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Authors: Cody McFadyen

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

El hombre sombra (49 page)

BOOK: El hombre sombra
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»Transcurrieron unos meses y mi preocupación sobre lo que hacía Peter en el sótano aumentó. Pero no hice nada al respecto. Era como si me resistiera… No sé cómo expresarlo…

—¿Cómo si se negara a aceptar la realidad? —tercia Alan.

—Exacto. Me resistía a aceptar la realidad. ¿Quién puede reprochármelo? Keith, esa pesadilla que había soportado durante tantos años, había muerto. Había recuperado a mi hijo. La vida me sonreía. —Patricia se frota la frente con una mano—. Pero supongo que algo se había endurecido en mi interior. Había dejado que transcurriera demasiado tiempo, demasiadas noches en que no dejaba de pensar en ese sótano. Un día, cuando Peter estaba en la escuela, decidí bajar y comprobar qué había allí abajo.

»Keith siempre había guardado la llave del sótano debajo de una lámpara en su dormitorio. Creía que yo no lo sabía, pero se equivocaba. De modo que el día en que decidí bajar, tomé la llave, bajé al sótano y abrí la puerta.

»Me quedé un buen rato en lo alto de la escalera, escrutando la oscuridad. Librando una lucha conmigo misma. Luego encendí la luz y bajé la escalera.

Patricia hace una pausa tan larga que temo que haya perdido la noción del tiempo, que se encuentre atrapada en ese momento pasado. Pero cuando me dispongo a tocarle el brazo, ella prosigue:

—Esperé a que Peter regresara de la escuela. Cuando llegó, le dije que había bajado al sótano. Le conté lo que había descubierto. Le dije que me había salvado la vida y me había liberado, que era mi hijo. De modo que jamás divulgaría lo que había hallado en el sótano. Pero le dije que no podía seguir viviendo bajo mi techo.

»Al principio no estaba segura si Peter me creyó cuando le dije que no divulgaría lo que había encontrado en el sótano. —Patricia sonríe divertida—. Supongo que en su fuero interno me quería. No sé si porque yo era su madre o porque necesitaba algo a que aferrarse, algo que le recordara que era un ser humano. En cualquier caso, Peter apenas dijo una palabra. Hizo la maleta, recogió unas cosas del sótano, me besó en la mejilla diciendo que me quería y lo comprendía, y se marchó. No he vuelto a verlo. Han pasado casi treinta años.

Las lágrimas ruedan de nuevo por las mejillas de Patricia. Alza la vista y mira a Don Rawlings.

—Cuando leí que esa pobre chica había sido asesinada y que la policía sospechaba de Peter, comprendí que la había matado él. Encajaba con lo que yo había hallado en el sótano. —Patricia se retuerce las manos—. Sé que debí decirlo. Que debí acudir a la policía. Pero… Peter mi había salvado la vida. Era mi hijo. Sé que eso no justifica mi silencio. En aquel momento creí obrar bien, pero ahora… —Emite un suspiro que parece contener el agotamiento que ha acumulado durante años—. Ahora soy vieja. Y estoy cansada. Cansada de tanto dolor, de tantos secretos y pesadillas.

—¿Qué vio en el sótano, Patricia? —le pregunto.

Ella me mira a los ojos sin dejar de juguetear con la cadena de oro.

—Puede verlo por usted misma. Hace casi treinta años que no he abierto esa puerta. Ha llegado el momento de hacerlo.

Patricia se quita la cadena con la que no ha dejado de juguetear por la cabeza. De ella pende una voluminosa llave, que me entrega.

—Adelante. Abra esa puerta. Es hora de dejar que entre el sol en ese sótano.

54

C
REO lo que ha dicho Patricia. Que hace mucho tiempo que nadie ha traspasado esa puerta. La cerradura se resiste. Probablemente nadie la ha abierto desde hace casi treinta años. Alan intenta una y otra vez girar la llave en la cerradura, pasando de una intensa concentración a ponerse a blasfemar como un minero.

—Por fin —dice Alan y se oye el clic de la cerradura—. Ya está.

Alan se endereza y abre la puerta de par en par. Veo unos escalones de madera que conducen a la oscuridad del sótano. Por primera vez se me ocurre una pregunta.

—Estamos en California, Patricia. No creo que construyeran este sótano junto con la casa. ¿Lo mandó construir Keith?

—No, su abuelo —responde Patricia señalando el lado izquierdo de la puerta—. ¿Ve esa mancha en la pared? Keith me dijo que antiguamente había un anaquel falso fijado sobre unos goznes que ocultaba la puerta. No sé por qué lo quitó. —Patricia permanece un tanto retirada de la entrada al sótano. Como si tuviera miedo—. Esa escalera conduce a un pasaje. El sótano no está situado directamente debajo de la casa. Keith me dijo que su abuelo mandó que lo construyeran así adrede. Debido a los terremotos.

—¿No ha bajado al sótano desde el terremoto de 1991? —pregunta Jenny.

—No he vuelto a bajar desde ese día. El interruptor está en la pared a la derecha. Tengan cuidado. —Con esto Patricia da media vuelta y regresa apresuradamente al cuarto de estar. Casi a la carrera.

