—Ahora observa —continuó el amigo— los números arábigos del 1 al 5, no en el fondo del octógono sino en el del círculo circunscrito: son los puntos del cielo en los que verás aparecer sucesivamente el planeta Venus las cinco veces en que, en estos ocho años, se superpondrá al Sol. Si el octógono representa los ocho años del ciclo, en fin, imagina que el círculo sea la banda del Zodiaco. Tenemos, pues, cinco puntos de la eclíptica, en correspondencia con cinco diferentes signos zodiacales: el punto 1 hemos dicho que corresponde al 25 de marzo, así pues, la primera vez encontraremos a Venus y al Sol en Aries; después, para dibujar, como hace Venus en el cielo, una estrella de cinco puntas sin levantar la pluma de la hoja, tenemos que rotar siempre el ángulo del centro aproximadamente 216 grados, y entonces la segunda vez los encontraremos emparejados en Escorpio, la tercera en Géminis, la cuarta en Capricornio y la quinta en Leo, antes de que vuelvan a Aries. Uniendo con segmentos imaginarios los puntos obtenidos sobre la circunferencia conseguiremos, pues, nuestra bonita estrella de cinco puntas, y es esto lo que hace el planeta Venus, en ocho años se cruza con el Sol cinco veces, dibujando en el cielo la figura del pentalfa… Giovanni, ¿me estás escuchando?
—Sí, claro, el pentalfa, lo sé, asociado al planeta Venus…
—Así pues, la serie de números 1-5-5, 5-1-5, 5-5-1 podría señalar tres posiciones distintas del planeta del amor sobre el círculo del Zodiaco y sobre el octógono del calendario astronómico. Por ejemplo, mira la figura que he dibujado, donde encontramos el siguiente orden: el cinco romano a la izquierda, el uno en el centro, el cinco arábigo a la derecha; esta podría ser la clave, una lectura de izquierda a derecha en la dirección normal de la escritura cristiana, de forma que la imagen podría representar el cinco-uno-cinco anunciado por el último canto del
Purgatorio.
¿Me sigues?…
—Bueno, sí, claro, podría ser…
—¿Recuerdas a los Fieles de Amor, ese círculo de poetas de los que Dante formaba parte de joven en Florencia? Además él siempre se declaró como tal, sujeto de una manera especial a la influencia de Venus:
Voi che 'ntendendo il terzo ciel movete…
(«Vosotros que amando el tercer cielo movéis…»).
Giovanni se estaba preguntando cómo era posible que, en todos esos años, nunca hubiera pensado que Gentueca podía haber dado a luz un niño, como si él hubiera querido mantener lejos de sí esta idea. «Estaba buscando un padre…, y el padre era yo…».
Sor Beatrice, mientras tanto, le enseñó a Bruno el cofre de mármol historiado y le señaló el palíndromo del Sator. Bruno lo observó y dijo que, por lo que sabía, estaba presente en muchas mansiones e iglesias templarias, y que debía de tener un significado oculto bajo la letra, ya de por sí misteriosa.
—El escrito significa —explicó Bruno— que el
sator Arepo
(el «sembrador Arepo») mantiene con cuidado las ruedas, o bien que el sembrador tiene cuidado con
(opera)
las ruedas en su carro
(arepus),
pero es el sentido oculto lo que más cuenta: alude al octógono y a la cruz templaria, uniendo todas las A y las O, el alfa y el omega, la primera y la última letra, el principio y el fin de los tiempos según las Escrituras, pasando por la T, la tau griega, símbolo de la cruz, el momento central de la historia cristiana, y uniendo en el centro las líneas resultantes, se obtiene la cruz templaria inscrita en el octógono…
Entonces dibujó lo que estaba explicando.
—Según algunos —añadió—, el octógono es una imagen de la Cúpula de la Roca, la iglesia octogonal, ahora una mezquita árabe, de la que los caballeros del Templo eran los guardianes en Jerusalén. De hecho la planta de la mezquita octogonal, con las doce columnas que contiene el Templo, se obtiene formando, a partir de la cruz templaria, la cruz griega correspondiente.
También hizo un gráfico que mostraba esta evolución.
—Pero lo que convierte —continuó Bruno— el palíndromo del Sator en un símbolo al que se atribuyen poderes mágicos excepcionales es el hecho de que su doble anagrama defectuoso en cruz es Paternóster, donde sobran dos veces la A y la O, de nuevo el alfa y el omega, el comienzo y el fin de los tiempos, y de nuevo alineando las dos A y las dos O que quedan a las cuatro T, símbolo de la cruz, se vuelve a la figura perfecta del octógono. —Una vez más, dibujó un boceto para mostrar lo que pretendía decir.
