—¡Suéltame! —protestó resistiéndosele—. Pensé que eras mi amigo.
Él soltó una carcajada y la arrastró hacia arriba por un largo tramo de escalones de piedra en dirección a la torre-ojo. Raquel trató de entender qué había hecho mal. ¿Por qué Morpet se comportaba de esa manera cuando había prometido ayudarla?
Finalmente se detuvieron frente a una enorme puerta en forma de arco, flanqueada por dos soldados que portaban afiladas espadas cortas. En el centro de la puerta había un pomo en forma de cabeza de serpiente, con la boca abierta, como si estuviera lista para morder a todos los visitantes.
—No voy a ver a Dragwena —le dijo Raquel—. No hasta que sepa que Eric está a salvo.
—¡Mantén la boca cerrada!
—No me digas… —Raquel dio un paso atrás—. ¡No voy a hacer nada de lo que me digas que tengo que hacer! Morpet, ¿por qué me hablas de ese modo?
Él esbozó una extraña sonrisa.
—Pronto lo averiguarás.
La puerta se abrió por sí sola y Raquel se asomó a la enorme y oscura habitación.
—Dependes de ti misma —dijo Morpet—. Manténte alerta o no saldrás con vida.
La empujó dentro y cerró la puerta de un golpe.
Raquel parpadeó en la semioscuridad e intentó acostumbrar sus ojos. Había sido lanzada hacia el otro extremo de la habitación, donde una ventana verde, en forma de ojo, se cernía sobre las edificaciones del palacio. Dragwena estaba de pie junto a la ventana mirando hacia fuera.
—Pasa —dijo la bruja sin darse la vuelta. Su voz era cálida e invitadora.
Raquel dio unos pasos hacia Dragwena y se quedó sin aliento. La cabeza durmiente de Eric sobresalía por entre las mantas de una camita.
—¿Qué le has hecho? —explotó Raquel mientras sacudía a Eric para despertarlo. Él no respondió—. Si le has hecho daño…
Dragwena rió con suavidad.
—¡Quiero volver a casa! —vociferó Raquel—. ¡Despierta, Eric! ¡Váonos!
Dragwena se dio la vuelta y Raquel vio que tenía una caja en la mano. Era negra, estrecha y hacía ruido.
—Tengo un regalo para ti —dijo la bruja.
—No quiero un regalo —dijo Raquel fríamente—. ¡Dime qué le has hecho a Eric!
Entonces se dio cuenta de que un siseo salía de la caja. Al instante, sintió un repentino y casi doloroso deseo de abrirla.
—¿Qué es? —preguntó olvidándose de Eric—. Por favor, ¡dámelo!
La bruja sonrió y arrojó la caja al aire como por descuido.
Raquel la atrapó, dio vueltas y vueltas a la caja, desesperada por descubrir su contenido.
—¿Cómo puedo ver lo que contiene? ¡No puedo abrirla! ¡No puedo abrirla!
—¿No te sirven tus poderes mágicos, niña?
Raquel sostuvo la caja con fuerza y tiró de la tapa mientras imaginaba lo que contenía. Debía de haber algo maravilloso dentro. Sabía que desaparecería si no se daba prisa. Mordisqueó las esquinas con desesperación.
De pronto arrancó la tapa. El tirón de Raquel fue tan fuerte que todo el contenido quedó esparcido por el suelo. Miró hacia abajo. Frente a ella estaba el tablero de un sencillo juego que conocía muy bien: serpientes y escaleras.
«¿Qué?», pensó, profundamente decepcionada.
Entonces ocurrió algo que hizo que Raquel cambiara de opinión: una de las serpientes dibujadas se deslizó a una nueva posición, hasta llegar a la mitad del tablero. Una segunda serpiente, mucho más grande, se desenredó hasta que su cabeza quedó en la fila superior. Las otras serpientes, siete en total, forcejearon también hasta que encontraron su lugar. Allí donde al fin se acomodaron, juguetearon perezosamente con el aire y su lengua bífida. Cuatro escaleras se acurrucaban entre ellas. Tres eran pequeñas. La escalera grande se alargó desde la tercera casilla de la fila de abajo hacia arriba, en diagonal, hasta llegar a dos casillas del punto final.
