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Authors: Antonio Garrido

Tags: #Histórico, Intriga

El lector de cadáveres (11 page)

BOOK: El lector de cadáveres
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Sólo anhelaba que amaneciera. Hasta ese momento no se había planteado qué ocurriría con su vida; no había pensado dónde ir o qué hacer, ni cómo o de qué forma sobrevivir, pero en aquel instante carecía del ánimo y de la claridad mental necesarios. Únicamente pensaba en alejarse del lugar que le había robado cuanto tenía; en huir de allí y proteger a su hermana.

Con las primeras luces del alba, la actividad regresó a la barcaza. Wang ya había recogido el ancla y daba voces a sus dos hombres cuando una chalupa manejada por otro anciano se acercó temerariamente hasta chocar contra la borda. Al advertirlo, Wang le increpó por su descuido, pero el viejo pescador le saludó con una sonrisa bobalicona y continuó bogando como si no hubiera ocurrido nada. A Cí le extrañó su presencia, pero, para entonces, decenas de paquebotes oscuros y aplastados pululaban por el río como una enorme plaga.

—¡Malditos ancianos! Deberían morir todos ahogados —rezongó uno de los tripulantes sin caer en la cuenta de que su propio patrón superaba en años a la mayor parte de ellos. El marinero miró el lateral de la embarcación y meneó la cabeza—. Ese malnacido ha abierto una vía de agua —informó a Wang—. Deberíamos repararla o echaremos a perder la carga.

Nada más comprobar los daños, Wang escupió hacia el anciano, que ya se alejaba. Luego masculló un juramento y ordenó que se dirigieran hacia la orilla. Por fortuna, se hallaban a pocos
li
de Jianningfu, la mayor encrucijada de canales de la prefectura, donde encontrarían el material necesario para arreglar la brecha. Hasta entonces navegarían pegados a la orilla, aun a riesgo de ser asaltados por los bandidos que merodeaban por los caminos. Por ese mismo motivo, Wang encargó a Cí y a sus hombres que abriesen bien los ojos y diesen aviso si alguien se acercaba a la barcaza.

Encontraron el muelle de Jianpu convertido en un avispero de comerciantes, tratantes de ganado, peones de todo tipo, constructores de juncos, mercachifles improvisados, pescadores, pordioseros, prostitutas y buscavidas que se mezclaban de tal forma que hacían casi imposible distinguir a los primeros de los últimos. El hedor a pescado podrido competía ventajosamente con el de sudor rancio y los aromas provenientes de los puestos de pitanza.

Nada más efectuar el atraque, un hombrecillo de ropas miserables y bigote de chivo corrió a exigirles el impuesto de amarre, pero el patrón lo despidió a patadas alegando que no sólo no iba a desestibar mercancía alguna, sino que su parada obedecía a la embestida de un inepto que a buen seguro había zarpado de aquel mismo embarcadero.

Mientras Wang descendía a tierra para aprovisionarse, encargó a Ze, el tripulante más veterano, que comprase el bambú y el cáñamo necesarios para la reparación, y al más joven que permaneciera junto a Cí en la barcaza hasta su regreso.

El marinero joven rezongó antes de aceptar de mala gana, pero Cí se alegró de no tener que molestar a Tercera, que dormitaba hecha un ovillo entre dos fardos de arroz. Tiritaba como un cachorro, de modo que la cubrió con un saco vacío para protegerla de la brisa procedente de las montañas. Luego izó un cubo de agua y se dedicó a fregar los escasos tablones que emergían bajo la carga mientras el tripulante que les acompañaba se entretenía admirando a varias prostitutas que caminaban llamativamente pintarrajeadas. Pasado un rato, el marinero escupió la raíz que llevaba tiempo mascando y le dijo a Cí que bajaba a dar una vuelta. A Cí no le preocupó. Continuó fregando y esperó a que las tablas se secasen antes de darles una segunda pasada.

Se disponía a reanudar la labor cuando una joven ataviada con una túnica roja se acercó hasta la borda de la gabarra. Las ropas ceñidas a su cuerpo se veían raídas, pero lucía una hermosa figura y su sonrisa dejaba entrever una dentadura completa. Cí se sonrojó cuando la joven le preguntó si era suya la barcaza.

«Es más bella que Cereza».

—Sólo la estoy cuidando —acertó a contestar.

La joven se tocó el moño como si se lo arreglara. Parecía interesada en él y eso le incomodó, pues, a excepción de Cereza y de las cortesanas con las que había intimado en los salones de té junto al juez Feng, jamás había hablado con otras mujeres que no fueran las de su familia. La joven deambuló contoneándose por la orilla del muelle y luego regresó sobre sus pasos. Cí no le había quitado el ojo de encima, así que disimuló cuando advirtió que se detenía otra vez frente a la barcaza.

—¿Viajas solo? —se interesó.

—Sí. Quiero decir... ¡no! —Cí se dio cuenta de que se estaba fijando en sus manos quemadas y las ocultó tras la espalda.

—Pues yo no veo a nadie más. —Sonrió.

—Ya —balbució Cí—. Es que han desembarcado para comprar unas herramientas.

