El libro del día del Juicio Final (53 page)

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Authors: Connie Willis

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El libro del día del Juicio Final
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—La primera vez que se despertó habló en una lengua que nadie comprendía —dijo Imeyne, como si eso fuera una nueva prueba, pero no supe de qué intentaba acusarme o cómo estaba implicado el enviado del obispo.

—Santo Padre, ¿iréis a Oxenford cuando nos dejéis? —le preguntó.

—Sí —contestó él, cansado—. Sólo nos quedaremos unos días aquí.

—Me gustaría que la llevarais con vosotros a las buenas hermanas de Godstow.

—No vamos a Godstow —objetó él. Evidentemente, era una excusa. El convento ni siquiera estaba a cinco millas de Oxford—. Pero a mi regreso pediré al obispo que haga averiguaciones acerca de la mujer y os lo haré saber.

—Supongo que es una monja que habla latín y conoce los pasajes de la misa —dijo Imeyne—. Me gustaría que la llevarais a Godstow para que ellas puedan preguntar entre los conventos quién puede ser.

El enviado del obispo pareció aún más nervioso, pero accedió. Así que tengo de tiempo hasta que se marchen. Unos pocos días, según dijo el enviado, y con suerte eso significa que no se marcharán hasta después del día de los Inocentes. Pero pienso acostar a Agnes y hablar con Gawyn en cuanto sea posible.

22

Kivrin no consiguió que Agnes se acostara hasta casi el amanecer. La llegada de los «tres reyes», como seguía llamándolos, la había desvelado por completo, y se negó incluso a considerar la idea de acostarse por miedo a perderse algo, aunque era evidente que estaba rendida.

Siguió a Kivrin mientras intentaba ayudar a Eliwys a traer la comida para el banquete, quejándose de que tenía hambre, y luego, cuando las mesas estuvieron ya dispuestas y el festín comenzó, se negó a comer nada.

Kivrin no tenía tiempo para discutir con ella. Había que traer plato tras plato desde la cocina a través del patio, bandejas de venado y cerdo asado, y una enorme tarta de la que Kivrin casi esperó que salieran pájaros volando cuando la cortaron. Según los sacerdotes de Santa Re-Formada, entre la misa de medianoche y la gran misa de la mañana de Navidad, se guardaba ayuno pero todos, incluyendo al enviado del obispo, devoraron el faisán asado y el ganso y el conejo guisado con salsa de azafrán. Y también bebieron. Los «tres reyes» pedían constantemente más vino.

Ya habían bebido más que suficiente. El monje miraba lascivamente a Maisry, y el clérigo, borracho ya cuando llegó, estaba casi debajo de la mesa. El enviado del obispo bebía más que ninguno, y llamaba constantemente a Rosemund para que le trajera el cuenco de vino mezclado con cerveza y especias; sus gestos se hacían más amplios y menos claros con cada trago.

Bien, pensó Kivrin. A lo mejor se emborracha tanto que se olvida de que ha prometido a lady Imeyne llevarme al convento de Godstow. Llevó el cuenco a donde estaba Gawyn, esperando tener la oportunidad para preguntarle dónde estaba el lugar, pero él reía con uno de los hombres de sir Bloet, y le pidieron cerveza y más carne. Para cuando regresó junto a Agnes, la niña estaba profundamente dormida, con la cabeza sobre el plato. Kivrin la cogió en brazos con cuidado y la llevó a la habitación de Rosemund.

La puerta se abrió ante ellas.

—Lady Katherine —dijo Eliwys, cargada de sábanas—. Menos mal que habéis venido. Necesito vuestra ayuda.

Agnes se agitó.

—Traed las sábanas de lino del desván —pidió Eliwys—. Los hombres de la Iglesia dormirán en esta cama, y la hermana de sir Bloet y sus mujeres en el desván.

—¿Dónde voy a dormir yo? —preguntó Agnes, zafándose de los brazos de Kivrin.

—Dormiremos en el granero —contestó Eliwys—. Pero debes esperar a que hayamos hecho las camas, Agnes. Ve y juega.

