Read El hombre sombra Online

Authors: Cody McFadyen

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

El hombre sombra (46 page)

BOOK: El hombre sombra
13.42Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Rawlings? Soy Jenny Chang. Sí, ya sé la hora que es —dice frunciendo el ceño—. Yo no tengo la culpa de que seas un borracho.

La miro con gesto implorante. Necesito que ese tipo venga, no que le cuelgue el teléfono. Jenny cierra los ojos. Deduzco que está contando hasta diez.

—Mira, Don, siento haberte despertado. A mí también me han sacado de la cama, lo cual me ha puesto de un humor de perros. Ha venido la jefa de la Coordinadora del NCAVC de Los Ángeles para indagar sobre un caso que llevaste tú. Una tal… —Jenny consulta el bloc de notas que está ante ella— Renee Parker. —Su rostro muestra una expresión de sorpresa—. Sí. De acuerdo. Nos veremos dentro de unos minutos. —La inspectora cuelga el teléfono con gesto pensativo.

—¿Qué ocurre? —pregunto.

—En cuanto dije el nombre de esa mujer, Rawlings dejó de protestar y dijo que venía enseguida.

—Supongo que ese caso es importante para él.

Don Rawlings se presenta al cabo de media hora. Con sólo mirarle comprendo que Jenny ha dado en el clavo. Mide aproximadamente un metro setenta y cinco de estatura, tiene los ojos vidriosos y la piel rubicunda de un bebedor empedernido. Parece más viejo de lo que es.

Me levanto y le estrecho la mano.

—Gracias por venir, inspector Rawlings. Soy la agente especial Smoky Barrett, directora de la Coordinadora del NCAVC de Los Ángeles. Éstos son James Giron y Alan Washington. Trabajan en mi unidad.

Rawlings me escruta.

—Sé quién es usted. Un tipo asaltó su casa. —Rawlings hace una mueca—. La pesadilla de todo policía.

Observo que Rawlings sostiene una carpeta.

—¿Qué es eso? —pregunto.

Él deja la carpeta en la mesa y se sienta.

—Es una copia del expediente de Renee Parker. La he guardado durante todos estos años. Algunas noches, cuando no puedo conciliar el sueño, le echo un vistazo.

Su rostro se transforma cuando habla de Renee Parker. En sus ojos se advierte una expresión más atenta. Su boca se tuerce en un rictus de amargura. Yo tenía razón. Ese caso es importante para él.

—Hábleme de ese caso, inspector.

Los ojos de Rawlings adoptan una mirada remota. Vacía, sin horizonte.

—Antes debo explicarle el trasfondo, agente Barrett. Supongo que la inspectora Chang le ha dicho que soy un alcohólico. Tiene razón. Pero no fui siempre un alcohólico. Tiempo atrás yo ocupaba el cargo que ocupa ahora la inspectora Chang. Era el mejor policía de homicidios. Un excelente profesional. —Rawlings mira a Jenny sonriendo—. Imagino que no lo sabías.

Ella le mira arqueando una ceja.

—No tenía ni idea.

—No me malinterpreten —prosigue Rawlings—, cuando empecé a trabajar de policía era joven y un cretino. Un racista, un homófobo, con un carácter de mil diablos. En más de una ocasión perdí los estribos cuando no era necesario. Pero las calles te enseñan la realidad.

»Dejé de ser racista el día en que un policía negro me salvó la vida. Ese policía acudió a socorrerme y mató de un tiro al tipo que me perseguía. Fuimos amigos íntimos hasta que él murió. Lo mataron cuando estaba de servicio.

Sus ojos tristes se hacen más vacíos y remotos.

—Dejé de ser homófobo al cabo de un año de trabajar en homicidios. La muerte hace que cambies, te da otra perspectiva de la vida. Había un joven que no ocultaba su homosexualidad. Tenía una camioneta en la que vendía comida y bebidas cerca de la comisaría. Me caló enseguida. El muy cabrón no dejaba de meterse conmigo y provocarme para hacer que me sintiera incómodo.

