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Authors: Herbert Marcuse

El hombre unidimensional (5 page)

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Bridgman ha visto las amplias implicaciones de este modo de pensar para la sociedad en su conjunto.
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Adoptar el punto de vista operacional implica mucho más que una mera restricción del sentido en que comprendemos el «concepto»; significa un cambio de largo alcance en todos nuestros hábitos de pensamiento, porque ya no nos permitiremos emplear como instrumentos de nuestro pensamiento conceptos que no podemos describir en términos de operaciones.

La predicción de Bridgman se ha realizado. El nuevo modo de pensar es hoy en día la tendencia predominante en la filosofía, la psicología, la sociología y otros campos. Muchos de los conceptos más perturbadores están siendo «eliminados», al mostrar que no se pueden describir adecuadamente en términos operacionales o behavioristas. La ofensiva empirista radical (en los capítulos VII y VIII examinaré sus pretensiones de ser empiristas) proporciona de esta manera la justificación metodológica para que los intelectuales bajen a la mente de su pedestal: positivismo que, en su negación de los elementos trascendentes de la Razón, forma la réplica académica de la conducta socialmente requerida.

Fuera del
establishment
académico, el «cambio de largo alcance en todos nuestros hábitos de pensar» es más serio. Sirve para coordinar ideas y objetivos con los requeridos por el sistema predominante para incluirlos dentro del sistema y rechazar aquellos que no son reconciliables con él. El dominio de tal realidad unidimensional no significa que reine el materialismo y que desaparezcan las ocupaciones espirituales, metafísicas y bohemias. Por el contrario, hay mucho de «Oremos juntos esta semana», «¿Por qué no pruebas a Dios?», Zen, existencialismo y modos
beat
de vida. Pero estos modos de protesta y trascendencia ya no son contradictorios del
statu quo
y tampoco negativos. Son más bien la parte ceremonial del behaviorismo práctico, su inocua negación, y el
statu quo
los digiere prontamente como parte de su saludable dieta

Los que hacen la política y sus proveedores de información de masas promueven sistemáticamente el pensamiento unidimensional. Su universo del discurso está poblado de hipótesis que se autovalidan y que, repetidas incesante y monopolísticamente, se tornan en definiciones hipnóticas o dictados. Por ejemplo, «libres» son las instituciones que funcionan (y que
se
hacen funcionar) en los países del mundo libre; otros modos trascendentes de libertad son por definición el anarquismo, el comunismo o la propaganda. «Socialistas» son todas las intrusiones en empresas privadas no llevadas a cabo por la misma empresa privada (o por contratos gubernamentales), tales como el seguro de enfermedad universal y comprensivo, la protección de los recursos naturales contra una comercialización devastadora, o el establecimiento de servicios públicos que puedan perjudicar el beneficio privado. Esta lógica totalitaria del hecho cumplido tiene su contrapartida en el Este. Allí, la libertad es el modo de vida instituido por un régimen comunista, y todos los demás modos trascendentes de libertad son o capitalistas, o revisionistas, o sectarismo izquierdista. En ambos campos las ideas nooperacionales son no-conductistas y subversivas. El movimiento del pensamiento se detiene en barreras que parecen ser los límites mismos de la Razón.

Esta limitación del pensamiento no es ciertamente nueva. El racionalismo moderno ascendente, tanto en su forma especulativa como empírica, muestra un marcado contraste entre el radicalismo crítico extremo en el método científico y filosófico por un lado, y un quietismo acrítico en la actitud hacia las instituciones sociales establecidas y operantes. Así, el
ego cogitans
de Descartes debía dejar los «grandes cuerpos públicos» intactos, y Hobbes sostenía que «el presente debe siempre ser preferido, mantenido y considerado mejor». Kant coincidía con Locke en justificar la revolución
siempre y cuando
lograse organizar la totalidad e impedir la subversión.

Sin embargo, estos conceptos acomodaticios de la Razón siempre fueron contradichos por la miseria e injusticia evidentes de los «grandes cuerpos públicos» y la efectiva y más o menos consciente rebelión contra ellos. Existían condiciones sociales que provocaban y permitían una disociación real del estado de cosas establecido; estaba presente una dimensión tanto privada como política, en la cual la disociación se podía desarrollar en oposición efectiva, probando su fuerza y la validez de sus objetivos.

