Read El jardín de las hadas sin sueño Online
Authors: Esther Sanz
Tags: #Infantil y Juvenil, Romántica
En mi sueño, el sol brillaba entre los pinos iluminando la alfombra de hierba y flores. Hacía calor y las avecillas trinaban hermosas melodías.
Yo andaba descalza, con mi vestido malva, y llevaba un ramo de laurearías. Varias mariposas y abejas revoloteaban alrededor de ellas. Al fondo, Bosco me hacía un gesto para que me acercara.
A medida que lo hacía, el viento rugía con más fuerza y los árboles se desvestían a mi paso. El cielo se tiñó de negro y empezó a llover.
A los pies de Bosco yacían cuatro tumbas. Me agaché para verlas de cerca. En una de ellas reconocí la foto de mi madre. Dejé una flor violeta sobre su sepulcro. El retrato de mi abuela presidía la tumba contigua y volví a sacar una flor de mi ramillete. En la tercera estaba
Adam, el jefe de los hombres de negro que había muerto en el bosque tras ser atacado por cientos de abejas.
Bosco señaló la cuarta con el mentón. Me senté sobre la losa y contemplé con tristeza el retrato de un chico de ojos almendrados y oscuros. Llevaba puesta una boina inglesa y sonreía de forma encantadora mostrando un hoyuelo en su mejilla izquierda. Era James. Al sacar otra flor de mi ramo, el anillo verde que me había regalado brilló con fuerza en mi dedo. Intenté sacármelo, pero no pude. Sentí una opresión en el pecho y busqué a Bosco… Pero en vez de encontrarme con sus cálidos ojos azules, una mirada gris me fulminó. Era Robin.
Me desperté empapada en sudor y encendí la luz de mi mesita. Impresionada todavía por esa pesadilla, contuve el aliento al sentir unos pasos tras la puerta. Fijé en ella la mirada y pude ver cómo una nota se deslizaba por la ranura.
Tardé unos instantes en recuperar las pulsaciones y levantarme a por aquel trozo de papel.
La doble vida de ClaraQuerida Alice:
No podía dormir pensando que mi anillo ha podido incomodarte. Si es así, te ruego que me disculpes y que lo guardes como una reliquia. No tienes por qué ponértelo si no te apetece.
XXX
James
PD: Si el domingo te aburres, llámame. Tal vez podríamos aburrirnos juntos.
U
n sol de abril asomaba con timidez entre las nubes cuando entré en la estación de Holland Park. Media hora después, al salir de la parada de East Finchley, la lluvia había tomado el relevo.
James me esperaba apoyado contra la pared de ladrillos de la estación. Tenía una mano en el bolsillo de los vaqueros y un paraguas en la otra. Sonrió al verme. Llevaba un càrdigan negro y una gabardina Burberry de color beis.
Después de la nota, había aceptado su sugerencia de «aburrirnos juntos» aquel domingo. Habíamos quedado para ir al cine. Quería disculparme por haberme esfumado de aquella manera del Honey Trap, pero también —por qué no confesarlo— me apetecía verle. El tiempo pasaba de forma amable a su lado, y a mí no se me ocurría mejor plan para distraer mi tristeza.
Sentí algo agradable cuando me sonrió y acercó sus labios a mi mejilla.
Protegidos bajo el alero de la estación, esperamos unos minutos a que la lluvia aflojara.
—Hace cuatro meses que estoy aquí y todavía no me he acostumbrado a estos cambios de tiempo —confesé—. Ni siquiera he traído paraguas.
—El típico día inglés. —Alzó la mirada al cielo—. Pero, no sufras, milady, aquí estoy para protegeros de la lluvia y de lo que haga falta.
—El típico caballero inglés —respondí divertida.
James se inclinó con una graciosa reverencia. Luego me rodeó con un brazo y me cubrió con su paraguas.
El Phoenix Cinema estaba a cuatro pasos de la estación. Aun así, disfruté del corto paseo por aquel barrio residencial del norte de Londres. De camino al cine, atravesamos un parque. El olor a lluvia se mezclaba con el aroma a vainilla del perfume de James.
El aspecto simple de aquel edificio blanco no dejaba adivinar la belleza de su interior art déco. Mientras nos acomodábamos en las butacas rojas, James me explicó que aquella era la sala de cine más antigua de Inglaterra y el mejor sitio para ver películas de autor. Aquel día proyectaban
La doble vida de Verónica
.
Antes de que las luces se apagaran pude leer la sinopsis del folleto explicativo que había en mi asiento.
(Krzysztof Kiéslowski, 1991). Weronika vive en Polonia y tiene una brillante carrera como cantante, pero padece una grave dolencia cardíaca. A miles de kilómetros, en Francia, vive Véronique, otra joven idéntica que guarda muchas similitudes con ella, como su enfermedad y su gran pasión por la música. A pesar de la distancia y de no tener aparentemente ninguna relación, ambas son capaces de sentir que no están solas en el mundo.
Durante hora y media, la película me abdujo más allá de la pantalla La historia de aquellas dos chicas, idénticas como gotas de agua, me atrapó completamente. Ni siquiera fui consciente de mi mano buscando la de James cuando una de las protagonistas cae fulminada al suelo, en pleno concierto, poco después de haberse cruzado con su doble.
