El hombre sombra (23 page)

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Authors: Cody McFadyen

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

BOOK: El hombre sombra
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El doctor Hillstead asiente.

—Por supuesto. Confieso que confiaba en que se diera cuenta de ello. Aunque lamento que los miembros de su equipo estén pasando por una mala racha. Pero usted ha estado viviendo en una burbuja. Yo confiaba en que al ponerse de nuevo en contacto con ellos recordaría una de las cosas que yo sabía que le daría una razón para seguir viviendo.

—¿A qué se refiere?

—El deber. Es su fuerza motriz. Tiene un deber para con ellos. Y para con las víctimas.

Esa idea me pilla desprevenida. Porque comprendo que no tengo opción. Quizá no me recupere del todo. Quizá me despierte gritando de noche hasta el día que me muera. Pero en tanto mis amigos me necesiten, en tanto los monstruos sigan asesinando, tengo que cumplir con mi deber. No hay vuelta de hoja.

—Ha funcionado —digo.

El doctor Hillstead sonríe afectuosamente.

—Me alegro.

—Ya —respondo suspirando—. Durante el viaje de regreso desde San Francisco tuve mucho tiempo para reflexionar. Sabía que tenía que intentar una cosa. Si era incapaz de hacerlo, estaba hundida. Esta mañana habría presentado mi dimisión.

—¿De qué se trata? —pregunta el doctor Hillstead. Creo que lo ha adivinado. Pero quiere que yo lo diga.

—Fui a un campo de tiro. Tomé una Glock para comprobar si aún era capaz de disparar, de empuñarla sin desmayarme.

—¿Y?

—Lo conseguí. Como si nunca hubiera perdido esa capacidad.

El doctor junta las yemas de los dedos de ambas manos y me mira.

—Hay algo más, ¿no es así? Hasta su aspecto ha cambiado.

Miro a los ojos de ese hombre que ha tratado de ayudarme durante estos meses. Entiendo que la habilidad que tiene para ayudar a personas como yo es un asombroso baile, una mezcla de caos y precisión. Sabe cuándo retirarse, cuándo hacer una finta, cuándo atacar. Con el propósito de recomponer una mente. Yo prefiero perseguir a asesinos en serie.

—Ya no soy una víctima, doctor Hillstead. No puedo expresarlo con más sencillez. No es algo que requiera muchas explicaciones. Es cierto y punto. —Me reclino en la butaca—. Usted tuvo mucho que ver en ello, y quiero darle las gracias. Si no fuera por usted quizás estaría muerta.

El doctor Hillstead sonríe al tiempo que niega con la cabeza.

—No, Smoky. No creo que estuviera muerta. Me satisface que crea que la he ayudado, pero es una superviviente nata. No creo que se hubiera suicidado.

Quizá sí, y quizá no, pienso.

—¿Qué piensa hacer ahora? ¿Me está diciendo que ya no necesita visitarme? —Es una pregunta sincera. No tengo la sensación de que el doctor Hillstead haya decidido cuál es la respuesta correcta.

—No, no digo esto —respondo sonriendo—. Es curioso, si hace un año me hubiera preguntado qué opinaba sobre ir a ver a un psiquiatra, le habría contestado con un comentario sarcástico y me habría sentido superior a las personas que creen que necesitan consultar con uno. Pero ya no pienso así —añado meneando la cabeza—. Aún tengo varias cosas que resolver. La muerte de mi amiga… —Miro al doctor Hillstead—. ¿Sabe que me he traído a su hija?

Él asiente con gesto sombrío.

—Callie me contó lo que le había sucedido. Me alegro de que se haya traído a la niña. Probablemente se siente muy sola en estos momentos.

—No habla. Sólo asiente con la cabeza. Anoche gritó en sueños.

El doctor Hillstead tuerce el gesto. Nadie en su sano juicio disfruta con el sufrimiento de un niño.