Jenny me mira arqueando las cejas.

—Esto no me gusta, Smoky. Existen razones por las que no tenemos sótanos en California. Razones llamadas «acontecimientos sísmicos». Puede ser arriesgado bajar ahí.

Reflexiono sobre lo que dice Jenny, pero sólo unos momentos.

—Estoy impaciente por bajar y ver qué hay en este sótano —contesto.

Ella me observa durante unos instantes y asiente con la cabeza.

—Yo también —confiesa sonriendo—. Pero baja tú primero.

Echo a andar escaleras abajo, seguida por los demás. A medida que bajamos el sonido de nuestras pisadas sobre la madera se hace más tenue. Supongo que es debido a la tierra que hay alrededor de nosotros y sobre nuestras cabezas, que constituye un método de insonorización natural. Todo está en silencio en el sótano. Es un lugar fresco, silencioso y solitario.

Tal como nos ha dicho Patricia, al pie de la escalera hay un estrecho pasadizo de hormigón. A unos cinco metros distingo una sombra en forma de puerta. Tardamos unos momentos en alcanzarla y junto a ella veo un interruptor. Enciendo la luz y entramos en el pasadizo.

—¡Joder! —dice James—. ¡Fijaos en eso!

Es una sala espaciosa, de unos cuarenta y cinco metros cuadrados. No está decorada ni contiene ningún elemento que llame la atención. Es un espacio de hormigón gris, iluminado por bombillas, con muebles funcionales.

Lo que ha llamado la atención a James es algo que ha visto en la pared izquierda del fondo.

Me acerco, asombrada. La pared está cubierta, desde el techo hasta el suelo, con atlas anatómicos del cuerpo humano, de tamaño natural. Todos están debidamente etiquetados, empezando por el exterior, un cuerpo humano en su integridad. Luego aparece sin piel, mostrando el sistema muscular, seguido por otros atlas que muestran los órganos con todo detalle.

Al acercarme a esa pared observo otra situada al fondo, en sombras debido a la escasa iluminación. Lo que veo en esa otra pared hace que un escalofrío me recorra el cuerpo.

—Mirad esto —digo a los otros.

La pared está pintada de blanco, para resaltar las letras negras que aparecen escritas en ella:

Los mandamientos del Destripador:

1. Buena parte de la humanidad es ganado. Vosotros descendéis de los antiguos depredadores, los cazadores primigenios. No dejéis nunca que la moral del ganado os aparte de vuestra misión.

2. Nunca es pecado matar a una puta. Están engendradas por el diablo y constituyen un furúnculo en la piel de la sociedad.

3. Cuando matéis a una puta, y salgáis de las sombras, matadla de la forma más atroz que sea posible, para que sirva de lección a otras putas.

4. No os arrepintáis de celebrar el haber asesinado a una puta. Descendéis de un antiguo linaje, y sois carnívoros. Vuestra sed de sangre es natural.

5. Todas las mujeres son propensas a convertirse en putas. Tomad a una mujer sólo para perpetuar el linaje. No permitáis que os trastorne la mente o el corazón. Son úteros reproductores, nada más.

6. Nuestras enseñanzas sólo pueden ser transmitidas a un hijo varón, jamás a una hija.

7. Cada Destripador debe buscar a su Abberline. Debéis dejar que os persigan, a fin de aguzar vuestros sentidos y potenciar vuestras dotes.

8. Hasta que encontréis a vuestro Abberline, debéis ocultar vuestras obras.

9. Es preferible morir que estar enjaulado.

10. Los descendientes del Hombre Sombra no conocen el temor. Satisfacen sus necesidades sin vacilar y sin escrúpulos. Esforzaos siempre en obrar así. Buscad el riesgo calculado, el reto que hace que os arda la sangre.

11. Jamás olvidéis que descendéis del Hombre Sombra.

—Maldita sea —murmura Don.

Yo coincido con él.

—Fijaos en eso —dice Alan.

En la habitación hay tres hileras de estantes.

—Más anatomía. Todo tipo de textos sobre Jack el Destripador. —Alan se acerca, toma un volumen de uno de los estantes y lo abre—. Lo que suponía —dice mirándome—. Diarios. —Alan lo hojea, deteniéndose en una página, y me lo entrega para que lo mire.

En el interior del diario hay fotografías en blanco y negro pegadas con cinta adhesiva, que ocupan varias páginas. Muestran a una joven atada a una mesa y amordazada. Los muros que aparecen en la fotografía parecen los de esta habitación. Me detengo unos momentos para examinar los estantes.

—Alan —digo. Cuando él se acerca, señalo una mesa ante nosotros y luego la fotografía del diario.

—Maldita sea —dice éste con el rostro crispado—. Ocurrió aquí mismo.

Las fotografías muestran la violación, tortura y extirpación de las vísceras de la joven. Las espeluznantes imágenes parecen formar parte de un macabro «cursillo». Como si el hombre enmascarado que aparece en ellas ofreciera un seminario sobre sufrimiento y depravación.

—Cielo santo —exclamo—. ¿Cuántas fotos hay?

