El hombre sombra (53 page)

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Authors: Cody McFadyen

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

BOOK: El hombre sombra
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El dedo gordo se mueve.

—¡Esta vez he sentido algo! —dice Callie eufórica—. Es como una conexión. No sé si lo que digo tiene sentido…

El médico sonríe satisfecho. Ninguno de nosotros nos hemos atrevido a relajarnos, a emitir un suspiro de alivio, pero ahora presiento esa posibilidad. Queremos oír esas palabras de labios del facultativo.

—Sí. Tiene mucho sentido. Y es una excelente noticia. Hay sólo un cinco por ciento de posibilidades de que experimente cierta discapacidad. Nada que una fisioterapia no pueda remediar, pero incluso en ese caso no debe preocuparse. Es cuestión de que su cuerpo aprenda de nuevo a procesar los mensajes entre el cerebro y las piernas. —Hace una pausa—. No obstante, me atrevo a afirmar que no se quedará paralítica.

Callie apoya la cabeza en la almohada y cierra los ojos. En la habitación suena un coro de «gracias a Dios», como un huracán de alivio.

De pronto oímos un gemido que nos hace enmudecer.

Es un sonido como el que emite alguien que pugna por liberarse de algo que la aprisiona, descomunal y terrorífico, un lamento. Todos nos volvemos hacia Bonnie.

La pequeña Bonnie está apoyada en la puerta de la habitación de Callie, con la cara arrebolada, los ojos llenos de lágrimas, tapándose la boca con el puño. Tratando de contener un volcán de dolor que exige desahogarse.

La miro estupefacta. Es como si alguien me hubiera rajado el corazón en dos con una navaja.

Bonnie era, de todos nosotros, quien más temía que Callie no se recuperara, y lo que acaba de ocurrir ha sido tan inesperado que ha hecho que su dolor sea aún más abrumador. Aparte de eso, intuyo otro motivo. Si Callie se hubiera quedado paralítica, Hillstead hubiera ganado a los ojos de Bonnie. La niña grita por su madre, por mí, por Elaina, por Callie y por ella misma.

La voz de Callie traspasa el aire suavemente como una flecha.

—Acércate, cielo —dice con una ternura que me deja completamente pasmada.

Bonnie se acerca corriendo a la cama. Toma la mano de Callie, cierra los ojos y rompe a llorar mientras restriega su mejilla contra los nudillos de Callie una y otra vez. Llora porque se alegra de que se haya salvado y al mismo tiempo por su propio mundo.

Callie le murmura unas palabras ininteligibles mientras los demás nos quedamos mudos.

Aunque quisiéramos, no habríamos podido articular palabra.

Callie me ha pedido que me quede unos momentos, para hablar a solas conmigo.

—Supongo —dice al cabo de unos segundos— que a estas alturas todo el mundo sabe que Marilyn es mi hija.

—Más o menos —contesto sonriendo.

Callie suspira, pero no es un suspiro de resignación.

—Qué le vamos a hacer —dice. Pasados unos instantes añade—: Marilyn me quiere.

—Lo sé.

—Pero no es por eso que te pedí que te quedaras —dice.

—¿Ah, no? Entonces, ¿por qué me lo pediste?

—Hay algo que debo hacer y… aún no estoy preparada para hacerlo con Marilyn. Quizá no lo esté nunca.

—¿A qué te refieres? —pregunto perpleja.

Callie me indica que me acerque. Me siento en el borde de la cama.

—Acércate un poco más.

Yo obedezco. Me sujeta suavemente por los brazos, atrayéndome hacia ella, y me abraza.

Tardo un momento en reaccionar, y entonces cierro los ojos y la abrazo con fuerza.

Callie rompe a llorar. En silencio, sin decir una palabra, pero con todo lo que lleva dentro.

Yo la abrazo y dejo que llore, pero no me siento triste.

No son lágrimas de tristeza.

58

S
ON las cinco, y los únicos que quedamos en la oficina somos James y yo. Un momento poco frecuente. Todos los monstruos están durmiendo, por ahora. Podemos marcharnos cuando queramos. Una oportunidad que no pienso desaprovechar.

Observo cómo la impresora imprime mi informe. La última página no tardará en salir, y cuando lo haga marcará el fin del caso de Jack Jr. Toda la sangre, el dolor y las vidas cercenadas prematuramente.

