Al entrar, vio ataques contra Mickey Cohen en las paredes: caricaturas donde Mickey metía dinero en los bolsillos del sheriff Biscailuz, azotaba con un látigo a un equipo de perros con el uniforme del Departamento del sheriff, pinchaba el trasero de ciudadanos inocentes con una navaja que le salía del gorro. Danny soportó miradas desdeñosas, encontró la sala de archivos y se puso a leer antecedentes de crímenes sexuales. Le daba la mano a la bestia, preparándose para interrogar a Gordean.
Había seis archivos de carpetas mohosas, llenas de informes y fotos enganchadas en la primera página. No estaban ordenadas alfabéticamente, y no seguían ninguna lógica relacionada con el código penal: homosexualidad con exhibicionismo y abuso de menores, los delitos menores mezclados con los mayores. Danny hojeó los dos primeros casos del archivo superior y comprendió por qué el sistema era tan chapucero: los hombres del escuadrón no querían ver esos datos lamentables ni pensar en ellos. Consciente de que tenía que mirar, Danny se armó de valor.
Casi todo el material se relacionaba con homosexuales.
La tienda Broadway de Hollywood y Vine tenía un local para hombres en el cuarto piso. Se lo conocía como el Paraíso de la Fellatio. Homosexuales ingeniosos habían abierto agujeros en las paredes de los cuartos de baño, permitiendo a los ocupantes de casillas contiguas la práctica de la cópula oral. Si alguien aparcaba en un camino del Griffith Park con un pañuelo azul atado a la antena de radio, era homosexual. En la esquina de Selma y Las Palmas se reunían ex convictos aficionados a la violación anal y los efebos. La inscripción latina de los cigarrillos Pall Mall —
In Hoc Signo Vinces
, «Con este signo vencerás»— era un medio de comunicación entre invertidos, una señal inequívoca cuando se combinaba con el uso de camisa verde en jueves. El musculoso travesti mexicano que follaba marineros detrás de Grauman's Chinese era conocido como «Asno Dan» o «Asno Danielle», porque él —ella— poseía un miembro de treinta centímetros. La empresa de taxis E-Z Cab Company estaba administrada por homosexuales, y repartían chicos, películas porno homosexuales, lubricante KY, estimulantes o bebidas las veinticuatro horas del día.
Danny siguió leyendo, aprendiendo. Sintió flojedad en el estómago y en las rodillas. Cuando descubría una fecha de nacimiento entre 1900 y 1910 o un metro ochenta de altura y más en los antecedentes de un varón blanco, miraba las fotos; todos los hombres que vio le parecieron demasiado feos y patéticos para ser su hombre, y la conclusión demostraba ser correcta cuando examinaba los informes en busca del grupo sanguíneo. Thomas Milnes, 1,85, 4/11/07, aficionado a los menores, rogaba a los agentes que le pegaran; Cletus Wardell Hanson, 1,83, 29/4/04, llevaba consigo un taladro eléctrico para abrir agujeros que le permitieran chupar nuevas vergas, su especialidad eran los servicios de caballeros de los restaurantes. En ocasiones se hacía follar por pandillas enteras, un paquete de cigarrillos cada hombre. Willis Burdette, 1,90, 1/12/1900, un sifilítico que ejercía la prostitución en la calle, muerto a golpes por media docena de sujetos a quienes había contagiado la enfermedad. Darryl «Lavanda Azul» Wishnick, 1,80, 10/3/03, organizaba orgías en las colinas que rodeaban el Letrero de Hollywood y se acostaba con niños bonitos con indumentaria de las fuerzas armadas.
En cuatro horas leyó cuatro archivos. Sintió retortijones de hambre y deseó la copa que habitualmente se tomaba a media tarde. Eso era reconfortante, también lo era el nuevo peinado por el que se seguía pasando los dedos, y las nuevas variaciones sobre su nueva personalidad, que esa noche mencionaría a Considine: en su apartamento nada debía parecer establecido puesto que acababa de llegar de Nueva York. Tendría que dejar el arma, las esposas y su placa en casa cuando hiciera de comunista. El contenido de los primeros cuatro cajones no congeniaba con su hombre, no correspondía con el mal trago que había pasado frente a la ventana de Felix Gordean. Entonces pasó al quinto archivador.
Estas fichas guardaban cierto orden. Cada carpeta tenía un sello: «No se instruyeron cargos», «Se retiraron las acusaciones», «Cotejar con futuros arrestos». Danny leyó las primeras. Se trataba de relaciones sexuales entre varones que eran arrestados pero no llegaban a los tribunales: un
coitus interruptus
en un coche aparcado, romances entre hombres sorprendidos por propietarias escandalizadas, algún encuentro en el cuarto de baño de un cine denunciado por el dueño, que luego retiraba la denuncia por temor a la mala publicidad. Sexo directo en lenguaje policial directo: abreviaturas, términos técnicos para los actos, algunos comentarios humorísticos de irónicos agentes de Antivicio.
