El gran espectáculo secreto (79 page)

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Authors: Clive Barker

Tags: #Terror

BOOK: El gran espectáculo secreto
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—¿Sigues vivo? —preguntó.

—Justo.

—¿Y Witt?, ¿y Hotchkiss? ¿Estáis ahí?

Se oyó un gemido de Witt, y el aullido de respuesta de Hotchkiss.

—Yo soñé esto… —dijo Witt—. Soñé que nadaba.

Tesla no quiso pensar en lo que podría significar para todos ellos el que Witt hubiera soñado con nadar —con la Esencia—, Pero el hecho era que ese pensamiento estaba allí latente. Tres veces al mar de los sueños: al nacer, en el amor, y al borde de la muerte.

—Yo soñé esto… —repitió Witt, pero en voz más baja.

Antes de que Tesla pudiera acallar las profecías de Witt, notó que la velocidad del agua aumentaba otra vez, y que de la oscuridad, delante de ellos, llegaba un rugido cada vez más fuerte.

—¡Mierda! —exclamó.

—¿Qué? —preguntó Grillo a gritos.

El agua se movía, furiosa, produciendo un ruido cada vez más y más fuerte.

—Una catarata —aventuró Tesla.

Sintió un tirón en la soga, y oyó un aullido de Hotchkiss, pero no de advertencia, sino de horror. Tesla no tuvo tiempo de pensar
que estaba en Disneylandia,
porque el tirón se convirtió en una fortísima sacudida, y su mundo negro se ladeó. El agua la rodeaba, una camisa de fuerza de frío que la oprimía hasta quitarle el aliento y la consciencia. Cuando recobró el conocimiento, Hotchkiss le sacaba el rostro del agua. La catarata que habían vencido rugía a su lado, su furia emblanquecía de espuma el agua. No se dio cuenta de lo que veía hasta que Grillo asomó la
cabeza
fuera del agua junto a ellos.

—¡Luz! —exclamó.


¿Dónde está Witt?
—jadeó Hotchkiss—.
¿Dónde está Witt?

Escrutaron la superficie del estanque en que habían desembocado, pero no encontraron la menor huella de Witt. Había, sin embargo, fondo duro, y nadaron lo mejor que pudieron, en frenéticas y desesperadas brazadas que acabaron dejándoles en un trecho de roca dura. Hotchkiss fue el primero en salir, y tiró de ella cu seguida. La soga que les unía se había roto en algún momento de la travesía. El cuerpo de Tesla estaba entumecido y tembloroso; apenas podía moverse.

—¿Se te ha roto algo? —la preguntó Hotchkiss.

—No sé —dijo ella.

—Hemos terminado por el momento —murmuró Grillo— ¡Santo cielo, si debemos estar en las
entrañas
mismas de la Tierra!.

—Llega luz de alguna parte —jadeó Tesla.

Hizo acopio de los restos de fuerza que le quedaban y separó la cabeza de la roca en que reposaba para ver si averiguaba el origen de aquella luz. Ese movimiento le indicó que algo había en ella quino iba bien. Sintió un espasmo en el cuello que se le corrió hasta el hombro. Lanzó
un
chillido.

—¿Te duele? —preguntó Hotchkiss.

Tesla se sentó con gran cuidado.

—Terminó —dijo. El dolor vencía a su entumecimiento en una docena de sitios: cabeza, cuello, brazos, vientre.

A juzgar por la manera de gemir de Hotchkiss al tratar de levantarse, su problema era el mismo que el de ella. Grillo no hacía más que mirar al agua que había engullido a Witt; los dientes le castañeteaban.

—Está detrás de nosotros —dijo Hotchkiss.

—¿Qué?

—La luz. Viene de detrás de nosotros.

Tesla se volvió. Los dolores del costado se habían convertido en breves lanzadas. Trató de guardarse sus quejas, pero Hotchkiss captó el esfuerzo que hacía para no gemir.

—¿Puedes andar? —preguntó.