Con la gradual clausura de esta dimensión por la sociedad, la autolimitación del pensamiento alcanza un significado más amplio. La interrelación entre los procesos científico-filosóficos y sociales, entre la Razón teórica y la práctica, se afirma «a espaldas» de los científicos y filósofos. La sociedad obstruye toda una especie de operaciones y conductas de oposición; consecuentemente, los conceptos que les son propios se convierten en ilusorios carentes de significado. La trascendencia histórica aparece como trascendencia metafísica, inaceptable para la ciencia y el pensamiento científico. El punto de vista operacional y behaviorista, practicado en general como «hábito del pensamiento», se convierte en el modo de ver del universo establecido del discurso y la acción, de necesidades y aspiraciones. La «astucia de
la
Razón» opera, como tantas veces lo ha hecho, en interés de los poderes establecidos. La insistencia en conceptos operacionales y behavioristas se vuelve contra los esfuerzos por liberar el pensamiento y la conducta
de
una realidad dada y
por
las alternativas suprimidas. La Razón teórica y la práctica, el behaviorismo académico y social vienen a encontrarse en un plano común: el de la sociedad avanzada que convierte el progreso científico y técnico en un instrumento de dominación.

«Progreso» no es un término neutral; se mueve hacia fines específicos, y estos fines son definidos por las posibilidades de mejorar la condición humana. La sociedad industrial avanzada se está acercando al estado en que el progreso continuo exigirá una subversión radical de la organización y dirección predominante del progreso. Esta fase será alcanzada cuando la producción material (incluyendo los servicios necesarios) se automatice hasta el punto en que todas las necesidades vitales puedan ser satisfechas mientras que el tiempo de trabajo necesario se reduzca a tiempo marginal. De este punto en adelante, el progreso técnico trascenderá el reino de la necesidad, en el que servía de instrumento de dominación y explotación, lo cual limitaba por tanto su racionalidad; la tecnología estará sujeta al libre juego de las facultades en la lucha por la pacificación de la naturaleza y de la sociedad.

Tal estado está previsto en la noción de Marx de la «abolición del trabajo». El término «pacificación de la existencia» parece más apropiado para designar la alternativa histórica de un mundo que —por medio de un conflicto internacional que transforma y suspende las contradicciones en el interior de las sociedades establecidas— avanza al borde de una guerra global. «Pacificación de la existencia» quiere decir el desarrollo de la lucha del hombre con el hombre y con la naturaleza, bajo condiciones en que las necesidades, los deseos y las aspiraciones competitivas no estén ya organizados por intereses creados de dominación y escasez, en una organización que perpetúa las formas destructivas de esta lucha.

La presente lucha contra esta alternativa histórica encuentra una firme base en la población subyacente, y su ideología en la rígida orientación de pensamiento y conducta hacia el universo dado de los hechos. Justificado por las realizaciones de la ciencia y la tecnología, por su creciente productividad, el
statu quo
desafía toda trascendencia. Ante la posibilidad de pacificación en base a sus logros técnicos e intelectuales, la sociedad industrial madura se cierra contra esta alternativa. El operacionalismo en teoría y práctica, se convierte en la teoría y la práctica de la
contención
. Por debajo de su dinámica aparente, esta sociedad es un sistema de vida completamente estático: se autoimpulsa en su productividad opresiva y su coordinación provechosa. La contención del progreso técnico va del brazo con su crecimiento en la dirección establecida. A pesar de las cadenas políticas impuestas por el
statu quo
, mientras más capaz parezca la tecnología de crear las condiciones para la pacificación, más se organizan el espíritu y el cuerpo del hombre en contra de esta alternativa.

Las áreas más avanzadas de la sociedad industrial muestran estas dos características: una tendencia hacia la consumación de la racionalidad tecnológica y esfuerzos intensos para contener esta tendencia dentro de las instituciones establecidas. Aquí reside la contradicción interna de esta civilización: el elemento irracional en su racionalidad. Es el signo de sus realizaciones. La sociedad industrial que hace suya la tecnología y la ciencia se organiza para el cada vez más efectivo dominio del hombre y la naturaleza, para la cada vez más efectiva utilización de sus recursos. Se vuelve irracional cuando el éxito de estos esfuerzos abre nuevas dimensiones para la realización del hombre. La organización para la paz es diferente de la organización para la guerra; las instituciones que prestaron ayuda en la lucha por la existencia no pueden servir para la pacificación de la existencia. La vida como fin difiere cualitativamente de la vida como medio.

Nunca se podría imaginar tal modo cualitativamente nuevo de existencia como un simple derivado de cambios políticos y económicos, como efecto más o menos espontáneo de las nuevas instituciones que constituyen el requisito necesario. El cambio cualitativo implica también un cambio en la base
técnica
sobre la que reposa esta sociedad; un cambio que sirva de base a las instituciones políticas y económicas a través de las cuales se estabiliza la «segunda naturaleza» del hombre como objeto agresivo de la industrialización. Las técnicas de la industrialización son técnicas políticas; como tales, prejuzgan las posibilidades de la Razón y de la Libertad.