Hasta los créditos finales no me percaté de que nuestras manos estaban unidas. James tenía el hábito de tomar la mía en cuanto se le presentaba la ocasión. Pero esa vez había sido yo la que había buscado la suya, y allí, en la oscuridad del cine, aquel gesto adquiría un significado diferente que ambos sabíamos.
La retiré con timidez para secarme los ojos.
—¿Qué ocurre? —susurró él.
—Supongo que me he emocionado —confesé algo avergonzada.
Era imposible esconder lo evidente con las luces de la sala y mis mejillas encendidas.
James sonrió.
—Sencillamente, preciosa.
Lo dijo mirándome tan fijamente que no supe interpretar si se refería a la película o a mí.
Después, nos dirigimos a un pub cercano.
La lluvia había remitido y, de nuevo, un sol tímido iluminaba el cielo. Charlábamos divertidos cuando me percaté de que alguien nos miraba. Era un hombre de aspecto extraño: llevaba un gorro de lana, gafas oscuras y ropa harapienta. Parecía un mendigo. Mientras esperábamos a que el semáforo cambiara, cruzó la calzada haciendo algo más propio de un turista novato que de alguien acostumbrado a las calles de Londres: miró a su derecha. De no ser por James, que se abalanzó con rapidez sobre él apartándole de la carretera, un autobús le habría arrollado por la izquierda. Curiosamente, el vagabundo siguió su camino sin tan siquiera dar las gracias.
Corrí a ayudar a James, que se había caído al suelo. Tenía la gabardina cubierta de manchas y los vaqueros empapados. Algunas personas se acercaron para preguntarle si se había lastimado y felicitarle.
Durante un instante me quedé contemplándole en el suelo, impresionada por su valentía. No había dudado en arriesgar su vida para salvar a un desconocido. Saqué un pañuelo del bolso y le sequé unas gotas de la cara.
—¿No hay premio para el héroe? —me preguntó.
Obedecí al impulso de darle un beso. Aunque mis labios se dirigieron a su mejilla, James giró la cara en el último momento haciendo que nuestras bocas se encontraran.
Sorprendida por su travesura, me quedé sin habla.
Caminamos en silencio hasta llegar al pub. Era uno de esos lugares de ambiente juvenil, con mesas altas y taburetes giratorios.
—Esta vez he elegido un local sin pianista para evitarte tentaciones —bromeó mientras nos sentábamos junto al ventanal que daba a la calle—. Odiaría que salieras de nuevo corriendo tras él.
—Muy gracioso. —Le saqué la lengua—. Pero no es lo que crees…
Por algún motivo, me importaba lo que pensara de mí,
—No tienes por qué darme explicaciones, Alice. Solo bromeaba.
El local se fue llenando a medida que James y yo consumíamos a sorbitos nuestras bebidas y lo que quedaba de tarde.
—¿Te imaginas tener una doble como Verónica?
Había salido muy pensativo del cine, por lo que su pregunta no me sorprendió.
—En realidad, todos tenemos uno —contesté, recordando un cuento que solía explicarme mi abuela de niña—. Un ser idéntico a ti que siente, piensa y sufre lo mismo que tú al mismo tiempo. Si tú estás contento, él también lo está. Si se entristece, a ti te sucede lo mismo.
—Me gustaría conocer a mi doble… ¡Y partirle la cara! Debería haber sido más hábil al esquivar el autobús. ¡Mira cómo me he puesto por su culpa!
Ambos reímos.
—Eso es imposible. Tu doble siempre ocupa en el mundo un lugar diametralmente opuesto al tuyo. Está en tus antípodas y si decidieras ir a buscarlo, él tendría la misma idea. Solo conseguiríais invertir las posiciones. La única posibilidad de verle es si estás a punto de morir —dije recordando la película—. Solo en ese caso puede alcanzarte.
Durante un instante los dos permanecimos en silencio.
Al pronunciar esas palabras una imagen escalofriante de mi sueño acudió a mi mente: la tumba de James junto a la de mi madre y mi abuela.
Me sacudí ese pensamiento con otro todavía más inquietante: yo conocía a mi doble. Aunque su corazón habitaba en un bosque remoto, justo en las antípodas de esa gran ciudad, las dos ocupábamos el mismo cuerpo. No era exactamente la misma idea de la película ni del cuento que me explicaba mi abuela, pero cuanto más lo pensaba, más me convencía de ello. Clara y Alicia. Dos caras de una misma moneda. Dos personas idénticas con vidas antagónicas, condenadas a no encontrarse jamás.
Me había transformado en Alicia huyendo de Clara. Si era cierta la teoría sobre el reencuentro de los dobles, ¿significaba eso que la muerte me aguardaba cuando regresara al bosque? Me estremecí al pensarlo.
—¿Crees que nuestro doble nos avisa de cosas? En la película, una de ellas se quema de niña al tocar un horno. Aunque no podía saber que iba a quemarse, la otra retiró el dedo en el último momento. ¿Y si eso que llamamos intuición o corazonada es en realidad la experiencia de nuestro doble que nos advierte sobre lo que es importante?
