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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

El juego de los Vor (25 page)

BOOK: El juego de los Vor
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Los asientos del piloto y copiloto estaban ocupados. Arde Mayhew se volvió hacia Miles con una amplia sonrisa y lo saludo agitando una mano. Miles reconoció la cabeza afeitada del segundo hombre incluso antes de que se volviese hacia él.

—Hola, hijo. —La sonrisa de Ky Tung era mucho más irónica que alegre—. Bienvenido. Te has tomado tu tiempo. —Tung tenía los brazos cruzados y no le saludó.

—Hola, Ky —dijo Miles al euroasiático con un movimiento de cabeza.

Tung no había cambiado en nada. Todavía podía tener cualquier edad entre los cuarenta y los sesenta. Todavía tenía un cuerpo similar a un viejo tanque. Todavía parecía saber más de lo que decía, cualidad terriblemente incómoda para las conciencias culpables.

Mayhew el piloto habló en el intercomunicador.

—Control de tráfico, ya he comprobado esa luz roja en mi panel. Lectura de presión defectuosa. Todo arreglado. Estamos listos para partir.

—Era hora, C-2 —respondió una voz átona—. Su camino está despejado.

Las manos rápidas del piloto activaron los controles que cerraban las escotillas y posicionaron los reactores. Después de algunos silbidos y ruidos metálicos, el cohete se separó de la nave madre y avanzó según su trayectoria. Mayhew apagó el intercomunicador y exhaló un largo suspiro de alivio.

—A salvo. Por ahora.

Elena cruzó el pasillo y se sentó detrás de Miles, cruzando sus largas piernas. Miles se sujetó para que la aceleración no lo hiciese caer.

—Espero que tenga razón —dijo—, ¿pero qué le hace pensarlo?

—Se refiere a que estamos a salvo para hablar —dijo Elena—. No en un sentido cósmico. Este es un viaje de rutina, salvo por el hecho de que nos encontramos aquí. Sabemos que aún no han notado nuestra ausencia, o de otro modo hubiésemos sido detenidos por control de tráfico. Lo primero que hará Oser será registrar el
Triumph
y la estación militar. Hasta es posible que podamos volver a introduciros en el
Triumph
cuando la búsqueda se haya extendido.

—Este es el plan B —le explicó Tung girando en su asiento—. O tal vez el plan C. El plan A era volar directamente al
Ariel
, que ahora se encuentra en la estación piquete, y declarar la revolución. Me alegro de que las cosas hayan ocurrido de un modo, eh… menos espontáneo.

Miles lanzó una exclamación.

—¡Dios! Eso hubiese sido peor que la primera vez. —Atrapado en una cadena de sucesos que no controlaba, llevado como confabulado de algún motín mercenario militar, puesto a la cabeza de su desfile sin posibilidades de negarse…—. No. Nada de espontaneidad, gracias. Definitivamente, no.

—Y bien. —Tung unió sus gruesos dedos—, ¿Cuál es tu plan?

—¿Mi qué?

—Plan. —Tung pronunció la palabra con ironía—. En otras palabras, ¿por qué estás aquí?

—Oser me formuló la misma pregunta —suspiró Miles—. ¿Me creería si le digo que me encuentro aquí por accidente? Oser no quiso. Seguramente usted no sabrá
por qué
no quiso, ¿verdad?

Tung frunció los labios,

—¿Por accidente? Puede ser… He notado cómo tus «accidentes» tienen tendencia a terminar embrollando a tus enemigos, cualidad que causaría la envidia de los más viejos estrategas. Ocurre con demasiada frecuencia como para ser casualidad, por lo que he llegado a la conclusión de que es voluntad inconsciente. Si te hubieses quedado conmigo, hijo, entre ambos habríamos… O tal vez no seas más que un supremo oportunista. En cuyo caso te diré que ésta es la oportunidad perfecta para reunir nuevamente a los Mercenarios Dendarii.

