Al instante, un plato con huevos revueltos y salchichas apareció sobre la mesa. Cada salchicha parecía una tetera diminuta, con su pico, su mango y su gorda barriga.
Los ojos de Raquel se abrieron como platos cuando Morpet cogió una. Hasta tenía su tapa, como una tetera de verdad. Se la metió en la boca.
—Deliciosas —dijo—. Tienes que probarlas.
—No-no puedo hacerlo —jadeó Raquel—. ¿Cómo lo has hecho?
—¿Has olvidado la magia que utilizaste entre los dos mundos? —le preguntó Morpet—. Esto debería ser un truco muy fácil para una chica tan lista como tú —devoró los huevos con un tenedor que apareció en su mano—. Verás, este mundo es distinto al mundo del que provienes. Aquí hay magia por todas partes.
—¿Por todas partes?
—Absolutamente —dijo Morpet—, y está esperando a ser aprovechada. ¡La magia no puede esperar a ser utilizada! Todo lo que necesitas es un poco de práctica. Lo único que tienes que hacer es tener claro qué es lo que quieres y hacerlo aparecer —se inclinó hacia Raquel—. Cierra los ojos —dijo— e imagina esos deliciosos sandwiches de chocolate en un plato frente a ti. Funcionará. Te lo prometo.
Raquel cerró los ojos e imaginó los sandwiches. Los vio cortados en pequeños triángulos, con un montón de chocolate oscuro v suave derramándose por los lados. Pero cuando abrió los ojos, la mesa estaba vacía.
—Apuesto a que has pensado en los sandwiches —dijo Morpet— pero no los has imaginado sobre la mesa frente a ti. ¿Correcto?
Raquel asintió.
—Adelante —la animó—. Inténtalo de nuevo.
Raquel lo hizo y parpadeó de asombro cuando descubrió un par de sandwiches de chocolate esperando a que se los comiera.
Morpet los estudió.
—Prometedores, pero te has olvidado de algo.
Siguió su mirada y vio que el pan era de un gris mohoso.
—¡Ag! —dijo—. Parece horrible.
—No está mal —gruñó Morpet dando un mordisco a un pastel de crema—. Has olvidado decidir el
color
de pan que querías. ¿Lo quieres blanco o café, o incluso plateado? Verás, la magia no sabe qué color de pan quieres. Solo tú. Inténtalo de nuevo.
Raquel imaginó el pan blanco y esponjoso. Sin mantequilla, decidió. Solo mucho chocolate. Esta vez el pan resultó apetitoso.
—No te pongas nerviosa —dijo Morpet, y dio un mordisco a una gran manzana caramelizada—. Prueba uno.
Raquel cogió uno de los sandwiches con todo cuidado y le dio un pequeño mordisco.
—¡Auch! —lo arrojó sobre la mesa—. ¡Es asqueroso!
Morpet soltó una carcajada y las enormes arrugas le crecieron alrededor de la boca y las mejillas.
—No es gracioso —dijo Raquel.
—¡Por lo visto has olvidado otra cosa!
—¿Qué? No sé…
—Has olvidado imaginar ¡cómo
sabrían
los sandwiches!
—Ay —Raquel se dio cuenta de que tenía razón. Rápidamente imaginó el sabor mezclado del pan y el chocolate y mordió la punta. Esta vez le salió perfecto.
Morpet cogió el otro sandwich.
—¿Puedo darle un mordisco?
Raquel asintió preguntándose cómo podía comer tanto.
Él lo mordió y masticó con lentitud.
—De rechupete…, delicioso —suspiró—. No hubiera podido hacerlo mejor yo mismo. Intenta otra cosa. ¿Qué tal un poco de fruta?
Raquel hizo aparecer una naranja en el centro de la mesa. Arrugó el entrecejo preguntándose qué es lo que no estaba bien en ella.
—Mírala más de cerca —dijo Morpet—. Sabes qué es lo que está mal. No necesitas que te lo diga.
Raquel observó la naranja. Era redonda. Tenía el color adecuado. Hizo que la naranja girara con lentitud, mientras Morpet se acomodaba en el asiento mirándola con fascinación. De pronto, Raquel supo qué era lo que estaba mal: no tenía los hoyuelos que tienen todas las naranjas. Era lisa, como una manzana. Un momento después había hecho aparecer los hoyuelos.
Morpet cogió la naranja de la mesa e intentó pelarla sin éxito.
—Vaya, me olvidé de hacer real la piel —dijo Raquel, molesta consigo misma.
—No importa —dijo Morpet—. Dime qué te parece mi siguiente truco.
Apareció una manzana, encima de la naranja. Raquel colocó un plátano encima de la manzana. Morpet añadió un melocotón. Raquel puso una piña sobre el melocotón. Continuaron de ese modo hasta que la pila de fruta fue increíblemente alta, casi rozando el techo.
Raquel sacudió la cabeza.
—¿Por qué no se caen?
—¡Porque no queremos!