Es claro que el trabajo debe preceder a la reducción del trabajo, y que la industrialización debe preceder al desarrollo de las necesidades y satisfacciones humanas. Pero así como toda libertad depende de la conquista de la necesidad ajena, también la realización de la libertad depende de las técnicas de esta conquista. La productividad más alta del trabajo puede utilizarse para la perpetuación del trabajo, la industrialización más efectiva puede servir para la restricción y la manipulación de las necesidades.

Al llegar a este punto, la dominación —disfrazada de opulencia y libertad— se extiende a todas las esferas de la existencia pública y privada, integra toda oposición auténtica, absorbe todas las alternativas. La racionalidad tecnológica revela su carácter político a medida que se convierte en el gran vehículo de una dominación más acabada, creando un universo verdaderamente totalitario en el que sociedad y naturaleza, espíritu y cuerpo, se mantienen en un estado de permanente movilización para la defensa de este universo.

2. EL CIERRE DEL UNIVERSO POLÍTICO

La sociedad de movilización total, que se configura en las áreas más avanzadas de la civilización industrial, combina en una unión productiva elementos del Estado de Bienestar y el Estado de Guerra. Comparada con sus predecesoras, es en verdad «una nueva sociedad». Los tradicionales aspectos problemáticos están siendo eliminados o aislados, los elementos perturbadores dominados. Las tendencias principales son conocidas: concentración de la economía nacional en las necesidades de las grandes empresas, con el gobierno como una fuerza estimulante, de apoyo y algunas veces incluso de control; sujeción de esta economía a un sistema a escala mundial de alianzas militares, convenios monetarios, asistencia técnica y modelos de desarrollo; gradual asimilación de la población de «cuello blanco» y los trabajadores manuales, de los métodos de dirección en los negocios y en el trabajo, de las diversiones y las aspiraciones en las diferentes clases sociales; mantenimiento de una armonía preestablecida entre la enseñanza y los objetivos nacionales; invasión del hogar privado por la proximidad de la opinión pública, abriendo la alcoba a los medios de comunicación de masas. En la esfera política, esta tendencia se manifiesta en una marcada unificación o convergencia de los opuestos. El bipartidismo en política exterior cubre los intereses competitivos de los grupos mediante la amenaza del comunismo internacional, y se extiende a la política doméstica, donde los programas de los grandes partidos son cada vez más difíciles de distinguir, incluso en el grado de hipocresía y en los tópicos empleados. Esta unificación de los opuestos, gravita sobre las posibilidades de cambio social en el sentido de que abarca aquellos estratos sobre cuyas espaldas progresa el sistema; esto es, las propias clases cuya existencia supuso en otro tiempo la oposición al sistema como totalidad.

En los Estados Unidos se advierte la colusión y la alianza entre las empresas y el trabajo organizado; en
Labor Looks at Labor A Conversation
, publicado por el Centro para el Estudio de las Instituciones Democráticas en 1963, se nos dice que:

Lo que ha pasado es que el sindicato ha llegado a ser casi indistinguible
ante sí mismo
de la empresa. Hoy vemos el fenómeno de sindicatos y empresas formando
juntos
grupos de presión. El sindicato no va a ser capaz de convencer a los obreros que trabajan en la construcción de proyectiles de que la compañía para la que trabajan es una empresa nociva, cuando tanto el sindicato como la fábrica están tratando de conseguir contratos mayores y de incorporar a la misma área otras industrias de defensa, o cuando aparecen unidos ante el Congreso y unidos piden que se construyan proyectiles en vez de bombarderos, o bombas en vez de proyectiles, según el contrato que están buscando.

El partido laborista inglés, cuyos líderes compiten con sus oponentes conservadores en promover los intereses nacionales, difícilmente se dedica a apoyar un modesto programa de nacionalización parcial. En Alemania Occidental, que ha proscrito el partido comunista, el partido social demócrata, habiendo rechazado oficialmente sus programas marxistas, está probando convincentemente su respetabilidad. Ésta es la situación en los principales países industriales de Occidente. En el Este, la reducción gradual de controles políticos directos prueba la confianza cada vez mayor en la efectividad de los controles tecnológicos como instrumentos de dominación. Con respecto a los poderosos partidos comunistas de Francia e Italia, dan testimonio de la dirección general de las circunstancias, adhiriéndose a un programa mínimo que margina la toma revolucionaria del poder y contemporiza con las reglas del juego parlamentario.

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