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Authors: Michael Scott

Tags: #fantasía

El Mago (19 page)

BOOK: El Mago
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—No hubo modo de contactar contigo. Tu teléfono móvil no daba señal, los correos electrónicos me rebotaban porque tu bandeja de entrada estaba llena —explicó Juana. Después la cogió de la mano, y añadió—: Ven, te voy a enseñar algunas fotos.

La joven se volvió hacia Sophie.

—Ahora deberías comer. Necesitas recuperar la energía que has quemado. Bebe muchos líquidos: agua, zumos de frutas. Pero no bebas nada que contenga cafeína, ni té ni café, nada que te mantenga despierta. Cuando hayáis acabado de desayunar, Francis os mostrará vuestras habitaciones, donde os podéis duchar y descansar —comentó. Después, miró a Sophie de la cabeza a los pies—. Te daré ropa. Debes de ser de mi talla. Y más tarde hablaremos sobre tu aura.

Juana alzó su mano izquierda y extendió los dedos. Un guante metálico articulado brotó de su piel.

—Te enseñaré cómo controlarla, cómo moldearla, convertirla en lo que desees.

El guante se transformó en una garra de ave de rapiña con uñas curvadas y, momentos después, desapareció, descubriendo, otra vez, la piel bronceada de Juana. Sólo las uñas permanecieron del color plata. Se inclinó y besó a Sophie en cada mejilla.

—Pero primero debes descansar. Y ahora —dijo, desviando su mirada hacia la Guerrera—, déjame que te muestre las fotografías.

Las dos jóvenes salieron de la cocina y Sophie se dirigió hacia la amplia habitación donde Saint-Germain estaba charlando seriamente con su hermano. Josh le alcanzó un plato lleno de fruta y pan. El suyo estaba repleto de huevos y salchichas.

Sophie sintió cómo su estómago rechazaba incluso mirar hacia ese tipo de comida, y apartó la mirada. Dio un mordisco a una pieza de fruta, escuchando la agitada conversación.

—No, yo soy humano, no puedo Despertar tus poderes —estaba explicando Saint-Germain en el momento en que Sophie se unió a ellos—. Para eso necesitas a un Inmemorial o uno de los pocos de la Última Generación —añadió con una sonrisa que descubría una dentadura un tanto deforme—. No debes preocuparte: Nicolas encontrará a alguien que te Despierte.

—¿ Conoces a alguien en París que pueda hacerlo?

Saint-Germain se tomó unos instantes para considerar la pregunta.

—Estoy seguro de que Maquiavelo debe conocer a alguien. Él lo sabe todo, pero yo no —respondió. Después se volvió hacia Sophie, realizando una leve reverencia—, Tengo entendido que tuviste el gran honor de que la legendaria Hécate Despertara tus poderes y de que mi antigua maestra, la Bruja de Endor, te formara en el arte de la Magia del Aire. Por cierto, ¿cómo está la vieja bruja? Jamás le agradé —añadió.

—Y sigues sin agradarle —respondió Sophie rápidamente; después, se ruborizó—. Lo siento. No sé por qué, he dicho eso.

El conde soltó una carcajada.

—Oh, Sophie, tú no lo has dicho... bien, no del todo. La Bruja es quien lo ha dicho. Te va a tomar cierto tiempo clasificar los recuerdos de la Bruja. Esta mañana he recibido una llamada suya. Me contó cómo te imbuyó no sólo con la Magia del Aire, sino también con su sabiduría completa. La técnica de la momia hacía milenios que no se utilizaba; es extremadamente peligrosa.

De inmediato, Sophie desvió la mirada hacia su hermano.

Él observaba fijamente a Saint-Germain, prestando atención a cada palabra. Percibió la tensión que concentraba en el cuello y la mandíbula por querer mantener la boca cerrada.

—Deberías haber descansado al menos durante veinticuatro horas, para permitir que tu consciente y tu subconsciente pudieran ordenar el repentino flujo de ideas, pensamientos y recuerdos ajenos.

—No había tiempo —murmuró Sophie.

—Bueno, ahora sí. Come; después os acompañaré a vuestras habitaciones. Dormid todo el tiempo que necesitéis. Estáis completamente a salvo. Nadie sabe qué os encontráis aquí.

18

stán en una de las casas de Saint-Germain, cerca de los campos Elíseos.

Maquiavelo aproximó el teléfono móvil a su oído y se inclinó ligeramente hacia atrás, sobre el asiento de cuero negro, girándose para mirar a través del enorme ventanal de su despacho. A lo lejos, por encima de los sesgados tejados parisinos, distinguía la cúspide de la torre Eiffel. Al fin los fuegos artificiales se habían acabado, pero una nube multicolor aún adornaba la bóveda celeste.

—No te preocupes, doctor, tenemos la casa bajo vigilancia. Saint-Germain, Scathach y los mellizos están dentro. No hay más ocupantes.