No tuvo que decírselo dos veces. Agnes bajó las escaleras dando saltos y agitando el brazo para hacer sonar su campanita.

Eliwys tendió las sábanas a Kivrin.

—Llevadlas al desván y traed la colcha de armiño que está en el cofre tallado de mi esposo.

—¿Cuántos días pensáis que se quedarán el enviado del obispo y sus hombres?

—No lo sé —suspiró Eliwys, con aspecto preocupado—. Rezo porque no sean más de quince días, o de lo contrario no tendremos suficiente carne. No os olvidéis de los almohadones buenos.

Quince días eran más que suficientes, pasado el encuentro, y desde luego de momento no parecían dispuestos a marcharse. Cuando Kivrin bajó del desván con las sábanas, el enviado del obispo estaba dormido en el alto asiento, roncando, y su clérigo tenía los pies sobre la mesa. El monje había acorralado a una de las ayas de sir Bloet en un rincón y jugueteaba con su pañuelo. Gawyn no estaba por ninguna parte.

Kivrin le dio las sábanas y la colcha a Eliwys, luego se ofreció a llevarlas al granero.

—Agnes está muy cansada —adujo—. La acostaré pronto.

Eliwys asintió, ausente, ahuecando uno de los pesados almohadones, y Kivrin corrió escaleras abajo y salió al patio. Gawyn no estaba en el establo ni en el lagar. Se retrasó junto a los excusados hasta que salieron dos de los jóvenes pelirrojos, quienes la miraron con curiosidad, y luego se dirigió al granero. Tal vez Gawyn se había marchado con Maisry otra vez, o se había unido a la fiesta de los aldeanos en el prado. Podía oír el sonido de las risas mientras extendía paja sobre el suelo de madera pelada del desván.

Colocó las pieles y las colchas sobre la paja y se asomó a la puerta por si lograba verlo. Los contemporáneos habían encendido una hoguera delante del patio de la iglesia y se calentaban las manos alrededor y bebían en grandes cuernos. Distinguió los rostros enrojecidos del padre de Maisry y del senescal a la luz del fuego, pero no a Gawyn.

No estaba en el patio tampoco. Rosemund esperaba junto a la puerta, envuelta en su capa.

—¿Qué estás haciendo aquí, con el frío que hace? —preguntó Kivrin.

—Espero a mi padre. Gawyn me dijo que lo esperaba antes del amanecer.

—¿Has visto a Gawyn?

—Sí. Está en el establo.

Kivrin miró ansiosamente en esa dirección.

—Hace demasiado frío para esperar aquí fuera. Entra en la casa, y yo le diré a Gawyn que te avise cuando llegue tu padre.

—No, esperaré aquí —se obstinó Rosemund—. Prometió que vendría por Navidad. —La voz le tembló un poco.

Kivrin alzó la linterna. Rosemund no lloraba, pero tenía las mejillas arreboladas. Kivrin se preguntó qué habría hecho sir Bloet para que se escondiera de él. O tal vez era el monje quien la había asustado, o el clérigo borracho.

Kivrin la cogió del brazo.

—Puedes esperarlo igualmente en la cocina, y allí se está mucho más caliente.

Rosemund accedió.

—Mi padre me prometió que no tardaría.

¿Para qué?, pensó Kivrin. ¿Para echar a los eclesiásticos? ¿Para cancelar el compromiso de Rosemund con sir Bloet? «Mi padre nunca permitiría que me sucediera nada malo», le había dicho a Kivrin, pero no estaba en posición para cancelar el compromiso cuando el acuerdo de matrimonio ya había sido firmado. Eso podría molestar a sir Bloet, que tenía «muchos amigos poderosos».

Kivrin acompañó a Rosemund a la cocina y le dijo a Maisry que le calentara una copa de vino.

—Iré a decirle a Gawyn que venga a avisarte en cuanto llegue tu padre —dijo, y se dirigió al establo, pero Gawyn no estaba allí, ni en el lagar.

