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Authors: Keith Luger

Tags: #Ciencia ficción, Bolsilibros, Pulp

El hombre que vino del año 5000 (3 page)

BOOK: El hombre que vino del año 5000
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Se encontró en una gran sala, casi a oscuras. Al fondo había una serie de bombillas rojas y verdes que se apagaban y encendían, y de allí procedía el ruido. De pronto se encendió una lámpara central.

El doctor Hollman y su sobrina lo estaban mirando.

—¿Por qué entró aquí, señor Riley? —preguntó Hollman.

—Lo siento. Quería hablar con ustedes.

—Ya hablaremos luego.

—Tiene que ser ahora, doctor Hollman. Estoy decidido. Puede hacer el experimento conmigo.

—¿Está seguro?

—Sí, doctor Hollman. He llegado a la conclusión de que en la Tierra soy un hombre inútil. Peor que eso. Soy un moribundo.

Hollman y Susie no dijeron nada.

Mark avanzó hacia ellos. Vio una extraña maquinaria, una especie de radar que giraba y daba vueltas. Cada vez que el radar apuntaba hacia un tubo de unos dos metros de anchura, se producía aquel parpadeo de las bombillas del fondo y, al mismo tiempo, el zumbido.

—¿Ese es el aparato? —dijo Mark—. ¿Cómo lo llamó? ¿Impulsor cerebral electrónico?

—Sí, señor Riley.

—¿Dónde están los conejillos que mandó al futuro?

—Al fondo a la izquierda.

Mark miró en aquella dirección y vio a los conejillos de Indias en jaulas individuales.

Se acercó a los animales.

No vio ninguna anormalidad en ellos.

Habló al más pequeño, como si lo pudiese entender:

—¿Cómo te fue por aquellos andurriales? ¿Te encontraste con una mujer-pez? ¿O fue un hombre con tres ojos? ¿Los hombres vuelan ya sin necesidad de aviones? —El conejillo lo miró y Mark sintió un escalofrío por la espalda.

—¿Me quieres decir algo?

No, el conejillo no le dijo nada. Se volvió hacia el doctor Hollman y su sobrina, la bella Susie.

—¿Cuándo quiere empezar, doctor?

—Yo estoy preparado.

—Yo también —Mark se miró el batín—. Aunque quizá no esté bien vestido para un viaje al año 5000. A lo mejor me detienen por inmoralidad. ¿O quizá para esa época los hombres y las mujeres estén como Adán y Eva en el paraíso?

El doctor Hollman sonrió.

—No sabemos cómo será la moda en el año 5000.

—Pero yo lo sabré, ¿no?

—Eso espero.

—De acuerdo, doctor Hollman. Dígame lo que tengo que hacer.

—Mi sobrina le pondrá una inyección.

—¿Para qué?

—Es una especie de lavado de cerebro.

—¿Con qué objeto?

—Le va a inocular una droga para que no sienta el vértigo.

—Entiendo, algo así como una píldora para evitar los mareos en el avión. También nosotros las recomendamos a los viajeros demasiado emotivos.

Susie señaló una camilla.

—Tiéndase, Mark.

Mark se tendió en la camilla.

Susie preparó la aguja hipodérmica, pero, cuando se acercó a Mark para inyectarle, se detuvo.

—Mark, no sabemos lo que va a encontrar allí... Y no podrá mantener contacto con nosotros. Se encontrará a solas en un mundo con más de 3000 años de adelanto con respecto al nuestro... Todavía puede rectificar.

Mark se tocó el pecho.

—¿Y quedarme con mi cáncer?

—Puede que tampoco se lo curen allí... Y otra cosa. Los conejos volvieron, pero usted quizá no vuelva.

—¿Por qué es tan pesimista, Susie?

—Porque..., porque es usted un ser humano y no un conejillo de Indias.

—Tengo muy poco que perder. Sólo la vida —sonrió él—. Adelante, Susie.

La joven miró a su tío, y éste le hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

La joven clavó la aguja hipodérmica en el brazo de Mark.

Riley sintió pronto los efectos de la droga. Empezó a adormilarse.

Notó cómo empujaban la camilla hacia el tubo y también se dio cuenta del momento en que lo introdujeron en él.

Vio la cara de Susie sobre la suya.

—Buena suerte, Mark.

—Gracias.

Ella se inclinó y lo besó en los labios.

—¿Por qué hace eso, Susie? —preguntó Mark casi en sueños.

—Acuérdese un poco de mí.

Mark no le pudo contestar porque cayó en un profundo sopor.

—El paciente está preparado, Douglas.

Hollman se apretó las manos contra el estómago.

—No sé si debo hacerlo. Tengo serias dudas ahora.

—Tío, Mark no tiene salvación. Tú lo sabes perfectamente. Va a morir en unos días.

—Pero me da miedo pensar en lo que pueda encontrar allí. Si al menos supiésemos qué clase de mundo será.

—Mark nos lo dirá cuando vuelva.

—Pero, ¿podrá volver?

—Volvieron los conejillos. Por favor, tío. No puedes dudar en estos momentos.