El italiano separó el teléfono del oído cuando se produjeron interferencias. El avión privado de Dee estaba despegando desde un pequeño campo de aviación situado en la ciudad de Los Ángeles. Haría una parada en Nueva York para repostar, después atravesaría el océano Atlántico hasta llegar a Shannon, en Irlanda, y allí volvería a repostar antes de seguir hasta la capital francesa. Las interferencias desaparecieron y la voz de Dee, alta y clara, se escuchó al otro lado de la línea telefónica. —¿Y el Alquimista?

—Perdido en París. Mis hombres lo tenían en el suelo, apuntándole con las pistolas, pero de alguna manera les cubrió de azúcar y atrajo hacia ellos a cada hormiga que vive en esta ciudad. Se dejaron llevar por el pánico y Nicolas escapó.

—Transmutación —recalcó Dee—. El agua está compuesta por dos partes de hidrógeno y una de oxígeno: la sacarosa contiene estas mismas proporciones. Convirtió el agua en azúcar. Es un truco de pacotilla, habría esperado mucho más de él.

Maquiavelo se pasó la mano por su corta cabellera blanca.

—Pues a mí me pareció bastante ingenioso —respondió—. Ha mandado a seis agentes de policía al hospital.

—Volverá con los mellizos —comentó Dee de forma brusca—. Él los necesita. Ha estado esperando encontrarlos durante toda su vida.

—Todos hemos estado esperando —le recordó Maquiavelo al Mago—. Y en este momento, sabemos dónde están, lo que significa que sabemos dónde irá Flamel.

—No hagas nada hasta que yo llegue —ordenó Dee.

—¿Sabes más o menos cuándo... ? —empezó Maquiavelo.

Pero la conexión telefónica se interrumpió de forma repentina. No sabía si Dee le había colgado o si la llamada se había cortado. Conociendo a Dee, supuso que habría colgado; ése era su estilo habitual. El hombre elegante y esbelto se acercó el teléfono a los labios, en un gesto pensativo, y después lo introdujo en su bolsillo. No tenía ninguna intención de acatar las órdenes del Mago inglés; iba a capturar a Flamel y a los mellizos antes de que su avión aterrizara en París. Él se encargaría de llevar a cabo aquello que Dee no había conseguido durante siglos y, a modo de compensación, los Inmemoriales le concederían aquello que deseara.

El teléfono de Maquiavelo vibró en el interior de su bolsillo. Sacó el teléfono y miró la pantalla. Una larga serie de números aparecieron en ella, un número de teléfono que jamás había visto antes. El encargado de la DGSE frunció el ceño. Sólo el presidente de la República francesa, algunos ministros del Consejo y el personal a su cargo tenían este número. Presionó el botón de «contestar», pero no musitó palabra.

—El Mago inglés cree que vas a intentar capturar a Flamel y a los mellizos antes de que él llegue.

La voz al otro lado del teléfono hablaba un dialecto griego que no se había utilizado desde hacía milenios.

Nicolás Maquiavelo se incorporó en el asiento.

—¿ Maestro? —preguntó.

—Apoya completamente a Dee. No hagas ningún movimiento contra Flamel hasta que él llegue.

De repente, la conexión se cortó.

Con cuidado, Maquiavelo colocó el teléfono móvil en su escritorio, desprovisto de material de oficina y se recostó sobre el respaldo del sillón. Alzó las manos a la altura de los ojos. No se sorprendió al comprobar que estaba temblando. La última vez que había hablado con el Inmemorial al que llamaba Maestro había sido más de un siglo y medio atrás. Se trataba del Inmemorial que le había concedido el don de la inmortalidad a principios del siglo XVI. ¿Cómo había logrado Dee contactar con él? Maquiavelo sacudió la cabeza. Era demasiado improbable. Seguramente, Dee habría contactado con su propio maestro para hacerle una petición. Sin embargo, el maestro de Maquiavelo era uno de los más poderosos de la raza Inmemorial, lo que le hizo formularse una pregunta que le había atormentado a lo largo de los siglos: ¿quién era el maestro de Dee?

Cada ser humano que gozaba del don de la inmortalidad porque un Inmemorial se lo había concedido estaba vinculado eternamente a él. Un inmemorial que otorgara inmortalidad podría, del mismo modo, arrebatarla. Maquiavelo lo había visto con sus propios ojos: había contemplado cómo un joven de aspecto saludable se marchitaba y envejecía en cuestión de milésimas de segundos, hasta derrumbarse en un montón de huesos y piel polvorienta.

Maquiavelo poseía un expediente donde aparecía cada humano inmortal relacionado con el Inmemorial o con el Oscuro Inmemorial al que servía. Había muy pocos seres humanos, como Flamel, Perenelle y Saint-Germain, que no debían su lealtad a un Inmemorial, pues se habían convertido en inmortales por sí mismos.

