CAPÍTULO 19
De la región de los persas
Persia es una inmensa provincia que antaño fue famosísima, y ahora está muy asolada por los tártaros. En una región de Persia se adora como dios el fuego. La provincia tiene ocho reinos; el primero se llama Casium, el segundo Turdistam, el tercero Locer, el cuarto Ciesltam, el quinto Istauiths, el sexto Zeirizi, el séptimo Sontara y el octavo, que está en la frontera, se llama Thimochaim, donde se crían corceles grandes, hermosos y de gran precio, pues el precio de un caballo, asciende al valor de doscientas libras torneses. Los tratantes los llevan a las ciudades de Chisi y Curmose, que están en la costa del mar Indico, y de ellas los transportan a la India. Los asnos son allí igualmente hermosísimos, y por su bella estampa se venden al precio de treinta marcos de plata y más. Van al paso con prestancia y galopan muy bien. En estas regiones los hombres son grandísimos bellacos, amigos de peleas, bandoleros y homicidas. Muchos mercaderes han perecido a manos de los salteadores, por lo que es preciso que vayan armados y viajen juntos en grandes caravanas. Guardan la ley del miserable Mahoma. En las ciudades hay artesanos excelentes que trabajan de modo admirable en oro, en seda y en muchos tejidos. Hay en ellas abundancia de algodón, de trigo, de cebada, de mijo, de panizo, de grano, de vino y de todos los frutos.
CAPÍTULO 20
De la ciudad de Yassi
Yassi es una ciudad grande en aquella región, de gran trato de mercaderías. Allí trabajan de manera primorosa los artesanos en seda. También en ella se adora a Mahoma. Pasada Yassi, durante siete jornadas en el camino a Crerman no hay poblados. En las llanuras se encuentran bosques en los que se puede cabalgar a placer, donde hay mucha caza; hay asnos salvajes y codornices en gran abundancia. Después se llega a Crerman.
CAPÍTULO 21
De la ciudad de Crerman
Crerman es una ciudad donde se encuentran en abundancia turquesas en los montes. Tienen también gran cantidad de acero y de andánico. Hay asimismo halcones muy reputados que vuelan raudos a maravilla; son menores que los halcones peregrinos. En Crerman hay artesanos que labran frenos, espuelas, sillas, espadas, arcos, carcajes y otros tipos y géneros de armas a la usanza de la región. Las mujeres de la ciudad trabajan también con gran primor en el tejido de cojines y hacen colchas bellísimas y almohadas de gran precio. Desde Crerman se va durante siete jornadas por una llanura, cuya tierra es pacífica. Hay allí ciudades y aldeas y se hallan perdices en suma abundancia. Después de las siete jornadas comienza una pendiente tan grande, que durante dos jornadas se marcha siempre cuesta abajo, en la que crecen numerosos árboles de mucho fruto; sin embargo, no hay ningún poblado salvo de pastores, y hace allí en invierno un frío intolerable.
CAPÍTULO 22
De la ciudad de Camandu
Después se llega a una gran llanura donde se alza la ciudad de Camandu, que antaño fue muy floreciente y ahora está destruida por los tártaros. La región se llama Rotbarle. Hay allí dátiles, pistachos y manzanas del Paraíso en grandísima abundancia; crecen también muchos otros frutos que no se dan entre nosotros. Hay aves que se llaman francolíes de color mezclado, es decir, blanco y negro, aunque tienen las patas y el pico de color rojo. Hay bueyes muy grandes que tienen el pelo blanquísimo, corto y liso; sus cuernos, pequeños y gruesos, carecen de punta; sobre el lomo tienen córcova como los camellos; son fortísimos y soportan grandes pesos; a la hora de ser cargados se arrodillan como los camellos, y una vez que han recibido la carga se levantan, como les han enseñado los hombres. Hay allí carneros grandes como asnos que tienen una cola grandísima, larga, gruesa y de muchas libras de peso; son gordos y muy bellos y excelentes para comer. Pueblan esta llanura muchas ciudades y villas que tienen muros de adobe muy gruesos y fuertes, ya que en aquella región hay multitud de bandidos que se llaman caroanas y obedecen a un rey. Son hechiceros, y cuando quieren saquear una región hacen con arte diabólica que se entenebrezca el aire de día en una extensión tan gran de que nadie los pueda ver, y en algunas ocasiones mantienen esta oscuridad siete días; entonces salen al campo aquellos bandidos, a veces en número de diez mil, y se despliegan en largas haces, uno junto a otro, en prolongado espacio. Así rara vez acontece que pase alguien sin caer en sus manos. Hacen prisioneros a los hombres y las acémilas, venden a los jóvenes y matan a los viejos. Yo, Marco, al transitar una vez por allí, caí en una de aquellas tinieblas; pero como me encontraba cerca del castillo llamado Canosalim, me refugié en él, si bien muchos de mis acompañantes tropezaron con ellos, de los cuales unos fueron vendidos y otros degollados.
