El maleficio (4 page)

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Authors: Cliff McNish

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

BOOK: El maleficio
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Dragwena se relajó al abandonar el rostro de mujer bella. Sus orejas se hundieron en el interior del cráneo. El rostro se encendió en rojo sangre y sus párpados se alargaron hacia los lados hasta encontrarse en la parte posterior de la cabeza, lo que le permitía dominar todos los detalles del mundo con perfecta claridad.

En un impulso, la bruja echó a patadas de su asiento al conductor. Sostuvo las riendas y azotó a los caballos sin piedad durante algunos kilómetros, con sus cuatro filas de dientes brillando a la luz de Armat, la enorme luna.

Finalmente, la bruja frenó de golpe a los caballos aterrados al pie de la escalera del palacio. Allí esperaban varios enanos parecidos a Morpet.

—¡Daos prisa, idiotas! —les gritó Dragwena con impaciencia—. ¡Lleváoslos!

—P-pero, mi reina —tartamudeó uno—. La habitación de invitados no está lista.

Miró con ojos penetrantes a dos más. Envolvieron a Raquel y a Eric, dormidos, en mantas tibias y subieron la escalinata del palacio.

—¡Vaya, no está lista! —gruñó Dragwena—. ¿De quién es la culpa, Leifrim? ¿Tuya?

El hombrecillo bajó la mirada.

—No, es culpa mía —dijo otro, una criatura de cabellos rojos con rostro de niña y los ojillos arrugados como una anciana—. ¡Castígame!

—¡Cállate, Fenagel! —soltó entre dientes Leifrim.

La bruja se rió.

—Quizá debería castigaros a los dos. Padre e hija. Al padre por estúpido y a la hija por hablar demasiado —levantó el cuello hacia la luna.

De manera instantánea, Leifrim salió disparado hacia el oscuro cielo y quedó suspendido a varios cientos de metros de altura.

—¿Qué debería hacerle a tu padre? —le preguntó la bruja a Fenagel—. ¿Merece esto un severo castigo o solo uno pequeño?

—Por favor, no le hagas daño —rogó Fenagel—. Solo trataba de protegerme. Fui yo quien se olvidó. Haré lo que tú quieras.

—Niña —dijo Dragwena—, no tienes nada que me interese. En mi reino solo a mí se me permite olvidar, y yo nunca me olvido de
nada
.

Leifrim fue lanzado con fuerza contra un árbol cercano y al caer dio con las rodillas contra el suelo. Por unos instantes, Dragwena disfrutó viéndolo luchar para desenredar sus piernas lastimadas. Luego elevó los brazos, se levantó del suelo helado y remontó hacia la luz que salía de la torre-ojo.

En cuanto la bruja desapareció, Fenagel corrió hacia su padre. Estaba tirado al pie de un árbol, gimiendo en voz alta.

—Sh, sh, papá —le dijo—. Ya se ha ido.

Otro hombre, con barba corta y puntiaguda, se hizo cargo de él enseguida. Inspeccionó las heridas de Leifrim y ordenó a otros tres que lo llevaran a una pequeña choza de madera, donde cosieron sus cortes y entablillaron sus piernas rotas.

Fenagel miró furiosa al hombre de la barba.

—¿No podías haber hecho algo para ayudarlo, Trimak? ¡Se supone que eres nuestro líder! Lo único que haces es hablar sobre cómo protegernos de la bruja. Pero te has quedado allí parado, igual que los demás. ¿Cómo has podido hacerlo?

Trimak inclinó la cabeza.

—Un ataque directo contra Dragwena nunca funcionará —dijo—. Tu padre lo comprende. Si hubiera hecho algo para detener a la bruja, sabe que me hubiera matado.

Leifrim asintió y Fenagel, llorosa, estrechó las manos de su padre.

Leifrim susurró en medio de sus dolores:

—Nosotros no podemos hacer daño a la bruja, pero quizás otro pueda hacerlo. Morpet consiguió enviar un mensaje con el águila Ronocoden antes de que dejaran la entrada. Dice que esta nueva niña, Raquel, se resistió a Dragwena. No se comió las golosinas que le ofreció. ¿Podéis creerlo? Estoy tan entusiasmado con las noticias que he olvidado revisar los preparativos. Estúpido… Dragwena nunca tolera ningún error.

Fenagel miró sus piernas maltrechas.

—Todo por mi culpa…

—No te culpes —dijo su padre—. Nadie se libra de los castigos de Dragwena por mucho tiempo.

Trimak se adelantó.

—¿Dices que esa niña se resistió, y Dragwena no la mato?

—Sí —dijo Leifrim excitado—. Parece que incluso la vieja bruja estaba impresionada. Raquel debe de ser especial —se volvió hacia Fenagel—. ¿Recuerdas a la niña-esperanza de la que te he hablado?

—¿La que vendrá de otro mundo? —preguntó Fenagel—. La niña oscura que nos llevará de vuelta a la Tierra —sonrió a medias—. ¿No se trataba solo de un cuento?

