El Libro de los Hechizos (29 page)

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Authors: Katherine Howe

BOOK: El Libro de los Hechizos
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Janine dejó que las palabras se desvanecieran y extendió la mano para acariciar la pequeña llave.

—Es hermosa. ¿Es muy antigua? —preguntó al tiempo que la hacía girar bajo la cálida luz de la barra.

Connie no respondió. Mientras se llevaba el pesado vaso a los labios, una lengua de licor se derramó sobre el borde y alzó la otra mano para coger el vaso tembloroso, sofocando el movimiento antes de que Janine pudiese verlo.

El Volvo se detuvo con un chirrido de neumáticos y una gran gota de lluvia salpicó el parabrisas. Connie hizo una pausa, apretando la palma de la mano contra el pecho y sintiendo que su corazón latía de manera irregular, como un corredor que acelera y luego se detiene a descansar, jadeando, apoyado contra un árbol. Le había hablado a Janine Silva acerca del extraño símbolo circular quemado en la puerta de su casa, y la profesora se había mostrado conmocionada y preocupada. ¿Qué quería decir «quemado»? ¿Quién querría destrozar la puerta de su abuela? ¿Qué había dicho la policía? Bueno, siempre que presentase una denuncia, suponía que no había mucho más que se pudiera hacer. Aunque debía de ser inquietante, especialmente si Connie estaba viviendo sola en la casa. ¿Se sentía segura?

Connie frunció el ceño, mirando a través de la ventanilla del coche la tienda que había al otro lado de la calle. Nuevas gotas de lluvia cayeron sobre el capó y el techo del vehículo, resonando sobre el metal y deslizándose a través del cristal, dejando un rastro de caracol a su paso. El círculo quemado en la puerta, con sus volutas de humo elevándose desde las cicatrices negras en la madera, planteaba el problema de
por qué
de un modo mucho más preciso. Durante las horas que los tres habían pasado en la sala de estar después de que los policías se hubieron marchado, con Sam levantándose a intervalos para iluminar el jardín con la linterna a través de la ventana, no había surgido ninguna respuesta. «La policía tiene razón, deben de haber sido tan sólo unos chicos raros de Salem», afirmó Liz. Pero esa explicación no satisfizo a ninguno de ellos.

Cuando no pudieron desvelar por qué había aparecido ese círculo en la puerta de la casa volvieron su atención hacia su posible significado.

«Dios es mi asistente», tradujo Liz, junto con las letras griegas alfa y omega, quizá otra indicación del Altísimo, la divinidad que es a la vez principio y fin. Pero, además de eso, la palabra «Agla», la extraña disposición de líneas cruzadas… , no había duda de que todo ello significaba algo, pero no sabían qué. Finalmente, exhaustas por la tensión y el miedo, Liz y ella se retiraron a la mohosa habitación de la planta alta con sus camas con dosel, y no pusieron objeción alguna cuando Sam insistió en quedarse, con la linterna en la mano, dormitando en el sillón junto a la chimenea cuando el amanecer ya comenzaba a abrirse paso a través del cielo. Connie se estremeció ante el recuerdo cuando el rugido de un trueno acechó en el cielo, sonando como una bestia o un monstruo que merodeaba tres calles por encima de ellos.

El suave gong sonó cuando Connie abrió la puerta de El Jardín de Lilith: Hierbas y Tesoros Mágicos, para encontrar a la misma mujer de los pendientes sentada detrás del mostrador, en esa ocasión, con el pelo recogido en un enorme moño, ordenando recetas en el mostrador de cristal.

—Bendita… seas —dijo, reconociendo a Connie, y cerró rápidamente el libro que estaba leyendo, con la cubierta hacia abajo.

—¿Qué significa «Agla»? —preguntó Connie sin rodeos, las manos apoyadas en las caderas. Qué mal le caía esa mujer, con sus ridículos pendientes y los beneficios de su tienda obtenidos de un puñado de gente inocente.

Los ojos de Connie la perforaron y entonces percibió que la mujer se consideraba una persona amable y sensible, intuitiva, pero que la mayor parte de su supuesta intuición derivaba de su propia y superficial visión del mundo. En realidad, la mujer de los pendientes no era una mala persona; simplemente, su mundo era muy pequeño y cómodo.

—¿Qué? —preguntó desconcertada, tensa, en su silla detrás de la caja registradora.

—«Agla» —repitió Connie, con un tono de voz un poco alto, acercándose al mostrador —. Me gustaría que me dijese el significado de esa palabra. Especialmente cuando aparece en un círculo demencial, rodeada de un puñado de marcas y líneas cruzadas.

Su voz se endureció y el desagrado de la mujer emanó de ella en ondas casi visibles.

—¡Yo… yo no lo sé! —exclamó mientras su mirada iba de Connie al rincón más alejado de la tienda.

—Alguien —dijo Connie —
quemó
eso en la puerta de la casa de mi abuela, tratando de asustarme—. Apoyó las manos sobre el mostrador mientras los párpados de la mujer comenzaban a temblar. Connie quería que alguien más asumiera la responsabilidad por el miedo permanente que se había apoderado de ella desde que ese círculo había aparecido en su puerta. Quería, sobre todo, que esa mujer discutiese con ella, que le diera una excusa para levantar la voz, para deshacerse de una parte del terror que tenía que mantener oculto en su vida cotidiana —. Lo
quemaron
. Y me gustaría saber, al menos, qué significan las palabras que aparecen en ese círculo.

