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Authors: Michael Scott

Tags: #fantasía

El Mago (28 page)

BOOK: El Mago
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Saint-Germain se encogió de hombros, mostrándose algo avergonzado.

—Como todo el mundo que vivió en Norteamérica entre el 1848 y 1849, fui al Oeste en busca de oro.

—Pensé que realmente tú podías crear oro. Nicolas dijo que él podía.

—Crear oro es un proceso largo y laborioso. Pensé que sería más sencillo cavar y extraerlo del suelo. Cuando un alquimista posee una pepita de oro, puede utilizarla para crear más. Ésa era la idea que yo tenía. Sin embargo, las tierras que adquirí resultaren ser inútiles. Así que empecé a plantar pepitas de oro en la tierra para poder vender mis propiedades a buen precio a aquellos que acababan de llegar.

—Pero eso no está bien —soltó Sophie algo sorprendida.

—En aquel entonces yo era joven —se excusó Saint Germain—. Y tenía hambre. Aunque esto no sirve como excusa. En todo caso, Juana estaba trabajando en Sacramento y recibía las quejas de aquellas personas que me habían comprado tierra a mí y que, evidentemente, era inútil. Pensó que yo era un charlatán, lo cual era cierto, y yo la consideré como ese tipo de personas que sólo hace buenas obras para que la tilden de benefactora. Ninguno de nosotros sabía que el otro era inmortal, obviamente, y nos detestábamos mutuamente. A lo largo de los años, continuaron nuestras disputas hasta que, durante la Segunda Guerra Mundial, nos volvimos a encontrar aquí, en París. Ella apoyaba a la Resistencia francesa y yo era un espía del Gobierno estadounidense. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que éramos diferentes. Sobrevivimos a la guerra y desde ese momento no nos hemos separado jamás, aunque Juana prefiere mantenerse al margen del público. Ningún blog de mis fans ni la prensa rosa sabe que estamos casados. Seguramente podríamos haber vendido la exclusiva de nuestras fotos de boda por una fortuna, pero Juana se decanta por pasar desapercibida.

—¿Por qué? —Sophie sabía que las personas famosas valoraban su vida privada, pero permanecer en el anonimato le parecía algo extraño.

—Bueno... Debes recordar que la última vez que fue famosa, el pueblo intentó quemarla en la hoguera.

Sophie hizo un gesto expresando su comprensión. De repente, permanecer en el anonimato le pareció completamente razonable.

—¿Desde cuándo conoces a Scathach?

—Desde hace siglos. Citando Juana y yo empezamos nuestra relación, descubrimos que conocíamos a mucha gente en común. Todos inmortales, por supuesto. Juana la conoce desde hace más tiempo que yo. Aunque no puedo asegurarte que exista alguien que conozca realmente a la Sombra —añadió con una sonrisa irónica—. Ella siempre parece tan... —empezó. En silencio, el músico intentaba buscar la palabra apropiada.

—¿Solitaria? —sugirió Sophie.

—Eso es. Solitaria.

El Maestro del Fuego desvió la mirada hacia la ciudad. Enseguida sacudió la cabeza con gesto triste y melancólico y, momentos después, se volvió hacia Sophie.

—¿Sabes cuántas veces se ha enfrentado ella sola a los Oscuros Inmemoriales? ¿Cuántas veces se ha puesto en peligro para mantenerlos alejados de este planeta?

En el preciso momento en que la joven empezaba a realizar un gesto que indicaba negación, una serie de imágenes destellaron en su consciente, fragmentos de los recuerdos de la Bruja:

Scathach llevaba una cota de malla y de cuero. La figura de la Guerrera emergía de un puente deshabitado. Estaba empuñando sus dos espadas cortas, preparándose para frenar las embestidas de dos monstruos parecidos a dos gigantescas babosas ubicados en un extremo del puente.

Scathach ataviada con una armadura completa delante del portón de un majestuoso castillo. Tenía los brazos plegados sobre el pecho y su espada clavada en el suelo. Ante ella se alzaba un ejército de criaturas semejantes a lagartijas gigantes.

