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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

El fin de la eternidad (18 page)

BOOK: El fin de la eternidad
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Finge, sin duda, interpretó mal los motivos de aquella sonrisa. Dijo apresuradamente:

—No crea que no existe la pena de muerte en la Eternidad porque nunca haya visto tal castigo. Nosotros lo conocemos; nosotros los Programadores. Es más, se ha aplicado sin que nadie se entere. Es muy fácil. En cualquier Realidad siempre ocurren accidentes fatales sin que sea posible recuperar los cuerpos. Cohetes que estallan en el espacio, aviones que se hunden en el mar o que se estrellan contra una montaña. Un asesino puede ser situado en una de estas naves, minutos o segundos antes del accidente. ¿Cree ahora que eso le conviene?

Harlan se balanceó sobre las puntas de los pies y dijo:

—Si trata de ganar tiempo, no conseguirá nada. Le diré lo que pienso: No temo al castigo. Además, estoy decidido a recobrar a Noys. La quiero ahora mismo. Ella no existe en la Realidad actual. No tiene ninguna homóloga. No hay razón que nos impida establecer una relación formal.

—El reglamento no permite que un Ejecutor...

—Dejaremos que el Gran Consejo lo decida —dijo Harlan, y su orgullo habló al fin—. Tampoco temo una decisión negativa, del mismo modo que no temo matarle. Yo no soy un Ejecutor corriente.

—¿Lo dice porque es el Ejecutor personal de Twissell?

Hubo una extraña expresión en el sudoroso rostro de Finge, que podía ser de odio o triunfo, o una mezcla de ambos sentimientos.

Harlan respondió:

—Por razones mucho más importantes que ésta. Y ahora...

Con sombría decisión ciñó el dedo al disparador del arma.

Finge chilló:

—Entonces, acuda al Consejo, al Gran Consejo. Ellos lo saben. Si es usted tan importante... —se interrumpió, jadeante.

El dedo de Harlan se detuvo un instante.

—¿Qué quiere decir?

—¿Cree que yo tomaría una iniciativa personal en un caso como éste? He informado de todos los pormenores al Consejo, al mismo tiempo que de los resultados del Cambio de Realidad. ¡Vea! Aquí están las copias de mi informe.

—¡Quieto! No se mueva.

Pero Finge no hizo caso de aquella orden. Como espoleado por un demonio, Finge se dirigió a un archivo particular. Con una mano marcó la combinación de números que identificaba el documento buscado. Una plateada lámina salió de la rendija lateral, sus grupos de perforaciones apenas visibles a simple vista.

—¿Quiere que lo pase por la lectora? —preguntó Finge, y sin esperar respuesta lo insertó en el aparato.

Harlan escuchó, inmóvil. Ahora todo estaba muy claro. Finge había pasado un informe completo. Detallaba todas las acciones de Harlan en los Tubos. No había olvidado nada.

Cuando terminó el informe, Finge gritó:

—Y ahora, váyase al Gran Consejo. Yo no he puesto ninguna barrera en los Tubos. No sabría cómo hacerlo. Y no piense que a ellos no les importa esta cuestión. Ya sabe que he hablado con Twissell. Pero yo no lo llamé, él me llamó a mí. Vaya y hable con Twissell. Dígale lo buen Ejecutor que es usted. Y si antes quiere matarme, dispare y váyase al infierno.

Harlan no dejó de notar el acento de triunfo en la voz del Programador. Sin duda, en aquel momento se sentía el amo de la situación; lo suficiente para creer que aun después de muerto sería el ganador de la batalla.

¿Por qué era el fracaso de Harlan tan importante para él? ¿Era posible que sus celos por Noys fuesen tan intensos?

Acababa, de hacerse aquellas preguntas cuando su discusión con Finge le pareció, de pronto, algo sin importancia.

Guardó la pistola en el bolsillo y salió corriendo hacia el Tubo más cercano.

Tenía que llegar hasta el Gran Consejo o por lo menos hasta Twissell. No temía a ninguno de ellos.

A medida que pasaba aquel mes increíble, se había convencido de que él, Harlan, era imprescindible para la Eternidad. El Consejo, por muy Pantemporal que fuese, no tendría otro remedio sino llegar a un acuerdo con él, cuando se tratase de canjear una muchacha por la experiencia misma de la Eternidad.

11
El círculo se cierra

E
l ejecutor Andrew Harlan se sorprendió al observar que llegaba al 575.° durante el turno de noche. No había notado el transcurso de las fisio-horas durante sus enloquecidos viajes por los Tubos. Harlan se quedó mirando, sin comprender, a los oscurecidos corredores, al paso ocasional de uno de los trabajadores nocturnos.

Encendido de rabia, Harlan no quiso detenerse a contemplar todo aquello por más tiempo. Corrió hacia la zona residencial. Encontraría las habitaciones de Twissell en el Distrito de Programadores del mismo modo que había encontrado la morada de Finge, y no temía ser detenido por nadie.

El látigo neurónico seguía en contacto con su costado cuando se detuvo frente a la puerta de Twissell. En la placa de cristal colocada a la altura de los ojos se leía el nombre grabado en letras grandes y claras.