Rawlings esboza una pequeña sonrisa, que desaparece torpedeada por su tristeza.

—Me sacaba de mis casillas. Un día unos energúmenos le mataron de una paliza por el mero hecho de ser homosexual. Y, como era de prever, me asignaron el caso a mí. ¡Ironías de la vida! —dice Rawlings mirándome y sonriendo con sarcasmo—. Durante el caso comprendí dos cosas, y dejé de odiar a los gays. Vi a la madre de ese chico gritar como una posesa, arrancarse los cabellos y marchitarse ante mis ojos. Vi cómo su mundo se desplomaba sobre ella porque habían matado a su hijo. Asistí al funeral de ese joven, en busca de sospechosos. ¿Saben lo que vi allí? A unas doscientas personas. ¿No es increíble? Yo no conozco esa cantidad de personas, y menos que estuvieran dispuestas a asistir a mi funeral. —Rawlings menea la cabeza con aire de incredulidad—. No todas ellas eran de la comunidad ni habían acudido porque ese chico fuera gay. Eran personas que se sentían afectadas por su muerte porque, según averigüé más tarde, ese chico hacía trabajos de voluntariado en hospitales de enfermos terminales, centros de rehabilitación y centros de ayuda para personas con problemas graves. Ese joven era un santo. La bondad personificada. Y lo mataron sólo por ser gay. —Rawlings crispa la mano en un puño—. Fue una injusticia y cambié radicalmente de forma de pensar.

Hace un ademán ambiguo.

—De modo que… Yo era joven, acababa de incorporarme al departamento de Homicidios y me había convertido en otro hombre. Las palabras como «maricón» o «negrata» ya no tenían ningún sentido para mí. Había cambiado, estaba entregado a mi profesión, la vida me sonreía.

»Ahora demos un salto de cinco años. Hacía unos tres años que había alcanzado mi punto álgido y me deslizaba por una peligrosa pendiente. Había empezado a beber y me acostaba con la primera mujer que se me cruzara por delante, traicionaba a mi mujer. Pensé muchas veces en pegarme un tiro en la boca. Estaba obsesionado con un asesino en serie que se dedicaba a matar a criaturas. —Los ojos de Rawlings muestran una expresión atormentada, una expresión que reconozco. Que había visto al mirarme en el espejo—. Mataba a niños de corta edad, a bebés. Los secuestraba, los estrangulaba y los arrojaba al arroyo, a la calle. Había matado a seis niños y no teníamos ningún sospechoso. Eso me reconcomía por dentro. —Rawlings me mira—. Supongo que con el trabajo que hace conoce esa sensación.

Asiento con la cabeza.

—Imagine que no consigue vengar la muerte de seis niños. Que no sólo no ha atrapado al tipo que los asesina, sino que no tiene un solo sospechoso. Yo estaba destrozado.

Hace un año yo habría mirado con desprecio a Rawlings. Le habría tachado de pusilánime. De una persona que culpaba al pasado por el presente, que lo utilizaba a modo de excusa. No puedo perdonarlo del todo por haber tirado la toalla, pero en estos momentos no siento la necesidad de despreciarlo. A veces el peso de este trabajo es excesivo. Lo que siento ahora no es una sensación de superioridad sino compasión.

—Me lo imagino —digo mirándolo. Creo que comprende a qué me refiero, y prosigue con su relato.

—Había iniciado la cuesta abajo y me importaba todo un bledo. Hacía lo que fuera con tal de apartar a esas criaturas muertas de mi mente. Bebía, me acostaba con tías, cualquier cosa. Pero no dejaba de ver a esas criaturas en sueños. Entonces conocí a Renee Parker.

En el rostro del policía aparece una sonrisa de un Don Rawlings más joven.

