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Authors: César Millán,Melissa Jo Peltier

Tags: #Adiestramiento, #Perros

El líder de la manada (22 page)

BOOK: El líder de la manada
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Una vez hubimos ido así al meollo de la cuestión, solucionar el problema de Genoa fue sencillo. Entramos al garaje y Dan puso en marcha el compresor. Utilizando mantequilla de cacahuete para calmar a Genoa, hablé con Lori de cosas agradables para evitar que se dejara llevar por el resentimiento que el compresor y las actividades de Dan en el garaje le provocaban. Intenté cambiar su opinión sobre lo del garaje. Aunque la conversación verbal estaba teniendo lugar entre Lori y yo, el cambio de energía de ella fue a parar directamente a Genoa. Mientras hablábamos, sentía cómo su tensión empezaba a desaparecer. Por fin se había quitado del pecho su secreto, su marido la había escuchado y era obvio que se sentía muy aliviada. Y en el momento en que Lori cambió sus sentimientos sobre el garaje, Genoa cambió también..., un espejo perfecto. Todo el ejercicio duró dieciséis minutos, al final de los cuales Genoa estaba completamente relajada. Entonces los tres hablamos del modo en que Dan podía incorporar a Lori en sus actividades del garaje para convertirlo en un lugar en el que pudieran disfrutar los dos.

Humanos y perros

La historia de Lori, Dan y Genoa es un ejemplo clásico de cómo nuestras emociones afectan a nuestros animales, y cómo ellos se convierten en su espejo. Tendría que decir en este punto que, de un modo u otro, la mayoría de mis casos tienen algo que ver con este principio. Aunque la gente con la que trabajo adora a sus perros y quieren de verdad lo mejor para ellos, una y otra vez terminan culpando a sus canes por dificultades que ellos tratan de evitar en su propia vida, o cuestiones que desconocen. Es como un jefe que culpa constantemente a sus empleados de mostrarse inseguros cuando al mismo tiempo no hace más que sacarles defectos. Como en el caso de Lori y Dan, todo lo que necesitamos es mirar en nuestro interior antes de intentar solucionar la inestabilidad de nuestro perro. Y no podremos hacer nada en absoluto hasta que no admitamos que existe un problema.

La negación de Danger

En cuanto Danger vio a Onyx al otro lado del parque, el pelo de la nuca se le erizó, desnudó los dientes y tiró de la correa con tanta fuerza que desplazó a Danny, su dueño, al menos metro y medio
[*]
. Aunque Onyx estaba al menos a veinte metros de distancia, Danger siguió tirando de la correa, intentando alcanzarle. Onyx, que se había portado estupendamente durante la última hora, no tardó en devolver la energía agresiva que estaba recibiendo. Luego, ocurrió. Danger dirigió su agresividad hacia el ser humano que tenía más cerca: uno de sus dueños. Se volvió y clavó los dientes en el brazo de la esposa de Danny, Heather, una delicada pelirroja que rayaba los 30 años. Gritó, se agarró el brazo y comenzó a llorar.

Hacía un día frío pero soleado en Los Ángeles y yo estaba en un parque para perros ayudando a una clienta, Barbara, con la agresividad de Onyx, su cruce de labrador, cuando Danger, un enorme rottweiler de 2 años, irrumpió en nuestras vidas. Yo llevaba ya varias horas trabajando con Barbara y Onyx, y ya habían hecho muchos progresos. Pero Danger era el archienemigo de Onyx. Los dos perros se odiaban de tal modo que Barbara y Danny, el dueño de Danger, siempre se ponían de acuerdo para no estar en el parque al mismo tiempo.

Barbara había perdido la noción del tiempo con nuestra sesión y se había olvidado de que Danny, Heather y Danger iban a llegar. Barbara me había hablado ya de Danger, pero estaba más preocupada por controlar el comportamiento de su perro y saber cómo contribuir a cambiarlo. En ese sentido, Barbara era una clienta excepcional. Sí, había hecho muchas cosas mal con Onyx, pero estaba dispuesta a analizar sus propias dificultades y decidida a corregirse. No todos los dueños de un perro están dispuestos a admitir que su perro tiene un problema, y mucho menos que el problema lo tienen ellos. Y mientras que sigan negándolo, yo no puedo ayudar a sus animales.