Scathach vestida con abrigos de piel, balanceándose sobre un témpano de hielo mientras criaturas que parecían estar esculpidas en hielo la rodeaban.

Sophie se humedeció los labios.

—¿Por qué... por qué lo hace?

—Porque ella es así —confesó el conde. Después miró a la joven, esbozó una triste sonrisa y añadió—: Y porque es lo que sabe hacer. Ahora —interrumpió, frotándose las manos otra vez mientras chispas y cenizas colmaban la atmósfera nocturna—, Nicolas quiere que aprendas la Magia del Fuego. ¿Estás nerviosa? —preguntó.

—Un poco. ¿Alguna vez has instruido a alguien en este arte? —quiso saber Sophie con voz temblorosa.

Saint-Germain dibujó una amplia sonrisa en su rostro, dejando al descubierto su dentadura irregular.

—Nunca. Serás mi primera estudiante... y probablemente la última.

De repente, el estómago le dio un vuelco. Sophie empezaba a creer que aquello ya no era una buena idea.

—¿Por qué dices eso?

—Bueno, las oportunidades de cruzarse con otro ser humano cuyas capacidades mágicas estén Despiertas son muy escasas, y las de encontrar a alguien con un aura tan pura como la tuya, casi imposibles. Un aura plateada es muy poco frecuente. Juana fue la última persona que tenía un aura plateada, y nació en 1412. Tú eres muy especial, Sophie Newman.

Sophie tragó saliva; ella no se sentía tan especial.

Saint-Germain se acomodó sobre un banco de madera ubicado junto a la chimenea.

—Siéntate aquí, a mi lado, y te enseñaré todo lo que sé.

Sophie se sentó junto al conde de Saint-Germain y miró por encima de los tejados parisinos. Recuerdos que no le pertenecían a ella parpadeaban en el fondo de su consciencia, insinuando una ciudad con un horizonte urbano diferente, una ciudad de edificios bajos apiñados sobre una fortaleza, miles de zarcillos de humo emergiendo hacia el aire. De forma deliberada, se alejó de los pensamientos, percatándose de que estaba contemplando el París que la Bruja de Endor recordaba, un París de otra época.

Saint-Germain se volvió hacia la joven.

—Dame la mano —ordenó en voz baja. Sophie le estrechó la mano derecha y, de inmediato, sintió un calor que le recorrió todo el cuerpo, eliminando así el frío que la hacía temblar. Después, continuó—: Permíteme que te muestre todo lo que mi propio maestro me enseñó sobre el fuego.

Mientras pronunciaba estas palabras, el conde deslizaba sus dedos sobre la palma de Sophie, siguiendo las líneas y arrugas dibujadas en la mano, esbozando un patrón sobre su piel.

—Mi maestro me confesó que hay quienes aseguran que la Magia del Aire o del Agua, o incluso de la Tierra, son las magias más poderosas. Pero todos están equivocados. La Magia del Fuego supera todas las demás.

Al mismo tiempo que articulaba su discurso, el aire que les rodeaba empezó a iluminarse y, momentos más tarde, empezó a destellar un resplandor trémulo. Como si se tratara de una calina, Sophie vislumbraba cómo el humo se retorcía y danzaba al ritmo de las palabras del conde, formando imágenes, símbolos, dibujos. Quería alargar el brazo y tocarlos, pero prefirió no moverse. De un modo inesperado, el tejado se desvaneció y París empezó a desaparecer de forma paulatina; el único sonido que lograba percibir era la melódica voz de Saint-Germain y lo único que veía eran cenizas ardientes. Sin embargo, mientras el músico hablaba, el fuego empezó a formar imágenes.

—El Fuego consume el aire. Puede calentar el agua y es capaz de agrietar la tierra.

Sophie observaba un volcán escupiendo rocas y piedras derretidas hacia el aire. La lava, una mezcla de tonalidades bermejas y negras, y las cenizas bañaban y cubrían todos los pueblos con una capa de lodo y piedra...