Entró en la casa, preguntándose si Imeyne le habría enviado a otro de sus encargos. Pero la anciana estaba sentada junto al enviado del obispo, al que obviamente había despertado, y le hablaba enérgicamente. Gawyn estaba junto al fuego, rodeado por los hombres de sir Bloet, incluyendo a los dos que habían salido del excusado. Sir Bloet estaba sentado cerca del hogar, con su cuñada y Eliwys.

Kivrin se sentó en el banco de los mendigos. No había forma de acercarse a Gawyn, mucho menos de preguntarle por el lugar de recogida.

—¡Dámelo! —gimió Agnes. Ella y el resto de los niños se encontraban junto a las escaleras, y los niños se pasaban a Blackie, lo acariciaban y jugaban con sus orejas. Agnes debía de haber salido al establo a coger al cachorro mientras Kivrin estaba en el granero.

—¡Es mi perro! —exclamó Agnes, agarrando a Blackie. El niño se lo quitó—. ¡Dámelo!

Kivrin se levantó.

—Cabalgando por el bosque, me encontré a una doncella —decía Gawyn en voz alta—. Unos ladrones la habían asaltado y estaba malherida, tenía la cabeza abierta y sangraba copiosamente.

Kivrin vaciló. Miró a Agnes, que golpeaba el brazo del niño, y entonces volvió a sentarse.

—«Bella dama», le dije. «¿Quién ha hecho esta felonía?» —relató Gawyn—. Pero ella no podía hablar por causa de sus heridas.

Agnes había recuperado al cachorro y lo abrazaba. Kivrin hubiese debido ir al rescate del pobre animalito, pero se quedó donde estaba, moviéndose un poco para poder ver más allá de la cofia de la cuñada. Diles dónde me encontraste, suplicó a Gawyn. Diles dónde estaba.

—«Soy vuestro vasallo y encontraré a esos malandrines», dije, «pero temo dejaros en tan triste situación» —continuó Gawyn, mirando a Eliwys—. Pero ella se había recuperado y me suplicó que fuera y encontrara a quienes la habían herido.

Eliwys se levantó y se dirigió a la puerta. Permaneció allí durante un instante, con aspecto algo ansioso, y luego volvió y se sentó de nuevo.

—¡No! —chilló Agnes.

Uno de los sobrinos pelirrojos de sir Bloet tenía ahora a Blackie y lo levantaba por encima de su cabeza. Si Kivrin no lo rescataba pronto, asfixiarían al pobre perro, y no tenía sentido seguir escuchando el relato del Rescate de la Doncella en el Bosque, cuya intención no era contar lo que había sucedido, sino impresionar a Eliwys. Se acercó a los niños.

—Los ladrones se habían marchado hacía poco; encontré su pista con facilidad y la seguí, espoleando mi corcel tras ellos.

El sobrino de sir Bloet sostenía a Blackie por las patas delanteras, y el cachorro gemía patéticamente.

—¡Kivrin! —gimió Agnes al verla, y se abalanzó hacia ella. El sobrino de sir Bloet le tendió inmediatamente el perro a Kivrin y retrocedió. Los demás niños se dispersaron.

—¡Habéis rescatado a Blackie! —dijo Agnes, extendiendo las manos para cogerlo.

Kivrin sacudió la cabeza.

—Es hora de irse a la cama.

—¡No estoy cansada! —protestó Agnes con un gemido que no fue muy convincente. Se frotó los ojos.

—Pues Blackie sí está cansado —Kivrin se agachó ante Agnes—, y no se irá a la cama a menos que tú te acuestes con él.

Ese argumento pareció interesarla, y antes de que encontrara alguna excusa, Kivrin le tendió a Blackie y lo colocó en los brazos de la niña como un bebé.

—A Blackie le gustaría que le contaras una historia —prosiguió Kivrin, dirigiéndose hacia la puerta.

—Pronto me encontré en un lugar que no conocía —relataba Gawyn—. Un bosque oscuro.

Kivrin atravesó el patio con la niña y el perro.

