El maleficio (17 page)

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Authors: Cliff McNish

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

BOOK: El maleficio
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Ingresó en el círculo de combate. El lobo que tenía el cuchillo se lo lanzó de vuelta y él lo sostuvo en la mano derecha, muy cerca de la cadera, a la manera de un guerrero. Con la mano izquierda hizo señas a Scorpa para que se acercara.

—¡Vamos, pues! —vociferó—. ¿O tienes
miedo
, loba?

Scorpa le mostró los colmillos y comenzaron a rodearse uno al otro con lentitud, en busca de sus puntos débiles. La loba se deslizaba con habilidad. Cuando atacaba, lo hacía siempre sin previo aviso, pues sus movimientos eran tan rápidos que Raquel apenas los distinguía. Scorpa hundió la mandíbula en el muslo de Morpet y luego saltó hacia un lado. Morpet ahogó un grito pero se mantuvo sobre sus pies: caer hubiera significado una muerte instantánea. Scorpa volvió a abalanzarse contra él. Tras simular que atacaría la misma pierna, cambió de dirección en el último momento y atrapó a Morpet mientras se daba la vuelta. Para cuando se dio cuenta de su error, los colmillos ya le habían desgarrado el estómago; al enderezarse la loba, le chorreaba sangre y carne desgarrada del hocico. Scorpa se alejó otra vez de un salto, y Morpet falló el débil tajo que lanzó contra su vientre.

—Te has vuelto débil, viejo —dijo Scorpa con malicia—, mientras que yo me he vuelto más fuerte. Ya no soy el cachorro que apadrinabas hace tanto tiempo. Esperaba una lucha mejor que esta.

Morpet caminaba en círculos enfrentándose a ella nuevamente.

—Un enemigo siempre es más peligroso cuando está desesperado —gruñó—. Te lo enseñé, recuérdalo. Tu fuerza nunca igualará mi astucia.

Pero sus palabras sonaban vacías, y Scorpa lo sabía.

—Es hora de que acabe contigo —dijo lanzándosele a la garganta.

No lo alcanzó. Cuando Scorpa saltó, una enorme águila blanca, tan grande como ella, surgió de la oscuridad y hundió sus garras en su cuello. En el mismo instante descendieron otras dos águilas que tomaron a Raquel y a Morpet entre las garras y volaron con ellos por los aires. Los lobos intentaron morder sus colas, pero los colmillos se quedaron cortos y las aves lograron escapar, llevando a Morpet y a Raquel hacia las nubes. En cuestión de segundos dejaron atrás a los lobos aullando a sus espaldas y se dirigieron hacia el sur.

—¡A la Sima de Latnap! —las urgió Morpet, estremecido por el dolor de sus heridas—. ¡Llévanos a la Sima, Ronocoden!

La enorme águila blanca inclinó la cabeza hacia Morpet para recibir la dirección precisa. Al caer la noche, había girado en círculos, con sus compañeras, amparadas en la seguridad de las bajas nubes de nieve, a la espera de una señal. Ahora las enormes aves atravesaban la tormenta sin esfuerzo. Con aleteos veloces y casi silenciosos, Morpet y Raquel fueron transportados por el cielo; las águilas salían de las nubes lo menos posible para evitar ser detectadas.

Morpet bajó de la espalda de Ronocoden y golpeó con los puños en un punto en la nieve, idéntico al resto. Seis golpes. Cuatro golpes. Tres golpes. A unos cuantos metros, la nieve se abrió mostrando una puerta secreta y unos brazos tiraron de ellos hacia dentro. Las águilas reemprendieron el vuelo de inmediato, hacia el sur.

Raquel parpadeó en la brillante luz del túnel que se abría frente a ellos. Tres sarrenos estaban allí y, un poco apartado, Trimak se quedó mirando la sangre que se escurría de la chaqueta de Morpet.

Trimak trató por todos los medios de detener la hemorragia de Morpet.

Pero Scorpa había hecho un buen trabajo: la abertura del estómago estaba desgarrada y la sangre de Morpet salía a borbotones de la herida extendiéndose como una masa espesa.

Trimak sabía cómo reparar huesos rotos, quemaduras menores o hemorragias pequeñas… pero esto era una herida que superaba sus habilidades. El rostro grisáceo de Morpet se había contraído en un rictus por el esfuerzo de permanecer consciente.

Trimak sabía que Morpet moriría en pocos minutos.

Morpet también lo sabía. Miró su estómago desgarrado y levantó la cabeza con mucha dificultad.

—Bueno —dijo, con una sonrisa débil—. Creo que esta herida está más allá de tus hábiles manos, amigo. Hubiera debido dejar que Ronocoden nos trajera desde el palacio, pero tuve miedo de que la bruja esperara apoyo de esa dirección. Me he equivocado al decidir viajar a pie. He cometido tantos errores… tantos.

—¡Cúrate tú mismo! —le ordenó Trimak—. No has venido hasta aquí para abandonarnos ahora.

El rostro de Morpet se contrajo de dolor.

