Read El jardín de las hadas sin sueño Online
Authors: Esther Sanz
Tags: #Infantil y Juvenil, Romántica
—Te equivocas, Clara. Ellos no quieren eso.
—Y entonces, ¿qué quieren?
—Destruirla.
—Eso no tiene ningún sentido.
—Piénsalo bien. Si saliera a la luz algo que acabara con todas las enfermedades, ¿dónde estaría su negocio? No les interesa patentar nada que garantice salud y juventud eternas. La semilla es una amenaza para ellos.
Me quedé un rato pensativa.
—Pero Hannah es científica como Henry. ¿No era también su sueño encontrar la semilla y seguir con sus investigaciones?
—Ese sueño dejó de tener sentido cuando su marido la alejó de su hija. Imagino que al enterarse de su muerte, el odio habrá nublado por completo su ambición científica. Lo único que le mueve a colaborar con esa farmacéutica es su sed de venganza. Solo desea acabar con nosotros.
—¿Y tú? —Le miré a los ojos—. ¿Qué deseas tú? ¿Quieres entregar la semilla a la ciencia o crees que deberían destruirla?
Suspiró con tristeza.
—No lo sé. Ya no tengo nada claro. Estoy tan acostumbrado a cumplir las órdenes de mi padre que no sé qué quiero realmente. Antes luchaba por Grace, pero ahora nada tiene sentido. Ya no sé qué está bien o qué está mal. Antes era solo una marioneta de mi padre…
—Pero ya no lo eres. Le desobedeciste al protegerme.
—Ni siquiera tú confías en mí.
—Claro que confío en ti.
—Entonces, desátame.
Durante unos segundos no supe qué hacer. Desatándole traicionaba a Bosco. Mi ermitaño no se fiaba de él y había querido protegerme de esa manera… Pero ¿qué clase de persona demostraba ser si le dejaba atado después de haberle dicho que confiaba en él? Su propia madre le había disparado unas horas atrás y le había dejado tirado en el bosque. Algo en mi interior me decía que no podía fallarle en aquel momento.
Abrí el botiquín que Bosco había utilizado para curarle y busqué algo afilado con lo que cortar la soga.
Mientras lo hacía, la cara de Robin se iluminó con una sonrisa.
No pude evitar contagiarme de ella.
Una vez libre, se puso en pie y se acercó a la salida cojeando. El vendaje del muslo estaba manchado de sangre.
—¿Adónde vas?
—A aflojar la vejiga. No sé qué clase de hierbas me habéis dado, pero si no la vacío pronto, explotaré.
Contemplé cómo salía de la caverna sin atreverme a decirle nada. Había decidido confiar en él.
Unos minutos después, el sonido sigiloso de alguien apartando el dosel de hierbas de la entrada hizo que rne girara aliviada, Sin embarco, no era Robin quien regresaba, sino Bosco, Y, muy a mi pesar, mis amigos no le acompañaban.
Me abracé a él al tiempo que una pregunta salía de mis labios;
—¿Has sabido algo de Berta y James?
Negó con la cabeza.
—Me temo que están con los okupas —dijo Robin entrando en aquel momento,
Bosco se sorprendió al verlo liberado, pero no hizo ningún comentario al respecto, En lugar de eso, se acercó a él y le preguntó con voz amigable;
—¿Cómo lo sabes?
—Porque estaba en la Dehesa cuando llegaron preguntando por Clara. Ellos no me vieron porque me escondí en el baño, pero pude escuchar todo lo que hablaron con los chicos de la República del Bosque,
Deduje que mis amigos habían ido a buscarme allí creyendo que me retenían por algún motivo. Habia quedado con Koldo la noche anterior y no habían vuelto a tener noticias mías desde entonces…
—Gala mintió a Berta y a James, Les dijo que unos hombres la habían amenazado con matarles si no se largaban de la Dehesa y del bosque… Pero tú ya estabas con Koldo en un lugar seguro —continuó Robin —.Tus amigos se fueron con ellos a buscarte.
B
osco se quedó lívido y durante unos segundos no apartó la mirada de Robin. Cuando por fin reaccionó, su voz sonó imperativa.
—¿Cómo lo han encontrado?
—Gracias a ti. Tú les has conducido hasta allí.
Aunque era la primera vez que oía hablar de aquel lugar, entendí al momento lo que había sucedido. Después de mi confesión, Bosco había escondido la semilla en aquella Aldea de los Inmortales para protegerla. La Organización le habría seguido hasta allí, e imaginaba que habría arrastrado a su vez a los mercenarios de la República del Bosque. Aquellos chicos tenían una misión muy clara: arrebatarles el elixir de la eterna juventud y destruirlo.
Sin embargo, había algo que se me escapaba:
—Si Adam y Henry han seguido a Bosco hasta allí, ¿por qué no han aprovechado para capturarle y robarle la semilla en ese momento? —pregunté.