—Tiene sentido —reconocí admirando el entusiasmo de James.
Era un entusiasmo contenido, como todo en él. Su rostro ovalado apenas reflejaba emociones, pero yo había aprendido a reconocerlas.
Podía identificar la alegría en la suave inclinación de sus labios, la ironía en el gesto casi imperceptible de sus cejas, o el enfado en el leve rubor de sus orejas. Me gustaba su inteligencia y su sentido del humor, tan sutil como divertido, pero lo que más me gustaba de él era su capacidad para hacer que el tiempo volara a su lado.
Pensé que de no haber conocido a Bosco, podría haberme enamorado de alguien como él. Tenía todo lo que una chica podía desear. ..
Todo lo que yo había soñado antes de cruzarme con mi ermitaño. Pero Bosco era otra cosa. Era mi amor verdadero. ¿O era el de Clara?
Aquella reflexión hizo que mi corazón se inquietara. Si Alicia era una persona distinta, con una vida diferente, ¿no tenía acaso derecho a amar de nuevo?
Puede que Clara amara a Bosco, un ser sobrenatural, con toda su alma. Pero ¿y Alicia? ¿Podía enamorarse ella de un tipo corriente como James?
Me sentí mareada ante mis propios desvarios. Después contemplé nuestros rostros reflejados en el cristal que teníamos delante. Me costó un instante reconocerme en la chica de melena dorada que estaba sentada al lado de aquella versión mejorada de Orlando Bloom.
—¿Estás pensando en ella?
—¿En quién? —pregunté sorprendida.
—En tu doble.
—No. Pensaba en la actriz que hace de Véronique. Irene Jacob. Es muy guapa, ¿verdad? —dije en un intento por desviar la conversación.
—Sí, mucho —respondió James—. Aunque yo siempre he preferido las rubias.
A
quella frase me despertó de la farsa que estaba viviendo. ¿A quién quería engañar? ¿A James? ¿A mí? Yo no era rubia, no era libre…
¡No era Alicia! Por más a gusto que me sintiera en su piel y por más que a veces deseara ser ella. Había creado esa identidad para proteger a Bosco, ¡no para traicionarle! Su ausencia dolía tanto y el miedo que sentía era tan intenso que yo misma había matado a Clara creyéndome Alicia.
Me hubiera gustado explicarle todo eso a James. Mi secreto pesaba demasiado para cargar con él yo sola. Sin embargo, no lo hice. No podía…
En un arranque de lealtad hacia todo lo que de verdad me importaba, saqué el anillo verde de mi bolsillo.
—James, no puedo aceptarlo. Hay un episodio de mi pasado que no está cerrado. Un compromiso, una deuda… —Busqué una manera de abrir mi corazón sin revelar nada sobre mí—. ¿Recuerdas lo que has dicho hace un rato sobre las corazonadas? ¿Sobre la doble que se quema y la que evita el horno? Pues mi otra yo me está avisando de que no juegue con fuego.
Cerró mi mano con la sortija dentro y la tomó entre las suyas.
—No voy a presionarte. Estoy dispuesto a esperar… —Su mirada recorrió mi cuerpo con disimulo—. Mientras tanto, me gustaría seguir contando con el privilegio de tu amistad.
—Claro que sí… Si no te importa ser amigo de un perro verde como yo.
—Eso es lo que más me gusta de ti.
Después de aquella conversación, me tomó de la mano y me acompañó hasta la residencia. Mientras caminábamos por las calles mojadas y grises de Londres, me sentí reconciliada con mis sentimientos. Notar su mano cálida entre mis dedos era agradable. Ahora que todo estaba aclarado entre los dos, podía relajarme con él sin sentirme culpable.
James y yo éramos amigos. Solo eso…
La imagen de Bosco y yo corriendo por la espesura verde asaltó mi mente en forma de flash. Pude recordar el cosquilleo que había sentido la primera vez que nuestras manos se entrelazaron, como si su tacto activara cada una de las terminaciones nerviosas de mis dedos y de mi palma.
James se despidió de mí con un beso en cada mejilla.
Antes de entrar en la residencia, contemplé cómo su figura alargada y elegante se alejaba calle abajo.
El teléfono sonó nada más entrar en la habitación. Era Emma. Me sorprendió que me llamara, no tanto por su enfado de la noche anterior, sino porque estaba borracha.
—¿Se puede saber dónde te metes? Llevo toda la tarde llamándote. Joder, Alice, ¿cuándo te vas a comprar un móvil como todo el mundo?
—Hola, Emma. ¿Qué tal por París?
—¡Alucinante! Esto es la bomba. Estoy con Miles en una fiesta gótica, en Montmartre. Pero… aún no has contestado a mi pregunta. ¿Dónde estabas?
Su insistencia me sorprendió. Si algo caracterizaba nuestra amistad era la libertad. Jamás nos metíamos en lo que hacía la otra cuando no estábamos juntas. Aun así, le dije la verdad. La notaba muy alterada y no quería que se molestara de nuevo conmigo.