Los propietarios de Danger entraban en esta segunda categoría. Por supuesto Danny, Heather y Danger no eran clientes míos, y no habían tomado la decisión de buscar ayuda, lo cual es un paso vital, pero cuando vi a Danger reconducir su agresividad hacia Heather me acerqué corriendo por ver si podía ayudar. Afortunadamente Heather llevaba una chaqueta gruesa y el mordisco de Danger, aunque feroz, no le había dañado la piel. Con lágrimas en los ojos, me dijo: «No pasa nada. Ya estoy acostumbrada. No es la primera vez». ¿Qué? Un rottweiler agresivo de unos cincuenta y cinco kilos se atrevía a morder a su dueña, ¿y ella estaba
acostumbrada
? Pero lo peor era que Danny, en lugar de preocuparse por su mujer, tenía la cabeza de Danger sobre las piernas y le acariciaba diciendo: «No pasa nada, chicarrón. Yo sé que eres bueno. No querías hacerlo, ¿a que no?». Y luego me aseguró, tan tranquilo, que Danger era un encanto en casa.

Mi preocupación fue inmediata. Danger era un perro grande y agresivo de una de las razas más poderosas que existen y era evidente que sus dueños no podían controlarlo. ¡Si hasta su nombre, Danger («peligro»), lo decía todo! ¡Y siendo como eran conscientes de su comportamiento, allí estaban, en un parque para perros, en el que exponían a los demás animales al suyo, claramente fuera de control! Danny, un hombre carismático de treinta y tantos años con una brillante carrera como agente, estaba muy unido a Danger, pero con su afecto reafirmaba dos cosas: primero, que Danger fuera agresivo con otros perros, y segundo, que llegara incluso a morder a su esposa. Después de charlar con Heather un rato, supe que Danger había sido expulsado de otros dos parques para perros de la localidad por su comportamiento agresivo, y que no sólo la había mordido a ella, sino a la persona encargada de pasearlo y a otros perros. Danny aceptó mi ayuda, aunque estaba claro que en el fondo no quería escucharme. Heather estaba un poco más abierta, pero acataba lo que Danny dijera. Él me mostró cómo paseaba a Danger y era obvio que el perro era quien dominaba la situación. Para mí era evidente que había algo en el ego de Danny que le empujaba a creer que podía controlar a aquel poderoso animal, aunque en realidad no tenía ni idea de cómo hacerlo, y aunque pude darles algunos consejos antes de que los tres se marcharan, estaba claro que Danny seguía negando en su fuero interno tener un problema, de modo que me quedé con un mal presentimiento. Tenía la impresión de que iban de cabeza al desastre... o a los tribunales.

La negación es una fuerza poderosa en los humanos. Para algunos de nosotros, nuestros perros son una proyección de nuestro propio ego, y los vemos a ellos tal como queremos vernos a nosotros, pero hasta que no consigamos vernos a nosotros mismos como somos en realidad, no podremos ayudarlos a ellos.

Mimando a Bandit

En
El encantador de perros
no me encontré con ningún caso en el que me creyera incapaz de ayudar a un perro, pero sí unos cuantos en los que creí no poder ayudar al dueño del perro. Como ya hemos visto, una de las cosas más difíciles de hacer para cualquier ser humano es admitir sus errores y cambiar. En el caso de Lori y Bandit, estuve a punto de tirar la toalla.