—No ha respondido a mi pregunta —observó Miles.

—Tú no has respondido a la mía.

—Yo no quiero a los Mercenarios Dendarii.

—Yo sí.

—Ah. —Miles se detuvo—. ¿Entonces por qué no reúne a las personas que le son leales y comienza por su cuenta? Ya se han hecho cosas así.

—¿Debemos nadar por el espacio? —Tung imitó las aletas de los peces sacudiendo los dedos, e infló las mejillas—. Oser controla el equipo. Incluyendo mi nave. El
Triumph
es todo lo que he atesorado en treinta años de carrera. Y lo he perdido a causa de tus intrigas. Alguien me debe otra nave. Si no es Oser, entonces… —Tung miró a Miles con expresión significativa.

—Yo traté de darle una flota a cambio —dijo Miles angustiado—. ¿Cómo hizo para perder el control de ella, viejo estratega?

Tung se tocó el pecho para indicar que había recibido la estocada.

—Al principio las cosas marcharon bien, durante un año, un año y medio después de que abandonamos Tau Verde. Obtuve dos bonitos contratos seguidos en la Red Este; operativos, comando a pequeña escala, cosas seguras. Bueno, no tan seguras… nos tuvieron en ascuas. Pero cumplimos con nuestro objetivo. Miles miró a Elena.

—Oí hablar de ello, sí.

—En el tercero tuvimos problemas. Baz Jesek se había comprometido más y más con equipos y mantenimiento. Debo admitir que es un buen ingeniero. Yo era comandante táctico y Oser se hizo cargo de las cuestiones administrativas. Podría haber funcionado bien, cada uno ocupándose de lo que hacía mejor, si Oser hubiese trabajado con nosotros y no en contra nuestra. En la misma situación, yo hubiera enviado asesinos, Oser empleó contables guerrilleros.

»Nos dieron una pequeña paliza en ese tercer contrato. Baz estaba hasta las orejas con sus cuestiones técnicas y sus reparaciones. Oser había formado un pelotón de no combatientes para realizar tareas de guardia en los conductos de agujeros de gusanos. Un contrato a largo plazo. Parecía buena idea en ese momento. Pero yo le di la oportunidad. —Tung se aclaró la garganta—. Sin participar de ningún combate comencé a aburrirme, no le presté atención. Oser tuvo todo en marcha antes de que yo notara que se había declarado una guerra. Hizo que la reorganización financiera se volviera en contra nuestra…

—Seis meses antes de eso, yo ya le había dicho que no confiara en él —intervino Elena con el ceño fruncido—. Después de que intentó seducirme.

Tung se encogió de hombros, incómodo.

—Me pareció una tentación comprensible.

—¿Gozar con la esposa de su comandante? —Los ojos de Elena brillaban—. ¿Con la esposa de cualquier otro? En ese momento supe que no era recto. Si mis votos no significan nada para él, ¿cuánto valoraba los propios?

—Aceptó tu negativa, tú misma lo dijiste —se disculpó Tung—. Si hubiese seguido acosándote, yo habría estado dispuesto a intervenir. Pensé que debías sentirte halagada, ignorarlo y seguir tu camino.

—Esa clase de insinuaciones no me resultan nada halagüeñas, gracias —replicó Elena.

Miles se mordió los nudillos con fuerza, recordando sus propios anhelos.

—Puede haber sido un primer movimiento en su estrategia para obtener el poder —propuso—. Buscaba puntos débiles en las defensas de sus enemigos. Y en este caso, no los encontró.

—Mm… —Elena pareció algo confortada con esta posibilidad—. De todos modos, Ky no me ayudó en nada y me cansé de jugar a ser Casandra. Naturalmente, no podía decírselo a Baz. Pero la traición de Oser no fue una absoluta sorpresa para
todos
nosotros.

Tung frunció el ceño con frustración.

—Con las naves de que disponía en ese momento, sólo necesitó ganarse los votos de los otros capitanes dueños de naves. Auson lo votó. Hubiese querido estrangular a ese canalla.

