabeza enterrada entre los informes.
Me habían asignado un técnico, al que llamaban Doc, que era joven, delgado, con tripa, medio calvo y con gafas. No era de esas personas que uno separa automáticamente cuando están en medio de un grupo, pero él tampoco esperaba ser reconocido. Tenía los ojos clavados en el proyecto. Buscábamos un caracol marino con una mantarraya por escolta. Vi la verdadera felicidad en Doc.
—Esto nos llevará a un par de lugares a los que jamás accedimos. Yo diría que se nos debe informar si es necesario enviar algunos especímenes vivos a nuestro estanque, o enviar parte del equipo a Miami. —Extendió la mano en señal de disculpa—. Estoy pensando en voz alta. Perdóneme, pero los problemas son formidables. Antes de efectuar cualquier movimiento hay que pensarlo muy bien, pues de lo contrario podríamos hacer en el presupuesto un agujero formidable. Sé que no habrá una carrera de obstáculos para que desde arriba nos den el visto bueno, después de todo, usted viene de arriba, pero debemos presentar un perfil viable. Y, por supuesto, verificar el caracol. ¿Instalamos suficiente material para una explosión adecuada? ¿O deberíamos poner una mina debajo? Es mejor prepararse para eso. Las minas son muy sensibles.