Read El juego de los Vor Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

El juego de los Vor (26 page)

BOOK: El juego de los Vor
2.79Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Alguna vez la amé. ¿Quién es ella ahora?

¿Era posible decidir
no
enamorarse otra vez de esa nueva persona? La posibilidad de decidir. Ella parecía endurecida, maldispuesta a expresar lo que pensaba. Eso era bueno. Y sin embargo, sus pensamientos tenían un deje amargo. Eso no era bueno. Esa amargura lo hacía padecer.

—¿Has estado bien? —le preguntó vacilante—. Aparte de su confusión en la estructura de mando, quiero decir. ¿Tung te trata bien? Se suponía que él iba a ser tu mentor, que te entrenarían en el trabajo mientras yo aprendía en la aulas…

—Oh, es un buen mentor. Me atosiga con información militar, táctica, historia… Ahora puedo dirigir cualquier fase de una patrulla de combate, incluyendo logística, cartografía, asalto, e incluso retiradas de emergencia y aterrizajes, si no te importan unos cuantos golpes. Casi estoy en condiciones de operar realmente según mi grado ficticio, al menos con el equipo de una flota. A él le gusta enseñar.

—Me pareció que estabas un poco… tensa, en su presencia. Elena sacudió la cabeza.

—Todo está tenso en este momento. No es posible estar «aparte» de esta confusión en la estructura de mando, gracias a ti. Aunque… supongo que no he perdonado del todo a Tung por no ser infalible al respecto. Al principio pensé que lo era.

—Sí, bueno, existe mucha falibilidad dando vueltas, en estos tiempos —dijo Miles con incomodidad—. Eh… ¿cómo está Baz? —
¿tu esposo te trata bien?
quería preguntar. Pero no lo hizo.

—Está bien —respondió ella—, pero se siente desanimado. Estas luchas por el poder le resultan extrañas, le repugnan, creo. Él es un técnico de corazón; ve un trabajo a realizar y lo hace.

Tung sugiere que si Baz no hubiese estado tan sumergido en las cuestiones técnicas habría previsto, y tal vez impedido, la toma del mando. Pero yo pienso que fue exactamente al revés. Él no podía rebelarse y pelear al nivel de Oser, por lo que se retiró al lugar donde podía conservar sus propios patrones de honestidad… por un poco más de tiempo. Esta escisión afectó la moral de todos.

—Lo siento —dijo Miles.

—Haces bien. —Su voz se quebró, pero después de recuperarse se tornó más dura—. Baz sintió que te había fallado, pero tú nos fallaste primero, al no regresar. No podías esperar que mantuviéramos la ilusión para siempre.

—¿Ilusión? —dijo Miles—. Yo sabía que sería difícil, pero pensé que podríais… aceptar vuestros papeles. Llegar a sentiros verdaderos mercenarios.

—Los mercenarios podrán ser suficientes para Tung. Yo pensé que lo serían para mí también, hasta que comenzamos a matarnos. Yo odio a Barrayar, pero es mejor servir a Barrayar que a nada, que a tu propio ego.

—¿A quién sirve Oser? —preguntó Gregor con curiosidad, alzando las cejas al escuchar esta declaración sobre su tierra natal.

—Oser sirve a Oser. «A la flota», dice él, pero la flota sirve a Oser y no es ningún país. No tiene edificios ni niños… es estéril. Sin embargo, a mí no me molesta ayudar a los aslundeños, ya que lo necesitan. Es un pobre planeta asustado.

—Tú, Baz y Arde podríais haber partido por vuestra cuenta… —comenzó Miles.

—¿Cómo? —dijo Elena—. Tú nos dejaste
a cargo
de los Dendarii. Baz fue desertor una vez. Nunca volverá a serlo.

Todo es culpa mía entonces
, pensó Miles.
Fantástico
.

Elena se volvió hacia Gregor, quien había adquirido una extraña expresión al escuchar sus acusaciones de abandono.

—Aún no me has dicho lo que estás haciendo aquí. ¿Se suponía que ésta era una especie de misión diplomática secreta?

—Explícaselo tú —dijo Miles a Gregor, tratando de no apretar los dientes.
Cuéntale lo del balcón, ¿vale?

