—¿Y si acepto podré cortar las ligaduras de Elaina?
—Eso he dicho. —Hillstead se encoge de hombros—. Aunque podría estar mintiendo, claro está.
Tras dudar unos instantes, acerco el cuchillo a mi rostro. No tengo opción. ¿Por qué voy a demorarlo?
«¡No te demores, que quedan pocas existencias! —se burla la parte de mí que ha perdido el juicio—. ¡Córtate la cara y te regalaremos un horno último modelo!»
Apoyo la punta del cuchillo debajo de mi ojo izquierdo. Siento la frialdad del acero. Es curioso, no hay nada que tenga un tacto tan frío e imparcial como la hoja de un cuchillo sobre tu piel. Un cuchillo es el soldado por excelencia, que acata todas las órdenes sin importarle lo que hagan con él siempre y cuando lo utilicen para cortar.
—Hágase un corte profundo —dice Hillstead—. Cuando termine, quiero ver el hueso.
Joseph Sands quería que yo le tocara la cara. Peter Hillstead quiere que me toque la mía. Yo obedezco y me hago un corte profundo y decisivo. Siento un dolor exquisito. La hoja está muy afilada y me raja la cara con un bostezo de aburrimiento, sin mayores esfuerzos. Es un corte prolongado, y empieza a sangrar abundantemente. Siento un chorro de sangre que se desliza sobre mis labios. Lo saboreo como si fuera un buen vino.
El dragón grita.
Hillstead me observa fascinado con el ojo que asoma. Contempla el espectáculo, sin perderse detalle, alimentando sus necesidades.
Yo le concedo un momento para refocilarse.
Luego le apunto con el cuchillo.
—¿Puedo cortar ya las ligaduras de Elaina?
Él sigue observando con el ojo muy abierto la sangre que me chorrea por la barbilla.
—Es maravilloso… —murmura.
Mi herida sigue sangrando. Hillstead observa como hipnotizado el arroyuelo de sangre que brota de ella.
—Peter. —Hillstead desvía a regañadientes el ojo con que contempla el espectáculo
gore
que le ofrezco—. ¿Puedo soltar a Elaina?
Observo de nuevo unas arruguitas en sus ojos. Está sonriendo.
—Pues… —responde lentamente—. No, creo que no. No.
Una sensación de desespero y autodesprecio hace presa en mí.
—¡Qué previsible es usted! —digo—. Si quisiera ser original, dejaría libre a Elaina. Supuse que no lo haría.
Hillstead se encoge de hombros.
—No se puede complacer a todo el mundo.
—Podría complacerme a mí.
—¿Cómo?
—Muriéndose, Peter. Muriéndose.
Unas palabras valientes, pienso, pero sigo temiendo empuñar mi pistola.
Él se ríe.
—De acuerdo, Smoky. Vayamos al grano. —Hillstead sujeta a Bonnie por la nuca con una mano y con la otra sigue apoyando el cuchillo sobre su cuello—. Usted ya me ha dado lo que le he pedido. Terminemos de una vez con esto.
Dejo caer el cuchillo. Hillstead lo observa caer al suelo estrepitosamente.
Yo lo miro también, fascinada por su brillo, por la mancha de mi sangre en su afilada hoja.
Achico los ojos y ladeo la cabeza. Oigo de nuevo la voz en mi mente, esta vez más cerca.
—¿Cómo va a terminar esto, Peter? —pregunto sin mirarle.
—Sólo puede terminar de una forma, Smoky. De una forma u otra.
Lo miro. Mi atención está dividida. Una parte de mí observa a Hillstead, le escucha, responde. La otra se esfuerza al máximo en oír a esa voz.
—¿Qué significa «de una forma u otra»?
El ojo me mira risueño.