—La conocí cuando mataron a su novio, un camello de poca monta que había cabreado a un pez gordo. Renee era una bailarina de striptease que empezaba a ser famosa. Fue una de esas cosas que ocurren continuamente y que aprendes a desechar sin mayor problema. Pero ella tenía algo distinto. Debajo de la fachada, tenía una vida interior. —Rawlings alza la cabeza y me mira—. Sé lo que está pensando. Un policía, una bailarina de striptease, la historia de siempre. Pero no fue así. Renee tenía un cuerpo imponente, desde luego. Pero eso no era lo más importante para mí, y pensé que tenía la oportunidad de hacer algo positivo. De resarcirme por no haber dado con el asesino de aquellos niños.

»Renee me contó su historia. Me dijo que se había trasladado a Los Ángeles confiando en ser actriz y había terminado bailando en topless para ganarse la vida. Había conocido a un sinvergüenza que le había dicho: “Prueba un poco de esto, te aseguro que no te convertirás en una adicta”. Una historia nada original. Pero había algo original en Renee. Sus ojos reflejaban desesperación. Como si se hallara en el borde del precipicio, pero aún no se hubiera arrojado a él.

»Me hice cargo de ella y la envié a un centro de rehabilitación. Iba a verla cuando no estaba de servicio. La sostenía entre mis brazos cuando se ponía a vomitar. Hablaba con ella. Le daba ánimos. A veces nos pasábamos toda la noche charlando. Renee fue mi primera amiga. —Rawlings me mira y pregunta—:¿Sabe a qué me refiero? Yo era el típico macho chauvinista que cree que existen dos tipos de mujeres, aquellas con las que te casas y aquellas que te follas. ¿Comprende?

—He conocido a unos cuantos —respondo.

—Así era yo. Pero esa chica de veinte años se convirtió en mi amiga. No se me ocurrió follármela y no quería casarme con ella. Sólo quería ayudarla. Nada más. —Rawlings se muerde el labio—. Yo era un buen inspector. Nunca acepté ningún soborno y por regla general atrapaba al malo. Jamás le puse la mano encima a una mujer. Me guiaba por unas normas, buenas y malas. Pero nunca fui lo que se dice un tipo decente. ¿Comprende?

—Desde luego.

—Pero lo que hice con Renee fue positivo. Desinteresado. —Rawlings se pasa una mano por el pelo—. Ella consiguió dejar las drogas y la saqué del centro de rehabilitación. Dejó las drogas por completo. Le presté dinero y se compró un apartamento. Se puso a trabajar. Al cabo de unos meses empezó a asistir a una escuela nocturna. Tomaba clases de arte dramático. Dijo que si no conseguía convertirse en actriz, siempre podía trabajar de camarera, pero no estaba dispuesta a renunciar aún a su sueño.

»Salíamos juntos de vez en cuando. Íbamos al cine. Siempre como amigos. Nunca hubo nada más entre nosotros. Por primera vez en mi vida era más importante para mí tener una amiga que una amante. Lo mejor de todo fue que dejé de estar obsesionado con aquellos niños. Dejé de beber e hice las paces con mi esposa.

Rawlings guarda silencio e imagino lo que va a contarnos a continuación, lo oigo como un tren de mercancías fantasma. Ya conozco el desenlace de esta historia. Renee Parker, una drogadicta que había logrado salvarse de sí misma, es asesinada de una forma atroz. Lo que yo no sabía hasta ahora era lo que su muerte había significado para las personas que la conocían.

Para Don Rawlings, supuso un punto de inflexión en su vida. A partir de entonces la suerte le dio la espalda y le precipitó al vacío. Las criaturas asesinadas volvieron a atormentarlo y ya no dejaron de hacerlo nunca más.

—Recibí la llamada a las cuatro de la mañana. No sabía de quién se trataba hasta que llegué al escenario del crimen. —Los ojos de Rawlings parecen unos fantasmas en la niebla, perdidos, aullando y condenados a vagar eternamente—. El tipo la había quemado en todo el cuerpo. El forense me dijo que el cadáver de Renee presentaba más de quinientas quemaduras hechas con cigarrillos. ¡Quinientas quemaduras! Ninguna de las cuales la había matado. —Las manos de Rawlings tiemblan sobre la mesa—. Ese tipo la había torturado y violado. Pero lo peor fue lo que le hizo después. La abrió en canal, le arrancó algunos órganos y los arrojó junto al cadáver. Los arrojó al suelo, para que se pudrieran junto con el cuerpo de Renee.

