Read El lenguaje de los muertos Online
Authors: Brian Lumley
—¡Necroscopio bastardo! —maldijo Janos, y sus ojos saltones sangraban.
—Tienes cuerpo de hombre —respondió Harry con voz neutra—, pero tu mente y el vampiro que hay en ti fueron conjurados de las cenizas de una urna. —Harry le señaló con el dedo índice y dijo—: Las cenizas a las cenizas, Janos, y el polvo al polvo. OGTHROD AI'F, GEB'L-EE'H.
El vampiro chilló, se retorció con frenesí, tosió, se ahogó, pero retuvo su forma humana.
Y el necroscopio continuó:
—YOG-SOTHOTH'NGAH'NG AI'Y.
—¡No! —aulló Janos—. ¡N…n…oooooooooo!
Y cuando Harry pronunció la palabra final, «¡ZHRO!», todo el cuerpo de Janos vibró en un espasmo de insoportable dolor. Y luego se quedó inmóvil. Después su cabeza cayó hacia atrás, su horrible boca se abrió, y sus ojos se apagaron. Y luego…
Su pecho enorme se desinfló en un largo y último suspiro. Pero no fue aire lo que escapó de él, sino una nube de polvo rojo que se dispersó en el aire. El resto de su cuerpo, su cabeza incluso, debía de haber estado lleno de esa sustancia. Y cuando el polvo de la extinguida sanguijuela vampiro se asentó, el necroscopio pensó que le recordaba a las esporas de aquellas extrañas setas que crecían en la tumba de Faethor, cerca de Ploiesti.
Y esto a su vez le recordó que aún tenía cosas por terminar…
Sofía, la mujer de Bodrogk, y Sandra, llegaron de las ruinas.
Sandra tenía una apariencia fantasmal, como todos los vasallos de los vampiros, y sus ojos amarillos brillaban en la oscuridad, pero Harry sabía que ahora ella era menos que Sandra. O más. El necroscopio recordó la precognición que había tenido al comienzo de todo: una criatura extraña que llegaba en la noche y lo deseaba, pero sólo porque estaba ávida de sangre. Sandra era ahora una criatura extraña, que deseaba a los hombres sólo por su sangre.
Ella se arrojó en sus brazos, sollozando, y él la abrazó con fuerza —tanto para calmarla a ella como para tranquilizarse él—, y miró por sobre el hombro a Bodrogk, que abrazaba a su mujer.
Y el necroscopio oyó que Sofía decía:
—¡Ella me salvó! La chica vampiro encontró el lugar donde Janos me tenía prisionera, y me liberó.
Y Harry se preguntó si aquél habría sido el último acto voluntario y libre de Sandra, antes de que la monstruosa fiebre en su sangre se apoderara de ella por completo.
El hermoso y semidesnudo cuerpo de Sandra era frío como la porcelana en los brazos del necroscopio, y éste supo que él nunca podría hacer que se entibiara. La joven, corno telépata que era, percibió este pensamiento con tanta claridad como si hubiera sido dicho en voz alta, y se alejó un poco. Pero no lo suficiente.
La delgada y aguda estaca que ocultaba Harry, una astilla de cedro, se clavó bajo el pecho de la mujer y le atravesó el corazón. Ella aspiró por última vez el aire, se tambaleó hacia atrás y cayó.
Y Bodrogk, que vio la angustia de Harry, hizo todo lo demás…
Harry permaneció sentado entre las ruinas toda la noche, con Faethor atrapado en su interior, y manteniendo a distancia a todos los demás muertos. El necroscopio no permitió que nadie fuera testigo de su pesar.
Había pensado que tendría frío, pero no fue así, por extraño que parezca. También había creído que le molestaría la oscuridad, pero tenía la sensación de que la noche era una vieja amiga.
Cuando el alba comenzó a colorear el horizonte, Harry fue a buscar a Bodrogk y a su mujer. Los tracios habían encontrado un lugar protegido donde encender una hoguera, y estaban ahora abrazados, contemplando la salida del sol. Saludaron a Harry con una expresión de tristeza en sus rostros, pero también de decisión.
—No tengo por qué hacerlo —les dijo el necroscopio—. Sois vosotros quienes tenéis que decidirlo.
—Nuestro mundo existió hace dos mil años —respondió Bodrogk—. Desde entonces, no hemos hecho más que suplicar paz. Tú tienes el poder, necroscopio.
Harry asintió, pronunció el esotérico adiós, y contempló cómo la brisa, antes de dispersarlo, mezclaba el polvo de la pareja de tracios…
Y ahora ya estaba preparado.
Regresó a las ruinas, y dejó en libertad a Faethor.
¿Qué haces?
—se enfureció el padre de los vampiros—.
¿Soy tu último recurso, Harry Keogh? ¿Solicitas mi ayuda ahora, cuando todo lo demás ha fracasado?
—Nada ha fracasado —respondió Harry. Y luego el necroscopio hizo algo muy extraño, le mintió deliberadamente a un muerto—: Janos está agonizando, malherido —dijo.
La furia de Faethor se hizo incontenible.
¿Sin mí? ¿Lo has vencido sin mí? ¿Y él no sabe que yo he contribuido a su destrucción? ¡Quiero sentir el dolor de ese perro!
—aulló Faethor, y salió frenético de la mente de Harry… ¡para descubrir que Janos estaba muerto!
Faethor, atónito, descubrió el porqué de la maniobra de Harry, pero el necroscopio ya había previsto esto, y utilizó el talento de Wellesley para dejar a Faethor fuera de su mente.
—Te dije que me libraría de ti —le dijo.
¡Tonto!
—exclamó Faethor furioso—.
Pero volveré. Baja la guardia durante una infinitesimal fracción de segundo, y tú y yo seremos de nuevo uno, necroscopio
.