Harlan apretó el pulsador dispuesto al lado de la puerta. Dejó que el sonido llenase el interior de la casa, mientras seguía apretando el timbre con una mano húmeda de sudor. Desde fuera se oía débilmente la llamada.

Oyó pasos a su espalda, pero no se molestó en volverse, seguro de que el hombre, quienquiera que fuese, no le dirigiría la palabra (gracias a su emblema rojo de Ejecutor).

Pero los pasos cesaron y una voz le saludó.

—¿Ejecutor Harlan?

Harlan se volvió rápidamente. Era un Sub-Programador recientemente llegado a aquella Sección. En su fuero interno Harlan lo maldijo con rabia. Allí no estaba en el 484.° Allí no le consideraban como un simple Ejecutor, sino como el Ejecutor personal de Twissell, y los jóvenes Sub-Programadores, para congraciarse con el gran Twissell, debían aparentar cortesía para su Ejecutor especial.

El Sub-Programador dijo:

—¿Desea ver al Jefe Programador Twissell? Harlan vaciló y al fin contestó:

—Sí, señor.

¡Maldito estúpido! ¿Qué podía hacer cualquiera que estuviese llamando a la puerta a aquella hora?

—Temo que no podrá verlo —dijo el Sub-Programador.

—Es un asunto importante. Tendré que despertarle —dijo Harlan.

—No digo que no. Pero el caso es que no se encuentra en esta Sección.

—¿Adonde ha ido? —preguntó Harlan con impaciencia. La mirada del otro dejó traslucir que consideraba aquello como una ofensa.

—Naturalmente, no lo sé.

—Pero yo tengo una reunión con él, a primera hora de la mañana —dijo Harlan.

—Comprendo —dijo el otro, y Harlan no entendió por qué el Sub-Programador parecía divertido ante aquella idea.

—Ha llegado usted con algo de anticipación, ¿no le parece? —continuó sonriendo levemente.

—Necesito verlo ahora mismo.

—Estoy seguro de que por la mañana lo encontrará en su despacho.

—Pero...

El otro continuó su camino, evitando cualquier roce con los vestidos de Harlan.

Harlan apretó los puños. Se quedó mirando cómo el otro se alejaba, y después, en vista de que no podía hacer otra cosa, regresó lentamente hacia su departamento.

Harlan trató de dormir. Se dijo a sí mismo que necesitaba el descanso del sueño. Trató de dormirse mediante un esfuerzo de su voluntad y, desde luego, fracasó. Pasó aquellas horas en un torbellino de fútiles pensamientos.

Sobre todo, pensó en Noys

No se atreverían a hacerle ningún daño, pensó con fervor. No podían devolverla al Tiempo normal sin calcular antes su influencia en la Realidad, y aquello les ocuparía, posiblemente, semanas. Como alternativa, podían hacer con ella lo que Finge le había descrito como castigo para él: situarla en medio de un accidente mortal.

Harlan no quiso creer en ello. No había ninguna necesidad de tomar una medida de tal naturaleza. Tampoco podían arriesgarse a enemistarse con Harlan. En la quietud de la oscura habitación y en aquel estado de semivigilia que a menudo nos hace perder de vista la proporción de las cosas, a Harlan le pareció natural que el Gran Consejo Pantemporal no se atreviera a enemistarse con un simple Ejecutor.

Después pensó en Twissell.

El viejo estaba fuera del 575.° ¿Adonde habría ido, cuando normalmente debería estar durmiendo? Un anciano necesitaba dormir. Harlan estaba seguro de la respuesta. El Consejo se habría reunido para deliberar sobre Harlan y Noys. Sobre lo que podría hacerse con un indispensable Ejecutor al que nadie se atrevía a tocar.

Harlan hizo una mueca. El que Finge informase sobre la postura agresiva de Harlan aquella tarde, no podía perjudicarle en lo más mínimo. Sus otras faltas no serían peores con ello, ni ellos dejarían de depender de él.

Y Harlan no creía que Finge fuese a dar parte de él.

Confesar su humillación ante un Ejecutor, pondría a un Ayudante Programador en una situación ridícula; lo más probable era que Finge decidiera no decir nada.

Harlan pensó en los Ejecutores como grupo, lo que, últimamente, había hecho rara vez. Su propia y algo anómala posición como ayudante de Twissell y como medio Instructor le privaba de contactos con los demás Ejecutores. De todos modos, a los Ejecutores les faltaba unión. ¿A qué sería debido? ¿Cómo era posible pasar por el 575.° y por el 482.° sin haber visto sino raras veces a otro Ejecutor? ¿Era necesario que incluso se evitasen entre sí? ¿Era natural actuar como si aceptaran la superstición de los demás?

En su mente ya había conseguido que el Gran Consejo aceptara su propósito respecto a Noys, y ahora planteaba otras peticiones. Debían permitir que los Ejecutores tuvieran una organización propia, reuniones periódicas... más relación... mejor trato por parte de los demás.