—Supongo que tardará mucho tiempo en recuperarse, Smoky. Quizá no hable durante varios años. Lo mejor que puede hacer por ella es lo que está haciendo, cuidarla y apoyarla. No trate de hablarle sobre lo ocurrido. La niña no está preparada todavía para eso. Dudo que sea capaz de hacerlo en muchos meses.

—¿Usted cree? —pregunto desalentada. El doctor me mira amablemente.

—Sí. Mire, lo que esa niña necesita en estos momentos es saber que está a salvo y que cuenta con usted. Que la vida prosigue. Su confianza en las cosas que son básicas para un niño, como la presencia de sus padres, un hogar que le ofrece seguridad, ha quedado destruida. De una forma muy personal y atroz. Le llevará un tiempo recuperar esa confianza. —El doctor Hillstead me dirige una mirada cargada de significado—. Usted lo sabe de sobra.

Trago saliva y asiento con la cabeza.

—De modo que le recomiendo que le conceda un tiempo. Obsérvela, apóyela. Usted misma se dará cuenta cuando la niña esté preparada para hablar de lo ocurrido. Cuando llegue ese momento… —El doctor Hillstead duda, pero sólo unos segundos—. Cuando llegue ese momento, dígamelo y le recomendaré a un terapeuta para que visite a la niña.

—Gracias. —Se me ocurre otra cosa—. ¿Y el tema del colegio?

—Es preciso esperar. Lo principal es la salud mental de la niña. —El doctor hace una mueca y prosigue—: Es difícil afirmar qué ocurrirá en ese aspecto. Ya conoce el tópico, por otra parte cierto, de que los niños son muy resistentes. Es posible que la niña se recupere y esté preparada para afrontar la complejidad de la interacción social que ofrece la escuela, o… —el doctor Hillstead se encoge de hombros— quizá tenga que recibir clases en casa hasta que se gradúe. En cualquier caso, no se preocupe por eso. Lo cierto es que debe centrarse en que la niña se cure. Si cree que yo puedo ayudar, lo haré encantado.

Siento cierto alivio. Tengo un camino, y no he tenido que tomar yo misma esa decisión.

—Gracias. De corazón.

—¿Y usted? ¿Cómo se siente al haberse hecho cargo de la niña?

—Culpable. Feliz. Culpable por sentirme feliz. Feliz de sentirme culpable.

—¿Por qué se complica tanto la vida? —pregunta el doctor Hillstead suavemente.

No dice que es absurdo que me complique la vida. Dice: «Cuéntemelo».

Me paso la mano por la frente.

—Creo que «por qué no» sería una pregunta más pertinente, doctor. Estoy asustada. Echo de menos a Alexa. Me preocupaba meter la pata. Como ve, hay una amplia gama de razones.

El se inclina hacia delante, observándome atentamente. Se ha centrado en algo y no está dispuesto a soltarlo.

—Destílelo, Smoky. Entiendo que hay varios factores, varias razones para que se sienta emocionalmente confusa. Pero desmenúcelo para poder analizarlo.

De pronto lo comprendo todo.

—Es porque esa niña es Alexa y al mismo tiempo no lo es —respondo.

Es eso, así de sencillo. Bonnie es mi segunda oportunidad de recuperar a Alexa, de tener una hija. Pero no es Alexa, porque Alexa ha muerto.

A primera vista, no todas las verdades son positivas. Algunas son dolorosas. Algunas constituyen el punto de partida para escalar una montaña, para realizar un esfuerzo sobrehumano. Esta verdad hace que me sienta vacía. Como una campana que suena en un campo sin viento.

Si logro resolver esta verdad, sé que las cosas cambiarán. Pero es una tarea ingente y desagradable y sé que va a lastimarme.

—Sí —digo con voz entrecortada. Me enderezo y trato de superar el dolor—. En cualquier caso, no tengo tiempo para ponerme a analizar ahora el tema. —Lo digo con tono brusco. Pero no me importa. Ahora mismo necesito echar mano de mi furia. De mi parte dura.