—¿Te gusta tu regalo? —preguntó Dragwena.
Raquel sonrió insegura.
La bruja se arrodilló al lado del tablero.
—Juguemos. Me gustan los juegos.
Dos fichas marcharon orgullosas desde detrás de una silla, donde habían caído al esparcirse el contenido de la caja. Una ficha verde giró hacia Dragwena. La ficha azul saltó dentro de la mano de Raquel.
—Tú empiezas —dijo Dragwena.
Raquel asintió, fascinada, incapaz de quitar los ojos de las serpientes. Su primera jugada fue un tres. Eso la colocó en la escalera larga. Movió su ficha hacia arriba hasta colocarla en la casilla noventa y ocho.
—Qué buena suerte —dijo Dragwena—. Será difícil ganarte si juegas tan bien, —jugó a su vez sacando un uno y suspiró—. Soy malísima para esto —dijo utilizando las mismas palabras que Raquel había usado en el comedor e imitando su voz a la perfección.
Raquel la miró con cautela. Sabía que no era un juego ordinario. ¿Podría ser la prueba de la que Morpet la había advertido?
—¿Qué ocurre si gano? —preguntó vacilante.
—¿Qué te gustaría que ocurriera?
—Ir a casa —dijo Raquel—. Los dos. Eso es lo único que quiero.
—Saca un dos o más —dijo Dragwena—. Es todo lo que necesitas. Entonces podrás volver con tu mamá y tu papá.
—Lo
has prometido
.
Dragwena imitó esta vez una voz distinta: la de Morpet.
—¡Por supuesto! ¿No confías en mí, niña?
Raquel no contestó. Tomó los dados frotándolos contra la parte suave de su pulgar.
¿Qué ocurre si pierdo?
Depende. Depende de lo hambrientas que estén las serpientes hoy. Sigue jugando. Si te niegas, castigaré a Eric.
El corazón de Raquel dio un vuelco.
—¿Tienes miedo? —preguntó Dragwena con delicadeza, como si la pregunta no tuviera la menor importancia.
—¡Por supuesto que lo tengo! ¿Por qué me haces esto?
—Tengo mis propias razones —dijo Dragwena—. Estás perdiendo el tiempo —su rostro se transformó en el de Eric—. No permitas que me lastime —suplicó la voz de Eric.
Raquel consideró la posibilidad de salir corriendo por la puerta, pero luego recordó a los soldados que estaban afuera.
—No necesitaría a los soldados si tuviera que matarte —murmuró Dragwena.
La mano de Raquel tembló. Se alejó de la bruja, incapaz de mirarla a los ojos, y apretó los dados con fuerza.
«¡Tengo que sacar un dos!». Se concentró con mucha intensidad, como Morpet le había enseñado, y lanzó los dados, que chocaron contra el tablero.
Se detuvieron mostrando claramente dos puntos.
—¡He ganado! ¡He ganado! —gritó Raquel.
—Nada es tan simple como parece —dijo Dragwena.
Tocó la frente de Raquel, quien de inmediato se encogió hasta tener el tamaño de una uña. Dragwena la recogió y la colocó en mitad del tablero.
—Ahora veremos lo fuerte que eres —dijo Dragwena—. Cuidado. ¡Las mortíferas serpientes andan tras tus huesos!
Una de las serpientes se dio la vuelta hacia Raquel con gran rapidez; su cabeza era ahora dos veces el tamaño del cuerpo de la niña. Ella se puso a correr por el tablero. Otra serpiente se volvió hacia ella. Raquel lanzó un chillido y saltó por encima de su cuello, bajando a toda velocidad por las casillas, hasta el borde. La serpiente de Dragwena se desenredó de inmediato y extendió su pesado cuerpo alrededor del tablero como un muro que impedía escapar.
