Marco Polo (1254-1324). En su vejez, preso de los genoveses después de una batalla olvidada, Marco Polo dicta a un compañero de celda sus relatos de viajes. “El descubrimiento” o “Libro de las maravillas del mundo” es probablemente uno de los libros de viaje más famosos e influyentes de la historia. Con él, Europa conoce la existencia y la forma de vida de la otra parte del mundo.
Es imposible adivinar el gran impacto de una Europa medieval frente a las vívidas descripciones de Marco Polo sobre la vida de palacio en una China lejana, desconocida y exótica. Asimismo llegan con su voz, las imágenes de Siam (actualmente Tailandia), Cipango (Japón), Java, Cochinchina (actualmente parte de Vietnam), Ceilán (Sri Lanka), Tíbet, India y Birmania (Myanmar).
Pensemos que se convirtió en la única fuente de información y referencia sobre la geografía y costumbres de una gran parte del mundo conocido hasta entonces.
Los planos de sus recorridos por las costas orientales, ayudaron a Cristóbal Colón a soñar una ruta nueva hacia las Indias…
Marco Polo
El libro de Marco Polo
ePUB v1.0
Pepotem12.06.12
Título original:
Deuisament du monde (Il Milione).
Marco Polo, 1298.
Editor original: Pepotem2 (v1.0)
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El libro de Marco Polo anotado por Cristóbal Colón
En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo y verdadero amén. Comienza el prólogo al libro de micer Marco Polo de Venecia sobre las costumbres y cualidades de las regiones de Oriente, traducido del vulgar al latín por fray Francisco de Pepuris de Bolonia.
Yo, fray Francisco de Pepuris de Bolonia, de los frailes predicadores, me veo forzado por muchos padres y señores míos a trasladar de lengua vulgar al latín en verídica y fiel traducción el libro del prudente, honorable y muy fiel micer Marco Polo de Venecia sobre las costumbres y cualidades de las regiones de Oriente, publicado y escrito por él en nuestro vulgar, a fin de que tanto los que gustan más del latín que del romance como los que no pueden entender en absoluto o difícilmente la propiedad de otra lengua, por la total diferencia del idioma o por la diversidad de giros, lo lean ahora con mayor deleite o lo comprendan con más presteza. Además, los que me obligaron a tomar este trabajo no podían hacerlo del todo por sí mismos, ya que, entregados a más alta contemplación y prefiriendo lo sublime a lo ínfimo, rehusaban tanto entender como escribir de cosas terrenas. En consecuencia, por acatar sus mandados, vertí el contenido de esa obra fiel e íntegramente en un latín llano y paladino, pues ese estilo requería la materia del presente libro. Y para que no parezca tal labor huera e inútil, pensé que de la lectura de este volumen los hombres fieles podrían obtener de Dios el merecimiento de muchas gracias, ya que, al contemplar las obras del Señor, maravillosas por la variedad, hermosura y grandeza de sus criaturas, admirarán con devoción su poder y su sabiduría; o al ver a los pueblos gentiles envueltos en tan densas sombras de ceguera y en tan grandes indecencias darán gracias a Dios, que, alumbrando a sus fieles con el resplandor de la verdad, se dignó llamarlos de tan peligrosas tinieblas a su admirable luz; o condoliéndose de su ignorancia rogarán al Señor por la iluminación de sus corazones; o se confundirá la desidia de los cristianos no devotos, ya que los pueblos infieles están más dispuestos a venerar a sus ídolos que muchos de los que han sido sellados con el hierro de Cristo a honrar el verdadero culto de Dios; también podrán ser incitados los corazones de algunos religiosos al acrecentamiento de la fe cristiana, y llevarán con la ayuda propicia de Dios el nombre de nuestro Señor Jesucristo, entregado al olvido en tan grande multitud de pueblos, a las naciones ciegas de los infieles, donde la mies es mucha y pocos los obreros. Por otra parte, para que muchas cosas nunca oídas e insólitas Para nosotros, que se cuentan en este libro en multitud de pasajes, no parezcan increíbles a un lector poco avisado, han de saber cuantos lo leyeren que micer Marco, el que las relata, es un hombre discreto, fiel y devoto y adornado de honestas costumbres y que goza de buen crédito ante todos sus amigos, de modo que su relación, por el refrendo de tantas virtudes, es digna de fe. Su padre, micer Nicolás, varón de prudencia suma, refería igualmente punto por punto las mismas cosas; también su tío micer Mateo, del que hace mención este libro, hombre maduro, devoto y sabio, hallándose en trance de muerte aseguró con firmeza constante a su confesor, en una conversación íntima, que este libro contenía en todo la verdad. Por esta razón tomé el trabajo de traducirlo con la conciencia más tranquila, para consuelo de los que lo lean y loor de nuestro Señor Jesucristo, creador de todas las cosas visibles e invisibles.