—¿Curarme a mí mismo? Creo que incluso con todos mis poderes no podría reparar esta herida. Y ya no me queda ninguno. Nada.

Trimak inclinó la cabeza para ocultar sus emociones. —¡Has traído de vuelta a la niña-esperanza! —dijo—. Contra todo pronóstico, la has rescatado dos veces. Todavía tenemos esperanza, gracias a ti.

—Cuídala bien —dijo Morpet—. Raquel está agotada. Déjala descansar.

—Siempre pensando en los demás —dijo Trimak. Miró hacia otro lado mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.

—Al menos Dragwena nunca volverá a tocarme —murmuró Morpet—. Se lo he negado a cualquier precio.

Su cuerpo se desplomó contra la pared del túnel y sus brillantes ojos azules se cerraron.

Trimak hundió el rostro en el hombro de Morpet y se abandonó al llanto; las lágrimas brotaban de sus ojos.

Raquel se tambaleó hacia Morpet.

—¡No te rindas! —gritó a Trimak—. ¿Qué te pasa? ¡Haz que viva! ¡Haz algo!

Trimak se quedó mirando el suelo, con un gesto de frustración. Raquel colocó sus manos sobre la sangre que manaba del estómago de Morpet tratando de contenerla.

Morpet no estaba muerto, todavía no. Logró abrir los ojos.

—Raquel, nada que no esté en tus manos resolver está mal —la miró con severidad—. Ahora debes hacerte cargo de lo que viene.

—¡No te mueras! —le rogó Raquel—. No te mueras, Morpet. ¡No lo soportaré!

—Tendrás que hacerlo —dijo Morpet.

Su cabeza se hundió en las manos de Trimak.

Todos los sarrenos se hincaron sobre una rodilla y elevaron sus espadas.

—¡No! ¡No! ¡No! —gritó Raquel—. No permitiré que te mueras. ¡No lo haré!

Empujó a Trimak a un lado y pellizcó las mejillas de Morpet. Todavía respiraba con debilidad. Raquel lo obligó a abrir los ojos y lo miró con firmeza. ¿Qué podía hacer?
¡Debe de haber algo
! Tuvo una inspiración repentina… y miró hacia abajo: donde antes había solo una masa de hueso y sangre, Raquel vio de pronto, desplegado como en un diagrama, el modo de curar a Morpet. No esperó a pensar cómo podía haber ocurrido. Con toda precisión, como si fuera un bisturí, su mente buscó la herida, la sangre, cada músculo desgarrado, las venas, las capas epidérmicas. Actuó a toda velocidad.

Bajo sus manos, Morpet se convulsionó y levantó la cabeza. Su estómago se movía debajo de los músculos. Capas de carne nueva crecían a partir de los jirones, sellando la herida. Con un ruido parecido al que hacen las botellas al ser destapadas, apareció un nuevo ombligo donde estuvo el que había sido desgarrado.

Todos los sarrenos miraron incrédulos a Raquel.

—¿Cómo lo has hecho? —jadeó Morpet.

—No… no lo sé —dijo Raquel con honestidad. Buscó en su mente la fuente de sus nuevos poderes y sintió una capa de magia distinta desarrollándose dentro, más poderosa, lista para ser utilizada. Pero mientras exploraba para encontrar las respuestas, le invadió una ola de agotamiento. Ahora que Morpet estaba a salvo, ella apenas podía mantener los ojos abiertos—. Estoy tan cansada… —suspiró—. Demasiado… cansada para pensar.

—Duerme entonces —dijo Morpet—. Nadie lo merece más que tú —rió y su voz sonó llena de vida—. Duerme, y cuando despiertes desayunaremos juntos de nuevo.

—Quiero ver a Eric —dijo Raquel con un hilillo de voz.

—Está en buenas manos.

—Tengo miedo de los sueños que pueda tener, Morpet. Por favor. No quiero quedarme dormida.

—Que tengas felices sueños —le dijo—. Dragwena está lejos ahora. No puede lastimarte. No permitiré que se te acerque. Lo prometo.

Raquel se sentó en el regazo de Morpet, se apoyó en su hombro y al instante se quedó dormida, demasiado cansada incluso para explorar sus nuevos dones y lo que significaban.

16
La sima de Latnap

Raquel durmió toda la noche hasta entrada la tarde del día siguiente. El sol de Itrea ya había comenzado a ocultarse bañando el cielo con su líquido fulgor cuando al fin despertó. Estaba en una cama suave que Morpet mismo le había preparado. Él se hallaba tumbado en una silla a unos cuantos metros y roncaba con suavidad.

Raquel se levantó con dificultad, en silencio, tratando de no despertar a Morpet y se lavó utilizando un cuenco de agua que le habían dejado en la habitación. Habían colocado ropa limpia junto a su cama: pantalones de lana áspera y una camisa de grueso lino de color café. No eran las magníficas prendas de vestir que ella hubiera podido elegir en el guardarropa del palacio, pero le quedaban bien, y Raquel las prefería.

Se sentó en el borde de la cama y tosió con fuerza.