Gregor se encogió de hombros y desvió la mirada.

—Al igual que Baz, deserté. Y al igual que Baz, descubrí que no me sentía mejor con ello.

—Ahora comprenderás por qué es urgente devolver a Gregor lo antes posible —agregó Miles—, Piensan que ha desaparecido, que tal vez ha sido secuestrado. —Miles le brindó una versión rápida y corregida de su encuentro fortuito en Detenciones del Consorcio.

—¡Dios! —Elena frunció los labios—. También comprendo por qué es urgente que no esté en tus manos. Si algo llegara a pasarle en tu compañía, quince facciones gritarían «¡Conspiración traidora!»

—Esa idea se me había ocurrido, sí —gruñó Miles.

—La coalición centrista del gobierno de tu padre sería la primera en caer —continuó Elena—. Supongo que los militares de derecha se alinearían detrás del conde Vorinnis y se unirían a los liberales anticentristas. Los portavoces franceses querrían a Vorville, al Vortugalov ruso… ¿o ya ha muerto?

—Los de extrema derecha, partidarios de volar los conductos de agujeros de gusano y alcanzar así el aislamiento político, se unirían al conde Vortrifrani contra la facción anti-Vor progaláctica que desea una constitución escrita —agregó Miles, con tono sombrío.

—El conde Vortrifrani me asusta. —Elena se estremeció—. Le he escuchado hablar.

—Es por el modo suave en que se limpia la espuma de la boca —dijo Miles—. La minoría griega aprovecharía la ocasión para internar una secesión…

—¡Basta! —exclamó Gregor, quien había ocultado el rostro entre las manos.

—Pensé que era
tu
trabajo —dijo Elena con acidez. Pero Gregor alzó la cabeza y, al ver su mirada triste, ella se suavizó y esbozó una sonrisa—.

Lamento no poder ofrecerte un empleo en la flota. Siempre nos son útiles los oficiales con entrenamiento formal, aunque no sea más que para adiestrar al resto.

—¿Un mercenario? —dijo Gregor—. Vaya una idea…

—No lo creas. Muchos de los nuestros han sido militares comunes. Algunos hasta fueron legítimamente licenciados.

Por un momento, los ojos de Gregor se iluminaron con una expresión risueña y se posaron sobre la manga gris y blanca de su chaqueta.

—Si tan sólo tú estuvieras a cargo aquí, ¿verdad, Miles?

—¡No! —exclamó Miles con voz ahogada. La luz desapareció.

—Era una broma.

—No me pareció graciosa. —Miles inspiró profundamente. rezando para que a Gregor no se le ocurriera convertirla en una
orden
—. De todos modos, ahora intentamos llegar hasta el cónsul barrayarano en la Estación Vervain. Espero que aún se encuentre allí. No he escuchado noticias en varios días. ¿Qué está ocurriendo con los vervaneses?

—Hasta donde he sabido, no ocurre nada extraordinario, con excepción de una paranoia creciente —respondió Elena—. Vervain invierte sus recursos en naves, no en estaciones…

—Es lógico, cuando se tiene más de un conducto de agujero de gusano que custodiar —observó Miles.

—Pero hace que Aslund vea en los vervaneses a agresores potenciales. Existe una facción aslundeña que propone atacar primero antes de que la nueva flota vervanesa esté armada. Afortunadamente, hasta ahora han prevalecido los estrategas defensivos. Para que nosotros demos el golpe, Oser ha puesto un precio prohibitivamente alto. No es estúpido. Sabe que los aslundeños no podrán respaldarnos. Vervain también contrató a una flota mercenaria como recurso momentáneo. En realidad, fue eso lo que dio la idea a los aslundeños de contratarnos a nosotros. Se llaman Los Guardianes de Randall, aunque tengo entendido que Randall ya no se encuentra con ellos.

—Debemos evitarlos —dijo Miles con fervor.

—He oído decir que su nuevo segundo oficial es barrayarano. Tal vez pueda brindarte alguna ayuda.

Gregor alzó las cejas.

—¿Uno de los hombres de Illyan? suena posible.

—¿Sería allí adonde había ido Ungari?

—Hay que acercarse con cautela, de todos modos —dijo Miles.