—Voy a degollar a Bonnie. Contaré hasta diez y luego le rebanaré el cuello, dándole una sonrisa húmeda, llorosa de oreja a oreja. A menos que usted me mate antes. —Hillstead mueve un poco la navaja—. Pase lo que pase, sé que al final usted disparará contra mí y me matará. De modo que una solución es que usted dispare contra mí y me mate antes de que yo cuente hasta diez, y Bonnie se salvará. ¿La otra? —pregunta mirando mi pistola—. Se repetirá la tragedia de Alexa. Bonnie morirá y usted habrá perdido a otra hija. Luego podrá matarme, pero será demasiado tarde.
Entonces oigo la voz.
«Mamá.»
—Lo único que tiene que hacer, Smoky mía… —Hillstead asoma la cabeza. Está sonriendo—. Es dejar que la ayude por última vez.
«Escúchame, mamá. Puedes hacerlo. Todo irá bien.»
Siento como si me vaciara por dentro. Me quedo quieta, sin mover un músculo.
—Que le den.
—No lo creo. —La sonrisa de Hillstead se hace más ancha—. No se equivoque, Smoky. Le daré diez segundos y luego mataré a la niña. Le rebanaré su bonito cuello con mi navaja. La única oportunidad que tiene de salvarse es si usted dispara contra mí. Claro está que puede errar el tiro y matarla a ella, como ocurrió con Alexa. Es posible que mate a otra niña con su pistola.
La sangre sigue chorreándome por la cara. Veo en mi mente los ojos de Bonnie.
Pero es a Alexa a quien llevo en mi alma.
Recuerdo todo lo hermoso relacionado con ella. De golpe. Cada momento que la vi sonreír, que la abracé, que percibí el olor de su pelo. Cada lágrima que le enjugué, cada beso de ángel que me dio. De un tiempo a esta parte recuerdo muchas cosas de Alexa, es cierto. Pero estos recuerdos son diez mil veces más vívidos. Diez millones de veces más intensos.
Todo ha desaparecido, para siempre.
—Vamos, agente especial Barrett. Voy a empezar a contar los segundos.
Siento que estoy inmersa en un océano de lágrimas que no tiene un horizonte.
Me pregunto de nuevo: «¿Me temblará la mano si apunto la pistola contra mí misma?» Esto podría terminar así. Rápidamente. Fácilmente.
Terminaría con los recuerdos. Eso es lo que quiero por encima de todo, olvidar mi pasado.
—Usted fue mi Abberline, Smoky. Debería sentirse satisfecha, es la mejor de todos. Nadie ha logrado atraparnos, desde la época de mis antepasados. Aplaudo el truco que utilizó con el frasco que contenía un útero. Una mentira evidente, pero reconozco que consiguió enfurecerme. En cuanto a lo de atrapar a Robert… Era muy torpe, por lo que no lo considero una genialidad por parte de usted. Pero tiene talento, Smoky. Mucho talento.
Apenas le escucho. En mis oídos resuena un fragor que amenaza con sofocar los demás sonidos. Soy yo, golpeándome con mis puños hasta hacer que sangren. Yo, gritando sin cesar. Yo, gimiendo, blasfemando, muriendo y… «¡Mamá!»
El fragor cesa.
Silencio.
La veo con el rabillo del ojo. Pero no puedo mirarla. No.
Me siento demasiado avergonzada.
«No te preocupes, mamá. Sólo tienes que recordar lo más importante.»
¿Qué? ¿Que yo te fallé? ¿Que te maté? ¿Que sobreviví y tú no? ¿Que la vida continúa? Eso es lo peor de todo.
Siento una profunda vergüenza, que clava su hocico en cada parte de mi cuerpo. Que se aloja en lo más recóndito de mi ser.
Siento un dolor absoluto e infinito.
Hemos llegado al fin, pienso. Al desenlace. Cuando pierdo la apuesta definitivamente. Cuando se produce un fundido en negro.
Empiezo a perder el conocimiento.
Pero antes de desvanecerme, Alexa sonríe.
Es un sol ardiente. Una luz dorada gigantesca.
«No, mamá. Recuerda el amor.»