—¿Y tú? —replicó ella.

—¿Qué es esto?, ¿un concurso? —dijo entonces él.

—Sí.

Tesla lo miró de reojo. Sangraba por la oreja derecha, y se sujetaba el brazo izquierdo con el derecho.

—Estás hecho una mierda —le dijo.

—También tú.

—¡Grillo! ¿Vienes?

No hubo respuesta, sólo un castañetear de dientes.

—¡Grillo! —repitió Tesla.

Éste apartó la mirada del agua y la pasó por la caverna.

—Encima de nosotros… —dijo—. ¡Cuánta tierra encima de nosotros!

—No nos va a sepultar —lo tranquilizó Tesla—. Ya verás cómo salimos de aquí.

—¡Qué vamos a salir! ¡Somos unos jodidos enterrados vivos! ¡Estamos enterrados vivos!

Se puso en pie de pronto, y el castañeteo de dientes se convirtió —en gemidos desesperados.

—¡Quiero salir de aquí! ¡Sacadme de aquí!

—Calla la boca, Grillo —le ordenó Hotchkiss.

Pero Tesla sabía que nada frenaría su pánico, y que lo mejor era dejar que siguiese su curso, de modo que le dejó gemir mientras ella se dirigía hacia la grieta que había en el muro, por la que les llegaba la luz.

«Es el Jaff —se dijo, acercándose—. No puede ser luz del sol, tiene que ser el Jaff.» Tesla había pensado lo que tenía que decirle ; de pronto, se había quedado sin su capacidad de persuasión. Lo único que podía hacer era arriesgarse. Enfrentarse con aquel hombre y esperar que su lengua se encargara del resto.

A sus espaldas oyó el fin de los gemidos de Grillo, y la voz de Hotchkiss, que decía:

—Ahí está Witt.

Tesla miró a su alrededor. El cadáver de Witt había salido a la superficie del estanque y yacía boca abajo, a alguna distancia de la orilla. No se quedó allí observándolo, sino que volvió de nuevo hacia la grieta y siguió su camino, a paso dolorosamente lento. Tenía una sensación muy clara de estar siendo
arrastrada
hacia la luz, y esa sensación se hacía más fuerte cuanto más se acercaba, como si sus células, tocadas por el Nuncio, captasen la proximidad de alguien tocado también por él. Esto dio el impulso necesario a su fatigadísimo cuerpo para salvar la distancia que la separaba de la grieta. Se apoyó contra la piedra y miró. La caverna del otro lado era menor que la que estaba a punto de abandonar. En su centro había algo que, a primera vista, le pareció una hoguera, pero que sólo era una imitación. La luz que daba era fría, y sus llamas muy vacilantes. No vio el menor rastro del que la había encendido.

Entró por la grieta, anunciando su presencia para asegurarse de que nadie la interpretara mal y la atacara.

—¿Hay alguien aquí? —gritó—. Quiero hablar con…
Randolph Jaffe.

Prefirió llamarle por su verdadero nombre, apelando así al hombre, y no al Artista que había querido ser. Y la treta dio resultando. De una grieta situada en el extremo más lejano de la cueva surgió una voz tan fatigada como la suya.

—¿Quién eres?

—Tesla Bombeck.

Se dirigió hacia el fuego, utilizándolo a modo de excusa para penetrar en la cueva.

—¿Me permites? —preguntó, quitándose los guantes empapados y extendiendo las manos sobre las llamas sin vida.

—No da calor —dijo el Jaff—. No es verdadero fuego.

—Ya lo veo —respondió ella.

El combustible daba la impresión de ser materia podrida de alguna especie.
Terata.
La difusa luz que Tesla había tomado por el reflejo de las llamas no era más que los últimos vestigios de su desaparición.

—Parece como si estuviéramos los dos solos —dijo Tesla.

—No —dijo el Jaff—.
Yo
estoy solo. Tú has traído a gente.

—Sí, es cierto. Conoces a uno de ellos. Nathan Grillo.