—El fuego es destructor, pero también es creador. Un bosque necesita fuego para crecer con fuerza y vigorosidad. Algunas semillas dependen exclusivamente de este elemento para germinar.

Las llamas se retorcían como hojas y Sophie avistó un bosque ennegrecido y destruido. Los árboles mostraban cicatrices que reflejaban el paso de un terrible incendio. Sin embargo, en la base de los árboles, unos brotes de un matiz verde brillante asomaban de entre las cenizas...

—En épocas pasadas, el fuego daba calor a los humanos, permitiéndoles así sobrevivir en climas gélidos.

El fuego mostraba un paisaje desolado, rocoso y cubierto de nieve. No obstante, Sophie lograba avistar un acantilado repleto de cuevas iluminadas con llamas amarillas y rojizas...

Se produjo un chasquido repentino y una lanza de fuego diminuta salió disparada hacia la bóveda nocturna. La joven estiró el cuello, siguiendo el rastro de la puntiaguda llama, que desapareció entre las estrellas parisinas.

—Esta es la Magia del Fuego.

Sophie asintió. Notó un hormigueo en la piel y bajó la mirada para observar las diminutas llamas de color amarillo verdoso que brotaban de los dedos de Saint-Germain. Los diminutos zarcillos de fuego se enrollaron por sus muñecas; tenían un tacto suave, delicado y fresco. A su paso, dejaban una estela oscura sobre la piel de la joven.

—Sé lo importante que es el fuego. Mi madre es arqueóloga —explicó entre sueños—. Una vez me explicó que el ser humano no inició su camino hacia la civilización hasta que empezó a cocinar la carne.

Saint-Germain no pudo evitar sonreír.

—Eso se lo tendrás que agradecer a Prometeo y a la Bruja. Ellos les entregaron el fuego a los primeros humanos primitivos. El hecho de poder cocinar los alimentos les facilitó digerir la carne que cazaban y les permitió absorber los nutrientes más fácilmente. Les mantenía calientes y a salvo en sus cuevas. Además, Prometeo les mostró cómo utilizar el mismo fuego para fortalecer sus herramientas y armas —explicó. En ese instante, el conde agarró la muñeca de Sophie con la mano y la sujetó como si le estuviera tomado el pulso. Después, continuó—: El fuego ha sido fundamental en toda civilización, tanto en épocas ancestrales como en la actualidad. Sin el calor del astro solar, este planeta se reduciría a rocas y hielo.

Mientras el conde pronunciaba estas palabras, el humo que brotaba de sus manos empezó a adoptar formas e imágenes reales que permanecían ondulando y pendidas en el aire, frente a Sophie.

Un planeta de matices grises y marrones girando en el espacio y una luna dando vueltas a su alrededor. No había nubes blancas, ni agua azul, continentes verdes o desiertos dorados. Predominaba el gris y el marrón del contorno de masas de tierra que sobresalían de la roca sólida. De pronto, Sophie se dio cuenta de que estaba contemplando la Tierra en un futuro. Emitió un pequeño grito de asombro y su aliento alejó el humo, que se llevó consigo la imagen del planeta.

—La Magia del Fuego es más fuerte bajo la luz del sol.

El conde movió su mano derecha y trazó un símbolo con el dedo índice. El símbolo permaneció suspendido en el aire; un círculo con púas que irradiaban un brillo cegador. Saint-Germain sopló sobre el símbolo y éste se disolvió en mil chispas.

—Sin fuego, no somos nada.

La mano izquierda del músico estaba completamente cubierta de llamas. Sin embargo, él seguía sujetando la muñeca de Sophie. Unos lazos de color bermejo y níveo se enroscaron alrededor de los dedos de la joven y se deslizaron hacia la palma de la mano. Cada uno de los dedos ardía como una vela en miniatura, emitiendo una llama de diferente color: rojo, amarillo, verde, azul y blanco. Sin embargo, Sophie no sentía dolor ni miedo.