Danny sintió un temblor. Los archivos presentaban páginas amarillas gemelas: dos hileras de fotos, ambos implicados en blanco y negro. Miró las páginas buscando fechas de nacimiento y datos físicos, pero seguía volviendo a las fotos, superponiéndolas, jugando con las caras, embelleciéndolas, quitándoles ese aire carcelario. Al cabo de media docena de archivos, adquirió un ritmo: un vistazo a las fotos, una ojeada al informe, nuevo vistazo a las fotos y la acción visualizada con versiones embellecidas de los dos reos presentados en la primera página. Bocas sobre bocas, bocas sobre entrepiernas, sodomía, fellatio, sesenta y nueve, un trabajo de Cámara Humana, Una vocecita que repetía «Es para la investigación» cuando algún detalle resultaba tan nítido que le revolvía el estómago. Ninguna descripción de un sujeto maduro y alto que le llamara la atención; sólo esas fotos en rápida sucesión, como breves apariciones.
Colchas húmedas de semen.
Un rubio desnudo conteniendo el aliento, las venas de las piernas palpitantes.
Primeros planos de penetraciones desagradables.
«Es para la investigación.»
Danny desbarató la serie de imágenes. Todas las caras bonitas se volvieron canosas, cuarentonas. Todas eran su asesino. Saber que el asesino sólo gozaba causando dolor le ayudó a frenar sus fantasías, Danny recuperó el dominio de sus piernas y vio que se había arrancado un mechón de pelo. Cerró el archivador con furia. Recordó la jerga de los homosexuales y la intercaló en las preguntas que haría a Felix Gordean: un detective joven y listo que iba preparado, que podía hablar como cualquiera, aunque conversara sobre perversiones con un alcahuete para invertidos.
De policía a
voyeur
, de
voyeur
a policía.
Danny fue a su apartamento, se duchó y buscó el traje que mejor pegaba con su nuevo peinado. Se decidió por un traje negro que le había comprado Karen Hiltscher: demasiado elegante, demasiado ceñido, solapas demasiado estrechas. Cuando se lo puso, advirtió que le daba un aire peligroso, y que los hombros angostos le destacaban el revólver calibre 45. Se tomó dos copas y un sorbo de enjuague bucal y enfiló hacia el Chateau Marmont.
La noche era húmeda y fría, anunciaba lluvia; reverberaba música en el patio interior del Marmont: cuerdas, discordancias de boogie, trémolos de balada. Danny tomó el sendero del 7941, irritado por el corte del traje de Karen. El 7941 estaba muy iluminado, y las cortinas de terciopelo por donde había espiado estaban abiertas; el piso donde había visto parejas bailando, tres noches atrás, relucía detrás de la ventana panorámica. Danny se alisó la chaqueta y llamó al timbre.
Sonaron unas campanillas. Un hombre menudo de barba corta y oscura y cabello fino y perfectamente peinado abrió la puerta. Usaba un esmoquin con faja de tartán, y tenía una copa de brandy apoyada contra la pierna. Danny olió el mismo Napoleón gran reserva que él se compraba una vez al año como recompensa por pasar la Navidad con su madre.
—¿Sí? —dijo el hombre—. ¿Es usted del Departamento del sheriff?
Danny vio que se había desabrochado la chaqueta, dejando el arma expuesta.
—Sí. ¿Es usted Felix Gordean?
—Sí, y no me gustan los deslices burocráticos. Entre.
Gordean se hizo a un lado; Danny entró echando ojeadas al salón donde había visto hombres bailando y besuqueándose. Gordean fue hasta una biblioteca, metió la mano en un anaquel y regresó con un sobre. Danny vio una dirección, Bonnie Brae Sur 1611, centro de operaciones de Antivicio, donde se presionaba a los corredores de apuestas, se atendía a las prostitutas recalcitrantes, se cobraban los servicios de protección.
—Siempre lo despacho por correo —dijo Gordean—. Diga al teniente Matthews que no me gustan las visitas personales, con su tácita amenaza de cobros adicionales.
Danny miró la mano de Gordean: uñas pulidas, anillo de esmeralda, y probablemente mil dólares en efectivo.
—No soy recaudador. Soy un detective que trabaja en un triple caso de homicidio.
Gordean sonrió y dejó colgar el sobre.
—Entonces, permítame instruirlo acerca de mi relación con su Departamento, señor…
—Agente Upshaw.
—Señor Upshaw, colaboro plenamente con el Departamento del sheriff a cambio de ciertas cortesías. La principal es que exijo contacto telefónico cuando ustedes requieren información. ¿Comprende?
Danny experimentó una rara sensación: el aplomo de Gordean le inspiraba aplomo.
—Sí, pero ya que estoy aquí…
—Ya que está aquí, dígame en qué puedo servirle. Nunca me han interrogado acerca de un triple homicidio y, con franqueza, siento curiosidad.
Danny espetó los nombres de las tres víctimas.
—Martin Goines, George Wiltsie, Duane Lindenaur. Muertos. Violados. Mutilados.
Gordean reaccionó con más aplomo aún.
—Nunca he oído hablar de Martin Goines. Durante años le presenté gente a George Wiltsie, y creo que George mencionó en alguna ocasión a Duane Lindenaur.