Este nombre hizo salir al Jaff de su escondite mental.

Dos veces había visto Tesla locura en sus ojos. La primera, en la Alameda, cuando Howie se la señaló. La segunda, cuando le vio salir a trompicones de la casa de Vance, dejando tras él el abismo rugiente que había abierto. Ahora la veía por tercera vez, pero más intensa aún.

—¿Está Grillo aquí? —preguntó el Jaff.

—Si

—¿Por qué?

—¿Por qué, qué?

—¿Por qué estáis aquí?

—Te buscábamos —explicó Tesla—. Necesitamos…, necesitamos tu ayuda.

Los vesánicos ojos se volvieron hacia Tesla. Había, se dijo ésta, otra forma vaga que se cernía en torno a él, como una sombra que penetra a través de humo. Una cabeza hinchada hasta alcanzar proporciones grotescas. Tesla trató de no pensar demasiado en lo que eso pudiera significar, o en lo que su aparición, allí y entonces, pudiera significar. De momento, sólo había un problema: conseguir que aquel loco revelara sus secretos. La mejor manera de conseguirlo, sería, quizá, que ella comenzara por revelarle alguno de las suyos.

—Tenemos algo en común; es decir, bastantes cosas, pero una en particular.

—El Nuncio —dijo él—. Fletcher te mandó a buscarle, y no pudiste resistirlo.

—Es cierto —dijo Tesla, prefiriendo mostrarse de acuerdo con él en lugar de discutir, para no distraer su atención—. Pero eso no es lo importante.

—¿Qué es?


Kissoon
—respondió ella.

Los ojos del Jaff relucieron.


Él
te ha enviado —dijo.

«Mierda —pensó Tesla—,
esto
lo echa todo a perder.»

—No —dijo rápidamente—, en absoluto.

—¿Qué quiere Kissoon de mí?

—Nada. Yo no soy su correveidile. Me metió en la Curva por la misma razón que a ti, hace muchos años ya. ¿Lo recuerdas?

—Sí, claro —dijo él, con voz carente de color—. Resulta difícil de olvidar.

—¿Pero sabes por qué quiso meterte en la Curva?

—Quería un acólito.

—No. Necesitaba un
cuerpo.

—Ah, sí. También quería eso.

—Está prisionero allí, Jaffe. La única manera que tiene de escapar es robar un cuerpo.

—¿Porqué me cuentas estas cosas? —preguntó él—. ¿Acaso no tenemos mejores tosas que hacer, antes de que el fin llegue?

—¿El fin?

—Del Mundo —dijo él. Apoyó la espalda contra la pared y permitió que la fuerza de la gravedad tirase de él hacia abajo. ¿No es lo que nos espera?

—¿Y qué te hace pensar eso?

Jaffe se apartó las manos del rostro. No se le habían curado en absoluto. La carne estaba arrancada del hueso, como a mordiscos, en varios sitios. Le faltaban el pulgar y otros dos dedos de la mano derecha.

—Tengo atisbos de cosas que Tommy-Ray ve. Hay algo
inminente…

—¿Y puedes ver
qué es
? —preguntó ella, ansiosa de tener alguna pista, por pequeña que fuese, sobre la naturaleza de los Iad: ¿vendrían en burbujas o con bombas?

—No, tan sólo una terrible visión. Una noche eterna. No quiero verla.

—Tienes que mirar —dijo Tesla—. ¿No es eso lo que se supone que hacéis los Artistas? Mirar, y volver a mirar todo el tiempo, hasta cuando lo que veis es demasiado insoportable. Tú eres un Artista, Randolph…

—No, no lo soy.

—¿No fuiste tú el que abrió el abismo? —preguntó entonces ella—. No digo que esté de acuerdo con tus métodos, porque la verdad es que no lo estoy, pero hiciste algo que nadie se
atrevía
a hacer. Que nadie podrá hacer jamás.

—Kissoon lo planeó todo de esta forma —dijo el Jaff—. Ahora me doy cuenta. Me hizo su acólito sin que yo lo supiese. Me utilizó.