Pero no es exactamente así. El eco de las atrocidades que cometió Jack, y la forma en que éstas incidieron en nosotros y en otras personas, resonará durante años. Jack sembraba la muerte a su paso, de forma indiscriminada y cruel. Por más que el tejido cicatrizado sea insensible, no deja de ser visible y a veces, de noche, produce un hormigueo como un miembro amputado.

Como Keenan y Shantz. Ese miembro amputado más que un hormigueo me produce un intenso dolor.

—Aquí tienes mis notas —dice James, sobresaltándome. Las deja sobre la mesa.

—Gracias. Casi he terminado.

Él contempla también la impresora. Otro momento poco frecuente: él y yo compartiendo un silencio grato.

—Supongo que nunca lo sabremos —dice.

—Supongo que no.

James y yo compartimos el tren funesto, por lo que ambos nos hacemos la misma pregunta, sin necesidad de exponerla verbalmente.

¿Hubo alguien antes del padre de Peter Hillstead? ¿Un siniestro abuelo o bisabuelo? Si pudiera investigar la historia, remontarse a la época anterior a la ciencia forense moderna y los datos computarizados cruzados, ¿estaría usted dispuesto a surcar el océano para recorrer las calles adoquinadas e iluminadas por farolas de gas?

¿Se arriesgaría a tener que huir de un hombre sin rostro que esgrime una reluciente navaja y luce un sombrero de copa?

¿A poner, por fin, cara a un terror legendario?

Probablemente no.

Pero nunca lo sabremos con certeza.

Es justamente la capacidad de dejar este tipo de preguntas sin respuesta, alejarnos de ellas sin volver la vista atrás, lo que nos permite conservar la cordura.

La impresora imprime la última página.

Epílogo

H
ICE que Annie fuera enterrada junto a Matt y Alexa para que Bonnie y yo pudiéramos visitar juntas a nuestras familias.

Hace un día magnífico. Ese sol californiano, como el que amaba mi padre, brilla en todo su esplendor, atemperado por una fresca brisa que evita que haga demasiado calor.

Esta semana aún no han segado la hierba en el cementerio, y de vez en cuando el aire agita sus lustrosos y verdes tallos. Al mirar hacia el otro lado del cementerio, donde las sepulturas se prolongan hasta el infinito, imagino que esto es el fondo del océano, cubierto de algas y de hileras de buques fantasmas que han naufragado.

Veo otras personas, solas o en grupo, jóvenes o viejas. Han venido a visitar a sus esposas o maridos, hijos o hijas, hermanos o hermanas. Algunos murieron apaciblemente, otros de forma violenta. Algunos murieron reconfortados por la presencia de sus seres queridos, otros murieron solos.

Algunas sepulturas no tienen visitantes. Envejecen y se deterioran debido al abandono.

Aunque está lleno de recuerdos de muerte y los fantasmas rondan por él, el cementerio es un lugar tranquilo. Y hoy hace un día ideal.

Bonnie ha plantado con sus propias manos unas flores en la tumba de Annie. Al cabo de un rato se incorpora y se limpia la tierra de las manos.

—¿Has terminado, tesoro? —le pregunto.

Bonnie me mira y asiente sonriendo.

Elaina ha empezado las sesiones de quimioterapia. Alan sigue viniendo a trabajar. He comprendido que los resultados de ambas cosas escapan a mi control. Lo único que puedo hacer es querer a mis amigos y estar siempre ahí, dispuesta a apoyarlos.

James ha enterrado de nuevo los restos de su hermana. Leo se ha comprado otro perro, un cachorro de labrador sobre el que no para de hablar. Callie se está recuperando, quejándose continuamente de estar atada a la cama de un hospital, lo cual es un buen síntoma. Su hija la visita con frecuencia, y ella ha empezado a hacerse a la idea, por más que le fastidie, de que ahora ostenta el título de abuela. Con todo, no parece molestarle demasiado.

Tommy y yo seguimos viéndonos. Él le cae bien a Bonnie. Nos lo tomamos con calma, para comprobar adónde nos lleva nuestra relación.

Resulta que Peter Hillstead era responsable de la muerte de una docena de mujeres como mínimo. Buena parte de estas muertes eran crímenes perfectos; de hecho, los hemos descubierto por sus diarios. Al igual que su padre, Hillstead tomaba meticulosas notas de todo cuanto hacía. Y al igual que su padre, había ocultado a sus víctimas, eligiendo a mujeres que nadie echaría en falta, destruyendo sus cadáveres cuando había terminado con ellos. No quedaba ninguna prueba de la muerte de esas mujeres, sólo sombras. Seguimos sin saber con cuántos otros monstruos tuvo Hillstead trato y alentó a cometer las mismas fechorías que él, aparte de los que conocemos, o si tuvo tratos con alguno más. He llegado a la conclusión de que esto también escapa a mi control. Si esos monstruos salen de sus guaridas, procuraré afanarme en atraparlos.