Lori había comprado a Bandit para su hijo Tyler, un muchacho de 14 años que nunca había tenido un perro. Tyler quería un chihuahua y eligió a Bandit a través de Internet porque el pelo le dibujaba una simpática máscara sobre los ojos, lo que le hacía parecerse mucho a El Zorro. Pero una vez llegó a casa, madre e hijo no tardaron en descubrir que en lugar de provenir de un criador autorizado, como decía en su publicidad, Bandit era producto de una fábrica de cachorros. Las fábricas de cachorros —contra las que la Humane Society of the United States lleva luchando desde principios de los años ochenta
[7]
— son instalaciones de cría que producen camadas y camadas de cachorros «en serie», para venderlas posteriormente a tiendas de mascotas o a través de Internet. Debido al número excesivo de fecundaciones y a la elevada endogamia, los cachorros de estas fábricas suelen sufrir enfermedades de transmisión genética que, en el caso de seguir reproduciéndose, se transfieren a las generaciones siguientes. Bandit era uno de esos cachorros, y poco después de llegar a casa de Lori y Tyler tuvo que someterse a un cuidado intensivo del veterinario que costó miles de dólares.

Durante esas dos primeras semanas, Lori creó un fuerte lazo con Bandit, pero Tyler no tuvo esa oportunidad. Bandit empezó a atacar a todo el mundo, y muy especialmente a él. Le mordió los dedos, el brazo, una pierna, la mejilla, la oreja y la boca. Incluso estuvo a punto de morderle un ojo. Pero la agresividad de Bandit se extendía también al mundo exterior: atacó al marido de Lori, a la familia política, a los vecinos, a los amigos. Era imposible invitar a nadie a ir a su casa. Un perro de apenas medio kilo, en palabras de Lori, «asusta a hombres hechos y derechos». A cambio, Tyler lo detestaba. «Lo único que mi hijo ha aprendido de este perro es a no confiar en los perros. Ha aprendido ira, amargura y celos. Es una verdadera pena».

El problema era que la propia Lori estaba contribuyendo a crear esa pesadilla, pero no se daba cuenta. Había empezado sintiendo lástima por Bandit, de modo que su energía con él era siempre débil, y él era el dominante, su protector. Ella era la única persona que podía estar con Bandit porque nunca lo corregía cuando atacaba a alguien, sino que lo recompensaba con afecto.

Me senté con Lori en el sofá mientras ella tenía a su perro en el regazo. Quería observar su reacción cuando Bandit actuase, algo que ocurrió inmediatamente: el animal me enseñó los dientes y arremetió contra mí. Sin gran esfuerzo (al fin y al cabo, Bandit apenas pesaba un kilo empapado de agua) empujé al perro con el mismo codo en el que él clavaba sus dientes, y se quedó totalmente descolocado al ver que alguien a quien mordía no retrocedía ante él. Confuso y frustrado, gruñó, aulló y acabó bajándose del sofá. Lori estaba muy angustiada.

—Me ha mordido y tengo que evitarlo —le expliqué—. No le he dado una patada, ni le he pegado. Sólo lo he tocado.

—Pero ¡ha aullado! —contestó.

—Claro. ¿Quieres que yo también grite para que estemos empatados?

Para Lori que Bandit mordiese o atacase a alguien carecía de importancia, porque los demás eran siempre más grandes que su perro y podían simplemente apartarse. No se daba cuenta de que cada vez que obligaba a alguien a apartarse tras ser atacado por su perro, Bandit aumentaba su poder. Había creado un monstruo... y no quería cambiar para solventar el problema. Miró a Bandit, que deambulaba por la habitación, hecho un lío y evitando mirarme a la cara.

—¡Ahora el pobre no sabe qué hacer!

—Pero eso es bueno —le contesté.

Bandit iba a tener que encontrar otro modo de salirse con la suya que no fuera la agresión. Pero Lori se echó a llorar. No podía soportar ver sufrir a su perro ni por un instante.

—Esto no va a funcionar —dije.