Nadie sabía a quién servía Dee. Pero, evidentemente, debía de tratarse de alguien más peligroso que el propio maestro de Maquiavelo, lo que hacía a Dee todavía más peligroso.

Inclinándose hacia delante, Maquiavelo pulsó un botón en el teléfono de su escritorio. La puerta se abrió de inmediato y Dagon entró en el despacho. Sus gafas de sol de cristal de espejo reflejaban las paredes desnudas.

—¿Alguna noticia sobre el Alquimista?

—Nada. Hemos tenido acceso al vídeo de las cámaras de seguridad de la estación Pont de l'Alma y de todas las estaciones conectadas. En estos momentos lo estamos analizando, pero tardará un poco de tiempo.

Maquiavelo asintió. Tiempo era precisamente lo que no tenía. Hizo un gesto ondeante con la mano.

—Bueno, quizá no sabemos dónde anda ahora, pero sabemos hacia dónde se dirige: hacia la casa de Saint-Germain.

Dagon estiró los labios de forma un tanto pegajosa —La casa está bajo vigilancia. Todas las entradas y salidas se encuentran protegidas; incluso hay hombres escondidos en las alcantarillas debajo del edificio. Nadie puede entrar, o salir, sin ser observado. También hay dos unidades RAID en furgonetas ocultas en los callejones cercanos y una tercera unidad en la casa vecina de Saint-Germain. Pueden echar la pared abajo en cualquier momento.

Maquiavelo se puso en pie y se alejó del escritorio. Con las manos colocadas detrás de la espalda, caminaba por el diminuto despacho. Aunque aquélla fuera su dirección oficial, apenas utilizaba ese despacho. De hecho, sólo contenía un escritorio, un par de sillas y un teléfono.

—Me pregunto si eso será suficiente. Flamel ha conseguido escapar de seis agentes entrenados que le estaban apuntando con sus armas mientras él se hallaba boca abajo en el suelo. Y sabemos que Saint-Germain, el Maestro del Fuego, también está en el interior de la casa. Nos ha hecho una pequeña demostración de sus habilidades esta mañana.

—Los fuegos artificiales eran inofensivos —interrumpió Dagon.

—Estoy seguro de que le hubiera costado lo mismo derretir la torre. Recuerda, convierte el carbón en diamante.

Dagon asintió con la cabeza. Maquiavelo continuó su discurso. —También sabemos que los poderes de la chica han sido Despertados, y ya nos ha dado una pequeña muestra de lo que es capaz de hacer. La niebla en el Sagrado Corazón fue una asombrosa proeza para alguien tan desentrenado y joven.

—Además, también está la Sombra —añadió Dagon.

El rostro de Nicolás Maquiavelo se transformó en una horrible máscara.

—Además, también está la Sombra —repitió.

—Derrotó a doce agentes armados en la cafetería esta mañana —relató Dagon sin expresar ningún tipo de sentimiento—. Yo mismo he visto cómo se enfrentaba a ejércitos enteros y cómo sobrevivió durante siglos en un Mundo de Sombras del Infierno. Sin duda alguna, Flamel la está utilizando para proteger a los mellizos. Debemos acabar con ella antes de proseguir con los demás.

—Así es.

—Necesitarás un ejército.

—Puede que no. Recuerda, «la astucia y el engaño siempre serán mejores aliados que la fuerza bruta» —citó literalmente.

—¿Quién dijo eso? —preguntó Dagon.

—Yo mismo, en un libro, hace muchos años. Se cumplió en la Corte de los Médicis, y ahora también —respondió. Después miró hacia arriba y continuó—: ¿Has llamado a las Dísir?

—Están de camino —contestó Dagon en un tono viscoso—. No confío en ellas.

—Nadie confía en las Dísir —agregó Maquiavelo con una sonrisa que nada tenía de humorística—. ¿Alguna vez has escuchado la historia de cómo Hécate atrapó a Scathach en aquel Mundo de Sombras?

Dagon permaneció inmóvil.

—Hécate utilizó a las Dísir. Su disputa con la Sombra se remonta a la época en que se hundió Danu Talis.

Posando las manos sobre los hombros de la criatura Maquiavelo se acercó a su sirviente intentando respirar por la boca. Dagon desprendía un olor a pescado que le resultaba nauseabundo y tenía la piel recubierta de un sudor grasoso y rancio.

—Sé que detestas a la Sombra, y jamás te he pedido explicaciones, aunque tengo mis sospechas. Es evidente que te ha provocado mucho dolor. Sin embargo, quiero que dejes a un lado tus sentimientos; el odio es la emoción más inútil. El éxito es la mejor venganza. Necesito que centres tu atención y estés a mi lado. Nos hallamos cerca, muy cerca de la victoria, cerca del regreso de la Raza Inmemorial a este mundo. Deja a Scathach a las Dísir. Si fracasan en su intento, entonces es toda tuya. Te lo prometo.

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