El doctor Hillstead no se muestra ofendido.

—Lo comprendo. Pero tenga presente que deberá hacerlo en algún momento.

Asiento con la cabeza.

El facultativo sonríe.

—Volvamos a mi pregunta original: ¿qué piensa hacer ahora?

—Ahora —respondo asumiendo una voz fría que coincide con la frialdad de mi corazón—, voy a regresar al trabajo. Y voy a encontrar al hombre que mató a Annie.

El doctor Hillstead me observa durante largo rato. Su mirada es como un rayo láser. Me está calibrando antes de decidir si está de acuerdo o no con mi decisión. Lo que decide es evidente cuando abre el cajón de su mesa y saca mi Glock. La pistola sigue guardada en la bolsa de plástico de las pruebas.

—Supuse que iba a decirme algo semejante, de modo que tenía esto preparado para usted. —Ladea la cabeza—. Éste es el verdadero motivo de que viniera a verme, ¿no es así?

—No —respondo sonriendo—, pero forma parte. —Tomo la pistola y la guardo en mi bolso. Me levanto y me despido del doctor Hillstead estrechándole la mano—. También quería que comprobara que tengo mejor aspecto.

Hillstead retiene mi mano durante unos momentos. Siento el espíritu bondadoso de este hombre, que se trasluce a través de sus ojos.

—Si necesita volver a hablar conmigo, aquí me tiene. Estoy a su disposición.

Noto sorprendida que se me saltan las lágrimas. Creí que lo de llorar era agua pasada. Quizá sea beneficioso. No quiero llegar nunca al extremo de que la bondad de la gente me deje fría, tanto si proviene de extraños como de amigos.

23

É
STE es el edificio donde trabajo, tesoro.

Bonnie, que me tiene cogida la mano, me mira con expresión inquisitiva.

—Sí, voy a volver a trabajar. Pero antes tengo que decírselo a mi jefe.

Ella me aprieta la mano en señal de aprobación.

Subimos en el ascensor a las oficinas de la Coordinadora del NCAVC. Al entrar sólo veo a Callie y a James.

—Hola —dice ella con voz vacilante. James nos mira sin decir nada.

—Callie, necesito subir para hablar con el director adjunto Jones. ¿Puedes cuidar de Bonnie entretanto? No tardo nada,

Callie me observa unos instantes. Luego mira a Bonnie, sonriendo.

—¿Qué te parece, cielo? ¿Quieres quedarte conmigo?

Bonnie la estudia un momento y Callie soporta su escrutinio con amable paciencia. Por fin la niña asiente, soltándome la mano y acercándose a ella.

—Volveré dentro de unos minutos. —Me marcho sabiendo que he dejado a James y a Callie perplejos. Da lo mismo. No tardarán en enterarse.

Subo al despacho del director adjunto Jones, situado en el piso superior. Shirley, la recepcionista, me saluda con una sonrisa profesional.

—Hola, Smoky.

—Hola, Shirley. ¿Está tu jefe?

—Deja que lo compruebe. —Coge el teléfono y pulsa el botón del interfono. Sabe que Jones está en su despacho. Al decirme que iba a comprobarlo se refería a que iba a comprobar si éste quiere verme. Pero no me molesto por ello. Creo que Shirley sería capaz de hacer esperar al mismísimo presidente de Estados Unidos—. ¿Señor? La agente Barrett desea verlo. De acuerdo. Sí. —Cuelga el teléfono—. Puedes pasar.

Al pasar junto a Shirley, ésta me da un tironcito de la manga al tiempo que esboza una media sonrisa.

—Bienvenida. No pongas esa cara de asombro. No hace falta ser un genio para comprenderlo. Tienes buen aspecto, Smoky. Un aspecto fenomenal.

—Deberías trabajar para mí, Shirley. Eres más lista que el hambre.

Ella se ríe.