Entusiasmado, Morpet amontonó cuatro plátanos más en la pila y juntos construyeron imposibles torres de fruta que crecían hacia arriba y hacia los lados. En un impulso, Raquel deshizo las pilas e hizo que flotara toda la fruta alrededor de sus cabezas. Morpet escondió los plátanos detrás de las piñas y Raquel arrojó los melones con violencia hacia la pared, derramando su jugo por todo el suelo.
Al final, miró el desastre.
—Supongo que tenemos que limpiar todo esto.
—Podemos —dijo Morpet—. ¡O podemos imaginarlo todo limpio!
Raquel lo hizo. En un instante, la habitación estaba exactamente igual a como se encontraba cuando ella había entrado.
—¿También puedo modificar la habitación? —preguntó Raquel, que no deseaba detenerse.
—Cambia todo lo que quieras —la animó Morpet—. ¡Cambiado todo!
Raquel se tomó su tiempo. Imaginó que la habitación vacía era un enorme comedor. Creó un servicio de mesa y suspendió un candelabro del techo. En la mesa invocó cientos de platos, llenos de pollo asado y patatas, maíz y budín.
«¿Qué más?», se preguntó, tratando de mantener en mente todos los platos de comida. Imaginó toda la habitación hecha de cristal y llena de peces. ¿Cómo serían los peces,
exactamente
? ¿Con cola de gran pez dorado o con cola de pececillo? ¿Con bocas feas o bonitas? Raquel se decidió por peces de labios rojos y pálidos, con aros verdes y primorosos que colgaban de sus branquias.
Cuando miró la habitación, esta se había transformado. Estaba sentada en una casa de cristal transparente en la que nadaban abundantes peces por el aire. Pero seguía decepcionándola. Los aros de los peces se habían vuelto amarillos. Raquel los hizo de nuevo verdes. Un segundo después volvieron a ser amarillos, como si algo más los estuviera influenciando. Raquel suspiró, al darse cuenta de que todas las luces y los platos de comida que había imaginado habían desaparecido. Se había concentrado tanto en los peces que había olvidado mantener el resto en su mente.
—Vaya, parece que no soy muy buena para esto, ¿verdad? —dijo.
Morpet la miró exhausto y casi se cayó de la silla.
—¿Te sientes bien? —preguntó Raquel con ansiedad.
—Estoy bien, estoy bien —refunfuñó—. Solo un poco cansado, niña-esperanza.
Miró a Raquel. Su expresión era una mezcla de sorpresa y… ¿miedo?
—¿Qué significa eso? —preguntó Raquel—.
Niña-esperanza
.
—Nada —dijo Morpet con rapidez—. Absolutamente nada.
Raquel miró desconsolada el comedor al descubrir todos los errores de su magia. Nada era ya como lo había imaginado al principio. Incluso los peces empezaban a parecer aburridos e insustanciales ahora que ya no estaba concentrada en ellos por entero.
—Soy malísima para esto —dijo.
Morpet vio un pez que nadaba alrededor de sus rodillas.
—No. Esta habitación es… sorprendente. No es perfecta pero, con la práctica, mejorarás. Estás increíblemente dotada.
Raquel se sonrojó.
—¿De verdad?
—Sin duda. Bueno, es hora de que termines tu desayuno. Quiero mostrarte los jardines del palacio y más tarde visitaremos a Dragwena.
—¿La mujer serpiente que conocí ayer?
—Sí, pero ese nombre no le gusta.
—Lo siento —Raquel sonrió esperanzada—. ¿Podemos jugar un poco más primero?
—Después —dijo Morpet—. Primero, quiero sacudir un poco mis viejos huesos. Veamos qué rápido puedes terminar tu desayuno —junto a Raquel apareció un plato con pan tostado y varios tipos de mermelada—. Espero que te guste la mermelada.
—Es que estoy demasiado excitada para comer. Ya sé… ¡imaginaré que ya estoy satisfecha!
El pan con mermelada le llenó la tripa.
Los dos miraron el plato vacío y soltaron una carcajada.
Morpet condujo a Raquel por un tramo de peldaños de piedra que bajaban desde el comedor. Se detuvieron frente a una enorme puerta redonda de acero bruñido. Era completamente lisa, ni siquiera tenía un pomo o una cerradura.
—¿Es esta la puerta al jardín? —preguntó Raquel.
—Sí.
Morpet colocó la palma de su mano en dirección a la superficie metálica, que se abrió en silencio.
Raquel lo observó con detenimiento.
—Has utilizado la magia, ¿verdad?
Morpet asintió.
—¿Por qué tenéis una enorme puerta con cerradura mágica para ir al jardín?
—Hay peligros que acechan ahí fuera —dijo Morpet—. ¿Recuerdas las garras negras? También hay lobos horribles, con ojos amarillos y dientes más grandes que tu cara —esbozó una sonrisa a medias—. No te gustaría que entraran y te partieran en dos de un bocado mientras estás dormida, ¿verdad?
Raquel dio un paso atrás, atemorizada de repente.
—No quiero salir.
—No tienes nada que temer —aseguró Morpet—. Los lobos solo vienen al jardín por la noche.