—¿Qué puedo hacer? —chilló Raquel—. ¡No es justo!
—Si llegas a la última casilla, todavía puedes ganar el juego. Pero quizá no te guste lo que te espera allí.
Raquel vio con claridad de qué se trataba: la serpiente más grande estaba agazapada en la última casilla. Tendría que meterse en su boca.
—¡Auxilio! —gritó Raquel corriendo por el tablero para escapar de otra serpiente más que zigzagueaba hacia ella.
—Tienes una oportunidad —dijo Dragwena—. Pero tendrás que usar las escaleras. ¡Date prisa, las serpientes están inquietas!
Raquel bajó volando por el tablero hasta la casilla número tres, con la esperanza de que la escalera la subiera. No ocurrió así, y las serpientes seguían deslizándose para alcanzarla, persiguiéndola sin descanso. Tropezó, corrió y saltó sobre las espaldas arqueadas de las serpientes, pero estas no le daban tregua. Finalmente, ya no tuvo fuerzas para evitarlas. Las serpientes la arrinconaron en una esquina. Mientras abrían sus mandíbulas, Dragwena, que miraba casi aburrida, suspiró de mal humor.
Raquel seguía enfrentándose a las serpientes. Aterrada, todavía trataba de comprender lo que Dragwena había querido decir sobre utilizar las escaleras. Al fin tuvo una idea repentina, desesperada.
Miró a las serpientes y murmuró
«Alto
».
se detuvieron, con sus lenguas bífidas presionando contra su cuerpo.
Raquel se dirigió a todas juntas.
—Comeos a la serpiente que está sentada en la última casilla.
Obedecieron de inmediato. Después de una batalla feroz, la serpiente más grande fue asfixiada y muerta. Sólo dos víboras seguían vivas en el tablero.
Raquel le dijo a una:
—Mueve la escalera a la casilla número cien.
La víbora se deslizó por el tablero, colocó la escalera entre sus colmillos y la puso en el último cuadro.
Raquel subió con tranquilidad por los escalones hasta la última casilla, puso los brazos en jarras y miró desafiante a Dragwena.
La bruja también la miró. ¡Cómo miró a Raquel! Respiraba iracunda mientras miraba a la niña y a las serpientes muertas.
Raquel no esperó a que Dragwena recuperara la compostura.
—¡Atacadla! —ordenó a las dos víboras que seguían vivas.
Ambas saltaron del tablero y se dirigieron hacia el cuello de Dragwena, pero la serpiente de la bruja saltó como un rayo hacia adelante y se las tragó.
—¿C-cómo hiciste eso? —preguntó la bruja, pasmada—. ¡No deberías ser capaz de dominar a las serpientes! ¡Ningún niño lo ha hecho antes! —dio un brinco—. ¡Eres la elegida! —jadeó—. Después de tanto tiempo… —se agachó hacia Raquel y le tocó la
cabeza
devolviéndole su estatura normal—. Ay Raquel, Raquel —gritó abrazándola—. Perdóname. Tenía que someterte a esta prueba. No tienes idea de cuánto he esperado tu llegada.
Raquel la empujó.
—¡Aléjate! ¡No te me acerques!
Dragwena estaba eufórica.
—Ahora me odias. Pero pronto aprenderás a adorar todo lo que soy. Juntas gobernaremos Itrea y también tu mundo.
—Me habías prometido que nos dejarías marchar si ganaba. ¡Lo
habías prometido
!
—He mentido —dijo Dragwena—. Nunca he cumplido una promesa a un niño, y nunca lo haré.
Raquel golpeó a la bruja con fuerza.
Dragwena saltó sorprendida. Cuatro filas de dientes aparecieron durante un segundo en su rostro y chasquearon en dirección a Raquel. En cuanto se dio cuenta de que la niña le había visto los dientes, el rostro de mujer bella desapareció por completo. Los ojos tatuados que miraban a Raquel no tenían expresión alguna.