Cuando ya se consideraba como un héroe de la Eternidad, con Noys a su lado, se quedó dormido.

La llamada que sonaba en la puerta le despertó. Parecía reclamarle con impaciencia. Medio dormido aún, miró el reloj que tenía a su lado y gimió.

¡Por el gran Cronos! ¡Se le habían pegado las sábanas!

Consiguió alcanzar al botón instalado junto a la cama, y el visor de la puerta se hizo transparente. No reconoció al que llamaba, pero comprendió que era alguien importante.

Harlan abrió la puerta y el hombre, que llevaba el emblema naranja de los Administradores, penetró en la habitación.

—¿Ejecutor Andrew Harlan?

—Sí, Administrador. ¿Tiene algo que decirme?

El Administrador hizo una mueca de desagrado ante el tono beligerante de la pregunta. Continuó:

—¿Tiene usted una reunión esta mañana con el Jefe Programador Twissell?

—¿Y bien?

—He venido para informarle de que se ha retrasado usted.

—¿A qué viene todo eso? —dijo Harlan—. Usted no es del Quinientos setenta y cinco, ¿no es cierto?

—Estoy destinado en la Sección doscientos veintidós —dijo el otro fríamente—. Soy el Ayudante Administrador Arbut Lemm. He sido encargado de organizar esa reunión, y procuro evitar el innecesario escándalo que, sin duda, se produciría si me hubiese puesto en contacto con usted oficialmente por medio del Intercomunicador.

—¿Qué escándalo? ¿Qué pasa aquí? Oiga, he tenido muchas reuniones con Twissell. Es mi jefe. Nunca ha habido necesidad de hacer escándalo sobre ellas.

Un rastro de sorpresa apareció por un momento en el rostro inexpresivo que el Administrador había mantenido hasta aquel momento.

—¿Es posible que no le hayan informado?

—¿De qué?

—De que va a reunirse en sesión esta mañana, aquí en el Quinientos setenta y cinco, una Comisión del Gran Consejo Pantemporal. Toda la Sección, me han dicho, está enterada de esta noticia.

—¿Y quieren verme a mí?

Tan pronto como hubo formulado la pregunta. Harlan pensé. «Es natural que quieran verme. ¿Para qué otra cosa iban a reunirse?».

Entonces comprendió la ironía del Sub-Programador la noche anterior, ante la puerta del departamento de Twissell. El Sub-Programador conocía la noticia de la reunión que iba a celebrarse por la mañana, y le divirtió que un Ejecutor creyese que Twissell iba a dedicarle su tiempo en una ocasión semejante. Muy divertido, pensó Harlan amargamente.

El Administrador continuó:

—He recibido órdenes. No sé nada más. —Luego, aún sorprendido, añadió—: ¿No ha oído nada de todo esto?

—Los Ejecutores llevamos una vida muy retirada —dijo Harlan con sarcasmo.

¡Cinco Consejeros además de Twissell! Todos eran Jefes Programadores, y ninguno contaba menos de treinta y cinco años de servicio en la Eternidad.

Seis semanas antes, a Harlan le habría abrumado el honor de verse en presencia de semejantes personalidades, y no habría osado pronunciar palabra ante la combinación de responsabilidad y poder que representaban. Le habrían parecido de una estatura colosal.

Pero ahora eran sus enemigos, peor aún, sus jueces. No era cuestión de sentirse impresionado. Tenía que planear su estrategia.

Tal vez ignoraban que él sabía que tenían a Noys en su poder. No podían saberlo a menos que Finge les hubiera informado de su última conversación con Harlan. A la clara luz del día, sin embargo, se convenció más que nunca de que Finge no se atrevería a declarar públicamente que fue humillado e insultado por un Ejecutor.

Por tanto, parecía aconsejable tratar de conservar, de momento, aquella posible ventaja. Que ellos iniciaran el combate, que dijeran la primera palabra para aclarar la lucha.

Los Consejeros no parecían tener prisa. Se limitaron a contemplarle tranquilamente durante un almuerzo en el que no se sirvieron bebidas alcohólicas, como si se tratase de un ejemplar interesante retenido sobre un plano de fuerza por fuertes rayos repulsores. Desesperado, Harlan los contempló a su vez fijamente.

Los conocía a todos por su fama y por las reproducciones en tres dimensiones que aparecían cada fisio-mes en las películas de información. Las películas mantenían informadas a las distintas Secciones de todos los adelantos y progresos conseguidos en el conjunto de la Eternidad, y la asistencia era obligatoria para todos los Eternos que tuvieran cargos superiores al de Observador, inclusive.

Angus Sennor, calvo completamente (ni siquiera tenía cejas o pestañas) atrajo en el acto la atención de Harlan. En primer lugar porque la extraña expresión de sus negros ojos que miraban fijamente, desde la desnuda frente, era aún más notable en persona que en reproducciones tridimensionales. Después, porque Harlan conocía sus diferencias de opinión con el Programador Twissell. Y por fin, porque Sennor no se limitó a contemplar a Harlan. Le dirigió muchas preguntas con voz aguda.

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