—El fuego puede curar; puede cicatrizar una herida, puede eliminar una enfermedad —continuó Saint-Germain con seriedad. Unas cenizas doradas ardían en su mirada azul pálido—. Es distinta a cualquier otra magia, pues es la única relacionada con la pureza y la fuerza de tu aura. Casi todo el mundo puede aprender los conceptos básicos de la Magia de la Tierra, el Aire o el Agua. Se pueden memorizar hechizos y encantos, se pueden plasmar por escrito, pero el poder de encender el fuego proviene del interior. Cuanto más pura sea el aura, más intenso será el fuego. Sophie, esto significa que debes tener mucha precaución porque tu aura es muy pura. Cuando liberes la Magia del Fuego, no olvides que es muy poderosa. ¿Te ha advertido Nicolas que no utilices en exceso tus poderes para evitar estallar en llamas?

—Scatty me explicó que podría ocurrir —respondió Sophie.

Saint-Germain asintió.

—Jamás crees fuego si estás cansada o debilitada. Si pierdes el control sobre este elemento, se volverá contra ti y te quemará en un segundo.

Una bola sólida de fuego empezó a arder en la mano derecha de Sophie. En ese instante, la joven se dio cuenta de que sentía un hormigueo en la mano izquierda y rápidamente la levantó del banco. Dejó una impresión oscura y humeante de una mano quemada en la madera del banco. Con una pequeña explosión sorda, una lumbre de llamas azules emergió de su mano izquierda y cada uno de sus dedos se iluminó.

—¿Por qué no lo puedo sentir? —se preguntó Sophie en voz alta.

—Tu aura te protege —explicó Saint-Germain—. Tú puedes modelar el fuego del mismo modo que Juana te enseñó a moldear tu aura para adoptar la forma de objetos plateados. Puedes crear esferas y lanzas de fuego.

El conde chasqueó los dedos y una dispersión de chipas gruesas y redondas se esparció por el tejado de la casa. Después estiró el dedo índice, como si estuviera señalando algún lugar, y una llama con forma de lana salió revoloteando hacia la chispa más cercana, clavándose en ella con una precisión sobrehumana.

—Cuando tengas un poder absoluto sobre tus capacidades, serás capaz de recurrir a la Magia del Fuego siempre que quieras. Pero hasta entonces, necesitarás un gatillo.

—¿ Un gatillo ?

—Por lo general, uno necesitaría muchas horas de meditación para concentrar la atención en su aura hasta tal punto que pueda emitir un resplandor. No obstante, en una época muy lejana, alguien descubrió cómo crear un gatillo. Un atajo. ¿Has visto mis mariposas?

Sophie afirmó con la cabeza mientras recordaba las docenas de minúsculas mariposas tatuadas que cubrían las muñecas del conde y se enroscaban alrededor de su brazo.

—Ellas son mi gatillo —confesó Saint-Germain mientras alzaba las manos de la muchacha—. Y ahora tú tiene el tuyo.

Sophie bajó la mirada hacia sus manos. El fuego se había extinguido, dejando un rastro de hollín en su piel y alrededor de las muñecas. Se frotó las manos, pero sólo sirvió para extender aún más las manchas oscuras.

—Permíteme —pidió Saint-Germain. Entonces asió una regadera y la sacudió. Al escuchar el sonido, se hizo evidente que la regadera contenía agua. Y añadió—: Extiende las manos.

Vertió el agua sobre sus manos, que chisporroteó al rozar su piel, y las manchas oscuras desaparecieron. El conde extrajo un pañuelo blanco e impecable del bolsillo interior de su chaqueta, lo humedeció con el agua de la regadera y limpió las manchas del hollín que todavía permanecían en la piel de Sophie. Sin embargo, alrededor de su muñeca derecha, que Saint-Germain había estado sujetando minutos antes, el hollín seguía resistiéndose al agua. Una banda gruesa y de color negro rodeaba su muñeca como si se tratara de una pulsera.

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