El libro de Los muertos (14 page)

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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #novela negra

BOOK: El libro de Los muertos
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—Te refieres a la VIP. Benton no es psiquiatra, y la VIP, técnicamente, no es paciente suya. Técnicamente, la VIP es paciente mía.

El capitán hace una pausa cuando aparece el camarero con los
primi piatti: risotto
con champiñones y parmesano;
minestrone
con pasta
quadrucci
sazonada con albahaca.

—En cualquier caso, Benton nunca divulgaría información confidencial como ésa. Sería igual que preguntarle a una piedra —asegura Maroni cuando se marcha el camarero—. Yo diría que la VIP no tardará en marcharse. Lo importante para ti es adónde irá. Dónde ha estado sólo es importante para conocer sus intenciones.

—El programa de la doctora Self se graba en Nueva York.

—Los VIP pueden ir a donde les venga en gana. Si averiguas dónde está y por qué, quizá descubras adónde piensa ir a continuación. Una fuente más verosímil sería Lucy Farinelli.

—¿Lucy Farinelli? —El capitán se muestra desconcertado.

—La sobrina de la doctora Scarpetta. Resulta que le estoy haciendo un favor, y viene al hospital bastante a menudo, de manera que podría oír rumores entre el personal.

—¿Y qué?... Ya entiendo: Lucy se lo contó a Kay, que luego me lo contó a mí. ¿Es eso?

—¿Kay? —El doctor Maroni come—. Entonces ¿has trabado amistad con ella?

—Eso espero. Con él, no tanto. Me parece que no le caigo bien.

—No le caes bien a la mayoría de los hombres, Otto, sólo a los homosexuales. Pero ya ves a qué me refiero. Si la información procede de alguien de fuera, como por ejemplo Lucy, que se lo dice a la doctora Scarpetta, quien te lo dice a ti —Maroni come el
risotto
con entusiasmo—, entonces no hay el menor inconveniente ético ni legal. Puedes empezar a seguir el rastro.

—Y la VIP sabe que Kay trabaja conmigo en el caso, ya que acaba de estar aquí en Roma y salió en las noticias. De manera que esa VIP creerá que Kay es la fuente, de forma indirecta, y entonces no habrá ningún problema. Muy bien pensado. Perfecto.

—El
risotto aifunghi
sí que es casi perfecto. ¿Qué tal el
minestrones
Ya lo he probado —dice Maroni.

—Excelente. Esa VIP, sin poner en peligro la confidencialidad, ¿puedes decirme por qué ha ingresado en McLean?

—¿Su interpretación o la mía? La suya es la seguridad personal. La mía es que lo hizo para aprovecharse de mí. Tiene patologías tanto de primer como de segundo eje. Es bipolar de ciclo rápido y se niega a reconocerlo, y mucho menos a medicarse para estabilizar su estado de ánimo. ¿De qué trastorno mental quieres que hablemos? Tiene muchos. Lamentó decir que la gente con trastornos mentales rara vez cambia.

—Así que algo le provocó una crisis. ¿Es su primera hospitalización por razones psiquiátricas? He estado investigando. Está en contra de la medicación y cree que todos los problemas del mundo podrían arreglarse siguiendo sus consejos, lo que ella denomina «herramientas».

—La VIP no tiene historial conocido de ingresos hospitalarios anteriores a éste. Ahora empiezas a plantear las preguntas importantes. No dónde está, sino por qué. No puedo decirte dónde está ella. Lo que puedo decirte es dónde está la VIP.

—¿Le ocurrió algo traumático a tu VIP?

—Esta VIP recibió un correo electrónico de un loco. Curiosamente, del mismo loco sobre el que me habló la doctora Self el otoño pasado.

—Tengo que hablar con ella.

—¿Conquién?

—De acuerdo. ¿Podríamos hablar de la doctora Self?

—Vamos a cambiar la conversación de la VIP a la doctora Self.

—Cuéntame algo más sobre ese perturbado.

—Como he dicho, es una persona a la que traté varias veces en mi consulta aquí.

—No voy a preguntarte el nombre de ese paciente.

—Bien, porque no lo sé. Pagó en metálico. Y mintió.

—¿No tienes idea de su nombre auténtico?

—A diferencia de ti, no investigo a mis pacientes ni exijo pruebas de su auténtica identidad —responde el doctor Maroni.

—Entonces ¿cuál era su nombre falso?

—No puedo decirlo.

—¿Por qué se puso en contacto contigo la doctora Self en relación con ese individuo? ¿Y cuándo?

—A principios de octubre. Dijo que le estaba enviando correos y que le parecía conveniente remitirlo a otro profesional, tal como he dicho.

—Entonces, ella es responsable al menos en cierta medida, si reconoció que la situación excedía su competencia —señala Poma.

—Ahí es donde, tal vez, no la entiendes. Ella sería incapaz de concebir que algo excede su competencia. No quería tomarse la molestia de tratarlo, y teniendo en cuenta su ego maníaco, no pudo resistirse a remitírselo a un psiquiatra galardonado con el Nobel que forma parte del profesorado de la Facultad de Medicina de Harvard. Le resultó grato causarme molestias, tal como ha hecho en muchas ocasiones. Tiene razones para ello. Como mínimo, probablemente sabía que yo no tendría éxito. El paciente es intratable. —Maroni estudia el vino como si contuviera alguna respuesta.