CAPÍTULO 23
De la campiña y la ciudad famosa de Karmos
La llanura susodicha se extiende al mediodía; a las cinco jornadas se llega por fin a un camino en pendiente por el que se desciende sin cesar durante XV millas; la senda es pésima y muy peligrosa por los bandidos. Después se entra en una campiña bellísima de dos jornadas de longitud y se llama aquel lugar Formosa, donde hay ríos y muchas aguas y palmeras; abundan allí francolíes, papagayos y otras aves de diversas especies que no existen aquende el mar. Después se llega al mar Océano, en cuyo litoral está la ciudad de Carmosa, a cuyo puerto acuden los comerciantes de la India portadores de especias, perlas, piedras preciosas y paños de oro y seda, colmillos de elefante y otros tesoros. Esta ciudad es sede regia y tiene bajo su jurisdicción otras ciudades y aldeas. La región es caliente y malsana. Si muere en ella algún mercader extranjero, el rey de la tierra se incauta de todos sus bienes. Se hace allí un vino de dátiles y otras especias que es muy bueno; si alguien que no está hecho a él lo bebe, sufre flujo de vientre; después aprovecha y hace engordar a los hombres. Los habitantes del lugar no toman pan de trigo ni carne, ya que no podrían vivir si comieran semejantes alimentos; se nutren de pescado salado, dátiles y cebollas para mantener su salud; muchos se sustentan de atún. Tienen naves peligrosas, ya que no las fijan con clavos de hierro, sino que clavan las tablas con tarugos de madera y las amarran con hebras hechas de corteza de nueces de la India; en efecto, curten la corteza como cuero, y las hojas de corteza se solidifican a modo de crin de caballo. Aquellas hebras aguantan bien el embate de las olas del mar y duran largo tiempo; pero es mejor con mucho la clavazón de hierro. La nave sólo tiene un mástil, una vela, un único timón y sólo tiene una cubierta. No brean con pez los navíos, sino sólo con aceite de pescado. Una vez colocado el cargamento en la nave, la recubren de cueros sobre los que ponen los caballos que llevan a la India. Muchos de estos bajeles naufragan, porque el mar es allí muy tempestuoso y las naves no están clavadas con hierro. Los habitantes de aquella región son negros y adoran a Mahoma. En el tiempo del estío a causa del calor sofocante no residen en las ciudades, sino que tienen quintas y vergeles en los arrabales y llevan el agua por caños y acequias a sus respectivos jardines; en ellos moran durante el verano. De la parte de un desierto, donde no hay sino arena, sopla a menudo un viento muy recio, que mataría a los hombres si no huyeran; en efecto, cuando sienten su primera bocanada, corren todos al punto al agua, y metiéndose en ella permanecen a remojo hasta que cesa. A causa del gran calor siembran el grano en noviembre y lo siegan en marzo, mes en el que maduran también todos sus frutos; después de marzo todas las hojas y las hierbas quedan tan mustias, que no se puede encontrar ni una hoja. En esta región, cuando fallece un hombre casado, la mujer llora la muerte del marido una vez al día todos los días durante cuatro años; también acuden al hogar del difunto los deudos y vecinos y hacen amargo duelo y en su llanto profieren muy duras quejas contra la muerte.
CAPÍTULO 24
De la región medianera entre la ciudad de Curmosa y la ciudad de Crermam
Ahora, a punto de hablar de otras regiones, volveré primero a Crermam para seguir desde allí a las regiones de las que quiero escribir; en otro lugar de este libro se describirá la India. Al volver desde Curmosa a la ciudad de Crermam por otro camino, se encuentra una hermosa y gran llanura, donde hay abundancia de víveres. Tienen trigo en cantidad, pero el pan de aquella región resulta incomestible a los que no están acostumbrados a él durante largo tiempo, ya que a causa de la acidez del agua es amargo. Hay allí perdices y dátiles y otros frutos en gran abundancia. Hay baños calientes muy buenos, que valen para curar la sarna y otras muchas enfermedades.
CAPÍTULO 25
De la región que media entre Crermam y la ciudad de Cobina
Los que van de Crermam a Cobina topan con un camino pésimo que tiene VII jornadas de longitud, durante las cuales no se puede conseguir agua en absoluto sino en determinados sitios y en escasa cantidad; además es salobre, amarga y de color verduzco, así que antes parece jugo de hierbas que agua, por lo que nadie puede beber de ella. Quien toma un sorbo, de inmediato sufre flujo de vientre y casi por cada trago se ve obligado a hacer diez deposiciones; lo mismo le ocurre al que come una pizca de la sal que se obtiene de ella. Por esta razón es preciso que los viandantes lleven consigo agua potable; los jumentos beben muy contra su voluntad aquel agua amarguísima, y cuando por el apremio de la sed se ven forzados a hacerlo, sufren igualmente flujo de vientre. No se encuentra en el desierto ningún lugar poblado ni de hombres ni de animales, salvo de asnos salvajes, por la falta de agua y de alimento.