Raquel se asomó con cuidado al exterior de la puerta. Una brillante capa de nieve gris claro cubría el jardín. En la distancia, rodeado de árboles de hojas triangulares, brillaba un lago helado. No vio ningún lobo de ojos amarillos. ¿Estarían escondidos detrás de los árboles? ¿Qué pasaría, se preguntó de pronto, si con solo
pensarlo
, hiciera que apareciera un lobo?
—Te mostraré que es seguro —dijo Morpet. Corrió hacia fuera, dando volteretas y gritó con todas sus fuerzas—: ¡Lobos, lobos, dondequiera que estéis, tengo una enorme panza si queréis comer!
Raquel dio un paso tímido hacia el jardín y luego se precipitó hacia Morpet cogiendo su mano con fuerza.
—Vamos —dijo él—. ¡A ver quién llega primero al lago!
Raquel corrió rápido, pero las piernas cortas y gruesas de Morpet eran tremendamente rápidas.
—¡Nunca me alcanzarás! —le gritó alejándose—. ¡Soy más veloz que el viento, más rápido que un gato, soy tan rápido que ni se te ocurriría pensar que soy gordo!
Zigzagueó atravesando el jardín, con los brazos bien abiertos.
Raquel no pudo alcanzar a Morpet, pero sabía que podía vencerlo. De pronto recordó su viaje entre los dos mundos y sencillamente se imaginó llegando a las orillas del lago. Tras un momentáneo zumbido, se posó con suavidad en la orilla. Morpet llegó tambaleándose y casi choca con ella.
—¿C-cómo lo has hecho? —jadeó, derrumbándose junto a un arbolillo con forma de hongo.
—Ha sido fácil. Solo lo he imaginado, como me has enseñado.
Morpet sacudió la cabeza con fuerza.
—No. No te enseñé a hacer eso. Nunca te enseñé a moverte de
un lugar a otro
. Ni siquiera yo puedo… ¡solo Dragwena puede hacerlo!
—No ha sido tan difícil. Ya lo había hecho antes.
—¡Pero eso fue entre los dos mundos! Dragwena ha encantado ese lugar con magia especial para ayudar a los niños que trae a Itrea. ¡Esto lo has hecho tú sola! —se quedó mirándola con la admiración reflejada en el rostro—.
Eres
la niña-esperanza.
—¿Qué soy qué? Ya lo habías dicho antes, Morpet. ¿Qué significa? ¿Qué es eso de la niña-esperanza?
—Quiero decir… —se esforzó por recuperar la compostura—. Quiero decir que… ¡eres la niña más escurridiza que he conocido! ¡Ni te creas que vas a distraerme de ese modo! Vamos, vayamos a patinar en el lago Ker.
Saltó sobre el hielo patinando sobre un par de patines de color rojo brillante.
—¡Yupi! —exclamó Morpet describiendo círculos perfectos sobre una sola pierna—. Ven conmigo, Raquel. ¡Esto es fantástico!
Ella imaginó rápido unos deslumbrantes patines rosa en sus pies y los dos danzaron en alegre dúo por toda la superficie, como si hubieran practicado juntos durante años.
Finalmente, volvieron a la orilla del lago Ker para tomarse un descanso. El palacio se cernía sobre sus cabezas. Al otro lado de sus paredes altas, cientos de columnas delgadas y almenas negras con minúsculas ventanas de formas extrañas se elevaban hacia el cielo. Todos los contornos eran toscos, rectos y amenazadores: la piedra absorbía la luz del día como si la odiara. Una torre enorme y esbelta se erguía en la mitad del palacio, más alta que el resto, como una gigantesca aguja que perforaba el cielo. En la punta había una gran ventana verde en forma de… Raquel intentó discernir la forma. Parecía un ojo. ¿Dónde había visto esa forma antes?
—¿Quién construyó el palacio? —preguntó—. Parece viejo y es tan oscuro…
Morpet se estremeció.
—Fue construido hace muchos años. Es todo lo que sé.
En realidad sabía mucho, mucho más que eso. Sabía que Dragwena lo había construido miles de años antes, cuando llegó a Itrea. No sabía por qué había venido la bruja, porque ella no había revelado a nadie ese secreto; pero sabía que Dragwena odiaba este mundo y también que odiaba a todos los niños que había traído de la Tierra y convertido en esclavos… y sin embargo insistía en traerlos en busca de algo que nunca había explicado.
Una noche, muchos años antes, Dragwena llevó a Morpet a la torre-ojo del palacio. Había disfrutado enormemente explicándole cómo había sido traída cada roca, cada piedra de la pared desde las montañas, a mano, por las manitas llenas de ampollas de generaciones de niños. Supuso siglos de trabajo. La mayoría de los niños murieron de hambre y de frío mientras transportaban las piedras a través de la nieve, o caían desde lo alto de la torre. Fue una historia que duró muchos días y muchas noches. Con su memoria perfecta y eterna, Dragwena lo recordaba todo, la manera exacta en que había muerto cada niño. Morpet sufrió también cuando comprendió lo que ella había hecho, y sin embargo se vio obligado a obedecer sus órdenes despiadadas.