Parece como si alguien hubiera pulsado un botón de «pausa». Todo el dolor, toda la vergüenza, cesa. Desaparece.
Se produce un silencio.
Transcurre un momento y contemplo cómo pasa. Bum, me late el corazón, y otro bum, un solo latido.
Frente a mí veo a Alexa. Ya no es una sombra borrosa, un efímero instante en un sueño.
Mi maravillosa y espléndida Alexa.
«Hola, mamá», dice.
—Hola, pequeña —murmuro.
Sé que Alexa no está ahí. También sé que está tan presente como es posible.
«Tienes que elegir, mamá —dice suavemente—. De una vez para siempre.»
—¿A qué te refieres, cariño?
Alexa se inclina hacia delante y toma mi mano. Exhala una intensa ternura que me envuelve. Tan hermosa que me estremezco.
«¡Debes vivir, mamá!»
La verdad, según he podido comprobar, se presenta de modo imprevisto, pero aparece en un instante y lo cambia todo para siempre. La verdad real siempre es muy simple.
Esta verdad también lo es.
Elegir entre vivir o morir es elegir entre Alexa y Hillstead.
Entre Matt y Sands.
Alexa sonríe, asiente con la cabeza… y desaparece.
Y de golpe, entre un latido y otro, recobro la cordura. Esa verdad hace que desaparezca mi locura.
El tiempo comienza de nuevo.
Hillstead sigue parloteando, pero no oigo lo que dice. Tengo la sensación de estar en una cámara de silencio. Un mundo donde todo lo demás se mueve a un ritmo normal, pero mis pensamientos son como un ensueño, como practicar taichi en el fondo de una piscina.
Bonnie no ha apartado los ojos de los míos desde el instante en que he entrado en la habitación. Llenos de terror, de confianza. Yo la miro. Ahora que he recobrado la cordura puedo verla.
«Es preciosa, mamá.»
—Sí, es verdad, cariño —murmuro.
Hillstead achica los ojos. Esta vez oigo lo que me dice.
—¿Con quién habla, Smoky? ¿Se ha vuelto definitivamente loca? Procure dominarse. Faltan sólo tres segundos para que la pequeña Bonnie empiece a sonreír debajo del mentón.
El disparo que debo efectuar para salvarla es complicado. Aproximadamente una cuarta parte de la cabeza de Hillstead está visible. El resto está oculto detrás de Bonnie.
Empiezo a calcular, al principio lentamente, luego con mayor rapidez.
El dragón presiente que ha llegado su momento y ronronea.
Oigo de nuevo la voz de Alexa, que encaja con el ritmo del zumbido como el viento encaja con un aguacero. «No te preocupes, mamá. Siéntelo. Lo llevas dentro, confía en ti misma.»
«No lo sé, Alexa —contesto—. Cinco centímetros, tres centímetros y medio… No sé. Podría matar a Bonnie.»
Siento los brazos fantasmales de Alexa ciñéndome desde detrás por la cintura. Me toca con una mano el corazón. «Está ahí, mamá. Has dejado de confiar en ti misma, pero Bonnie te necesita. Y a mí no me duele que te necesite. Me preguntaste eso en un sueño, pero te despertaste antes de que yo pudiera responder. Quiere a Bonnie, a mí no me molesta.» Veo en mi imaginación la cara de Alexa; los ojos castaños de Matt, una sonrisa de duendecillo, los hoyuelos no se sabe de quién. Ya no temo mirarla. Alexa retira sus manos y la siento retroceder a mi espalda. Antes de marcharse, murmura una última cosa: «¿No lo entiendes, mamá? Eres perfecta. Haz lo que crees que debes hacer, es cuanto puedes hacer. Sólo puedes dar lo mejor de ti misma.»
El dragón ruge y el zumbido da paso a un grito que crece en mi interior y se convierte en un colibrí en llamas, que se convierte en un halcón, que se convierte en un águila, y…
Mi mano deja de temblar.