—No deberías hacerme enfadar —le advirtió Dragwena—. Podría destruirte en un segundo.
Raquel retrocedió, impresionada por la verdadera apariencia de la bruja.
—¿Qué quieres de mí y de Eric? ¿Qué
eres
?
—Una bruja —murmuró Dragwena—. Y muy pronto tú también lo serás, Raquel. Una bruja muy poderosa.
—¿Qué? No, no lo seré —dijo Raquel—. Eres… ¿cómo te atreves a retenernos aquí con estos juegos? No me importa para qué son. No te ayudaré.
—Niña —replicó Dragwena—, ¿crees que tienes alternativa? A partir de ahora estarás siempre a mi lado.
Raquel se sintió repleta de odio.
—¡Déjame marchar!
—Después —dijo Dragwena—. Estás cansada. Primero debes descansar. Después de eso… veremos.
Raquel bostezó inexplicablemente. Por alguna razón se sintió cansada. Luchó contra ello porque sabía que la bruja era la responsable.
—Los ojos se te cierran —dijo la bruja—. Ya no puedes mantenerlos abiertos.
Los ojos de Raquel parpadearon unas cuantas veces y se cerraron. Con un enorme esfuerzo consiguió volver a abrirlos.
—No estoy cansada en absoluto —dijo, bostezando de nuevo—. Estoy bien despierta. No quiero dormir. No me dormiré.
—Métete en la cama con Eric —dijo la bruja—. Sé que quieres hacerlo.
Raquel se descubrió arrastrándose hasta las sábanas, tapándose con la colcha.
—No estoy cansada —dijo débilmente—. No haré lo que me ordenas.
—Descansa profundamente —dijo la bruja. Colocó la colcha alrededor de los hombros de Raquel y la besó en la mejilla—. Te prometo que tendrás sueños hermosos.
El rostro de Raquel se acomodó en la almohada.
—No estoy cansada… no… cansada.
En unos segundos se había quedado dormida.
Mientras Raquel dormía, Dragwena se metió en su mente y le indujo un
sueño mágico
, el hechizo de transformación necesario para comenzar el proceso que transformarla a Raquel en una bruja. Dragwena nunca había utilizado antes en Itrea ese poderoso hechizo. ¿Funcionaría con Raquel? Innumerables niños habían llegado y se habían ido, algunos con talento como Morpet, pero ninguno tenía la intensidad mágica que Raquel mostraba. ¿Podría controlarla? Ya sentía aumentar el poder de la niña. Si actuaba con rapidez, podría moldearla a su propia conveniencia. Temblando de excitación, Dragwena le implantó lenta, cuidadosamente, recuerdos de su pasado, odios, miedos y anhelos, eventos y sentimientos que desarrollarían el poder mental de Raquel, que la prepararían para una nueva etapa.
Una vez que el sueño mágico estuvo listo, Dragwena se ocupó de Eric. Percibía que el niño tenía un poder con el que ella nunca se había enfrentado antes y, sin embargo, la prueba a la que lo había sometido por la mañana había revelado que carecía de magia, lo que era sorprendente dado el extraordinario poder de Raquel. Claro que era muy pequeño todavía, y no tenía la actitud provocadora de Raquel. Su personalidad sería más fácil de descomponer y de reestructurar. Tocó el pulso de Eric, y navegó hacia su corteza cerebral para encontrar los controles básicos del cerebro.
En ese mismo instante, la bruja fue lanzada al otro extremo de la habitación.
Gritó. Todos los músculos de su mano se contrajeron en un espasmo.
¡Había sido atacada!
Dragwena permaneció en el suelo, ponderando lo ocurrido, mientras se recuperaba. ¿Qué podía significar esto? Tras unos minutos, activó sus propias defensas mentales, volvió al lado de la cama y con mucho cuidado navegó por los pensamientos de Eric.