—Usted mismo perdió a Auson, con todas sus lamentaciones por el
Triumph
—añadió Elena con aspereza—. Pensó que usted era una amenaza para su capitanía de la nave.

Tung se encogió de hombros.

—Siempre que yo continuara siendo jefe del estado mayor y comandante táctico en combate, no imaginé que pudiera causar algún daño a mi nave. Podía dejar que el
Triumph
viajase con las demás como si perteneciera a la corporación de la flota. Podía aguardar… hasta que

regresaras. —Sus ojos oscuros brillaron sobre Miles—. Entonces averiguaríamos lo que estaba ocurriendo. Pero tú nunca regresaste.

—¿El rey volverá, eh? —murmuró Gregor, quien había escuchado todo con fascinación. Alzó una ceja mientras miraba a Miles.

—Que sea una lección para ti —le respondió Miles, con los dientes apretados. Gregor pareció perder su sentido del humor. Miles se volvió hacia Tung.

—Seguramente Elena lo habrá sacado de su error sobre tales expectativas.

—Lo intenté —murmuró Elena—. Aunque creo que yo tampoco pude evitar albergar ciertas esperanzas. Tal vez… tal vez renunciarías a tus otros proyectos para regresar con nosotros.

¿Si me fugaba de la Academia?

—No era un proyecto al cual pudiese renunciar, a menos que estuviera dispuesto a morir.

—Ahora lo sé.

—Dentro de cinco minutos como máximo —intervino Arde Mayhew—, tendré que pedir permiso a control de tráfico para aterrizar en la estación de transferencia, o dirigirme al
Ariel
. ¿Qué haremos, amigos?

—Ante una palabra tuya, podía destinarte cíen oficiales leales y suboficiales —dijo Tung a Miles—, Con cuatro naves.

—¿Por qué no lo hace usted mismo?

—Si pudiera, ya lo habría hecho. Pero no pienso dividir la flota a menos que esté seguro de poder volver a reunirla. Por completo. Pero contigo como líder, con tu reputación que ha ido creciendo como una leyenda…

—¿Como líder o como mascarón de proa? —La imagen volvió a aparecer en la mente de Miles.

Tung abrió las manos y evadió la pregunta.

—Como desees. En su mayor parte, el cuadro de oficiales se unirá al bando vencedor. Eso significa que si lo intentamos debemos aparecer como triunfadores muy rápido. Oser cuenta con unos cien adeptos que le son leales, y tendremos que superarlos físicamente si es que él insiste en resistirse. Lo cual me sugiere que un asesinato en el momento oportuno podría ahorrar un montón de vidas.

—Vaya. Creo que usted y Oser han estado trabajando juntos demasiado tiempo. Comienzan a pensar de forma parecida. Yo no vine aquí para tomar el mando de una flota mercenaria. Tengo otras prioridades. —Se controló para no mirar a Gregor.

—¿Qué prioridades?

—¿Qué le parece impedir una guerra civil interplanetaria? ¿O tal vez interestelar?

—No tengo ningún interés profesional en eso.

Para Miles, su respuesta estuvo a punto de convertirse en una broma. ¿Pero qué significaban los sufrimientos de Barrayar para Tung?

—Hágalo usted, si está predestinado al fracaso. Sólo le pagan por ganar, y sólo podrá gastar lo que le pagan si vive, mercenario.

Tung lo miró con más atención aún.

—¿Qué sabes que yo no sé? ¿
Estamos
predestinados al fracaso?

Yo lo estaré, si no llevo a Gregor de vuelta
. Miles sacudió la cabeza.

—Lo siento, no puedo hablar sobre eso. Tengo que llegar a… —Pol estaba cerrado para él, al igual que la estación del Consorcio, y ahora Aslund se había vuelto aún más peligroso—. A Vervain. —Se volvió hacia Elena—. Llevadnos a ambos a Vervain.

