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Authors: Herbert Marcuse

El hombre unidimensional (6 page)

BOOK: El hombre unidimensional
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Pero, aunque sea incorrecto considerar a los partidos francés e italiano como «extranjeros» en el sentido de estar apoyados por un poder exterior, hay un involuntario núcleo de verdad en esta propaganda: son extranjeros, en tanto que son testigos de una historia pasada (¿o futura?) en la realidad actual. Si han aceptado trabajar dentro del marco del sistema establecido, no es sólo sobre bases tácticas y como una estrategia de corto alcance, sino porque su base social se ha debilitado y alterado sus objetivos por la transformación del sistema capitalista (tal como lo han sido los objetivos de la Unión Soviética, que ha apoyado este cambio en la política). Estos partidos comunistas nacionales desempeñan el papel histórico de partidos de oposición legal «condenados» a ser no radicales. Atestiguan la profundidad y la dimensión de la integración capitalista, y las condiciones que crean las diferencias cualitativas de los intereses en conflicto aparecen como diferencias cuantitativas dentro de la sociedad establecida.

No parece que sea necesario ningún análisis en profundidad para encontrar las razones de esta evolución. En cuanto a Occidente, los antiguos conflictos dentro de la sociedad son modificados y juzgados bajo el doble (e interrelacionado) impacto del progreso técnico y el comunismo internacional. Las luchas de clases se atenúan y las «contradicciones imperialistas» se detienen ante la amenaza exterior. Movilizada contra esta amenaza, la sociedad capitalista muestra una unión y una cohesión internas desconocidas en las etapas anteriores de la civilización industrial. Es una cohesión que descansa sobre bases muy materiales; la movilización contra el enemigo actúa como un poderoso estímulo de la producción y el empleo, manteniendo así el alto nivel de vida.

Sobre estas bases se levanta un universo de administración en el que las depresiones son controladas y los conflictos estabilizados mediante los benéficos efectos de la creciente productividad y la amenazadora guerra nuclear. ¿Es esta estabilización «temporal» en el sentido de que no afecta las raíces de los conflictos que Marx encontró en el modo capitalista de producción (la contradicción entre la propiedad privada de los medios de producción y la productividad social), o es una transformación de la propia estructura antagónica, que resuelve las contradicciones haciéndolas tolerables? Y, si la segunda alternativa es cierta, ¿cómo cambia la relación entre capitalismo y socialismo, que hizo aparecer al segundo como la negación histórica del primero?

La contención del cambio social

La teoría marxista clásica ve la transición del capitalismo al socialismo como una revolución política: el proletariado destruye el aparato político del capitalismo, pero conserva el aparato tecnológico sometiéndolo a la socialización. Hay una continuidad en la revolución: la racionalidad tecnológica liberada de las restricciones y destrucciones irracionales, se sostiene y consuma en la nueva sociedad. Es interesante leer una declaración marxista soviética acerca de esta continuidad, que es de una importancia tan vital para la idea del socialismo como la negación determinante del capitalismo:
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1) Aunque el desarrollo de la tecnología está sujeto a las leyes económicas de cada formación social, no termina, como otros factores económicos, cuando dejan de actuar las leyes de la formación. Cuando en el proceso de la revolución las viejas relaciones de producción son destruidas, la tecnología permanece y, subordinada a las leyes económicas de la nueva formación económica, sigue su desarrollo con velocidad cada vez mayor. 2) Contrariamente al desarrollo de la base económica en sociedades antagónicas, la tecnología no se desarrolla a saltos, sino mediante una acumulación gradual de elementos de una nueva cualidad, mientras los elementos con la antigua cualidad desaparecen. 3) [sin importancia en este contexto].

En el capitalismo avanzado, la racionalidad técnica se encierra, a pesar de su uso irracional, en el aparato productivo. Esto se aplica no sólo a las instalaciones mecanizadas, las herramientas y la explotación de los recursos, sino también a la forma de trabajo como adaptación y manejo del proceso mecanizado, organizado según la «gestión científica». Ni la nacionalización ni la socialización alteran
por sí mismas
este aspecto material de la racionalización tecnológica; al contrario, la
última
constituye una condición previa para el desarrollo socialista de todas las fuerzas productivas.