—¡Sht! —soltó entre dientes Trimak—. Exactamente. No es sino una vieja fábula. Vigila a tu padre.

Trimak dio instrucciones para que prepararan una camilla y salió de la choza.

Como siempre, fuera hacía un frío tremendo. Una tormenta se preparaba hacia el norte, cubriendo todo el cielo. Al oeste brillaban unas cuantas estrellas solitarias. Trimak suspiró, deseoso de que su resplandor titilante resistiera la tormenta. Hacia el sur, la enorme luna fría de Armat miraba hacia abajo, malévola; su superficie accidentada no ofrecía confort alguno. «Me pregunto», pensó Trimak «¿durante cuántos siglos esa luna ha mirado nuestro planeta? ¿Ha sido testigo alguna vez de un ataque triunfal en contra de la bruja?». Nunca: lo sabía. Nunca.

Tomó un camino cerca de la escalinata del palacio y vagó de vuelta a su propia casa. Muranta, su esposa, calentó un poco de sopa en el fuego, mientras él le explicaba los acontecimientos nocturnos.

Ella tembló.

—¿Crees que esta Raquel podría ser la niña-esperanza?

—Lo dudo —dijo Trimak con desdén—. Hemos visto a tantas niñas ir y venir. Siempre parecen prometedoras, pero Dragwena las destruye o se apodera de su fuerza en su propio provecho —interceptó la mirada de Muranta y dijo amenazante—: siento que la bruja ha esperado mucho tiempo a que llegue esta niña. Quizá Raquel resulte ser otra bruja. ¡Piensa en eso! En cualquier caso, no me atrevo a creer que esta Raquel sea capaz de ayudarnos.

En secreto, sin embargo, lo esperaba.

5
Hechizos

Raquel se despertó tarde a la mañana siguiente. Bostezó con toda la boca abierta y se desperezó en unas sábanas lujosas y acogedoras.

—Buenos días, Raquel —dijo una voz áspera.

Ella saltó.

—¿Quién está ahí?

—Morpet.

¡Morpet! Una serie de imágenes bombardeó la mente de Raquel: las garras negras en el sótano, el encuentro con la mujer serpiente y el enano. ¿Qué ocurrió después?

—¿Dónde estoy? —preguntó Raquel tratando de pensar con claridad—. ¿Dónde está Eric? ¿Qué le habéis hecho?

—Tu hermano está a salvo —dijo Morpet—. Ya se ha tomado su desayuno y está jugando aquí cerca —apretó un dedo del pie de Raquel—. Tú, en cambio, te has quedado más tiempo en la cama, dormilona.

—¿Con quién está jugando Eric? —preguntó Raquel—. ¿Con otros niños?

—¡Por supuesto! Vosotros no sois los únicos niños aquí. Nuestro mundo está lleno de niños. Está jugando al escondite, creo.

—¿En la nieve?

—¿Dónde mejor? —se rió Morpet—. Todo tiene el mismo aspecto. Un lugar fantástico para esconderse.

Raquel se quedó mirándole.

—¿Un mundo lleno de niños? ¿Por qué? ¿De dónde vienen todos? ¿No hay ningún… adulto?

—Te explicaré todo eso después —dijo Morpet—. Primero déjame darte otra vez la bienvenida al maravilloso mundo de Itrea —esbozó una sonrisa luminosa—. Vosotros, distinguidos visitantes, os encontráis en el palacio de Dragwena. Solo los invitados especiales sois recibidos en estas habitaciones.

Raquel revisó la cama en la que había dormido. Era enorme, un océano de sábanas color escarlata adornadas con serpientes negras resplandecientes cuyos ojos de color rojo rubí parecían no perderla de vista.

—No soy nada especial —dijo Raquel—. Soy como todo el mundo —examinó con cuidado el pijama que llevaba y que le iba a la perfección—. Este no es mi pijama. ¿Quién…?

—Una doncella te desvistió anoche —le dijo Morpet.

—¿Una doncella?

—Tendrás tu doncella personal mientras permanezcas con nosotros. Su nombre es Fenagel.

Miró hacia el otro lado de la habitación, donde vacilaba una niña, nerviosa. Raquel vio que tenía las mismas arrugas, en forma de arcos que unían sus ojos, como Morpet, lo que hacía imposible calcular su edad. Una trenza de cabello rojo cuidadosamente arreglada enmarcaba su rostro pensativo.

Fenagel hizo una reverencia.

—A su servicio, señorita.

—Estoy acostumbrada a vestirme sola —dijo Raquel nerviosa.

—Dragwena dice que debemos mimarte —le dijo Morpet—. Fenagel hará cualquier cosa que pidas.

—¡Lo que quiera! —exclamó entusiasta Fenagel—. Yo no soy importante, señorita. Solo soy una doncella. Dígame lo que quiere.

Raquel no supo qué decir.

—No… necesito nada. No me llames señorita. Mi nombre es Raquel.

—Por supuesto, señorita… quiero decir, Raquel.

—Hora de vestirse —dijo Morpet—. Te estaré esperando en el comedor.