—Dime una cosa —se interesa el capitán—. Si es intratable, ¿no estás de acuerdo en que eso también justifica lo que estoy pensando? Es un individuo muy anómalo que podría estar haciendo cosas muy anómalas. Le ha enviado correos a la doctora Self. Es posible que le enviara el correo que te mencionó a su ingreso en McLean.

—Te refieres a la VIP. Yo no he dicho en ningún momento que la doctora Self esté en McLean, pero si lo estuviera, sin duda deberías averiguar exactamente por qué. Me parece que eso es lo que importa. Me estoy repitiendo como un disco rayado.

—Es posible que ese individuo enviara a la VIP el correo que la afectó hasta el punto de hacerle esconderse en tu hospital. Tenemos que localizarlo y asegurarnos al menos de que no es un asesino.

—No tengo la menor idea de cómo hacerlo. Tal como he dicho, no podría empezar siquiera a decirte quién es, aparte de que es norteamericano y estuvo destinado a Irak.

—¿Cuál dijo que era su propósito al venir a verte aquí en Roma? Desde luego, es un buen trecho para ir a una consulta.

—Sufría síndrome de estrés postraumático. Por lo visto, tiene relación con alguien en Italia. Me contó una historia de lo más inquietante sobre una joven con la que pasó un día elverano pasado. Un cadáver descubierto en Bari. Seguro que recuerdas el caso.

—¿La turista canadiense? —dice el capitán, sorprendido—. Joder.

—Esa misma. Sólo que al principio no pudieron identificarla.

—Estaba desnuda, gravemente mutilada.

—No como Drew Martin, por lo que me has contado. No le hicieron lo mismo en los ojos.

—También le faltaban buenos trozos de carne.

—Sí. En un primer momento se supuso que era una prostituta atropellada o lanzada de un coche en marcha, lo que explicaría esas heridas —dice Maroni—. La autopsia indicó que no era así. Se llevó a cabo de manera muy competente, si bien en condiciones muy primitivas. Ya sabes cómo van estas cosas en áreas remotas donde no hay dinero.

—Especialmente si se trata de una prostituta. Le hicieron la autopsia en un cementerio. Si no se hubiera informado de la desaparición de una turista canadiense por esas mismas fechas, es posible que la hubieran enterrado en el cementerio, sin identificar —recuerda Poma.

—Se llegó a la conclusión de que le habían arrancado la carne con alguna clase de cuchillo o sierra.

—¿Y no vas a contarme todo lo que sabes acerca de ese paciente que pagó en metálico y mintió sobre su nombre? —protesta el capitán—. Debes de tener notas que podrías poner en mi conocimiento, ¿no?

—Imposible. Lo que me dijo no prueba nada.

—¿Y si es el asesino, Paulo?

—Si dispusiera de más pruebas, te lo diría. Lo único que tengo son sus retorcidas historias y la incómoda sensación que me embargó cuando se pusieron en contacto conmigo para informarme del asesinato de la prostituta que resultó ser la canadiense desaparecida.

—¿Se pusieron en contacto contigo? ¿Para qué? ¿Para pedirte tu opinión? Vaya.

—Se ocupó del caso la policía nacional, no los Carabinieri. Ofrezco asesoría gratuita a mucha gente. En resumen, este paciente no volvió a verme, y no podría decirte dónde está —asegura Maroni.

—No puedes o no quieres.

—No puedo.

—¿No ves que cabe la posibilidad de que sea el asesino de Drew Martin? Fue la doctora Self quien te lo remitió, y de pronto se oculta en tu hospital por causa del correo de un perturbado.

—Ahora te obstinas con el asunto y vuelves a hablar de la VIP. Yo no he dicho que la doctora Self sea paciente del hospital. Pero la motivación para ocultarse es más importante que el hecho de ocultarse en sí.

—Si pudiera cavar con una pala dentro de tu cabeza, Paulo, a saber qué encontraría.


Risotto
y vino.

—Si conoces algún detalle que pueda sernos útil para la investigación, no coincido con tu secretismo —le recrimina el capitán, y luego calla porque el camarero se dirige hacia ellos.

El doctor Maroni pide ver el menú de nuevo, aunque a estas alturas ya lo ha probado todo porque come allí a menudo. El capitán, que no quiere el menú, le recomienda langosta espinosa mediterránea a la parrilla, seguida de ensalada y quesos italianos.

La gaviota macho regresa sola y se queda mirando por la ventana mientras eriza el lustroso plumaje blanco. Más allá espejean las luces de la ciudad y la cúpula dorada de San Pedro, que parece una corona.

—Otto, si violo la confidencialidad con pruebas tan escasas y me equivoco, mi carrera se va al garete —dice finalmente Maroni—. No tengo una razón legítima para dar a la policía más detalles sobre él. Sería una terrible imprudencia por mi parte.