Douglas se acercó a una computadora electrónica. Movió un dial y luego otro, y por fin un tercero.

Las bombillas verdes y rojas empezaron a encenderse y apagarse con más rapidez.

El radar evolucionó con creciente velocidad, hasta que se convirtió en una mancha.

Susie tenía los ojos fijos en la camilla donde descansaba Mark.

—Tío, Mark sigue igual.

—Aumenta la presión.

—No lo podrá resistir. Su cerebro marca tres mil microvoltios.

—Hay que aumentarlos.

—Lo matarás.

—Entonces, tendremos que suspender el experimento. Susie cerró los puños con fuerza.

—De acuerdo —ella misma movió otra llave en la computadora.

Del cuerpo de Mark brotaron chispas.

—¡Se está disociando!

—¡Es el magnetismo! ¡Funciona mal! —Douglas movió otra llave de la computadora. El cuerpo de Mark dejó de despedir chispas.

—¡Empieza a disolverse! —gritó Susie.

El zumbido era tremendo.

—¡Auriculares, Susie!

El doctor y Susie descolgaron unos auriculares, que se pusieron en la cabeza.

Los auriculares tenían hilos conductores conectados a la computadora.

El cuerpo de Mark seguía en la camilla, pero daba la impresión de que se iba haciendo invisible. Y todo él desaparecía al mismo tiempo.

—¡Tiempo! —dijo Susie.

Douglas miró en un cuadro de mandos.

—Año 1990.

—No puede disolverse antes del 5000. Disminuye la presión.

—Dos mil quinientos microvoltios... ¡Año 2300!

—Se está disolviendo demasiado aprisa. No pasará del año 3000.

—Aumentaré el magnetismo.

—De acuerdo. Aplícale cinco mil ondas.

—Ondas aplicadas.

—¿Año?

—3000.

—Ni siquiera hemos llegado al año 4000, en que enviamos al último conejillo de Indias.

—Seis ondas magnéticas más.

—¿Año?

—3800.

—¿Cómo está el paciente?

—Presión normal.

—¿Funcionamiento del cerebro?

—Ligera anormalidad en el lóbulo frontal.

—¡Corrección tres grados!

—Corrección hecha.

—¿Año?

—4500. ¡Hemos superado los 4000!

—¿Estado del paciente?

—¡La presión aumenta!

—Disminúyela.

—Presión corregida.

—¿Año?

—5000.

—¡Corta! ¡Interrumpe las ondas magnéticas!

—Magnetismo interrumpido.

Douglas cerró las llaves de la computadora.

Los dos científicos, inmóviles, observaron la camilla. Mark Riley ya no estaba allí.

CAPITULO IV

Mark Riley volvió en sí.

Durante los últimos minutos había tenido la impresión de haber caído en un pozo hondo, en donde un huracán lo arrastró vertiginosamente dándole vueltas y más vueltas.

Por ello, todavía estaba un poco mareado. Pero vivía. De eso estaba seguro.

Dirigió una mirada a su alrededor y logró enfocar las imágenes.

Se encontraba al lado de un campo y ése fue su primer asombro. Era un campo de maíz cuyas plantas medían más de cinco metros y eran robustas. Tenían que serlo para soportar el peso de las mazorcas. Cada una de ellas medía más de dos metros y tenía uno de diámetro.

De pronto oyó un ladrido.

Miró a sus espaldas y vio venir por un camino a un perro.

Pero no era un perro como los que él conocía. Aquel perro tenía un cuerno en la parte superior del hocico. Un cuerno puntiagudo, como de cincuenta centímetros. Avanzaba hacia él rápidamente, ladrando, mostrando las mandíbulas de dientes cortantes.

Mark conservaba aquel batín que le había prestado el doctor Hollman y en el bolsillo no tenía ningún arma.

Se levantó rápidamente y atrapó un guijarro. Cuando el perro saltaba sobre él, le arrojó la piedra. El perro recibió en los hocicos el proyectil y eso le hizo fallar el salto, aunque también Mark hizo por sí mismo y se dejó caer a un lado.

El perro, llevado por su impulso, rodó por el suelo yendo a parar muy lejos de Mark. Pero se revolvió en seguida.

Habían quedado separados por una distancia de cinco metros.

El perro arañó la tierra, soltando ladridos.

A Mark le extrañó que no atacase de nuevo. Pero ahora vio que el perro tenía un collar y que el collar estaba emitiendo un sonido.

De pronto oyó una voz:

—¡Quieto!

Era una voz femenina.

Por el mismo camino que llegó el perro, vio aparecer a una mujer, pero era una mujer muy distinta a las de la época en que él procedía.

Se cubría con pantalones rojos muy estrechos y una blusa azul que dejaba todo su estómago al aire. Calzaba botas. Era hermosa, el cabello rubio, ojos verdosos y un rostro bellísimo. En el centro de la blusa mostraba un escudo con dos letras amarillas, G. P. Y la rubia manejaba una especie de pistola.

—Hola —dijo Mark.

Ella se detuvo y miró al perro, que seguía ladrando.

—Calla, «Richard» —ordenó al animal.