—Bosco es rápido y escurridizo. No es tan fácil apresarle —respondió antes de dirigirse a él—. Hace tiempo que te vigilan y son varios los escondites que te han descubierto: en la copa de un árbol rodeado de arenas movedizas, tras la cascada, en una cueva en las montañas…
Pensé que Robin tenía razón. ¿Para qué arriesgarse a capturarle si, tarde o temprano, él mismo les mostraría la guarida de la semilla?
Estaba convencida de que habrían entrado en ella nada más verle salir y alejarse hacia el bosque. Lo más probable era que la semilla ya estuviera en manos de aquellos hombres… Pero, aun así, debíamos ir hasta allí para comprobarlo.
—No querían actuar hasta estar seguros de que nada frustraría sus planes —continuó Robin—. Además, les has llevado hasta la mismísima Aldea de los Inmortales, un lugar que hacía décadas que buscaban.
Me pregunté por qué Bosco no me había hablado nunca de aquel lugar… Deduje que era el sitio al que Bosco se había referido en su escondite del árbol la otra noche, cuando me había explicado que existía otro lugar en la sierra —aparte de la caverna subterránea— en el que la semilla podía conservarse…
Un sitio que reunía las condiciones de humedad, oscuridad y temperatura para que la simiente sobreviviera.
Me pareció sorprendente que los hombres de negro hubieran seguido los pasos de alguien tan cauto y sigiloso como Bosco. Sin duda, habían esperado el momento, aprovechando la confusión que los Mercenarios de la farmaceútica habían creado en el bosque.
Hacía tanto tiempo que custodiaba aquella semilla que pude entender la enorme pena que reflejaban sus ojos. Se acercó a mí y me dijo con voz muy triste:
—Tengo que irme, Clara. Ha llegado el momento de defender a muerte la semilla… No puedo permitir que nadie la despierte de su letargo.
—Voy contigo —dije con firmeza—. Berta y James también están en peligro. Y yo podría ayudarte a…
Frené mis palabras al darme cuenta de la tontería que estaba pronunciando. ¿Realmente creía que podía ser útil en aquella peligrosa lucha a dos bandas?
Negó con la cabeza mientras sus dedos se aferraban con fuerza a los míos, como si no quisiera separarse de mí.
—Clara es buena trepando a los árboles —intervino Robin—. Nos será útil tenerla en las alturas para avisamos de cualquier movimiento.
Miré a Robin agradecida.
—¿«Avisamos»? —repitió Bosco con desdén—. ¿Desde cuándo tú y yo luchamos en el mismo bando?
—Desde que los dos queremos lo mismo.
Sentí arder las mejillas cuando las miradas de ambos se posaron en mí. Sin embargo, Robin dirigió su discurso hacia otros derroteros al añadir:
—Yo también quiero que esta guerra acabe y que no se derrame más sangre. No voy a engañarte: al contrario que tú, yo sí quiero despertar la semilla y entregarla a la ciencia. Pero la Organización no es digna de ese honor. Su causa es la de unos cuantos hombres ricos que pretenden convertir la juventud eterna en algo exclusivo. Te ayudaré a protegerla de ellos. Sé cómo piensan…
—¿Cómo puedo estar seguro de que no nos traicionarás?
—No puedes.
Sus miradas se retaron un instante.
—Está bien —se rindió Bosco—. Teniéndote cerca, al menos podré vigilarte.
Tras sellar su acuerdo con esas palabras, Bosco le cambió el vendaje y le ofreció una rama gruesa a modo de bastón. Después llenó una mochila vieja con varias provisiones, el botiquín y una manta.
Me pareció increíble lo rápido que se había recuperado. Aunque cojeaba un poco y mantenía el brazo izquierdo pegado al cuerpo, Robin seguía nuestros pasos sin quejarse.
Mientras caminábamos hacia el norte por las montañas, en dirección a La Rioja, Robin nos explicó que la Organización llevaba mucho tiempo buscando la Aldea de los Inmortales. Al principio la situaban al norte de Italia, pero tras varias averiguaciones empezaron a pensar que podía encontrarse en España.
—¿Cómo supieron de ese lugar? —pregunté con curiosidad.
—Por
el Manuscrito Voynich
. En sus páginas se menciona la aldea y se habla de la flor inmortal. La Organización sospechaba que podía haber una conexión entre ese códice y la simiente que un aventurero inglés había traído a tierras castellanas quinientos años atrás.
Recordé la historia de aquel viajero que había entregado la semilla a Rodrigoalbar justo antes de morir aquejado de peste. Tras robar la semilla de un templo griego, había llegado hasta Colmenar esperando que el antepasado de Bosco pudiera destilar el elixir de la eterna juventud con sus abejas para curarle.
También me acordé del
Manuscrito Voynich
, aquel libro extraño del siglo xv del que había tenido noticias en Londres, durante mi cautiverio. Se trataba de un texto escrito en una lengua desconocida, que ni la NASA ni la CIA habían logrado descifrar. El ensayo que me había pasado Robin exponía que el autor poseía conocimientos avanzados y peligrosos para su época, y que tal vez por eso había codificado el texto. Otro dato curioso era que faltaban casi treinta páginas.