—No lo creo —dijo Tesla—. Creo que ni siquiera él es capaz de preparar una trampa tan bizantina. ¿Cómo podía él saber que tú y Fletcher descubriríais al Nuncio? No. Lo que te ocurrió a ti no estaba planeado… Fuiste tu propio agente en eso, no el de Kissoon. El poder es tuyo. Y también la responsabilidad.

Tesla dejó de insistir durante unos instantes, tanto por lo fatigada que se sentía como porque el Jaff no la escuchaba. Estaba mirando al falso fuego, que pronto se extinguiría; después se observó las manos. Siguió así durante un minuto.

—¿Y has venido hasta aquí sólo para contarme eso? —preguntó al fin.

—Sí. Y no me digas ahora que he perdido el viaje.

—¿Qué quieres que haga?

—Que nos ayudes.

—No hay ayuda posible.

—Tú abriste el hoyo, tú lo puedes cerrar.

—No pienso volver a aquella casa.

—Supuse que querías la Esencia —dijo Tesla—; pensé que ésa era tu mayor ambición.

—Yo estaba equivocado.

—¿Y has recorrido todo ese camino sólo para descubrir que estabas
equivocado?
¿Qué te hizo cambiar?

—No lo comprenderías.

—Intenta explicármelo.

El Jaff volvió la mirada al fuego.

—Ésa era, por el contrario, la menos importante de mis ambiciones —dijo—. Cuando la luz se apaga, todos quedamos a oscuras.

—Tiene que haber otras maneras de salir de aquí.

—Las hay.

—Pues vamos por una de ellas. Pero, antes…,
antes
dime qué te hizo cambiar de opinión.

El Jaff estuvo un momento meditando perezosamente la respuesta, o decidiendo si responder.

Luego dijo:

—Cuando empecé a buscar el Arte, todas las pistas eran sobre encrucijadas. Bueno, no todas. Pero muchas. Sí, muchas. Las que me parecían tener sentido. Por eso tuve que seguir buscando encrucijadas. Pensé que allí estaría la respuesta. Luego, Kissoon me metió en la Curva, y yo me dije: «Aquí está este tío, el último del Enjambre, en una choza situada en el centro de nadie sabe dónde. Sin encrucijadas. Debo de estar equivocado.» Y fíjate todo lo que ha pasado después: en la Misión, en Grove…, nada de eso sucedió en alguna encrucijada. Lo que ocurrió fue que yo lo interpreté en su sentido
literal.
Eso es lo que me pasa a mí, que he sido siempre demasiado literal. Físico. Concreto. Fletcher pensaba en el aire y en el cielo, yo, en poder y en hueso. Él fabricaba sueños con lo que pasaba por la mente de las personas, mientras que yo sacaba materia de sus tripas y de su sudor. Siempre pensando en las cosas más evidentes. Y todo el tiempo… —Su voz se engrosaba de sentimiento, palpitaba de odio, un odio contra sí mismo—. Pasé todo ese tiempo sin
ver,
hasta que usé el Arte y me di cuenta de lo que significaba la palabra encrucijada.

—¿Y qué era?

El Jaff se llevó la mano menos herida bajo la camisa, palpándose el pecho por debajo de la tela. Allí tenía un medallón, colgado del cuello de una bella cadena. Tiró con fuerza de él y la cadena se rompió. Entonces, le echó el símbolo a Tesla, que ya sabía, antes de cogerlo, lo que era. Había representado una vez esa escena, con Kissoon. Pero entonces no estaba en condiciones de comprender lo que comprendía ahora, con el signo del Enjambre en la mano.

—La encrucijada… —dijo—, ése es su símbolo.

—Yo no sé ya lo que son los símbolos —respondió el Jaff—. Todo es uno y lo mismo.

—Pero éste
significa
algo —dijo ella, volviendo a mirar las formas que estaban grabadas en los brazos de la cruz.

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