—No, gracias. Me aburriría. Este trabajo es mucho más peligroso.

Sonrío y abro la puerta del despacho del adjunto Jones. Entro y la cierro a mi espalda. Él está sentado ante su mesa, observándome. Al parecer le gusta lo que ve y asiente con la cabeza.

—Siéntese. —Yo obedezco y Jones se repantiga en su silla—. El doctor Hillstead me llamó hace unos diez minutos. Dice que ya puede usted reincorporarse a su trabajo. ¿Por eso ha venido a verme?

—Sí. Estoy preparada para volver a trabajar. Pero con una condición: quiero encargarme del caso de Annie.

Jones menea la cabeza.

—No sé, Smoky. No creo que sea una buena idea.

Yo me encojo de hombros.

—En ese caso presento mi dimisión. Seguiré buscando a los asesinos por mi cuenta.

El adjunto Jones me mira entre pasmado y cabreado. Como un volcán o la bomba H a punto de estallar.

—¿Es esto un ultimátum?

—Sí, señor.

Jones sigue mirándome con una expresión de asombro y furia a partes iguales. Pero ambas expresiones desaparecen repentinamente. Menea la cabeza y esboza una pequeña sonrisa.

—Menudo carácter, agente Barrett. De acuerdo, el caso es suyo. Manténgame informado.

La entrevista ha terminado. Jones me indica que puedo retirarme y regresar a mi trabajo. Me levanto para marcharme.

—Smoky.

Me vuelvo hacia Jones.

—Atrape a esos cabrones.

Cuando regreso a la Central de la Muerte me encuentro a Callie y a James esperándome. Se huelen algo. Entiendo que éste es un momento crítico para ellos, para todos los de mi equipo. Un momento que puede significar un cambio importante para ellos. Debí decírselo al llegar, pero no estaba plenamente segura de que Jones me permitiera encargarme del caso de Annie. De haberse negado, le habría presentado mi dimisión.

—Voy a dejar a Bonnie en casa de Elaina, Callie. —Ésta me mira arqueando las cejas. James me mira con gesto inquisitivo—. He cumplido mi palabra. Voy a regresar al trabajo.

James asiente con la cabeza, sin hacer preguntas. El rostro de Callie muestra una expresión de alivio y alegría. Me reconforta comprobarlo, pero al mismo tiempo me siento un poco triste. Me pregunto si piensa que todo volverá a ser como antes. Espero que no. Volveremos a tener un buen rollo, desde luego. Trabajar con mi equipo será tan satisfactorio como lo ha sido siempre.

Pero somos un poco más viejos. Más duros. Al igual que un equipo imbatido que pierde su primer partido, hemos comprobado que no somos invulnerables, que podemos resultar lastimados. Incluso morir.

Por lo demás, yo he cambiado. ¿Se percatarán de ello mis colegas? En tal caso, ¿se alegrarán de ello o les disgustará? Lo que dije al doctor Hillstead era cierto. He dejado de ser una víctima, pero eso no significa que sea la misma Smoky Barrett de siempre.

Fue una intuición que tuve en el campo de tiro. Como una voz procedente del Dios en el que no creo. Comprendí que jamás volveré a amar. Matt fue el amor de mi vida, y ha muerto. Nadie ocupará nunca su lugar. No se trata de fatalismo ni de un síntoma de depresión. Es una certeza, que me ha aportado cierta paz. Querré a Bonnie. Querré a mi equipo.

Aparte de eso, de ahora en adelante sólo tendré un amor, que definirá el resto de mi vida: cazar a los asesinos.

Al empuñar la Glock en el campo de tiro lo comprendí con toda nitidez, al instante. Ya no soy una víctima. Me he convertido en la pistola.

Para bien o para mal, hasta que la muerte nos separe.

24

M
IRO a Bonnie antes de apearnos del coche.

—¿Estás bien, tesoro?

Ella me mira con esos ojos sabios y asiente con la cabeza.

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