El jardín de las hadas sin sueño (22 page)

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Authors: Esther Sanz

Tags: #Infantil y Juvenil, Romántica

BOOK: El jardín de las hadas sin sueño
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—Pues la casa que ocupáis no es precisamente una cabaña hecha por vosotros… —dije algo molesta.

—Llegamos a Colmenar por casualidad y un chico muy amable, Braulio, nos invitó a tomar posesión de la casa. Nos dijo que no tenía dueño, que un apicultor la usaba de vez en cuando, pero que ni siquiera era suya. De todas formas, el plan es ocuparla hasta que reconstruyamos una cabaña quemada que hemos visto cerca de aquí…

—¿Y ese tal Braulio también está con vosotros? —pregunté asustada.

La idea de que ese psicópata se alojara en mi casa hizo que se encendieran todas mis alarmas.

—No, qué va… Cuando nos habló de la casa estaba a punto de marcharse a Estados Unidos…

Se rascó la cabeza y nos miró por primera vez con interés antes de preguntamos:

—¿De dónde habéis salido vosotros?

Nos miramos un instante sin saber qué decir. Tomé la palabra improvisando una coartada.

—Somos un trío que busca un lugar para amarse libremente. No le digas a nadie que nos has visto. Queremos estar a nuestro aire.

—¡Pero si no nos hablamos con nadie! ¿Por qué no venís mañana por la noche a la República del Bosque? Os haremos una cena de bienvenida.

—Lo pensaremos —dijo James en su tono más cortés—. Gracias por la invitación.

Después de aquella conversación, nos despedimos de Koldo algo más tranquilos. Eran solo una panda de hippies.

Mientras nos dirigíamos por fin a la cueva de la inmortalidad, pensé en lo extraña que era mi vida. ¡Acababan de invitarme a cenar a mi propia casa!

La cueva de la semilla

C
aminamos monte arriba durante horas, muy pegados para no perdemos.

Cuanto más nos adentrábamos en el corazón del bosque, más difícil era el acceso. No había sendero y debíamos movemos con cuidado para evitar los matorrales de robles y zarzas. El silencio allí era absoluto; los animales habían enmudecido.

Berta andaba lenta pero decidida. De vez en cuando se detenía, murmuraba algo y movía la cabeza contrariada, pero enseguida volvía a retomar el paso.

El sonido de una cascada nos anunció que estábamos muy cerca. Mi amiga se giró y levantó orgullosa el pulgar. ¡Lo habíamos conseguido!

Un salto de agua de poco más de un metro apareció entre los árboles. Los tres nos miramos complacidos.

Berta fue la primera en recorrer a grandes zancadas los últimos metros que nos distanciaban de nuestro destino. James y yo la seguíamos sonrientes cuando, de pronto, resbaló y la vimos volar cabeza abajo con una soga en el tobillo.

Su grito retumbó en el bosque.

Tras un instante de confusión, recogí temblorosa su linterna del suelo y alumbré hacia arriba. Recé para que estuviera bien.

Había pisado una trampa.

La cuerda la había elevado varios metros por encima de nosotros. Estaba colgada de un pie con una mueca de dolor en la cara. Temí que se hubiera roto la pierna.

—¿Estás bien? —grité.

—Bajadme de aquí, por favor… —se quejó.

A James y a mí nos bastó una mirada para saber lo que debíamos hacer cada uno. Mientras él se colocaba bajo Berta con los brazos abiertos, yo cogí una navaja de mi mochila e intenté alzarme hasta la rama de la que pendía la cuerda. Me costó trepar; no había ramas bajas a las que encaramarse y la corteza del tronco me abría heridas en brazos y piernas. Un recuerdo en forma de flash me transportó a otro árbol al que me había subido una semana atrás.

Se me erizó la piel al revivir el momento en el que mis pasos me habían llevado de nuevo al lugar donde Robin me tenía cautiva.

La rabia renovó mis fuerzas y me ayudó a trepar. Una vez arriba, empecé a cortar la soga. Mientras lo hacía, temí que el artífice de aquella emboscada viniera a por su presa. Aquella no era una trampa para animales. Quienquiera que la hubiera puesto allí, pretendía cazar personas. No era difícil imaginar quién podía estar detrás.

Serré con ira los últimos hilachos de aquella soga hasta desprenderla del pino. Después bajé la mirada y vi cómo Berta aterrizaba en brazos de James, que cayó de espaldas protegiéndola con su cuerpo.

Tras deslizarme por el tronco con una habilidad que me sorprendió, me encontré a Berta frotándose el tobillo. La soga había rasgado su fina piel y sangraba.

—Solo me lo he torcido, lechuguina. —Trató de sonreír al ver mi cara de espanto—. Pero me temo que no voy a poder acompañaros.

James se incorporó contusionado, aunque parecía estar entero. Luego se agachó y extendió su brazo en una graciosa reverencia.

—Si me lo permitís,
milady
, yo cargaré gustoso con vos.

Era la primera vez que le oía llamar a Berta con aquel apelativo que hasta entonces solo había usado conmigo. Sonreí al darme cuenta de lo que aquello significaba. Ahora ella era «su dama» y la única dueña de su corazón.