—¿Sabes dónde está mi ropa? —preguntó Raquel a Fenagel, cuando el enano salió.

—Ay, señorita Raquel, tiene montones para escoger. Venga y asómese.

Fenagel llevó a Raquel a un lugar junto a la alcoba. Era un vestidor tan grande que se podía recorrer hasta llegar al centro y seguía sin verse la pared del otro extremo. Dondequiera que Raquel mirara, colgando de rieles de cientos de metros de largo, había ropa, miles de prendas de vestir. Y, al mirar asombrada, Raquel descubrió que todas las prendas se volvían hacia
ella
. Vestidos atractivos se movían para llamar su atención. Una falda se agitó para mostrar sus colores siempre cambiantes, ondulando con placer cuando Fenagel rozó de modo suave su dobladillo. Varios jerséis se abrieron camino entre las blusas y filas de zapatos avanzaron para que ser vistos. Fenagel les lanzó una mirada de advertencia y los zapatos se detuvieron a una distancia respetuosa para permitir que unos calcetines primorosos y un conjunto de leotardos y mallas bailaran entre ellos. Finalmente, todas las prendas de vestir rodearon a Raquel formando un círculo perfecto y esperaron en silencio su decisión.

Raquel dio un paso atrás, mirándolas maravillada. Un vestido blanco adornado con joyas brillantes se lanzó de pronto al aire y se apretó contra su pecho.

—¡Suéltame! —gritó Raquel, tirándolo al suelo.

—No. No. Pruébeselo —se rió Fenagel, agitando un dedo hacia la prenda, que intentaba reptar sobre el pie de Raquel—. ¡El vestido no le hará daño!

—Pero ¿cómo es posible que la ropa…?

—Pues no lo sé —dijo Fenagel—. Dragwena hace que todo eso ocurra. ¿Va a ponerse ese vestido o no?

—¿Puedo… ponerme cualquier cosa que quiera?

—Sí, claro, señorita Raquel. Son para usted.

Superando su nerviosismo, Raquel se probó rápidamente varios vestidos, abalanzándose entre los soportes de la ropa y los muchos y enormes espejos que había en el cuarto. Cada prenda de vestir le quedaba perfecta. Estaba demasiado excitada para preguntarse cómo era posible. El original vestido blanco adornado con joyas había reptado hasta llegar a una percha: languidecía y parecía triste.

—¿Te usaré? —le preguntó Raquel, esperando que el vestido respondiera «¡Sí!».

—No puede hablar, ¡pero quiere que lo haga! —gritó Fenagel—. ¿No es precioso?

Raquel se sintió tentada. Sin embargo, pensando en que quizá tendría que salir a la nieve, eligió un pulóver blanco grueso, unos pantalones negros y un par de zapatos de color
gris
, bajos y resistentes. Salió de puntillas del guardarropa preguntándose si los zapatos le mostrarían cuál era el camino para llegar al comedor. Fue Fenagel quien la condujo hasta allí, pero no entró con ella.

—¿No vas a entrar? —preguntó Raquel.

—No se me permite —dijo Fenagel—. Quiero decir, que ya he comido. Es decir… Lo que quiero decir es que… ¡la veré más tarde, señorita! —volvió corriendo rápidamente por el corredor como si no pudiera dejar de alejarse de algo que hubiera detrás de la puerta del comedor.

Raquel se acomodó la ropa y llamó a la puerta con suavidad.

—Entra, Raquel —dijo Morpet.

El comedor la decepcionó. Era pequeño, no más grande que la cocina de su casa, y contenía solo una sencilla mesa redonda con dos sillas. No había cucharas impacientes ni paquetes de cereales tentadores que clamaran por su atención. Raquel se sentó frente a Morpet e intentó sonreír.

—Tengo hambre —dijo él—. ¿Y tú?

—Mmm —Raquel se dio cuenta de que no había comido desde hacía… siglos. Esto le recordó instantáneamente a Eric—. ¿Ha desayunado ya Eric? ¿Dónde está? Va a asustarse si no sabe dónde estoy.

Morpet se rió.

—Acabo de verlo. Está divirtiéndose de lo lindo construyendo un muñeco de nieve allá fuera. ¡No te ha mencionado ni una sola vez! Puedes reunirte con él cuando quieras. Comamos un poco antes, ¿de acuerdo? ¿Qué te gustaría?

—¿Tenéis cereales?

—Sí. Todos los tipos de cereales que puedas imaginar, además de pan tostado, huevos, todo eso, y cosas que probablemente nunca has comido en el desayuno… como sandwiches gigantescos de chocolate que están para chuparse los dedos

—¡Entonces tomaré los sandwiches de chocolate!

—Bien —dijo Morpet, relajándose en la silla—, no existen todavía como tales. Verás, en nuestro mundo solo tienes que imaginar el desayuno que quieres.

Raquel desconfiaba, pero recordó el guardarropa.

—Por ejemplo —dijo—, hoy quiero unos huevos con salchichas en forma de, veamos, en forma de
teteras
.

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