—¿Y tú? ¿No bajas?

—Me han ordenado que vigile la mercancía.

—¡Oh! ¡Qué obediente! —Torció el gesto como si se disgustara—. Y dime, ¿también te han prohibido que juegues con las chicas?

Cí no supo qué contestar, pero se quedó mirándola embobado, incapaz de hacer otra cosa. La joven era una meretriz.

—No tengo dinero —le aclaró.

—Bueno, eso no es problema. —La joven sonreía a cada instante—. Eres un chico guapo, y a los chicos guapos se les hacen ofertas. ¿No te apetece un té caliente? Lo prepara mi madre con aroma a melocotón. Así es como me llaman. —Rio y le señaló una cabaña cercana.

—Ya te he dicho que no puedo abandonar el barco, Aroma de Melocotón.

La chica pareció no concederle importancia, volvió a sonreír y se dio la vuelta para encaminarse hacia la cabaña. Al poco, regresó con dos tazas y una tetera. A Cí se le antojó que sus mejillas se veían aún más encarnadas. Realmente no se parecía a Cereza, pero cuando la joven hizo ademán de subir a la barcaza, Cí no supo reaccionar.

—No te quedes como una estatua. ¡Ayúdame o se me caerá! —le espetó descarada.

Cí le ofreció el brazo procurando que las quemaduras de su mano quedasen ocultas bajo la manga. Ella las vio, pero no pareció importarle. Se agarró con fuerza y de un salto se encaramó a la nave. Luego, sin esperar a que Cí se lo autorizara, se sentó sobre un fardo y vertió té sobre una taza.

—Cógelo. No te cobraré por ello.

Cí la obedeció. Sabía que ofrecer té era una estrategia común entre las
flores
, el término con el que las prostitutas preferían que las llamaran; sin embargo, también sabía que se podía aceptar una taza sin que ello supusiese ninguna clase de compromiso, y a él le apetecía a aquella hora de la mañana. Se sentó en el suelo frente a la joven y la miró con detenimiento. Sus cejas pintadas destacaban sobre la cara empolvada con arroz. Dio un sorbo al té, que encontró fuerte y especiado. El calor le reconfortó. Entonces, la joven entonó una canción mientras simulaba con sus manos el vuelo de un pájaro.

La melodía flotó en el ambiente mientras el murmullo se apoderaba despacio de sus sentidos. Cí dio un sorbo largo que paladeó con delectación. Cada trago era el abrazo de un ser querido, un arrullo que le acariciaba y le envolvía. Sus párpados acusaron el cansancio de la noche y se entornaron para saborear la agradable sensación que le mecía junto al chapoteo de las olas. Poco a poco, un sopor le fue invadiendo y dominando hasta vencerle. Y así, sin advertirlo, el sufrimiento desapareció para dar paso a la negrura.

* * *

Lo siguiente que percibió fue el agua de un cubo al estrellarse contra su cara.

—¡Maldito vago! ¿Dónde está el barco? —gritó Wang mientras lo izaba del suelo del muelle.

Cí miró a su alrededor incapaz de comprender lo que sucedía. Los oídos le retumbaban mientras aquel viejo lo sacudía sin miramientos. No acertó a articular palabra.

—¿Te has emborrachado? ¿Te has emborrachado, desgraciado? —Acercó su rostro al de Cí hasta aspirar su aliento—. ¿Dónde está el otro marinero? ¿Dónde diablos está mi barco?

Cí no entendía por qué aquel hombre aullaba hecho un energúmeno mientras él permanecía tumbado en la orilla con las sienes a punto de reventar. De repente, el tripulante más veterano le arrojó otro cubo de agua y Cí se sacudió como un perro. La cabeza le daba vueltas, pero en una especie de fogonazo comenzó a visualizar una sucesión de inquietantes imágenes: el atraque en el muelle... el desembarco del patrón y los tripulantes... la joven atractiva... la taza de té... y después... la nada. Un regusto amargo le hizo comprender que se había dejado embaucar por quien sin duda lo había narcotizado para robar la nave con su mercancía. Pero lo que realmente le aterró fue comprobar que, con la carga, también había desaparecido Tercera.

Cuando le pidió a Wang que le ayudara, éste le volvió la espalda jurándole que los mataría a él y al otro tripulante por haber abandonado la barcaza.

____ 9 ____

N
i aunque le hubiesen amenazado con despedazarle, Cí habría renunciado a rescatar a su hermana.

Se incorporó aún aturdido y siguió a Wang, quien ya se perdía entre la muchedumbre de pescadores y tratantes, husmeando de barca en barca en pos de un bote con el que emprender la persecución. Cí le siguió a distancia, advirtiendo que el patrón interrogaba a cuantos encontraba próximos a la orilla. Varios pescadores rechazaron su oferta de arrendar una barca, pero un par de jovenzuelos que holgaban sobre una chalupa aceptaron alquilársela por una sarta de monedas. Wang negoció incluir en el precio la contratación de ambos, pero cuando éstos supieron que pretendía perseguir a unos delincuentes, se negaron a arrendársela. De nada sirvieron los ruegos de Wang. Los jóvenes se mostraron inflexibles, alegando que no estaban dispuestos a participar en una expedición que pusiera en riesgo sus vidas. A lo único a lo que accedieron fue a venderle la chalupa por una cantidad exorbitante. Finalmente, Wang aceptó, les pagó lo convenido y subió a la gabarra seguido por Ze, su tripulante. Cuando Cí fue a hacer lo propio, el patrón se lo impidió.