—¿Trabajas para los vervaneses? —preguntó Tung.

—No.

—¿Para quién, entonces? —Las manos de Tung se retorcieron. Estaban tan tensas por la curiosidad que parecían querer exprimir la información a la fuerza.

Elena también notó su gesto inconsciente.

—Ky, déjelo tranquilo —dijo con dureza—. Si Miles quiere ir a Vervain, es allí donde lo llevaremos.

Tung miró primero a Elena y luego a Mayhew.

—¿Lo respaldáis a él o a mí?

Elena alzó el mentón.

—Ambos hemos jurado lealtad a Miles. Lo mismo que Baz.

—¿Y preguntas para qué te necesito? —dijo Tung a Miles con exasperación, señalando a los otros dos—. ¿Cuál es ese asunto tan importante del cual todos vosotros parecéis saberlo todo, y yo, nada?

—Yo no sé nada —replicó Mayhew—. Sólo creo en Elena.

—¿Esto es una cadena de mando o una cadena de credulidad?

—¿Existe alguna diferencia? —Miles sonrió.

—Nos has puesto en peligro al venir aquí —objetó Tung—. ¡Piensa! Nosotros te ayudamos, tú te marchas y nos dejas desnudos ante la cólera de Oser. Ya existen demasiados testigos. Si alcanzamos la victoria, podríamos estar a salvo, pero no la hallaremos en los paños tibios.

Miles miró a Elena con angustia y, a la luz de sus recientes experiencias, la imaginó lanzada al espacio por malvados y estúpidos mercenarios. Tung notó con satisfacción el efecto que había tenido su súplica y se reclinó en el asiento. Elena le dirigió una mirada furiosa.

Gregor se movió con inquietud.

—Creo… que vosotros podríais convertiros en refugiados con Nuestra mediación. —Miles observó que Elena también había notado aquella majestuosa y grandilocuente N mayúscula, mientras que Tung y Mayhew no habían podido hacerlo, por supuesto—. Nos ocuparemos de que no sufráis. En lo financiero al menos.

Elena asintió con la cabeza para demostrar que comprendía. Tung se inclinó hacia ella y señaló a Gregor con el pulgar.

—Muy bien, ¿quién es este sujeto? —Elena sacudió la cabeza en silencio. Tung exhaló un pequeño suspiro—. Tú no tienes ningún recurso financiero que yo pueda ver, hijo. ¿Y si con tu mediación nos convertimos en cadáveres?

—Nos hemos arriesgado a ello por mucho menos —observó Elena.

—¿Menos que qué? —replicó Tung. Con la mirada algo perdida, Mayhew tocó el auricular en su oreja.

—Es momento de tomar una decisión, amigos.

—¿Esta nave puede atravesar el sistema? —preguntó Miles.

—No. No tiene el suficiente combustible. —Mayhew se encogió de hombros a modo de disculpa.

—Tampoco es lo bastante rápida ni blindada como para ello —añadió Tung.

—Entonces tendréis que sacarnos en un transporte comercial, burlando la seguridad de Aslund —dijo Miles tristemente.

Tung observó a su obstinado pequeño comité y suspiró.

—Seguridad es más estricta para entrar que para salir. Creo que podremos hacerlo. Llévanos allí, Arde.

Cuando Mayhew hubo detenido la nave de carga en el lugar asignado por la estación de transferencia aslundeña, Miles, Gregor y Elena permanecieron agachados, encerrados en el compartimiento del piloto. Tung y Mayhew se marcharon «para ver lo que podemos hacer» según lo expresó Tung, con cierta frivolidad en opinión de Miles. Este permaneció sentado y se mordisqueó los nudillos con nerviosismo, tratando de no saltar ante cada sonido de las cargadoras automáticas que apilaban provisiones para los mercenarios al otro lado del tabique. El perfil firme de Elena no se contraía ante cada pequeño ruido, notó Miles con envidia.

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