Empieza el libro primero de micer Marco de Venecia.
CAPÍTULO 1
En el tiempo en que el príncipe Balduino tenía el cetro del imperio de Constantinopla, en el año de la encarnación del Señor de MCCL, dos nobles y prudentes hermanos, vecinos de la ínclita ciudad de Venecia, se embarcaron de común acuerdo y concierto en el puerto de Venecia en su propia nave, cargada de diversas riquezas y mercancías, y pusieron rumbo a Constantinopla al soplo de un viento favorable bajo la guía de Dios. El mayor de edad se llamaba Nicolás, el otro Mateo, y su estirpe se decía de la casa de Polo. Después de despachar sus asuntos pronta y felizmente en la ciudad de Constantinopla, zarparon de allí en busca de mayor ganancia y arribaron al puerto de una ciudad de Armenia que se llama Soldada, de donde, hecho acopio de joyas preciosas, se dirigieron por consejo que les fue dado a la corte de un rey de los tártaros, de nombre Barka, a quien ofrecieron todos los regalos que llevaban; y el les dispensó por su parte una benigna acogida, pues, en compensación, les dio ricos y más valiosos presentes. Cuando llevaban ya un año de estancia en su reino y querían tornar a Venecia, de pronto estalló una nueva y gran contienda entre el susodicho monarca y otro rey de los tártaros, llamado Man. Al trabar combate entre sí los ejércitos de uno y otro, resultó vencedor Man y la hueste del rey Barka sufrió un no pequeño descalabro. Por esta razón, tras ponderar los peligros, les quedó cortado el camino de volver a su patria por la vía anterior, y después de deliberar sobre la mejor manera de regresar a Constantinopla, les fue forzoso rodear el reino de Barka por la ruta opuesta. Así llegaron a la ciudad llamada Onchata, y saliendo de ella cruzaron el río Tigris, que es uno de los cuatro ríos del Paraíso, y atravesaron un desierto sin encontrar durante XVII jornadas ni ciudad ni aldea, hasta que llegaron a una ciudad muy buena que se llama Bochaya en la región de Persia, en la que gobernaba un rey por nombre Barach. Allí residieron tres años.
CAPÍTULO 2
De cómo fueron a la corte del gran rey de los tártaros
En aquel tiempo llegó a Bochara un varón de suma prudencia enviado por el susodicho monarca al gran rey de los tártaros, y al encontrar allí a unos hombres ya del todo versados en la lengua tártara, se alegró sobremanera, porque nunca había visto otros hombres latinos, a los que sin embargo ansiaba ver de todo corazón. Una vez que tuvo durante muchos días conversaciones y trato con ellos y comprobó sus agradables maneras, los invitó a que fuesen con él ante el gran rey de los tártaros, prometiéndoles que obtendrían muy grandes honores y muy pingües beneficios. Ellos, viendo que no podrían volver durante largo tiempo a su patria sin peligro, emprendieron con él el viaje encomendándose a la protección de Dios y llevando como compañeros a unos criados cristianos que habían traído consigo de Venecia. Al cabo de un año llegaron ante el gran rey de todos los tártaros, que se llamaba Cublay, que en su lengua se decía Gran Kan, que significa en la nuestra «gran rey de reyes». El motivo de tan gran tardanza en el viaje fue que les resultó preciso esperar en el camino, a causa de las nevadas y las crecidas de los ríos y de los torrentes, a que se deshelase la nieve que había caído en demasía y menguasen las aguas que se habían desbordado. Su camino durante aquel año fue siguiendo el viento aquilón, que los venecianos llaman en su lengua «tramontana». Todo lo que vieron en su curso será descrito por orden en este libro.