—El comandante de los Guardianes se llama Cavilo…

—¿Qué? —aulló Miles.

Las cejas de Elena de alzaron.

—Sólo Cavilo. Nadie parece saber si es el nombre de pila o el apellido…

—Cavilo es la persona que trató de comprarme…. bueno, que trató de comprar a Victor Rotha en la Estación del Consorcio. Por veinte mil dólares betaneses.

Las cejas de Elena se mantuvieron arqueadas.

—¿Por qué?

No sé por qué. —Miles volvió a pensar en su objetivo. Pol, el Consorcio, Aslund… No, seguía siendo Vervain—. Pero debemos evitar a los mercenarios vervaneses. Bajamos de la nave y vamos directamente al consulado. Ni siquiera debemos movernos hasta que lleguen los hombres de Illyan para llevarnos a casa. ¿De acuerdo?

Gregor suspiró.

—De acuerdo.

Basta de jugar al agente secreto. Sus mejores esfuerzos sólo habían servido para hacer que Gregor estuviese a punto de resultar asesinado. Era hora de dejar de esforzarse tanto, decidió Miles.

—Qué extraño —dijo Gregor mirando a Elena, a la nueva Elena, supuso Miles—, pensar que has tenido mas experiencia en combate que cualquiera de nosotros.

—Que los dos juntos —le corrigió ella con frialdad—. Si, bueno… combatir es mucho más estúpido de lo que había imaginado. Si dos grupos pueden cooperar hasta el increíble punto necesario para encontrarse en la batalla, ¿por qué no dedicar la décima parte de ese esfuerzo para conversar? Aunque eso no vale para las guerras de guerrillas —continuó Elena con expresión pensativa—. El guerrillero es un enemigo que no juega a lo mismo. Tiene más sentido para mi. Si uno decide ser vil, ¿por qué no serlo por completo? Ese tercer contrato… Si alguna vez llego a comprometerme en otra guerra de guerrillas, quiero estar del lado de la guerrilla.

—Resulta más difícil conseguir la paz entre dos enemigos totalmente viles —reflexionó Miles—. La guerra no es un fin en si mismo, excepto cuando tiene el sentido catastrófico de una condena absoluta. Lo que se busca es la paz. Una paz mejor de la que se tenia al empezar.

—¿El que gana es el que logra ser el más vil durante más tiempo? —propuso Gregor.

—Creo que históricamente eso no es verdad. Si lo que haces durante la guerra te degrada tanto que la paz te resulta peor… —Miles se paralizó en mitad de la frase al escuchar unas voces en la bodega de carga, pero eran Tung y Mayhew que regresaban.

—Vamos —dijo Tung—. Si Arde no cumple con sus horarios programados, llamará la atención.

Se introdujeron uno tras otro en la bodega de carga, donde Mayhew sujetaba la correa de una plataforma flotante con dos canastos de embalaje.

—Tu amigo podrá pasar por un soldado de la flota —le dijo Tung a Miles—. Para ti he encontrado un cajón. Hubiese sido más elegante enrollarte en una alfombra, pero considerando que el capitán del carguero es un hombre, la referencia histórica se hubiese desperdiciado.

Miles observó el cajón con desconfianza. No parecía tener ninguna abertura para respirar.

—¿Adónde me lleva?

—Tenemos un sistema para hacer entrar y salir a oficiales de Inteligencia de la flota. Está este capitán que recorre el sistema con su nave de carga. Trabaja de forma independiente y es vervanés, pero ya lo hemos contratado en tres ocasiones. Te llevará hasta Vervain y te hará pasar por la aduana. Después de eso, te las arreglarás por tu cuenta.

—¿Vosotros correréis algún peligro con esto? —preguntó Miles preocupado.

—No mucho —dijo Tung—. Él pensará que está pasando más agentes mercenarios por un precio, y naturalmente mantendrá la boca cerrada. Incluso aunque quisieran interrogarlo, pasarán varios días antes de que regrese. Yo mismo me he ocupado de que Arde y Elena no aparezcan, por lo que no podrá delatarlos.

—Gracias —dijo Miles con suavidad. Tung asintió con la cabeza y suspiró.