»Es difícil recordar lo que sentí al verla. Quizá prefiero no hacerlo. Lo que recuerdo es a uno de los policías que la miró y dijo: “Conozco a esa mujer. Era una bailarina de striptease que trabajaba en el Tenderloin. Tenía unas tetas imponentes”. Eso era lo que Renee representaba para ese tío, la única explicación que necesitaba. Al mirarla se había acordado de sus tetas y le había colgado una etiqueta. Renee no era un ser humano, ni una joven inteligente que había decidido dar un giro a su vida. Era tan sólo una bailarina de striptease. —Rawlings pasa el dedo sobre una muesca en la mesa—. Tuvieron que separarme de él por la fuerza. Pero eso fue lo de menos. Al cabo de unos años ese cabrón sacó el expediente, borró con típex la palabra “camarera” que figuraba debajo de “profesión” y escribió “bailarina de striptease/posiblemente una prostituta”. Incluso lo envió como una corrección al VICAP.

Me quedo estupefacta. Supongo que se me nota en la cara, porque Rawlings me mira y asiente con la cabeza.

—¿No es increíble? —Rawlings suspira—. Yo mantuve mi relación con ella en secreto para poder encargarme del caso. Quería atrapar al tipo que la había matado. Tenía que hacerlo. Pero el asesino era listo. No dejó una sola huella dactilar, nada. En aquella época no analizábamos el ADN, de modo —el policía se encoge de hombros— que hice lo que hacemos siempre cuando no dispones de ninguna prueba física.

—Averiguar quién la conocía, quién tenía tratos con ella —apostillo.

—Exacto. Renee asistía a una escuela nocturna. Averigüé que había conocido a un tipo allí. Había salido con él durante un par de semanas. Era un joven bien parecido que se llamaba Peter Connolly. Pero enseguida me olí algo raro. Me chocó la forma en que habló cuando le interrogué, como si me vacilara. Como si pretendiera engañarme. Se me ocurrió mostrar su fotografía en el local donde había trabajado Renee de bailarina de striptease y algunas personas afirmaron haberlo visto. Las fechas en que recordaban haberlo visto allí cuadraban con el horario de trabajo de Renee. Luego la cosa mejoró. Averigüé que el tal Peter tenía un pequeño problema de drogas. Había estado en un centro de rehabilitación. ¿No lo adivinan? En el mismo centro de rehabilitación al que había ido Renee. Agucé mis sentidos. Cuando supe que Peter Connolly se había inscrito en la universidad una semana después de que lo hiciera Renee, comprendí que era el tipo que andaba buscando.

Rawlings guarda silencio durante un buen rato.

—Imagino el resto de la historia, Don —digo con suavidad—. No había pruebas, ¿no es así? No consiguió relacionar a Connolly con el asesinato de Renee. Sí, había estado en el local donde trabajaba Renee, había asistido al mismo centro de rehabilitación y a la misma universidad que ella. Pero no eran pruebas concluyentes.

Rawlings asiente con la cabeza. Con gesto de impotencia.

—Exacto. Logré obtener una orden judicial para registrar su apartamento, pero no encontré nada. Ni una sola prueba. No tenía antecedentes penales. —Rawlings me mira con ojos llenos de frustración—. No pude demostrar lo que sabía. Y no hubo más asesinatos. Ni escenarios de crímenes. Al cabo de un tiempo el tipo se mudó a otro lugar. Yo empecé a tener pesadillas de nuevo. A veces soñaba con las criaturas asesinadas. Pero la mayoría de las veces soñaba con Renee.

BOOK: El hombre sombra
13.42Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Sorry by Gail Jones
The Ugly Sister by Winston Graham
Bent Creek by Marlene Mitchell
Uncomplicated: A Vegas Girl's Tale by Dawn Robertson, Jo-Anna Walker
Surrender the Wind by Elizabeth St. Michel
Magnificent Folly by Iris Johansen