CAPÍTULO 3
De cómo hallaron gracia ante el susodicho rey
Cuando fueron introducidos en presencia del Gran Kan, el rey, que era afable en extremo, los acogió con alegría, y les preguntó muchas veces sobre las cualidades de las regiones de Occidente, sobre el Emperador de romanos, sobre los reyes y los príncipes cristianos, sobre cómo se guardaba la justicia en sus reinos y de qué manera hacían la guerra. Les inquirió también con insistencia sobre las costumbres de los latinos, y ante todo les interrogó con más ahínco todavía acerca del Papa de los cristianos y el culto de la fe cristiana. Aquéllos, a fuer de hombres prudentes, dieron sabia respuesta a cada cuestión, por lo que el soberano ordenaba que fueran llevados a menudo a su presencia, y hallaron gracia ante sus ojos.
CAPÍTULO 4
De cómo el rey los envió al Romano Pontífice
Un día el Gran Kan, tras celebrar consejo con sus barones, rogó a los hombres susodichos que, por afecto hacia él, regresasen al Papa con uno de sus barones, que se llamaba Cogatal, para pedir de su parte al Sumo Pontífice de los cristianos que le enviase a cien letrados cristianos, que le supiesen enseñar con su doctrina de manera razonada y discreta si era verdad que la fe de los cristianos era la mejor de todas, que los dioses de los tártaros eran demonios, y que ellos y los demás orientales estaban engañados en el culto gentílico; pues deseaba escuchar de manera fundada qué fe se había de guardar con mayor motivo. Como se postraron humildemente ante él, diciendo que estaban prestos a cumplir su entera voluntad, el rey ordenó escribir una carta al Romano Pontífice en lengua de los tártaros, que les confió para que fuesen portadores de ella. También mandó que se les entregara una chapa de oro en testimonio de fe, que estaba grabada y sellada con el sello del rey, según la costumbre de su cancillería; el que la lleva debe ser acompañado con toda su comitiva sano y salvo de un lugar a otro por todos los gobernadores de las ciudades sometidas a su imperio, y se debe atender totalmente a sus gastos y necesidades todo el tiempo que quiera permanecer en una ciudad o en una villa. Además les encargó el rey que, a su vuelta, le trajesen aceite de la lámpara que pende ante el Sepulcro de Nuestro Señor Jesús en Jerusalén, pues creía que Cristo se encontraba en el número de los dioses buenos. Después de haber sido despachados con honores en la corte del rey y recibido su permiso, emprendieron el camino llevando la carta y la chapa de oro. Al fin de cabalgar durante XX jornadas, el barón Cogatal, que iba en su compañía, cayó gravemente enfermo, de forma que por la voluntad de él mismo y el consejo de muchos continuaron su ruta abandonándolo; pero en todas partes fueron recibidos con reverencia a causa de la chapa de oro que tenían. Les fue preciso retrasar el viaje por haber encontrado los ríos desbordados en muchos parajes, pues estuvieron tres años de camino antes de poder llegar al puerto de la ciudad de Armenia que se llama Glasa. Partiendo de Glasa llegaron por mar a Acon en el mes de abril del año de MCCLXXII.