Morpet gruñó y abrió sus brillantes ojos azules.

—Hola, guapo —sonrió Raquel—. ¿Es muy tarde para el desayuno?

Morpet se estiró y la miró.

—¡Por supuesto que no! Pero no tenemos tanto para elegir como en el comedor de palacio.

—No importa. Cualquier cosa está bien.

Morpet se palmeó el vientre.

—Precioso ombligo —dijo—. Ha resultado mejor que el anterior. Mejor dibujado.

—No sé cómo lo hice —dijo Raquel con toda seriedad—. ¿Qué significa? Sé que mi magia se ha desarrollado con rapidez, pero no pensaba que hasta este punto.

—No tengo ni idea —admitió él—. Pero te lo agradezco. Mírame: guapo, en plena forma. ¡Igual que cualquier soldado neutrano! —saltó más de un metro en el aire, dio una voltereta perfecta y aterrizó sobre los pies—. No sé qué hiciste, Raquel, pero me siento fantástico.

—¿Cómo está Eric? —preguntó Raquel.

—¡Ah! Qué bien que lo preguntas. Creo que es mejor que vengas y veas al asombroso Eric por ti misma. No creerás lo que ha ocurrido. Ven.

Morpet la tomó de la cintura y la escoltó hasta la habitación donde Eric estaba sentado en una pequeña silla. Raquel rompió a llorar y lo abrazó con fuerza durante unos segundos; no quería soltarlo.

—Dime, ¿estás bien? —preguntó finalmente alisándole el cabello.

—Claro que estoy bien —se rió—. ¡Mira! Ahora puedo hacer cosas. Cosas
especiales
. Cuéntale, Morpet.

Morpet sonrió.

—¿Recuerdas nuestros juegos en el comedor?

—Por supuesto —dijo Raquel.

—Piensa en cualquier cosa. Tú eliges.

Raquel se encogió de hombros.

—¿Una flor?

—Muy bien. Ahora mira.

Un instante después un narciso flotaba en el aire por encima de la cabeza de Morpet.

Eric acercó sus dedos a la flor y esta desapareció.

Morpet creó seis ramos de flores diferentes y los hizo desplazarse por el techo.

Eric los hizo desaparecer con el dedo, uno a uno, como si se tratara de una varita mágica.

—¡Tiene magia! —gritó Raquel—. ¡Puede hacer lo mismo que hacemos nosotros!

—No, te equivocas —dijo Morpet. Miró a Eric—. Haz un ramo de flores.

—No. Ya sabes que no puedo —dijo Eric.

—Inténtalo de nuevo —lo animó Morpet—. Vamos.

Eric frunció el ceño durante unos segundos, apretando los labios. Al fin, con un gruñido irritado, se dio por vencido.

—No puedo hacerlo. Y qué. Aquí todos tienen magia. No es nada especial.

—No entiendo —dijo Raquel—. ¿Cuál es el poder de Eric?

—No estoy seguro —dijo Morpet—. Un poder muy inusual en realidad. Nunca antes lo había visto en ninguno de los niños traídos a Itrea. Creo que lo describiría como
antimagia
. Eric hace que la magia desaparezca.

Raquel frunció el ceño.

—Yo también puedo hacer eso. En el comedor los dos hacíamos que las cosas desaparecieran.

—No de la misma manera en que lo hace Eric —dijo Morpet—. Compruébalo por ti misma. Crea algo.

Raquel hizo un solo objeto, una réplica de la mesa de roble perfectamente construida que su abuelo había hecho muy poco antes de morir el invierno pasado. Era un objeto que conocía bien, pues le habían enseñado con mucho amor cómo había sido construida: las bisagras, el cajón secreto, las muchas capas de barniz aplicadas con toda paciencia. Raquel se tomó su tiempo para formar la mesa con todo cuidado y luego colocar la imagen en el centro de la habitación.

Eric, sin siquiera mirarla, la señaló. En el mismo instante, la mesa desapareció. Raquel trató de reconstruirla pero descubrió que ya no podía recordar claramente cómo era. Se concentró con energía, pero lo único que pudo hacer fue una mesa que apenas se parecía a la original.

Por fin se quedó mirando, con asombro, a Eric.

—Haz otra cosa —dijo Morpet.

Entonces Raquel hizo una lámpara concentrándose muchísimo. También desapareció y tampoco pudo volver a recrearla.

—Te das cuenta ahora, ¿verdad? —gritó Morpet—. ¡Eric hace que desaparezca la magia de forma
permanente
! Cualquier cosa que puedas crear, él puede destruirla, y parece que es imposible volver a usar ese hechizo otra vez. Desaparece
para siempre
.

Raquel pensó de inmediato en Dragwena.

—¿Puedes destruir también la magia de la bruja?

—Quizá. No estoy seguro —dijo Eric vacilante—. En parte. No su mejor magia. Ella puede esconder cosas. Y creo que Dragwena tiene una magia que está formada por montones de encantamientos que cambian todo el tiempo. Podrían confundirme.

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