La mujer tragó con dificultad y miró a Connie con una mezcla de alarma y preocupación.

—Ese círculo —dijo —, ¿cómo… era de perfecto?

—¿A qué se refiere? —preguntó ella.

—Quiero decir, ¿había marcas sueltas? ¿Variaciones en la profundidad de la incisión? —insistió la mujer.

—No —dijo Connie cruzándose de brazos.

La mujer abrió la boca para decir algo, pero pareció pensarlo mejor y, tras levantarse de la silla, le indicó a Connie que la acompañase.

—Lo imaginaba. Venga conmigo —dijo —. No sé lo que significa, pero sé dónde debemos buscar.

Connie la siguió hacia la parte trasera de la tienda, donde estaban las estanterías con libros a un lado y las hierbas caducadas en el otro. La mujer sacó un voluminoso libro de uno de los estantes.

—Mire —dijo mientras pasaba las páginas con los dedos —. Conozco a mucha gente de la comunidad wiccan
[10]
que residen aquí. Algunos de ellos son incluso iniciados de tercer grado, algo que es realmente difícil de alcanzar.

Miró a Connie, buscando algún indicio de que supiera de qué le estaba hablando, pero no encontró ninguno.

—Muchos de los grupos de brujos y brujas se han vuelto muy adeptos a los conjuros y los convierten en parte de sus aquelarres. Pero la cuestión es que… —deslizó la punta del dedo por la página que quería, luego hizo girar el libro para mostrarle a Connie una entrada — nadie que yo conozca —hizo una pausa —,
nadie
ha sido nunca capaz de manifestar un círculo como el que usted describe. Sé de un grupo que, en una ocasión, intentó que se manifestara un círculo dibujando una especie de marca, pero era muy pequeño. E incluso entonces, el círculo quemado resultante estaba incompleto. No funcionó.

La mujer había cogido una pesada enciclopedia sobre paganismo y ocultismo, y Connie leyó la entrada que le señalaba.

Agla
.
Notarikon
[11]
cabalístico que se cree que hace referencia a
Atah Gibor Leolam Adonai
, un indecible nombre para Dios, traducido en ocasiones como «Señor Dios es eternamente poderoso». Ref. Aparece en 1615 en el tratado de alquimia
Spiegel der Kunst und Natur
junto con Gott, la palabra alemana para «Dios», además de las letras griegas alfa y omega.

—«El espejo del arte y la naturaleza» —dijo Connie en voz alta.

La mujer, revoloteando alrededor de ella, preguntó:

—¿Qué es eso?

—El título de un libro —respondió Connie con el ceño fruncido —. Alemán. De 1615—. Alzó la vista, encontrando la mirada de la mujer, y pudo leer en su rostro una preocupación que percibió como auténtica. Connie devolvió el libro a las manos de la mujer y se quedó parada, con los brazos cruzados sobre el pecho, pensando —. ¿Cree que ésa es la clase de cosa que un vándalo podría dibujar al azar en la puerta de alguien? —le preguntó finalmente, observándola por el rabillo del ojo.

La mujer de los pendientes respiró profundamente y apretó los labios.

—No quiero alarmarla —dijo —, pero no lo creo. Una manifestación como ésa requeriría mucho trabajo. Nadie lo haría sólo por diversión.

Las dos mujeres se miraron, los ojos de la propietaria de la tienda grandes y sensibles, deseando que Connie la creyera. Su razón se rebelaba contra lo que esa mujer estaba sugiriendo… ¡Manifestación!… , ¿qué significaba eso? La mujer sugería que alguien simplemente había deseado que el círculo apareciera en su puerta. Qué idea tan absurda. ¿Acaso el mundo no era ya lo bastante asombroso sin necesidad de idear un montón de fantasías?

—Mire —dijo la mujer, cerrando el libro y apretándolo contra el pecho —, sé que usted no cree en la religión de la Diosa. Puedo verlo en su rostro—. Connie frunció el ceño, conviniendo con ella —. Pero, si lo desea, puedo prepararle un amuleto protector realmente poderoso.

—¿Qué? —preguntó ella con incredulidad.

—Ya sabe… , un amuleto. Para que su abuela se sienta más segura en la casa.

La mujer enarcó las cejas, dos pequeñas y sinceras lunas crecientes encima de los ojos. «Todo se reduce al dinero, ¿no?», pensó Connie.

—Mi abuela lleva muerta veinte años —repuso.

—Como quiera —dijo la mujer, dejando nuevamente el pesado libro en el estante —. Pero, recuerde, sólo porque no crea usted en algo no significa que no sea real.

Connie musitó un breve «gracias», se dirigió a la puerta de la tienda y la abrió en el preciso instante en que el cielo comenzaba a descargar una lluvia que caía como palillos de tambor que golpeaban la tierra.