Alzo la pistola y oprimo el gatillo sin pensarlo dos veces.
No oigo la detonación. Todo es visual. Veo el rostro de Bonnie inclinarse bruscamente hacia atrás en el momento en que la cabeza de Hillstead estalla y la navaja se cae de sus manos, y sé que la he matado a ella también.
Siento un grito en mi garganta, me llevo las manos a la cabeza, pero de pronto veo a Bonnie avanzar hacia mí trastabillando debido a que tiene los pies sujetos.
Bonnie vuelve la mejilla izquierda hacia mí y veo a Hillstead tendido en el suelo, con un orificio de bala en un ojo, y entonces lo comprendo.
Disparé. La bala rozó la mejilla de Bonnie, pero di en el blanco. Ella está a salvo. Hillstead está muerto.
Mi mano tiembla cuando enfundo mi pistola. James y Alan suben apresuradamente la escalera, seguidos por Tommy. Alan rompe a llorar mientras desata a Elaina y la cubre con una manta, y James y Tommy me preguntan si estoy herida. No respondo.
Miro a Hillstead, que yace muerto en el suelo. El hombre que procuró a Sands la llave de mi casa, que fue responsable de la muerte de mi familia, de las cicatrices que tengo en la cara. Pienso en el reguero de destrucción que ha dejado tras de sí.
Al final, Hillstead demostró que tenía razón.
La muerte siempre está a un paso.
Pero la vida también, y todos los que abogan por ella.
C
ALLIE pidió que hubiera tres personas presentes en ese momento. Marilyn, Elaina y yo. Bonnie está presente pues se sobrentiende que así tiene que ser, lo cual a Callie le parece de perlas.
Se despertó dos días después de que Peter Hillstead muriera. Desde entonces han pasado otros dos días y el médico se dispone a comprobar el grado de sensibilidad que tiene Callie en los pies. Por más que ella procura ocultarlo, observo que está aterrorizada.
Tiene un aspecto horroroso. Está pálida, cansada. Pero vive.
Ahora comprobaremos si volverá a andar.
El médico sostiene uno de esos instrumentos que todo el mundo ha visto, pero que nadie sabe cómo se llama, semejante a una espuela con un mango. Se dispone a pasar esas afiladas puntas por las plantas de los pies de Callie.
—¿Está preparada? —le pregunta.
Elaina, situada a un lado de la cama, toma la mano de Callie, y yo, situada al otro, hago lo propio. Bonnie observa la escena con cara de preocupación.
—Hágame cosquillas, cielo.
El médico pasa la espuela por la planta de su pie izquierdo.
—¿Ha sentido algo? —pregunta mirándola.
Callie abre mucho los ojos, aterrorizada.
—No —responde con un hilo de voz.
—No se inquiete —le dice el médico para tranquilizarla. Presiento que esto no va bien porque Callie me está triturando la mano.
—Probemos en el otro pie. —El médico pasa la espuela por el pie derecho. Todos esperamos…
De pronto el dedo gordo se mueve un poco. Callie contiene el aliento.
—¿Lo ha sentido? —pregunta de nuevo el médico.
—No estoy segura…
—No se preocupe. Que el dedo gordo se mueva es una excelente señal. Probémoslo de nuevo. —El médico vuelve a pasar la espuela por la planta del pie. Esta vez, el dedo gordo se mueve en el acto.
—¡Lo he sentido! —exclama—. No mucho, pero lo he sentido.
—Magnífico —dice el médico con tono tranquilizador—. Ahora quiero que haga otra cosa. Quiero que procure mover de nuevo el dedo, el que ha respondido al estímulo.
Callie tiene la mano sudorosa. Siento que le tiembla un poco.
—Vamos —dice Elaina—, inténtalo. Seguro que lo conseguirás.
Callie se concentra en su dedo gordo con la misma intensidad que un corredor olímpico en la línea de salida. Su esfuerzo mental es palpable.