—No —respondió muy seria—. Hay pasadizos estrechos al otro lado de esa cascada, túneles y voladizos de piedra que no conseguirás atravesar conmigo a cuestas.

Berta tenía razón. Recordé lo complicado que había sido acceder hasta la semilla incluso siguiendo los pasos de alguien experto como

Bosco. Pero ¿cómo íbamos a hacerlo sin Berta?

—Pero te necesitamos… ¿Quién va a guiarnos?

—Tú puedes hacerlo, Clarita. Conoces la cueva igual que yo.

Negué asustada. No me sentía capaz de internarme en aquella cueva sin ella. Además, tampoco podíamos dejarla allí sola, a su suerte.

—No podemos dejarte aquí…

—Estaré bien… ¡Vamos, Clara! Bosco no querría que fallaras justo ahora.

Berta sacó de su bolsillo una cajita dorada con unas iniciales grabadas: B. B. Había una pastilla blanca en su interior.

—Tómatela. Me las dio Bosco hace años. Es una fórmula natural muy secreta a base de hierbas prensadas. Te puedo asegurar que te ayudará. Solo me queda una.

—¿Qué efectos tiene? —dudé antes de tragarla.

—Te mantiene en un estado de alerta y agudeza mental durante horas. Serás capaz de pensar con mayor claridad y de actuar con más confianza.

Sentí su efecto nada más tomarla. Una profunda sensación de bienestar me impulsó a abrazar a mi amiga y a dirigirme confiada hacia la cascada. Me sentía fuerte.

James se acercó a Berta y la tomó en brazos para apartarla de la trampa. Después la ocultó en un lugar rodeado de helechos y la besó en los labios de forma tierna.

—Cuida de Clara, finolis.

El inglés asintió y se despidió de ella con una sonrisa. Luego siguió mis pasos.

Le esperé antes de atravesar la gélida cortina de agua que nos separaba de nuestro objetivo. James siguió mis pasos y, una vez al otro lado, me ayudó a retirar la roca que tapaba la entrada. Me puse la linterna en la boca para poder gatear por el estrecho túnel que se abría ante nosotros. Noté cómo la tierra fresca se me incrustaba en las uñas.

Después de unos metros, el paso subterráneo se ensanchó y llegamos al voladizo de la otra vez. En esta ocasión, la antorcha que había sujeta a la roca estaba encendida. Sentí una gran emoción al darme cuenta de lo que aquello significaba: alguien había estado allí no hacía mucho. Y ese solo podía ser Bosco. Los hombres de negro no habrían tenido la galantería de dejarla encendida. Aliviada, me asomé al precipicio y busqué la escalera oxidada en la pared.

Tras varios metros de descenso, empezamos a notar el calor de las aguas termales. Al alcanzar el último peldaño y poner los pies en el suelo, esperé a James.

Antes de fijar la vista en el maravilloso paisaje que tenía delante, se sacudió la ropa de tierra. Después se frotó los ojos confuso ante la belleza del lago cristalino. Alzó la mirada y observó extasiado la alta cúpula que envolvía aquel embalse subterráneo. Las antorchas que había dispuestas a lo largo de la cueva también estaban encendidas.

—¿Crees que ha sido él? —me preguntó algo nervioso.

—Estoy convencida. —Me emocioné de nuevo al pensar que tal vez lo encontraría junto a la semilla, esperándome—. ¿Sabes bucear?

James asintió.

Esta vez nos dejamos la ropa interior puesta y nadamos juntos hasta el centro del lago. Antes de sumergimos de una zambullida, nos llenamos los pulmones de aire. No dudé ni un segundo de que sabría llegar al túnel que había bajo el agua. La pastilla de Berta era realmente poderosa. El pasadizo acuático era lo suficientemente ancho para que pasáramos los dos a la vez. Un instante después alcanzamos la superficie exhaustos. Estábamos en el estanque donde Bosco y yo nos habíamos amado. Había revivido en mi cabeza aquel momento más de cien veces; pero estar de nuevo en el lugar hizo que temblara de emoción.

Una vez fuera del agua, recorrimos agachados un pasadizo hasta llegar a la cripta de la semilla. Dejé escapar un lamento de frustración al ver que mi ángel no estaba allí. Sí estaba, en cambio, el cofre de oro que contenía la simiente. Tomé a James de la mano y nos aceramos juntos hasta él. Lo abrí nerviosa.

Estaba vacío.

Rompí a llorar.

James me abrazó y dejó que me desahogara en su hombro.

De pronto me separó con suavidad y señaló la pared de roca que teníamos delante. Había un dibujo y algo escrito con tiza blanca. Sonreí al reconocer aquel corazón con raíces, del que brotaba un frondoso árbol, con dos figuras humanas a ambos lados.

Junto a él pude leer la siguiente frase:

El camino brotará cuando se despeje el horizonte.

Entendí que Bosco había dejado aquel mensaje. Era su manera de decirnos que la semilla estaba a buen recaudo, que había seguido nuestros pasos y que se acercaría a nosotros cuando la amenaza no fuera tan patente.