—Yo diría que cerca de un centenar.

Paso las hojas de las fotografías y leo una de las entradas.

Peter está demostrando que pertenece a nuestro linaje, aunque sólo tiene ocho años. Observó cómo asesiné a esa puta, tomó fotografías y me formuló preguntas inteligentes. Se mostró especialmente interesado en la mecánica de la extirpación de órganos. Me complace observar que su problema con los vómitos, que hace un año que desapareció, no ha vuelto a presentarse.

Leo otra entrada en el diario.

Esta vez llevé a Peter a cazar conmigo. Al día siguiente no tenía que ir al colegio y creo que es importante que empiece a involucrarse más en nuestra misión. A fin de cuentas ha cumplido diez años. Me complació observar que tiene buenas dotes.

Nota al margen: Peter se avergonzó cuando yo desnudé a la puta y notó que estaba empalmado. Le expliqué la mecánica de su reacción y obligué a la puta a masturbarlo con la mano. Peter se mostró fascinado y dio la impresión de gozar con la experiencia. Luego me dio las gracias.

Y otra más:

Peter me ha preguntado hoy cuántos años tenía cuando maté a mi primera puta. Yo dudé en contarle toda la verdad. Él posee la fuerza de los de nuestro linaje y temí revelarle la debilidad de mi padre. Temí que empezara a dudar de la nobleza de nuestra sangre. Por fin decidí contárselo todo: que mi padre me había ocultado el secreto de nuestro linaje. Que yo había descubierto la verdad gracias a mis indagaciones sobre nuestra genealogía. Le expliqué las débiles disculpas que adujo mi padre cuando le conté lo que había descubierto. Le dije que mi padre y mi madre trataron de convencerme de que yo estaba loco. Comprendí que no tenía motivos para preocuparme por Peter. La adoración con que me miró cuando le hablé de mi perseverancia, de mi búsqueda de la verdad y la forma en que me vengué de mi padre es algo que atesoraré siempre
.

—Joder —murmura Alan—. Es tal como dijo Patricia. Ese tipo empezó a pervertir al chico a una edad muy temprana.

—Peter no tuvo la oportunidad de criarse como un niño normal —comenta James—. Aunque ahora ya no importa. Lleva demasiado tiempo cometiendo atrocidades. Es irrecuperable.

Yo no respondo. Oigo un ruido estruendoso en mi cabeza y estoy mareada. Unas descargas eléctricas me sacuden el cuerpo. He leído la última página del diario y la firma que veo estampada en ella me ha llenado de terror, rabia, incredulidad, vergüenza y sensación de haber sido traicionada.

Quizá sea una coincidencia, pienso.

Pero sé que no lo es.

Contemplo los mandamientos pintados en el muro y leo de nuevo el séptimo:
7. Cada Destripador debe buscar a su Abberline. Debéis dejar que os persigan, a fin de aguzar vuestros sentidos y potenciar vuestras dotes
.

—¿Smoky? —pregunta Alan con tono seco, preocupado—. ¿Qué ocurre?

No contesto. Me limito a entregarle el diario, indicando la firma que he visto.
Keith Hillstead
.

Hillstead.

Su hijo se llama Peter.

Conozco a Jack Jr. Y él me conoce a mí.

Íntimamente.

55

M
ONSTRUOS que lucen máscaras humanas y desempeñan su papel a la perfección.

Peter Hillstead ha engañado a todo el mundo, incluida a mí. Peor aún, ha estado junto a mí en unos momentos en que yo era muy vulnerable.

Pero hay algo todavía más terrible, algo que me produce náuseas. Hillstead no sólo me ha engañado, me ha utilizado y me ha violado, sino que también me ha ayudado. Con fines egoístas, desde luego no obstante… La idea de que mi curación se debe en parte a él hace que sienta ganas de gritar, vomitar y ducharme durante un año.

—Sé quién es —digo, respondiendo a la pregunta de Alan.

Se produce un denso silencio, seguido por unas voces hablando al mismo tiempo. Alan impone silencio.

—¿A qué te refieres?

Señalo la firma en la última página del diario.

—Keith Hillstead. Su hijo se llama Peter. El nombre de mi psiquiatra es Peter Hillstead.

Alan me mira dubitativo.

—Eso podría ser una mera coincidencia, Smoky.

—No. Tendré la completa certeza si veo unas fotos de Keith y Peter Hillstead. Pero las edades concuerdan.

—Joder —murmura James.

—Vamos —digo encaminándome hacia la escalera.

Patricia sigue en el cuarto de estar.

—Señorita Connolly, ¿tiene alguna fotografía de Keith Hillstead y de su hijo?

Patricia ladea la cabeza y me mira a los ojos.

—¿Ha encontrado algo?

—Sí, señora. Pero no puedo tener una certeza absoluta hasta ver unas fotografías de Keith y de Peter.

Patricia se levanta de su butaca.

—Cuando Peter se marchó, comprobé que se había llevado todas las fotografías que yo tenía de él. Tengo una foto de Keith. Está enterrada en el fondo de un cajón, pero la conservo para recordar el rostro de la maldad. Espere un momento.

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