Horas más tarde, una vez que la lluvia hubo cesado, Connie estaba sentada escuchando el silencio en la casa de su abuela, roto tan sólo por el clic de las uñas de
Arlo
sobre las anchas tablas de pino del suelo y el aliento del aire estival que agitaba las hojas en las ventanas de la sala de estar. En el interior de la casa, el aire aún se percibía denso y cerrado. Connie se sorprendió esforzándose por oír un sonido que parecía estar a punto de volverse audible, o mirando por encima del hombro mientras trabajaba, esperando encontrar a alguien allí de pie. «La policía dijo que no había nada que temer —se recordó mientras el corazón retumbaba en sus oídos —. No hay nadie. Y si hubiese alguien,
Arlo
se encargaría de ahuyentarlo.» Aunque su lógica le parecía absolutamente irrebatible, después de otros cinco minutos de silencio, volvió la cabeza, los oídos atentos, escuchando.

Arlo
apareció debajo de la silla del escritorio con la lengua extendida en un lujurioso bostezo, y Connie bajó la mano para rascarle entre los omóplatos mientras hojeaba su libreta de notas.

—Realmente no entiendo cómo puedes estar tan relajado —dijo —. Ni siquiera te pusiste nervioso la noche que regresamos de ver los fuegos artificiales y encontramos esa marca quemada en la puerta. No, en cualquier caso, hasta que ese poli iluminó la ventana con su linterna.

Arlo
rodó sobre un costado para que la mano de Connie pudiese llegar debajo de la mandíbula y su boca bigotuda se abrió en una sonrisa soñolienta. Connie reunió mentalmente sus hebras de pensamiento en gruesos manojos, tratando de trenzarlos en un todo que fuese coherente. El libro de Deliverance había desaparecido de los registros de la vida de Prudence, pero Grace pensaba que sólo podría haber sufrido una transformación en el nombre, o bien en su descripción. Chilton estaba furioso por el estancamiento de su investigación, pero Janine opinaba que el problema era su propio trabajo. La mujer de la tienda wicca, con todos sus amuletos y su sinceridad, no había sabido decirle nada en concreto acerca del círculo quemado en la puerta de la casa. Sus amigos estaban preocupados porque se quedara sola en ese lugar, mientras que su habitualmente nervioso perro dormitaba convertido en un bulto satisfecho.

Connie apoyó con fuerza el pie descalzo en el asiento de la silla, apretando la pantorrilla contra el escritorio Chippendale. Sus notas estaban esparcidas por todo el escritorio, algunas palabras saltando ocasionalmente fuera de la masa confusa de su caligrafía. «Hogar», decía una de las palabras. «Jardín», decía otra. «Almanaque.» «Me he quedado en casa.»

—Esa mujer intentó venderme un amuleto —le dijo Connie al perro —. ¿Puedes creerlo?

La respiración de
Arlo
era lenta y profunda, y una de las patas delanteras se movía en sueños. Connie volvió a inclinarse sobre sus notas mientras los dedos de una mano buscaban coger alguna a través del escritorio. La mano se apoyó entonces sobre un pequeño y afilado objeto metálico oculto debajo de unos papeles en el extremo más alejado y lo cogió, haciéndolo girar de un lado a otro, apretándolo de forma distraída mientras sus ojos vagaban a través de todas sus notas acerca del diario de Prudence. Día tras día, tras día, de jardinería, partes meteorológicos, enfermedades pasajeras, bebés de mujeres desconocidas nacidos y abonados. El padre de Prudence muere. Mercy se muda a su casa. Josiah, el esposo de Prudence, llega y se marcha de la ciudad. Su hija crece y asume más responsabilidades en la casa. Mercy muere. Patty se marcha. Josiah muere, un accidente en los muelles. Y entonces, abruptamente, en 1798, el diario se interrumpe.

Sus dedos orientaron el pequeño objeto metálico de un dígito a otro y, entornando los ojos, Connie volvió hacia atrás en las notas de su cuaderno.

—«3 de diciembre de 1760 —leyó en voz alta —. Mucho frío. Patty no está bien. Madre busca su almanaque. Muy enfadada cuando se entera de que lo di a la
Sociall Libar
. Le aplica una cataplasma. Patty mejora.»

» Eh —Connie le preguntó a la casa vacía —, ¿es «
Sociall Libar
» una abreviatura de «biblioteca social»? ¿Tú qué crees,
Arlo
?

De debajo de la silla no llegó ninguna respuesta. Bajó la vista y comprobó que el perro había desaparecido.

—Ingrato —dijo.

Connie escribió entonces en su cuaderno de notas las palabras «¿BIBLIOTECA SOCIAL MARBLEHEAD O SALEM?» en letras mayúsculas, y luego dibujó unos pequeños asteriscos alrededor. Se apoyó en el respaldo de la silla, meditando.

—Un almanaque —dijo, tanteando la idea para ver si sonaba plausible.

Lo era. Una sonrisa ascendió desde sus labios y comenzó a extenderse a través del rostro hasta que encontró su camino hacia arriba, despertando un brillo en los ojos. Se miró la mano, súbitamente consciente del objeto que había estado tocando mientras trabajaba.

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