Resulta que Robert Street había conocido a Hillstead hacía casi tres años. Había participado sólo en dos de los asesinatos más recientes. Para ser sincera, me tiene sin cuidado. Hillstead está muerto y enterrado, y Street no tardará en ocupar su lugar en el corredor de la muerte.

Hillstead había utilizado su estatus de médico y terapeuta autorizado para tratar a agentes del FBI para obtener acceso a los expedientes del personal, que es lo que creemos que le condujo a la hija de Callie. El FBI había investigado a fondo el historial de ésta y Marilyn no había escapado a su escrutinio.

Hillstead parecía a veces omnipotente debido a su habilidad para averiguar todo tipo de detalles sobre nosotros. Al final, demostró tan sólo que era listo.

Pero nosotros fuimos más listos que él, algo de lo que no puedo dejar de sentirme satisfecha. El tren funesto es una arrogancia mía, que podría hacer que me despeñara por un precipicio si no me ando con cautela. De momento, dejo que siga circulando. A fin de cuentas, los dragones son orgullosos.

Los Hillsteads tienen a los expertos en perfiles de criminales hechos un lío y echando espumarajos. Representan algo nuevo e inédito en un asesino en serie, bla-bla-bla.

No creo que Hillstead fuera distinto de otros asesinos que he perseguido y capturado. Cometió un error, como todos. Por «perfecto» que pareciera, fue Renee Parker —su primera víctima— quien salió de su tumba para cazarlo y llevárselo con ella a la sepultura. Lo cual me produce una inmensa satisfacción.

De un tiempo a esta parte he pensado a menudo que los auténticos fantasmas de este mundo no son más que eso: las consecuencias de nuestros actos. Las huellas del cambio que dejamos a nuestro paso a través del tiempo.

Las consecuencias pueden atormentarnos o perjudicarnos. También pueden beneficiarnos y reconfortarnos por las noches. No todos los fantasmas gimen y lloriquean. Algunos sonríen.

Bonnie sigue sin hablar. Ya no grita en sueños por las noches, pero tampoco duerme apaciblemente. Es una niña preciosa, inteligente, amable, generosa a la hora de ofrecer su cariño. También es una artista, una pintora. Pinta unos cuadros maravillosos y sombríos, que supongo que utiliza de momento como sustitutos del lenguaje.

Bonnie y yo nos hemos adaptado a nuestra rutina. Todavía no hemos alcanzado una relación madre-hija, pero vamos mejorando, y ya no me siento aterrorizada. De momento me contento con la primera regla de ser madre, y estoy dispuesta a dejar que me conduzca a donde sea.

Los fantasmas de Matt y Alexa se me aparecen en sueños, y me reconfortan. Ya no tengo pesadillas.

—¿Estás lista para que nos vayamos?

Ella responde tomándome de la mano.

Bonnie está muda y yo tengo unas cicatrices profundas, pero hace un día espléndido y el futuro ya no parece terrible. Tengo a Bonnie y Bonnie me tiene a mí, y a partir de ahí surge el amor.

Y a partir del amor, la vida.

Abandonamos el cementerio cogidas de la mano, observadas por nuestros fantasmas.

Intuyo que sonríen.

Agradecimientos

D
ESEO expresar mi más profunda gratitud a Diane O’Connell por sus consejos editoriales y su infinito aliento; a Frederica Friedman por sus valiosas sugerencias; a Liza y Havis Dawson por su infatigable apoyo, consejos y un millar de cosas; a Bill Massey, mi editor en Bantam; a Nick Sayers, mi editor en Hodder; a Chandler Crawford por su eficaz y extraordinaria gestión de derechos en el extranjero; a mi esposa, familia y amigos por apoyarme en mi afán de escribir. Por último, deseo dar las gracias especialmente a Stephen King por su libro
Mientras escribo
, que me sirvió de gran ayuda y contribuyó a que pasara de pensar en escribir a ponerme a hacerlo.

Notas

[1]
Unidad del Escenario del Crimen. (
N. de la T.
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