CAPÍTULO 26
De la ciudad de Cobina
Cobina es una ciudad grande, donde hay abundancia de hierro. Se hacen en ella bellos y muy grandes espejos de acero. Se elabora allí la atutía con la que curan los ojos y el espodio. Se obtiene de la manera siguiente; cuando descubren una vena de tierra indicada para ello, la ponen en un horno cubierto de una parrilla de hierro: el vapor que sube de la tierra incandescente y se adhiere a la parrilla es la atutía, mientras que la materia más densa que queda en el fuego se llama espodio. Los habitantes observan la ley del abominable Mahoma.
CAPÍTULO 27
Del reino de Thimochaim y del árbol del sol, que se llama en romance «árbol seco»
A la salida de Cobina se encuentra un desierto que tiene ocho jornadas de longitud, donde la aridez es extrema, pues carece de árboles y de frutos; sus aguas son amargas, y las acémilas las beben muy reacias. Es preciso, en consecuencia, que los viandantes lleven consigo el agua. Después se llega al reino de Thimochaim, donde hay muchas ciudades y aldeas; la región se halla en los últimos confines de Persia al aquilón. Hay allí una gran llanura en la cual se encuentra el árbol del sol, que en romance llaman los latinos «árbol seco». Es un árbol grande y muy copudo, que tiene hojas blancas por un lado y verdes por otro; no produce frutos, pero da bayas como castañas, en cuyo interior no hay fruto ninguno; la madera de este árbol es fuerte y resistente, y de color amarillo como el boj. De un costado de este árbol en un compás de diez millas no crece otro árbol; de los otros lados del mismo no hay árbol en absoluto en cien millas a la redonda. Allí se cuenta que se libró la batalla entre Alejandro y Darío. Toda la tierra del reino de Thimochaim es habitable, fértil y abundosa; goza de un aire templado. Tiene hombres hermosos y mujeres hermosas; no obstante, todos adoran a Mahoma.
CAPÍTULO 28
Del tirano que se llamaba el Viejo de las Montañas y sus asesinos
Mullete es una región en la que señoreaba un príncipe malvadísimo, que se llamaba el Viejo de las Montañas, del que yo, Marco, voy a contar lo que oí de boca de muchos en aquella región. Aquel príncipe con todo el pueblo a quien gobernaba era seguidor de Mahoma. Imaginó una perfidia inaudita: convertir a sus hombres en audaces sicarios y homicidas, que comúnmente son llamados «asesinos», para poder matar con su temeridad a quien quisiese y ser temido por todos. Hizo, en efecto, en un valle amenísimo, rodeado por doquier de altísimas montañas, un inmenso y hermosísimo vergel, donde había copia de todas las hierbas, flores y frutos deleitosos. Había allí palacios espléndidos, pintados y decorados con maravillosa variedad; allí corrían varios y diversos regatos de agua, vino, miel y leche; allí se guardaban mujeres jóvenes sobremanera bellas, diestras en danzar, tocar el laúd y cantar en todas las maneras de los músicos, que tenían vestidos distintos y preciosos y que estaban adornadas con maravillosa galanura, cuyo menester era criar en todos los halagos y placeres a los jóvenes que estaban en él; allí había multitud de vestiduras, lechos, viandas y todo lo deseable del mundo. No se hacía allí mención de cosa triste; no estaba permitido sino entregarse regaladamente al solaz y a la lujuria. A la entrada del vergel se alzaba un castillo fortísimo, que era custodiado con sumo cuidado, pues por otro camino no había ni entrada ni salida. El Viejo aquel —así se llamaba en nuestra lengua, pero su nombre era Eleodim— tenía en su palacio, fuera de aquel lugar, a muchos mancebos que veía dispuestos y arrojados, y los hacía adoctrinar en la ley abominable de Mahoma; pues el muy miserable de Mahoma promete a los seguidores de su ley que tendrán en la otra vida muchos goces semejantes a los dichos. Por tanto, cuando quería convertir en audacísimo asesino a alguno de aquellos jóvenes, hacía que se le diera un bebedizo; al tomarlo, caía al punto presa de pesado sopor; entonces era llevado al vergel, y al cabo de un breve intervalo, cuando despertaba y se veía inmerso en tantos placeres, pensaba que estaba disfrutando de los deleites del Paraíso, según la promesa del abominable Mahoma. Después de algunos días ordenaba sacar fuera a los que quería con un brebaje semejante. Ellos, al salir del sopor, se entristecían muy mucho, viéndose despojados de tanta consolación. El Viejo, que se proclamaba profeta de Dios, les aseguraba que, si morían por obedecerle, inmediatamente volverían allí, por lo cual estaban deseosos de dar su vida por acatarlo. Entonces les ordenaba que matasen a éste o a aquél y que no temiesen arrostrar la muerte, pues al punto serían transportados a la gloria. Los jóvenes, exponiéndose a todos los peligros, se alborozaban si por obedecerle merecían la muerte, y así trataban de cumplir lo que mandaba tocante a matar a los hombres * * *. Con esta maña y engaño se burló durante largo tiempo de aquella región. Por esta razón los poderosos y los grandes, temiendo afrontar la muerte, se convirtieron en sus tributarios y vasallos.