Giovanni vio en la mirada del pequeño Dante un gesto de desilusión, mientras el niño miraba a Bruno con admiración creciente. Aunque no entendiera nada de lo que estaba diciendo, intuía que él era el bueno, cuando era a su padre a quien hubiera querido ver como héroe.
—Podría ser precisamente así, esta es la clave —prosiguió Bruno—. Los números de la
Comedia
podrían señalar un lugar del Templo aludiendo a la revolución de Venus, el pentalfa inscrito en el octógono. Se debe dibujar en el mapa de la mezquita trazado por el palíndromo la estrella de cinco puntas, orientada hacia el norte. La secuencia 1-5-5 podría señalar una posición como esta. —La dibujó con extrema precisión.
—Los números dentro de la estrella indican el tiempo, las posiciones sucesivas a los lados del octógono; los de fuera, en cambio, representan las sucesivas posiciones sobre la eclíptica. Se parte de un alfa, una A, de manera que el uno esté a la izquierda de los dos cincos, y leyendo de izquierda a derecha tenemos 1-5-5. Después se avanza hacia la derecha, aproximadamente un año y medio sobre el octógono.
Lo dibujó en la hoja.
—Ahora, de izquierda a derecha, tenemos la figura dibujada antes, el 5-1-5. Finalmente, rotamos aproximadamente otro año y medio en el octógono.
También esbozó esa figura.
—Desde la izquierda, 5-5-1. Hay otras dos figuras posibles, con el uno en la O y en la A del ROTAS de la última línea horizontal: la primera da otra vez 1-5-5, la segunda 5-1-5. Solo la combinación 5-5-1 no se repite, y nos indica unívocamente un solo lugar. Pues he aquí el lugar, si queremos creer en la leyenda, en el que estaba escondida el arca en el Templo de Jerusalén: la única combinación 5-5-1, la del
Paraíso
que expresa la
reductio ad unum,
señala la O del AREPO horizontal y del ROTAS vertical, el borde al noroeste del lugar santo…
Giovanni atrajo hacia sí la caja y puso los cinco dedos de su mano derecha sobre las letras del artefacto que se correspondían con las cinco puntas de la estrella: el dedo medio en la T del Sator de la primera línea, el índice y el anular en la A y en la O del AREPO de la segunda, el pulgar y el meñique en la O y en la A del ROTAS de la última. La tapa del cofre se abrió con un clic. La levantaron. En la caja había unas cuantas páginas manuscritas, en la primera de las cuales se leía
XXI capitulum Paradisi,
y debajo los versos inconfundibles del maestro, que Antonia leyó con la voz temblando a causa de la emoción:
Già eran li occhi miei rifissi al volto
de la mia donna, e l’animo con essi,
e da ogne altro intento s'era tolto.
E quella non ridea; ma «S'io ridessi»,
mi cominciò, «tu tifaresti quale
fu Semelè quando di cener fessi:
ché la bellezza mia, che per le scale
de l'etterno palazzo più s'accende,
com'hai veduto, quanto più si sale,
se non si temperasse, tanto splende,
che ‘l tuo mortal podere, al suo fulgore,
sarebbe fronda che trono scoscende.
Noi sem levati al settimo splendore,
che sotto 'l petto del Leone ardente
raggia mo misto giù del suo valore»
[53]
.
Y todos se fueron, con el poeta, al séptimo cielo. «Así es la felicidad para Dante —pensó Giovanni—, un enamoramiento prolongado, de la vida, del mundo, de la mujer amada a los dieciocho años y que si te hubiera sonreído demasiado pronto, si te hubiera de algún modo correspondido, te habría incinerado como el rayo la fronda del árbol sobre el que se abate. Porque a esa edad se es frágil y demasiada felicidad no se sabe aún cómo soportarla. Algunas emociones queman, como a Sémele la visión de Júpiter en su fulgor divino».
Sor Beatrice tenía lágrimas en los ojos y abrazó primero a Bruno y después a Giovanni.
—¡Ha sido él! —dijo el pequeño Dante—. ¡Ha sido Giovanni! Es muy inteligente, ¿verdad, tía Antonia?
Y él pensó que en el fondo no debía ser difícil, como había temido, hacer de padre, pues la mente de un niño está tan predispuesta a la epopeya del padre que no hace falta estar a la altura de esa figura inmensa que de niños, a su vez, hemos idealizado.