El perro obedeció, aunque fijó sus ojos en el hombre que poco antes había querido destrozar.

—¿Cómo pudo escapar? —preguntó la rubia.

—No he escapado de ninguna parte.

—Tengo órdenes de interrogar a los fugitivos.

—No soy un fugitivo.

—Muy bien. Si quiere morir sin confesión, es asunto suyo.

La hermosa rubia ya tenía el dedo en el gatillo. Mark ya se había dado cuenta de que aquella pistola no era como las que él conocía.

—Espere un momento, señorita.

—¿Señorita?

—Es usted una mujer.

—Claro que soy una mujer. Pero no me llamo señorita.

—¿Y cómo se llama?

—Astrea.

—Escuche, Astrea. Quiero que me lleve ante su jefe.

—¿Mi jefe?

—Sí, el hombre que la manda —ella se echó a reír.

—¿El hombre que me manda? Debe estar usted loco. No hay ningún hombre que me mande... Usted quiere confundirme... Pero no lo va a lograr. No sé de dónde ha escapado. Pero, si no me contesta, lo reduciré a polvo. Así, al menos, servirá de abono para este maíz —Mark comprendió que aquella pistola no lanzaría balas, sino algún rayo de la categoría del láser o algo parecido.

—Astrea, yo no he podido escapar de ningún lugar de este mundo.

—Ande, dígame ahora que viene de Júpiter.

—No, no vengo de otro planeta.

—Entonces, es un terrícola.

—Soy un terrícola. Pero no pertenezco a su época. Yo vengo del siglo XX.

—¿De dónde?

—Del siglo XX, exactamente del año 1971. La hermosa Astrea se echó a reír.

—Ustedes siempre están buscando trucos para escapar de nosotras. Y admito que el de usted es bueno. Pero no va a lograr nada.

—Le repito que vengo del año 1971. Mi nombre es Mark Riley.

—Ahí tiene, farsante.

Mark vio la intención de Astrea de disparar, y se arrojó al suelo.

Un rayo salió de la pistola y en el lugar donde debía estar Mark brotó una llamarada.

El perro saltó sobre Mark.

Astrea envió otro rayo y fue una suerte para Mark que el rayo atrapase al perro.

Fue para no creerlo, pero Mark lo estaba viendo con sus propios ojos. En un instante, el perro se convirtió en ceniza.

—¡Astrea! —gritó Mark—. ¡No vuelva a disparar! —ella estaba furiosa.

—¡Me ha hecho matar a «Richard»!

—¡Yo no quería que lo matase!

—¡Ahora le toca a usted! —Mark se arrojó sobre ella.

Astrea apretó otra vez el disparador de su pistola lanza-rayos, pero falló porque Mark le pegó un testarazo en el estómago.

Los dos rodaron por el suelo.

Mark había logrado sujetar la mano con que Astrea manejaba la pistola.

Astrea luchó a brazo partido con Mark.

Riley no había conocido a una mujer con tanta fuerza como Astrea. Ella lo lanzó con una facilidad pasmosa lejos de sí, y luego gateó en busca de la pistola, que había quedado abandonada.

Mark corrió también hacia el lugar donde estaba el arma.

Los dos llegaron al mismo tiempo y, esta vez, Mark no tuvo en cuenta que luchaba con una mujer, y le pegó con el filo de la mano un mandoble en la espalda. Astrea se derrumbó y quedó sin sentido.

Mark se levantó. El pecho le dolía mucho. Estaba enfermo de cáncer. Se estaba muriendo. No duraría mucho. Cogió la pistola y se acercó a la joven, y esperó a que ella se recuperase. De pronto algo empezó a emitir un zumbido.

Era algo que Astrea llevaba en su cinturón con que sujetaba sus pantaloncitos. Un emisor.

Mark oyó una voz:

—Jefe de la Guardia Popular llamando a Astrea... Jefe de la Guardia Popular llamando a Astrea...

Mark no supo qué hacer.

—Responda, Astrea... Nuestra computadora anuncia la muerte de "Richard", su perro guardián... ¡Informe, Astrea!

El emisor quedó silencioso. Astrea empezó a moverse.

Mark le apuntó entre los senos con la pistola. Astrea abrió sus hermosos ojos verdes y, al ver a Mark, dijo:

—¡No le valdrá de nada su triunfo!

—Astrea, no tengo el menor interés en engañarla. Le juro que no pertenezco a su época. A mí me faltan más de tres mil años para llegar a su tiempo. He sido enviado desde el año 1971.

—¡Miente!

Mark apretó los maxilares con fuerza. ¿Cómo podía hacerla creer que estaba diciendo la verdad?

—¿Cómo dijo que se llamaba? —inquirió Astrea.

—Mark Riley, y ya veo que ustedes no dan opción a un juicio para que una persona se defienda.

—Yo le haré una oferta, Riley.

—La escucharé.

—Volverá al valle de las Cavernas.

—¿Valle de las Cavernas? ¿Qué es eso?

—Usted lo sabe bien.

—No lo sé.

—Todos los hombres deben estar allí, y aquel que escape debe ser conducido a la prisión.

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