De pronto todo el mundo enmudeció. El equipo de
El encantador de perros
se había quedado atónito. Nunca me habían oído decir algo así. Y yo también estaba algo sorprendido, la verdad. En el pasado siempre me había resultado más fácil renunciar a los humanos que a los perros, pero si ella no aceptaba la responsabilidad por sus errores, yo no iba a poder ayudar a ninguna de las dos especies. Lori había depositado todo su instinto de protección en aquel perrillo, hasta tal punto que lo anteponía ante su propio hijo y esa parte de su comportamiento yo no podía aceptarla. Decir que quiero a mis perros (a todos los perros) sería simplificar tremendamente las cosas, pero ¡yo nunca, jamás, antepondría a cualquiera de ellos ante mis hijos! Nunca permitiría que un animal o un humano hiciese daño a mis hijos, ni siquiera por accidente, sin interponerme y corregir el mal comportamiento. Por supuesto Bandit no había adoptado ese comportamiento premeditadamente, de modo que no se le podía culpar por sus actos, pero la protección y los mimos constantes de Lori lo estaban tolerando, incluso alentando. Estaba sobreprotegiendo a Bandit, e incluso estaba permitiendo que su hijo sufriera por ello. Y eso era inaceptable para mí.

Eternos bebés

En numerosas ocasiones solicitan mi ayuda clientes, tanto hombres como mujeres, que no son capaces de darse cuenta de que sus perros no van a ser bebés eternamente. Como en el caso de Bandit, convertimos a perros que podrían ser animales felices y equilibrados en las peores criaturas malcriadas del mundo. A lo largo de la historia los perros nos han parecido animales muy «monos» y en parte los queremos por ello. El término
neotenia
se emplea para describir animales que mantienen la apariencia física y el comportamiento de la niñez hasta la edad adulta. Pues bien: en muchos sentidos, los perros son lobos neotenizados, puesto que durante toda su vida mantienen las ganas de jugar de los lobeznos
[8]
. De todos los animales, los humanos somos los más susceptibles a la neotenia en otros animales, quizás porque cuidamos de nuestros propios cachorros durante muchísimo tiempo. El etólogo James Serpell llama a este fenómeno «la respuesta ante la belleza», lo que permite a los animales más «monos» y de aspecto más infantil tener mejores probabilidades de sobrevivir. En
If You Tame Me
(«Si me domesticas»), la socióloga Leslie Irvine escribe que en el refugio en el que pasa trescientas sesenta horas monitorizando la interacción de humanos y animales, a los animales que parecen más jóvenes y guapos les cuesta mucho menos encontrar un hogar que aquellos que parecen mayores
[9]
. Creo que hay muchas personas atrapadas en la creencia de que sus perros son eternamente unos bebés. He observado un patrón entre mis clientes, tanto hombres como mujeres: cuando el nido empieza a quedarse vacío, cuando los hijos empiezan a marcharse de casa o cuando llegan a la adolescencia, como en el caso de Lori y Tyler, y necesitan menos cuidados directos de sus padres, los dueños de un perro suelen redirigir su instinto de protección hacia su perro. Puede que esto sea una buena terapia para los humanos, y a menudo nos empuja a ocuparnos de los animales necesitados, pero ni siquiera los chihuahua son bebés para siempre. Pensémoslo de este modo: si tratásemos siempre a un adulto atendiendo absolutamente a todas sus necesidades como si fuera un bebé, ¿crees que estaríamos creando un ser humano con un comportamiento social sano?

Lori tenía que renunciar a la idea de que Bandit era su hijo o su bebé. No tenía que ser de un modo inmediato, pero sí que tenía que reordenar su mundo, aclarar sus prioridades y ver las cosas como eran en realidad. Simplemente era incapaz de decirle a Bandit que no. Hasta tenía miedo de herir sus sentimientos. Ya que su hijo Tyler era un joven maduro y de buenas maneras, le pregunté si lo había criado así, a lo que me contestó que no, que con Tyler había sido consciente de que tenía que decirle cosas que no le gustaba oír porque eran «por su propio bien». Pero no era capaz de hacer la misma conexión en el caso de Bandit. Consciente o inconscientemente, estaba eligiendo a Bandit antes que a su propio hijo.

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