—A Blackie le gustan las historias de gatos —dijo Agnes, meciendo amablemente al perrito en sus brazos.

—Entonces debes contarle una historia de gatos —asintió Kivrin. Cogió al cachorro mientras Agnes subía las escaleras del altillo. Estaba ya dormido, agotado por tanto manoseo. Kivrin lo colocó en la paja cerca del camastro.

—Un gato malo —dijo Agnes, agarrándolo otra vez—. No voy a dormir. Sólo voy a echarme con Blackie, así que no tengo por qué quitarme la ropa.

—Es verdad —concedió Kivrin, cubriendo a Agnes y a Blackie con una tupida piel. Hacía demasiado frío en el granero para desnudarse.

—A Blackie le gustaría oír sonar mi campana —dijo la niña, e intentó poner el lazo sobre su
cabeza
.

—No, no le gustaría —contestó Kivrin. Confiscó la campana y les echó otra manta encima. Kivrin se tendió junto a la niña. Agnes se acurrucó contra ella.

—Había una vez un gato malo —dijo, bostezando—. Su padre le advirtió que no fuera al bosque, pero él no le hizo caso.

Luchó valientemente contra el sueño; se frotó los ojos e inventó aventuras del gato malo, pero la oscuridad y el calor de la piel finalmente la vencieron. Kivrin siguió allí tendida, esperando a que la respiración de Agnes se hiciera liviana y regular, y luego le quitó con cuidado a Blackie y lo colocó sobre la paja.

Agnes frunció el ceño en sueños y extendió la mano para cogerlo, y Kivrin la
abrazó
. Tendría que levantarse y buscar a Gawyn. Faltaba menos de una semana para el encuentro.

Agnes se agitó y se acurrucó más, el pelo contra la mejilla de Kivrin.

¿Y cómo voy a dejarte?, pensó Kivrin. ¿Y a Rosemund? ¿Y al padre Roche? Entonces se quedó dormida.

Cuando despertó, ya había amanecido y Rosemund se había acostado junto a Agnes.

Kivrin las dejó dormir; bajó del altillo y cruzó el patio gris, temiendo haberse perdido la campana que avisaba para la misa, pero Gawyn seguía junto al fuego, y el enviado del obispo aún estaba sentado en el alto asiento, escuchando a lady Imeyne.

Encontró al monje en la esquina, abrazado a Maisry, pero al clérigo no lo vio por ninguna parte. Tal vez había quedado inconsciente y lo habían acostado.

También los niños debían de haberse acostado, y al parecer algunas mujeres habían subido al desván a descansar. Kivrin no vio a la hermana de sir Bloet ni a la cuñada de Dorset.

—«¡Detente, malandrín!», exclamé —decía Gawyn—. «Lucharé contigo en buena lid.»

Kivrin se preguntó si sería aún la historia del rescate o una de las aventuras de sir Lancelot. Era imposible decirlo, y si su propósito era impresionar a Eliwys, no servía de nada, pues ella no se encontraba en el salón.

Lo que quedaba del público de Gawyn tampoco parecía impresionado. Dos hombres jugaban una aburrida partida de dados en el banco que había entre ellos, y sir Bloet dormía, con la barbilla hundida en su abultado pecho.

Desde luego, Kivrin no se había perdido ninguna oportunidad de hablar con Gawyn al quedarse dormida, y por el aspecto de las cosas tampoco tendría ninguna en algún tiempo. Bien podría haberse quedado en el altillo con Agnes.

Tendría que buscar una oportunidad, abordar a Gawyn camino del retrete o acercarse a él cuando fueran a misa y susurrarle: «Reunios conmigo después, en el establo.»

Los sacerdotes no parecían dispuestos a marcharse a menos que se acabara el vino, pero era arriesgado reducirlo demasiado. A los hombres podría ocurrírseles ir de caza al día siguiente, o el tiempo podría cambiar, y tanto si se marchaba el enviado del obispo como si decidía quedarse, sólo faltaban cinco días para el encuentro. No, cuatro. Ya era Navidad.

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