—Hicimos un trato —dijo Harry—. Yo he cumplido mi parte. Ahora, vuelve a Ploiesti, Faethor.
¿De vuelta a la tierra helada, después de haber disfrutado de tu calor? ¡Jamás! ¿Acaso no conoces lo sucedido? Janos no cometió un gran error cuando leyó el futuro. Él sabía que un gran vampiro —el más grande de todos—, descendería de este lugar cuando todo hubiera terminado. ¡Harry, yo soy ese vampiro, y en tu cuerpo!
—Los hombres no deberían leer el futuro —respondió Harry—, porque se trata de algo sujeto a grandes equívocos. Y ahora, tengo que marcharme.
Donde vayas, iré yo
.
Harry se encogió de hombros, y abrió una puerta de Möbius.
—¿Te acuerdas de Dragosani? —preguntó, y entró por la puerta.
Faethor se estremeció, pero fue tras él.
Dragosani era un tonto, pero no podrás librarte de mí tan fácilmente
—se jactó el vampiro.
—Aún tengo tiempo de llevarte a Ploiesti —le respondió Harry.
¡Al diablo con Ploiesti!
Harry abrió una puerta en el pasado y entró por ella, con Faethor aferrado a él como la sombría muerte que era.
¡No te librarás de mí, necroscopio!
Contemplaron el pasado de toda la humanidad, las miríadas de hebras vitales, luminosas como el neón, emanando de su brillante origen azul.
¿Adónde me llevas?
—gimió Faethor.
—A ver lo que ha sido —le respondió Harry—. ¿Ves allí? ¿Ese hilo rojo entre los azules? Esa hebra escarlata es la tuya, Faethor. ¿Y ves dónde cesa de existir? Allí es donde Ladislau Giresci te cortó la cabeza, la noche que bombardearon tu casa. En ese instante tu vida se acabó, y hubiera sido mejor que tú también acabaras allí.
¡Sácame…, sácame de aquí!
—dijo Faethor con voz que más parecía un estertor, y se aferró al necroscopio como una sanguijuela incorpórea.
Harry volvió al continuo de Möbius y eligió una puerta del futuro, donde billones de azules hilos de la vida se extendían hasta el infinito, en un futuro siempre en expansión. El necroscopio se aventuró entre los hilos, y fue rápidamente atraído al torrente del tiempo.
—Esa hebra que ves surgiendo de mí es mi futuro —le dijo a Faethor.
Y el mío
—insistió con obstinación Faethor, ahora más tranquilo.
—Pero está teñida de rojo, ¿la ves, Faethor?
Sí que la veo, tonto. El rojo soy yo; es la prueba de que siempre seré parte de ti
.
—Te equivocas —respondió Harry—. Yo puedo regresar porque mi hebra no está cortada. Porque tengo un pasado, puedo remontarme de nuevo en el curso de la vida. Pero tu pasado acabó en Ploiesti, Faethor. Tú no tienes hebra vital, no tienes línea de la vida.
¿Qué dices?
—la voz de pesadilla del vampiro parecía un graznido.
Y entonces el amo del continuo de Möbius se detuvo bruscamente, pero el espíritu de Faethor continuó su marcha hacia el futuro.
¡Harry!
—clamó aterrorizado el vampiro—.
¡No lo hagas!
—Pero ya está hecho —respondió el necroscopio—. No tienes carne, ni pasado, ni nada, Faethor. Sólo tienes el más largo y solitario futuro que criatura alguna ha soportado. ¡Adiós para siempre!
¡Harry!… ¡Haaarry!… Haaa…!
Harry cerró la puerta y le dejó afuera. Para siempre. Pero antes de cerrar la puerta, el necroscopio miró otra vez la hebra azul que surgía de él, y vio que todavía estaba teñida de rojo.
Los hombres nunca deberían intentar ver en el futuro. Porque el futuro es siempre equívoco…
Brian Lumley es un escritor británico del género de terror. Nació al noreste de Inglaterra el 12 de diciembre de 1937.
Añadió una serie de historias a los mitos de Cthulhu de H. P. Lovecraft, siendo las más notables aquellas que tienen como personaje principal a Titus Crow. Trabajos posteriores incluyen a Necroscopio; que produjo una serie de novelas que incluyen la Trilogía del mundo vampirico, Necroscopio: Los años perdidos y la trilogía E-Branch. También existe una antología de relatos cortos titulada Harry Keogh y otros héroes extraños.
Aunque se retiró del ejército en diciembre de 1980, los primeros trabajos de Lumley —las historias cortas, y las dos antologías— habían sido publicados muchos años antes por el entonces decano de editores macabros, August Derleth, en la editorial Arkham House en Wisconsin, Estados Unidos. De este modo, Lumley había sido reconocido como un maestro de los "Mitos de Cthulhu", subgénero inspirado por la ficción de H. P. Lovecraft. No fue sino hasta 1986 que el Reino Unido vio la primera publicación de Brian, la novela de terror Necroscopio, "el hombre que habla con los muertos".
Otros libros de Brian Lumley son: “La casa de las puertas” y su secuela “El laberinto de mundos”, “Demogorgon”, seis novelas en la serie de Titus Crow, cuatro de la serie de “Sueños”, la trilogía de “Psychomech”, varias otras novelas fuera de las series y alrededor de 100 historias cortas, entre ellas “Los cuerpos fructíferos”, una de las ganadoras del premio British Fantasy Award en 1989 y que se convirtió en el principal título de la editorial TOR.
Un año más tarde, en 1990, los lectores de “Fear Magazine” votaron por Brian como el mejor autor del género por su libro “La fuente del mal”, por el que recibió el premio correspondiente. Recientemente, la editorial TOR ha lanzado “The Brian Lumley Companion”.