—¿A dónde crees que vas?

—Mi hermana viaja en ese barco. —La mirada de Cí reflejó determinación.

Wang comprendió que sería preferible contar con las manos de Cí a tenerlas en su garganta. Dudó un instante mientras miraba a su único tripulante.

—De acuerdo, pero si no recuperamos mi mercancía, te aseguro que pagarás con sangre hasta el último tablón de mi gabarra. Preparad la barca y sacad esas redes mientras yo compro las armas...

—Señor —le interrumpió Cí—. No creo que sea buena idea... a menos que sepáis manejarlas.

—¡Por los dioses de la guerra! Sé lo suficiente como para cortarte la lengua y comérmela asada. ¿Cómo pretendes que les detengamos? ¿Con otra taza de té narcotizado?

—Señor Wang, no sabemos cuántos son —dijo Cí tratando de convencerle—. Ni siquiera si están armados. Pero si se dedican al robo, probablemente sabrán luchar mejor que dos viejos y un campesino. Si les atacamos empleando arcos y flechas que no sabemos utilizar, lo único que conseguiremos será que nos acribillen.

—No sé si eres necio de nacimiento o a causa de la bebida, pero esos tipos no nos van a devolver por las buenas ni a mí mi barco ni a ti a tu hermana.

—Mientras discutimos, esa gente se aleja —intervino el tripulante.

—¡Ze, cállate! Y en cuanto a ti, haz lo que te he ordenado o márchate de mi barca.

—El chico tiene razón —replicó Ze—. Si espabilamos, los alcanzaremos antes de una hora, cuando se detengan a descargar. Seguramente, lo harán río abajo, de forma apresurada y sin medios de transporte. Será fácil atraparlos.

—¡Por todos los diablos! ¿Ahora, además de tripulante, también eres adivino?

—Patrón, es obvio que esos ladrones pretenden buscar el camino más fácil. En esta zona la corriente es fuerte y remontar el río sólo serviría para disminuir su ritmo. Además, van cargados con madera, una mercancía que río arriba no vale nada, pero que en Fuzhou es una fortuna.

—¿Y lo de antes de una hora?

—Recordad la vía de agua. El barco no aguantará a flote. Según el sol, nos llevan media hora de ventaja, así que podremos alcanzarlos.

Wang lo miró asombrado. Con las prisas había olvidado por completo la brecha del casco.

—Por eso has dicho que desembarcarían sin contar con medios de transporte. Porque en cuanto se percaten del problema se verán obligados a atracar en cualquier lado. Pero ahora la pregunta es: ¿dónde?

—Lo desconozco, patrón, pero buscarán el primer recodo o afluente que les oculte de los curiosos. Si sabéis de alguno...

—Por el dios de las aguas, claro que sí. ¡Venga! ¡Embarquemos!

Cí cargó las varas de bambú y el material de reparación que había adquirido en el mercado, se acomodó en un extremo y empujó la embarcación. Luego cada uno agarró una pértiga y entre los tres empujaron la chalupa en pos de los bandidos.

* * *

Tal y como había predicho Ze, antes de una hora avistaron la gabarra adentrándose en uno de los canales. La embarcación navegaba lenta y orillada, escorada como un animal herido a la búsqueda de un refugio donde desplomarse. Aún no se distinguía el número de ocupantes, pero sólo uno manejaba la pértiga, lo cual le hizo a Cí concebir esperanzas.

Impulsó con más fuerza la pértiga y animó a Wang y a Ze a que le imitaran.

Durante la persecución habían barajado diversas estrategias: desde abordarles en cuanto los tuvieran delante hasta esperar a que descargaran, pero cuando se cercioraron de que eran tres los delincuentes, prevaleció el plan de Cí, que propuso hacerse pasar por un mercader enfermo para despertar la codicia de los ladrones.

—Lo que menos esperarán es que dos viejos y un enfermo se abalancen sobre ellos. Les empujaremos con las pértigas y les haremos caer al agua —agregó—. Por eso hemos de alcanzarles antes de que atraquen.

Wang coincidió en que en tierra carecerían de oportunidades. Impulsaron la nave con cautela hasta aproximarse a unos diez botes de distancia, momento en el que ocultaron a Cí con una manta bajo la que también escondieron su pértiga. Cuando llegaron a la altura de la gabarra, Wang, con su mejor sonrisa, saludó a los tres ocupantes y a la prostituta que había mencionado Cí.

Desde su escondite, Cí escuchó cómo Wang solicitaba a los bandidos ayuda para el acaudalado comerciante que había caído enfermo de manera inesperada. Entretanto, Ze dispuso la chalupa en paralelo a la barcaza. Cí repasó el plan.

«A la señal, me levantaré y empujaré al hombre de proa. Ellos se encargarán de los demás».

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