Danny se sintió como si se deslizara sobre hielo, comprendió que los ataques frontales no surtirían efecto.
—Duane Lindenaur era chantajista, señor Gordean. Intentó sacar dinero a un hombre llamado Charles Hartshorn, a quien presuntamente conoció en una fiesta organizada por usted.
Gordean se alisó las solapas del esmoquin.
—Conozco a Hartshorn, pero no recuerdo haber conocido a Lindenaur. Y organizo muchas fiestas. ¿Cuándo tuvo lugar esa presunta fiesta?
—En el 40 o el 41.
—De eso hace mucho tiempo. Usted me mira con mucha intensidad, señor Upshaw. ¿Hay alguna razón para ello?
Danny se tocó las solapas, notó lo que estaba haciendo y se quedó quieto.
—Normalmente la gente suelta una exclamación o tuerce el gesto cuando le informo de que un conocido ha sido asesinado. Usted no se alteró en absoluto.
—¿Y eso le consterna?
—No.
—¿Le despierta curiosidad?
—Sí.
—¿Soy sospechoso de estos asesinatos?
—No, su descripción no concuerda con la del homicida.
—¿Necesito coartadas para reafirmar mi inocencia?
Danny comprendió que se enfrentaba con un experto.
—De acuerdo. Noche Vieja y la noche del cuatro de enero. ¿Dónde estaba usted?
Ni un segundo de vacilación.
—Estaba aquí, dirigiendo fiestas muy concurridas. Si usted desea verificarlo, por favor hable con el teniente Matthews. Somos viejos amigos.
Danny vio fugaces imágenes de su fiesta: esmóquines, tangos enmarcados en terciopelo. Tiritó y se puso las manos en los bolsillos. Gordean parpadeó al notar su nerviosismo.
—Hábleme de George Wiltsie —dijo Danny.
Gordean caminó hacia un mueble bar, llenó dos vasos y regresó con ellos. Danny olió la buena mercancía y hundió las manos en los bolsillos para no revelar ansiedad.
—Hábleme de George Wilt…
—George Wiltsie tenía una imagen viril que resultaba excitante para muchos hombres. Yo le pagaba para que asistiera a mis fiestas, se vistiera bien y actuara como un ser civilizado. Entablaba contactos aquí, y esos hombres me pagaban por mis servicios. Supongo que Duane Lindenaur era su amante. Es todo lo que sé sobre George Wiltsie.
Danny cogió la copa que le ofrecía Gordean, para tener las manos ocupadas.
—¿Con quién conectó a Wiltsie?
—No lo recuerdo.
—¿Qué?
—Yo organizo fiestas, vienen invitados y conocen a los jóvenes que yo proveo. Me envían el dinero discretamente. Muchos de mis clientes son padres de familia, y mi falta de memoria forma parte de los servicios que les brindo.
La copa temblaba en la mano de Danny.
—¿Espera que le crea?
Gordean bebió coñac.
—No, pero espero que acepte esa respuesta como la única que le daré.
—Quiero ver los libros de sus servicios, y quiero ver una lista de clientes.
—No. No anoto nada. Se me podría acusar de alcahuete, ¿entiende?
—Entonces, dé nombres.
—No, y no me lo pida de nuevo.
Danny se obligó a rozar apenas la copa con los labios, a paladear apenas el coñac. Agitó el líquido y lo olfateó, cerrando dos dedos sobre el pie de la copa. Dejó de hacerlo cuando notó que estaba imitando a Gordean.
—Señor Gor…
—Señor Upshaw, estamos en un callejón sin salida. Permítame sugerirle una solución de compromiso. Usted dijo que no concuerdo con la descripción del asesino. Muy bien, describa al asesino, y yo trataré de recordar si George Wiltsie salió con un hombre así. En caso afirmativo, entregaré la información al teniente Matthews, y él podrá hacer con ella lo que quiera. ¿Satisfecho?
Danny empinó la copa, engullendo una bebida de treinta dólares. El coñac quemaba al bajar, el fuego le volvió áspera la voz.
—Trabajo en este caso con respaldo del Departamento de Policía y la Fiscalía de Distrito. Quizá no les guste que usted se esconda detrás de un policía corrupto.
Gordean esbozó una sonrisa.
—No mencionaré al teniente Matthews su comentario, ni se lo diré a Al Dietrich la próxima vez que les envíe a él y al sheriff Biscailuz entradas para jugar al golf en mi club. Y tengo buenos amigos en el Departamento y la Fiscalía. ¿Otra copa, señor Upshaw?
Danny contó para sus adentros para calmarse: uno, dos, tres, cuatro.
Gordean cogió la copa, fue hasta el bar, la llenó y regresó con una nueva sonrisa: el hermano mayor calmando al hermano menor.
—Usted conoce el juego, agente. Por el amor de Dios, deje de atacarme como un
boy scout
indignado.
Danny ignoró el coñac y escrutó los ojos de Gordean buscando indicios de temor.
—Blanco, de unos cuarenta años, delgado. Más de un metro ochenta de altura, con cabello llamativo y plateado.