Marx sostuvo, desde luego, que la organización y dirección del aparato productivo por los «productores inmediatos» introduciría un cambio
cualitativo
en la continuidad técnica: esto es, encaminaría la producción hacia la satisfacción de necesidades individuales que se desarrollarían libremente. Sin embargo, en la medida en que el aparato técnico establecido abarca la existencia pública y privada en todas las esferas de la sociedad —es decir, llega a ser el medio de control y cohesión en un universo político que incorpora a las clases trabajadoras—, el cambio cualitativo implicará en ese grado un cambio en la
estructura tecnológica misma
y este cambio
presupone
que las clases trabajadoras están enajenadas de este universo en su misma existencia, que su conciencia es la de la total imposibilidad de seguir existiendo en este universo, de forma que la necesidad de un cambio cualitativo es un asunto de vida o muerte. Así, la negación existe
antes
que el cambio mismo, la idea de que las fuerzas históricas liberadoras se desarrollan
dentro
de la sociedad establecida es un punto clave de la teoría marxista.
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Pero es precisamente esta nueva conciencia, este «espacio interior», el espacio de la práctica histórica trascendente, el que está siendo anulado por una sociedad en la que tanto los sujetos como los objetos constituyen instrumentos en una totalidad que tiene su
raison d'être
en las realizaciones de su todopoderosa productividad. Su promesa suprema es una vida cada vez más confortable para un número cada vez mayor de gentes que, en un sentido estricto, no pueden imaginar un universo del discurso y la acción cualitativamente diferente, porque la capacidad para contener y manipular los esfuerzos y la imaginación subversivos es una parte integral de la sociedad dada. Aquellos cuya vida es el infierno de la sociedad opulenta son mantenidos a raya con una brutalidad que revive las prácticas medievales y modernas. En cuanto a otros, menos desheredados, la sociedad se ocupa de su necesidad de liberación, satisfaciendo las necesidades que hacen la servidumbre agradable y quizá incluso imperceptible, y logra esto dentro del proceso de producción mismo. Bajo este impacto, las clases trabajadoras en las zonas avanzadas de la civilización industrial están pasando por una transformación decisiva, que ha llegado a ser el objeto de una vasta investigación sociológica. Enumeraré los principales factores de esa transformación:

1) La mecanización está reduciendo cada vez más la cantidad e intensidad de energía física gastada en el trabajo. Esta evolución es de gran importancia en el concepto marxiano del trabajador (proletario). Para Marx, el proletario es antes que nada el trabajador manual que gasta y agota su energía física en el proceso de trabajo, incluso si trabaja con máquinas. La adquisición y empleo de esta energía física, bajo condiciones infrahumanas, para la apropiación privada de la plusvalía, daba a la explotación sus aspectos revulsivos e inhumanos; la noción marxiana denuncia el dolor físico y la miseria del trabajo. Éste es el elemento material y tangible en la esclavitud del salario y la alienación: la dimensión fisiológica y biológica del capitalismo clásico.

Durante los siglos pasados, una causa importante de alienación residía en el hecho de que el ser humano prestaba su individualidad biológica a la organización técnica: era el manipulador de las herramientas; los conjuntos técnicos sólo podían constituirse incorporando al hombre como manipulador de herramientas. El carácter deformador de la profesión era a la vez psíquico y somático.
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Ahora la cada vez más completa mecanización del trabajo en el capitalismo avanzado, al tiempo que mantiene la explotación, modifica la actitud y el
statu
de los explotados. Dentro de la organización tecnológica, el trabajo mecanizado en el que reacciones automáticas y semiautomáticas llenan la mayor parte (si no la totalidad) del tiempo de trabajo sigue siendo, como una ocupación de toda la vida, una esclavitud agotadora, embrutecedora, inhumana; más agotadora aún debido al mayor ritmo de trabajo y control de los operadores de las máquinas (más bien que del producto) y al aislamiento de los trabajadores entre sí.
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Desde luego, esta ingrata forma de trabajo es expresión de la automatización
detenida, parcial
, de la coexistencia de secciones automatizadas, semiautomatizadas y no automatizadas dentro de la misma fábrica; pero incluso bajo estas condiciones «la tecnología ha sustituido la fatiga muscular por la tensión y/o el esfuerzo mental».
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En las fábricas más automatizadas, se subraya la transformación de la energía física en habilidad técnica y mental:

… habilidades de la cabeza más bien que de la mano, del lógico más que del artesano; del nervio más que del músculo; del experto más que del trabajador manual; del encargado del mantenimiento más que del operador.
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Esta forma de esclavitud magistral no difiere en esencia de la que se ejerce sobre la mecanógrafa, el empleado de banco, el apremiado vendedor o vendedora y el anunciador de televisión. La uniformación y la rutina asimilan los empleos productivos y no productivos. El proletario de las etapas anteriores del capitalismo era en verdad la bestia de carga, que proporcionaba con el trabajo de su cuerpo las necesidades y lujos de la vida, mientras vivía en la suciedad y en la pobreza. De este modo era la negación viviente de su sociedad.
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En contraste, el trabajador organizado en las zonas avanzadas de la sociedad tecnológica vive esta negación menos directamente y, como los demás objetos humanos de la división social del trabajo, está siendo incorporado a la comunidad tecnológica de la población administrada. Más aún, en las áreas más adelantadas de automatización, una especie de comunidad tecnológica parece integrar a los átomos humanos que trabajan. La máquina parece dar un ritmo adormecedor a sus operadores:

Se está generalmente de acuerdo en que los movimientos interdependientes realizados por un grupo de personas que siguen un sistema rítmico producen satisfacción —independientemente de lo que está siendo realizado mediante los movimientos;
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y el observador sociólogo cree que ésta es una razón para el desarrollo gradual de un «clima general» más «favorable tanto a la producción como a ciertas importantes clases de satisfacción humana». Habla del acrecimiento de un fuerte espíritu de grupo en cada equipo» y cita a un trabajador que dice: «Estamos dentro del ritmo de las cosas de punta a cabo…»
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Esta frase expresa admirablemente el cambio en la esclavitud mecanizada: las cosas contienen ritmo antes que opresión, y transmiten su ritmo al instrumento humano; no sólo a su cuerpo sino también a su mente, e incluso a su alma. Un comentario de Sartre muestra la profundidad del proceso:

En los primeros tiempos de las máquinas semi-automáticas, las encuestas mostraron que las obreras especializadas, al trabajar, se dejaban ir en un ensueño de orden sexual, recordaban la alcoba, la cama, la noche, todo lo que se refiere a la persona en la soledad de la pareja cerrada sobre sí misma. Pero era la máquina en ellas la que soñaba con caricias…
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El proceso mecanizado en el universo tecnológico rompe la reserva más íntima de la libertad y une la sexualidad y el trabajo en un solo automatismo inconsciente y rítmico: un proceso que es paralelo a la asimilación de los empleos.

2) La tendencia hacia la asimilación se muestra en la estratificación ocupacional. En los establecimientos industriales claves, la proporción de trabajo manual declina en relación con la del elemento de «cuello blanco»; el número de trabajadores separados de la producción aumenta.
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Este cambio cuantitativo remite a un cambio en el carácter de los instrumentos básicos de la producción.
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En la etapa avanzada de mecanización, como parte de la realidad tecnológica, la máquina no es

una unidad absoluta, sino solamente una realidad técnica individualizada, abierta en dos direcciones: la de la relación con los elementos y la de las relaciones interindividuales en el aparato técnico.
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En la medida en que la máquina llega a ser en sí misma un sistema de instrumentos y relaciones mecánicas y se extiende así mucho más allá del proceso individual de trabajo, afirma su mayor dominio reduciendo la «autonomía profesional» del trabajador e integrándolo con otras profesiones que sufren y dirigen el aparato técnico. Sin duda, la antigua autonomía «profesional» del trabajador era más bien su esclavitud profesional. Pero esta forma específica de esclavitud era al mismo tiempo la fuente de su poder específico profesional de negación: el poder de detener un proceso que amenazaba con aniquilarlo como ser humano. Ahora el trabajador va perdiendo la autonomía profesional, que le convirtiera en miembro de una clase separada de los demás grupos ocupacionales, porque encarnaba la refutación de la sociedad establecida.

El cambio tecnológico que tiende a acabar con la máquina como instrumento
individual
de producción, como una «unidad absoluta», parece invalidar la noción marxiana de la «composición orgánica del capital» y con ella la teoría de la creación de plusvalía. Según Marx, la máquina nunca crea valor, sino que solamente transfiere su propio valor al producto, mientras la plusvalía permanece como resultado de la explotación del trabajo viviente. La máquina es la incorporación de la fuerza de trabajo humano, y a través de ella, el trabajo pasado (el trabajo muerto) se conserva y determina el trabajo viviente. Hoy la automatización parece alterar cualitativamente la relación entre el trabajo muerto y el vivo; tiende hacia el punto en el que la productividad es determinada «por las máquinas y no por el rendimiento individual».
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Más aún, la misma medición del rendimiento individual llega a ser imposible:

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