—¿Quiere decir eso que habéis logrado descifrar su idioma?
—No, pero encontraron algunas de las páginas que faltaban escritas en latín. En ellas se habla de la aldea y se explica una historia increíble sobre este lugar.
—¡El aventurero inglés es el autor del
Voynich
! —exclamé emocionada.
—Me temo que no… Murió antes de que se escribiera
el Manuscrito
.
—Entonces, ¿quién lo hizo?
—Bosco podrá explicarte mejor que yo lo que ocurrió allí… Al fin y al cabo, un familiar suyo lo vivió en primera persona.
—Sí, pero no será ahora —dijo Bosco acelerando el paso—. Está a punto de oscurecer y aún nos queda una larga travesía hasta el lugar donde haremos noche.
Caminábamos varios pasos por detrás de Bosco. Yo me esforzaba en avanzar tan aprisa como nuestro guía. Sin embargo, después de varias horas a marcha rápida, seguirle se había convertido en una tarea imposible. También lo era para Robin. Sus fuerzas habían ido mermando a medida que declinaba el día.
Rezagados, anduvimos un rato juntos, en silencio y con la vista fija en los pasos ágiles de Bosco para no perdemos. No había luna y ninguno de los dos conocíamos esa parte del bosque, donde el aullido de los lobos se mezclaba con el murmullo del viento a escasos metros de nosotros.
Me detuve al ver que Robin se había parado y permanecía apoyado en un tronco con el rostro descompuesto.
—¿Estás bien?
Bosco retrocedió y apareció al instante a nuestro lado, le pasó la botella con su brebaje de hierbas y dijo:
—Haremos noche aquí mismo y continuaremos en cuanto amanezca
No era una zona rocosa donde pudiera haber una cueva o algún otro lugar en el que guarecemos, así que entendí que dormiríamos al raso.
La noche era fría. Me estremecí ante la idea de echarme al suelo como un animal. ¿Y si venían los lobos?
—Tendremos que hacer tumos para dormir. Estamos demasiado expuestos y no es prudente encender un fuego para espantar a las bestias.
—Descansad vosotros —dijo Robin dejándose caer exhausto junto a un tronco para apoyar su espalda en él.
Bosco cortó helechos y los apiló formando un colchón a nuestros pies. A continuación me acomodé a su lado. Sacó la manta de su mochila y me cubrió con ella. Pero, aun así, mis dientes no cesaban de castañetear.
Robin también temblaba. Llevaba la camisa rasgada y apenas le cubría el torso desnudo.
—Échate junto a Clara —le pidió Bosco—. Compartiremos la manta y el calor de nuestros cuerpos. Yo vigilaré primero. Tú descansa. Has recorrido un largo camino y necesitas recuperar fuerzas.
Mi sangre entró en combustión al notar a los dos chicos junto a mí uno a cada lado. No era más que un gesto de supervivencia, pero aun así no pude evitar sentirme turbada al notar sus cuerpos pegados al mío. Busqué la mano de Bosco y la apreté con fuerza mientras acomodaba mi cabeza en su pecho. Su olor asilvestrado se mezcló con el aroma a anís estrellado de Robin, que también había dejado de temblar. Sentí su pierna rozando la mía, su brazo alrededor de mi cintura y su aliento cálido acariciándome el cuello.
A pesar de la incomodidad de estar de aquella manera con los dos únicos chicos capaces de detener mi universo, me sentí protegida.
Cerré los ojos y traté de dormir, pero no pude… Tampoco me atrevía a moverme para evitar roces embarazosos.
La respiración profunda de Robin delató que dormía.
—Bosco, explícame cómo es el lugar al que vamos… —le pedí en un susurro.
—Ahora son solo unas ruinas. —Su voz sonó misteriosa y dulce en la oscuridad de la noche—. Pero hubo un tiempo en el que allí vivió una comunidad formada por inmortales. Un mundo con sus propias reglas, poblado por personas eternamente jóvenes.
De no conocer a Bosco, aquel inicio me hubiera parecido digno de un buen cuento de hadas.
—Rodrigoalbar no se conformó solo con custodiar el secreto —continuó Bosco—. Creó una sociedad de personas con su mismo don.
Para ello se tomó un tiempo y viajó por todo el país en busca de gente de principios elevados y espíritu noble. Quería fundar la Aldea de los Inmortales solo con personas puras y sin miedo, dignas de tal honor.
Imaginé el dolor que aquella misión le había ocasionado al tener que mezclarse con la gente y sufrir sus miedos.
Me pareció extraño que Bosco no me hubiera explicado hasta entonces aquel episodio tan importante en la vida de su antepasado… Pero, por algún motivo, intuí que tras ese cuento fantástico se escondía una terrible historia.
—¿Sufrían también con el miedo?
—Eran hipersensibles al temor ajeno, como yo… Por eso crearon su aldea escondida de la civilización, en un lugar de difícil acceso, a menos que se conociera su ubicación. Vivían felices en su paraíso de alta montaña y educaban a sus hijos como dioses en una sociedad perfecta.