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Authors: Jean-Claude Lalumière

El frente ruso (18 page)

BOOK: El frente ruso
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Destino:
departamento de los países en vías de creación. Sección Europa del Este y Siberia.

Localización:
edificio Austerlitz, sexto piso, oficina 623. Avenida de Francia, número 8. Distrito XIII. París.

De vuelta a la casilla de salida, lo que significaba también el lugar del punto final, el no retorno, una encerrona. Boutinot me recibió como la primera vez. Seguía hablando de operaciones militares, del general De Gaulle, del Estado Mayor. No estaba mejor. Su estado incluso había empeorado a la vista de que no se acordaba en absoluto de mí. Yo era para él el nuevo. Por ello me presentó a todos los miembros del departamento y todos le siguieron la corriente. Lo más incómodo fue tener en frente a Aline, a quien no había vuelto a ver desde nuestro regreso de Arcachon. Su cara no se sonrojó cuando en esta ocasión me tendió «mi macuto». Y por la mirada que me echó, supe que ya no sentía nada por mí.

Epílogo

Regresé a mi antigua oficina. Conservé mi habitación en el barrio de Les Invalides donde vivo solo con un televisor de pantalla plana de ciento diecisiete centímetros que ocupa toda la pared frente a mi sofá-cama. Es cierto que es una pantalla demasiado grande para un apartamento tan pequeño. Y me falta distancia como para poder apreciar la nitidez de la imagen. Los años han pasado, idénticos. Hace cuatro años que regresé a la sección. Se podría incluso decir, si excluimos mi escapada al departamento de comunicación, que jamás he salido de allí. Ya no me planteo marcharme. Cuando por segunda vez le destinan a uno al frente ruso, raros son aquellos que podrían confiar en ti. He intentado dos o tres veces irme de la sección, pero en cada ocasión mis peticiones se quedaron bloqueadas en el departamento de personal. Sin duda tendré más suerte cuando Langlois se largue. Si es que decide marcharse alguna vez.

Nunca han vuelto a pedirme que me vaya al extranjero. Nuestras representaciones locales se las apañan muy bien solas. De vez en cuando me piden que vaya a buscar al responsable de la cámara de comercio de una ciudad con un nombre impronunciable: lo acompaño durante su estancia, le reservo restaurantes, lo conduzco a sus citas. Tras su marcha, redacto un informe de la misión y se lo doy al jefe de sección. Hago una copia —hoy en día manejo muy bien la fotocopiadora, lo que me evita tener que pedirle ayuda a Aline, con la que solo mantengo una relación profesional, distante y cortés—, copia que le doy a Philippe para que la clasifique en el archivador del color apropiado.

Estoy seguro de que llegado el día, me iré del ministerio, me despediré de este trabajo accesorio, innecesario, inútil. Durante mucho tiempo he deseado viajar. ¿Cómo podía imaginar que entrar en la diplomacia terminaría con mi ambición? Me equivoqué en el medio más seguro de lograr mi objetivo. Y me he quedado en tierra, igual que el empleado de la compañía aérea que se pasa el día registrando el equipaje pero que nunca vuela.

Arlette se ha jubilado.

Boutinot está de baja desde hace seis meses, cuando llegó a las oficinas con un uniforme del ejército francés de 1940 rescatado de una tienda de saldos, provocó cierto revuelo. La oficina central no ha creído necesario nombrar a un sustituto. Aline ha aprovechado la situación para venir a trabajar con
Youki
, y algunas veces el perrito viene a visitarme a pesar del poco cariño que le demuestro.

Marc es la persona a la que me siento más cercano. Algunas tardes salimos juntos. Siempre me pide que le traiga camisetas de lugares a los que no voy. No sabe nada, pero paso mis vacaciones con mis padres o en el campo con mi abuela y le compro las camisetas que me pide por Internet.

Internet ha reemplazado las revistas de mi infancia. Algunas veces contemplo el mapamundi que se encuentra en la primera página de mi agenda, como hago cuando me invitan a reuniones solo para hacer bulto. Redescubro entonces las sensaciones que sentía recorriendo el atlas que me había regalado mi tío Bertrand. Es una impresión fugaz, inmaterial. Un
déjá-vu
. Nada más. Como revancha paso muchas horas cada día investigando la red. Estoy inscrito en numerosas redes sociales: Facebook, MySpace, Copains... Cuando salgo del trabajo, voy a eventos que ha organizado gente a la que no conozco y a los que me han invitado a través de alguna de las comunidades virtuales, con otras cien personas que nunca se han visto antes. Prefiero eso a estar solo en mi habitación.

El resto del tiempo, miro las paredes blancas de mi despacho. Sin pensar en nada. Esa blancura que me rodea no está ahí para nada. Aunque las paredes de mi despacho estuvieran pintadas con distintos dibujos, yo no podría ver en ellos ni monstruos ni paisaje alguno. Creo que he perdido mi capacidad de soñar. Espero, simplemente. Espero que algo suceda en mi vida. A veces miro a lo lejos, hacia el horizonte, sigo con la vista el vuelo de una paloma, espero que esta venga a estrellarse contra mi ventana. Eso me distraería un poco. Pero no sucede nada. Vivo y no pasa nada. Habré vivido y nadie se habrá enterado. Algunas veces no puedo contener mis lágrimas. El mundo comienza a flotar, se distorsiona como si se encontrara tras la bruma, brilla en mil lucecitas y lloro a gusto. Cuando era niño soñaba con poder explorar, errar por caminos sinuosos y paisajes ondulados, pero cuando llegué a adulto me impuse un camino estrecho y rectilíneo. Crecí con unos tutores que se convirtieron en obstáculos. Quise trazar mi propio recorrido y me he encontrado siguiendo el camino de mi padre. Uno piensa que ha llegado a un sitio nuevo. Hasta que uno se da cuenta de que todo es siempre igual. La historia de una vida es siempre la historia de un fracaso.

Mis agradecimientos a David Allonsius, Jérôme Attal, Benoît Descoubes, Marie Dosé, Elsa Gribinski, Frédéric Joseph, Cécile Lalumière y Marc Villemain.

«La burocracia es una máquina gigantesca manejada por pigmeos.»

HONORÉ DE BALZAC

Desde LIBROS DEL ASTEROIDE queremos agradecerle

el tiempo que ha dedicado a la lectura de El frente ruso.

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