—¿Así que sacas a colación el asunto de quién puede ser elasesino y luego cierras la puerta? —dice desesperado Poma, que se apoya en la mesa.

—Yo no he abierto esa puerta. Lo único que he hecho ha sido señalártela.

Absorta en su trabajo, Scarpetta se sobresalta cuando la alarma de su reloj de pulsera empieza a sonar a las tres menos cuarto.

Termina de suturar la incisión en Y de la anciana en proceso de descomposición cuya autopsia era innecesaria. Placa aterosclerótica. Causa de la muerte, como cabía esperar, cardiopatía arteriosclerótica. Se quita los guantes y los tira a un cubo rojo para residuos de riesgo biológico, y luego llama a Rose.

—Subo en un minuto —le dice—. Si puedes ponerte en contacto con los Meddick, diles que está lista para que pasen a recogerla.

—Ahora mismo bajaba a buscarte —responde Rose—. Temía que te hubieras quedado encerrada en la cámara frigorífica. —Una vieja broma—. Benton está intentando localizarte. Dice que mires el correo electrónico cuando, y cito sus palabras, estés sola y serena.

—Suenas peor que ayer. Más congestionada.

—Es posible que tenga un poco de catarro.

—He oído la moto de Marino hace un rato. Y alguien ha estado fumando aquí. Hasta mi bata apesta a humo.

—Qué raro.

—¿Dónde está Marino? Sería un detalle por su parte que hiciera un hueco para ayudarme aquí abajo.

—En la cocina —contesta Rose.

Guantes nuevos, y Scarpetta traslada el cadáver de la anciana de la mesa de autopsias a la resistente bolsa de vinilo forrada de tela encima de una camilla con ruedas, que empuja dentro de la cámara refrigerada. Limpia con la manguera la zona de trabajo y mete en la nevera tubos de fluido vitreo,orina, bilis y sangre, así como un recipiente con órganos seccionados para posteriores análisis toxicológicos y pruebas histológicas. Las cartulinas con manchas de sangre quedan a secar bajo una campana de cristal: se incluyen muestras para pruebas de ADN en el expediente de cada caso. Tras fregar el suelo, limpiar los instrumentos quirúrgicos y los fregaderos y reunir los documentos para su posterior dictado, está lista para ocuparse de su propia higiene.

Al fondo de la sala de autopsias hay taquillas de oreo con filtros de carbono y partículas de aire de alta eficacia en las prendas ensangrentadas y manchadas antes de ser empaquetadas como prueba y enviadas a los laboratorios. Luego hay una zona de almacenaje, después un lavadero y por último el vestuario, dividido por un tabique de cristal de pavés: un lado para hombres, el otro para mujeres. Teniendo en cuenta que ha abierto su consulta en Charleston hace poco, sólo cuenta con Marino como ayudante en el depósito. Él tiene su lado del vestuario y ella el otro, y siempre la embarga una sensación incómoda cuando los dos se están duchando al mismo tiempo y lo oye y ve los cambios de luminosidad a través del grueso vidrio verde translúcido conforme Marino se mueve.

Scarpetta entra en su lado del vestuario y cierra la puerta con pestillo, se quita las fundas desechables para los zapatos, el delantal, el gorro y la mascarilla, los tira a un cubo para residuos de riesgo biológico y después deja la bata quirúrgica en un cesto. Se ducha con jabón bactericida, luego se pasa el secador por el pelo y vuelve a ponerse el traje y los zapatos de suela plana. Regresa al pasillo y va hasta una puerta al otro lado de la cual hay un empinado tramo de escaleras de roble gastado que lleva directamente a la cocina, donde Marino está abriendo una lata de Pepsi
light.

Él la mira de arriba abajo.

—Vaya, qué elegancia —comenta—. ¿Has olvidado que es domingo y piensas que tienes que ir a los tribunales? Ya puedo despedirme del viajecito a Myrtle Beach. —Su cara colorada y sin afeitar delata una larga noche de juerga.

—Considéralo un regalo. Otro día de vida. —Scarpetta detesta las motos—. Además, hace mal tiempo y se supone que empeorará.

—Alguna vez conseguiré que te montes en mi Indian Chief Roadmaster y entonces te engancharás y suplicarás que vuelva a dejarte montar.

La idea de estar a horcajadas en esa moto tan grande, con los brazos en torno a Marino y su cuerpo pegado al de él, le resulta repugnante, y él lo sabe. Es su jefa, y en muchos aspectos lo ha sido durante casi veinte años, y eso ya no parece hacerle gracia. Sin duda los dos han cambiado. Desde luego han pasado por buenas y malas épocas, pero en los últimos años, sobre todo de un tiempo a esta parte, el respeto de Marino por ella y por su propio trabajo se ha ido tornando cada vez más irreconocible, y ahora esto. Scarpetta piensa en los correos electrónicos de la doctora Self y se pregunta si él da por sentado que ella los ha visto. Piensa en la especie de juego en que lo está metiendo la doctora Self, un juego que él no entenderá y en el que está destinado a salir perdiendo.

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