—Si tan sólo te hubieses quedado con nosotros… ¡Qué soldado habría podido hacer de ti en estos tres últimos años!

—Si llegáis a encontraros sin trabajo como consecuencia de habernos ayudado —agregó Gregor—, Elena sabrá cómo ponerse en contacto.

Tung hizo una mueca.

—¿En contacto con qué?

—Es mejor no saberlo —dijo Elena mientras ayudaba a Miles a esconderse en el cajón de embalaje.

—Muy bien —gruñó Tung—. Pero… está bien. Miles se encontró frente a frente con Elena, por última vez hasta… ¿quién sabía cuándo? Ella lo estrechó con fuerza, pero luego se volvió hacia Gregor y le dio el mismo abrazo fraternal.

—Todo mi cariño para tu madre —le dijo a Miles—. Pienso en ella con frecuencia.

—Claro. Eh… saludos a Baz. Dile que todo está bien. Lo primero es tu seguridad personal, la tuya y la de él. Los Dendarii son, son, fueron… —No se atrevía a decir «de escasa importancia», o «un sueño ingenuo», o «una ilusión», aunque esto último era lo que más se acercaba—. Un buen intento —concluyó sin convicción.

La mirada que ella le dirigió fue fría, cortante, indescifrable… no, en realidad era fácil de comprender. «Idiota», o algo bastante más fuerte. Miles se sentó apoyando la cabeza en las rodillas y dejó que Mayhew cerrase la tapa. Se sentía como un espécimen zoológico enviado a un laboratorio.

El viaje transcurrió sin problemas. Miles y Gregor se encontraron instalados en una cabina pequeña pero decente, destinada a los excesos de carga que ocasionalmente transportaba el carguero. Unas tres horas después de que abordaran, la nave despegó y se alejó de los peligros de la Estación Aslund. Había que admitirlo: Tung seguía siendo bueno en su trabajo.

Con gran placer, Miles pudo bañarse, lavar sus ropas, gozar de una verdadera comida y dormir sintiéndose seguro. La pequeña tripulación de la nave parecía alérgica a su corredor; él y Gregor fueron dejados absolutamente a solas. A salvo durante tres días, atravesando el Círculo Hegen otra vez con una nueva identidad. Siguiente parada: el consulado barrayarano en la Estación Vervain.

Por Dios, tendría que redactar un informe sobre todo esto cuando llegasen allí. Verdaderas confesiones, al estilo oficial de Seguridad Imperial (seco como el polvo, a juzgar por los modelos que había leído). De haber hecho el mismo recorrido, Ungari habría entregado columnas de datos concretos y objetivos, listos para ser analizados de seis formas diferentes. ¿Qué podía contar él?
Nada, estuve en un cajón
. Tenía poco que ofrecer con excepción de lo poco que alcanzaba a ver mientras eludían a cada guardia de seguridad en el sistema. Tal vez debería centrar su informe en las fuerzas de seguridad. La opinión de un alférez. La plana mayor estaría tan impresionada…

¿Y cuál era su opinión? Bueno, Pol no parecía ser la fuente de los problemas en el Centro Hegen: ellos reaccionaban, no actuaban. El Consorcio no parecía interesado en lo más mínimo en las aventuras militares. El único grupo lo bastante débil para que los eclécticos jacksonianos concretasen un ataque exitoso era Aslund, y no se obtendrían muchos beneficios conquistando un mundo agrícola y poco avanzado como ése. Aslund era lo suficiente paranoico para resultar peligroso, pero su preparación era escasa y estaba protegido por una fuerza mercenaria que sólo aguardaba un chispazo para que sus facciones entrasen en guerra. No había ninguna amenaza considerable allí. Por eliminación, la energía necesaria para lograr la desestabilización debía de provenir de Vervain. ¿Cómo se podría hacer para descubrir…? No. Él había jurado no actuar como agente secreto. Vervain era el problema de algún otro.

BOOK: El juego de los Vor
2.79Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Blue Nowhere-SA by Jeffery Deaver
The Dream by Jaycee Clark
Kissing Fire by A.M. Hargrove
Hunte by Warren, Rie
Her Immortal Love by Diana Castle
New Beginnings by Laurie Halse Anderson