Entendí también que era reciente y que la humedad lo borraría en unas horas. Mi ángel sabía que yo había vuelto al bosque.

Era solo cuestión de tiempo que viniera a buscarme.

La cena de Gala

E
ra casi media tarde cuando por fin me desperté. Tras un segundo de confusión, hice memoria del regreso de la cueva. A la dificultad de cargar con Berta se había unido el temor a caer en otra trampa. Habíamos llegado a la furgoneta con las primeras luces del alba, exhaustos y doloridos.

Mis amigos no estaban a mi lado cuando abrí los ojos. Me incorporé de un salto y salí a buscarlos. Los encontré junto al estanque, tendidos sobre la mullida hierba, que se balanceaba con la caricia fresca del cierzo. Tenían las manos entrelazadas. Me quedé un rato inmóvil, observándolos desde la distancia. De no ser por su aspecto —sucio y cansado tras la excursión hasta la semilla—, aquella escena hubiera parecido la de un anuncio.

De pronto, Berta reparó en mí e hizo un gesto para que me acercara.

Mi amiga tenía el tobillo vendado.

—¿Te duele? —le pregunté sentándome a su lado.

—Solo cuando camino… —respiró profundamente—, La verdad es que te portaste como una valiente.

—Fue gracias a la pastilla. Habría que patentar la fórmula… ¡sería un éxito! ¿De qué hierbas dijiste que estaba hecha?

Berta soltó una carcajada.

—De menta —siguió riendo—. Las tomo a veces para la tos.

Al ver mi cara de pasmada, añadió:

—Perdona, Clarita, pero no se me ocurrió otra forma de infundirte valor. Estabas muy asustada.

Al principio, no pude evitar molestarme un poco con ella. ¡Me había tomado el pelo! Sin embargo, al recordar lo poderosa que me había sentido, me alegré por lo que eso significaba: era más fuerte y segura de lo que pensaba. Y no necesitaba ninguna ayuda externa para enfrentarme a mis miedos.

El sol crepuscular había teñido de rosa y naranja las nubes del horizonte, que avanzaban deprisa sobre nuestras cabezas.

De repente sentí un gran vacío en el estómago.

—Deberíamos aceptar la invitación de los hippies y cenar esta noche en la República del Bosque —dijo Berta pensativa.

—Querrás decir en la Dehesa… —repuse algo molesta.

La idea de ver cómo aquellos chicos habían tomado posesión de mi casa no me seducía en absoluto.

—Tal vez ellos estén al corriente de lo que sucede en el bosque —añadió James.

Pensé que tenían razón. Era imposible alojarse en la Dehesa y permanecer ajeno a lo que ocurría en el monte. Recordé los helicópteros que había visto el otoño pasado sobrevolando la sierra antes de que la Organización visitara Colmenar.

—Está bien —asentí—. Pero no podemos ir con estas pintas.

Tenía barro incrustado en los brazos y manchas de polvo y sangre reseca en las piernas.

Miré el lago y temblé ante la idea de zambullirnos en él. Estaba oscureciendo y el viento soplaba cada vez más frío.

—Bastará con que nos cambiemos de ropa —dijo Berta—. Nuestros anfitriones son okupas. No creo que sean muy remilgados con la limpieza.

Un rato después llegamos al viejo torreón. James había cargado con Berta a sus espaldas durante todo el camino. La dejó junto a la entrada y ella se lo agradeció con un beso en los labios. Empezaba a acostumbrarme a esas muestras de amor entre ellos, pero para ser sincera, me hacían sentir muy sola y añorar todavía más a Bosco. ¿Por qué no aparecía ya?

Koldo salió a recibirnos. Se había cambiado de ropa. Llevaba unos pantalones negros con tirantes y una camiseta roja que le hacían aún más delgado. Me pareció menos desgarbado que la vez anterior y ya no arrastraba tanto las palabras al hablar.

—¿Encontraste lo que buscabas en el bosque? —le preguntó James ofreciéndole la mano a modo de saludo.

—No —contestó Koldo—. ¿Y vosotros?

Berta y yo nos miramos sorprendidas antes de que ella respondiera:

—Nosotros no estábamos buscando nada.

—Todo el mundo busca algo.

Tras aquella frase enigmática nos acompañó al salón.

Ahogué un grito al ver las pintadas de colores estridentes que había en las paredes de piedra. En una de ellas, con letras verdes de grafiti, alguien había escrito: WALDEN3.

Koldo malinterpretó mi cara de asombro.

—Mola mucho, ¿a que sí?

No supe qué responder.

El desorden acababa de completar la escena. Había ropa esparcida en el sofá y libros desperdigados por el suelo. Me sorprendió ver un iPad tirado sobre la alfombra y una cámara de fotos profesional, marca Nikon, junto a la chimenea.

A pesar de aquel desbarajuste, no había suciedad. El suelo de madera brillaba y sobre la mesa de roble habían puesto uno de los mejores manteles de mi tío y flores frescas. Junto a ellas, había varias fuentes con comida y vajilla para seis personas. En la cocina de leña, un caldero se guisaba a fuego lento desprendiendo un agradable aroma a especias.

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