De hecho, la gente nueva y sin carné incorporada por Zapatero, especialmente en el ámbito económico, se queja de que la eliminación de la vieja guardia fuera un intento frustrado y ponen como muestra el nombramiento de Pedro Solbes para vicepresidente económico. Según ellos, la gente de Miguel Sebastián y de forma muy marcada, David Taguas, desarrolló una política antigua y errónea y constituyó un refugio para viejas guardias.
Gente de la generación de Zapatero, que se considera injustamente desalojada del poder, personas que apoyaron al presidente en su Nueva Vía y otros que no lo hicieron, pero que comulgaron con su discurso «generacionista», se está organizando, pues no dan la batalla por perdida y esperan poder decir algo de cara a la selección del próximo candidato socialista a la presidencia del Gobierno.
Los ex ministros decapitados por el leonés y otros que no fueron ministros, se reúnen a cenar una vez al mes en un restaurante próximo a Nuevos Ministerios, y allí se intercambian información y perfilan estrategias para cuando llegue el momento oportuno. Parece que se ha abierto la veda y las críticas a Zapatero, todavía expresadas en las catacumbas, empiezan a elevarse a la superficie.
Zapatero ha tratado de abandonar la senda por la que han transitado las socialdemocracias durante un siglo, para buscar anclajes en gente moderna que nunca menciona ni a Marx ni a Engels. Sin embargo, al llegar la crisis económica, han vuelto las viejas cuestiones y el dirigente del nuevo PSOE se ha encontrado sin partitura. Su última actuación moderna fue la contrarreforma fiscal a la que me he referido, a la que procedió al inicio de la segunda legislatura, cuando ya teníamos inoculado el virus de la crisis económica.
Decía antes que Zapatero había abandonado la senda tradicional de la izquierda y a sus santos patronos Carlos Marx y Federico Engels para encomendarse a nuevos profetas. Estos han sido Philip Pettit y George Lakoff, por orden de aparición. El primero es más ideólogo y el segundo más estratega, aunque también aporta elementos ideológicos. Antes el leonés se había inclinado por el «socialismo libertario». Philip Pettit, nacido en 1945 en Irlanda, fue muchos años profesor de Teoría Política y Social en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional Australiana. Actualmente es catedrático de Ciencias Políticas y Valores Humanos en la Universidad de Princeton. Postula el «republicanismo», no como forma de gobierno —la monarquía parlamentaria de España entra en este concepto—, sino como «no dominación», como vía hacia la libertad en el sentido más amplio del concepto tradicional.
La «no dominación» la entiende Pettit como aplicable no sólo a las relaciones de clase, sino también a la igualdad entre los sexos y a todos los abusos de poder. Pettit atribuye al Estado un papel activo para acabar con las situaciones de dominio. Es, pues, una mezcla de liberalismo bien entendido, como lo entendían sus fundadores, y de socialismo moderno. El republicanismo fascinó a Zapatero e inspiró en él algunas actuaciones como la dejación de mandato gubernamental en los medios públicos de difusión y en especial en RTVE. Pettit se paseó por España a finales de julio de 2004, pocos meses después de que el PSOE ganara las elecciones, y fue recibido por Zapatero, a quien proporcionó algunas recetas. El presidente le invitó a que al final de la legislatura le hiciera una auditoría de republicanismo, lo que obviamente encantó al irlandés.
«Le dije a Zapatero en público y también en privado —declaró el profesor a la prensa— que lo que requiere su gobierno es humildad, la suficiente como para crear los mecanismos sociales de control, y no sólo darles apoyo económico y legal, sino hacerlos realmente independientes y fuertes, y aceptar con humildad que esos cuerpos que han ayudado a crear se conviertan en sus peores críticos, los más duros». La prometida auditoría de republicanismo demostró lo que estas creaciones intelectuales tienen de pura retórica y que están muy lejos de la proposición de una alternativa consistente. Pettit se limitó a hacer un juicio general sobre la situación española en términos económicos, políticos y sociales, como hubiera hecho cualquier analista económico, político o social.
George Lakoff, nacido en 1941, es profesor de Lingüística en la Universidad de California, Berkeley. En su opinión la comprensión de un sistema conceptual que se estructura metafóricamente hace discutible el concepto de verdad absoluta, llevando a pensar en una verdad culturalmente relativa. Su libro más popular es
No pienses en un elefante
, en referencia a este paquidermo como el símbolo del Partido Republicano de Estados Unidos.
En su opinión, lo que un político de izquierdas debe hacer no es enredarse con las verdades, ni situarse con sus controversias en el terreno en el que la derecha se mueve mejor, sino conseguir una vinculación emocional con sus votantes potenciales. Esta recomendación la ha llevado siempre a la práctica Zapatero con bastante maestría, apelando al abuelo fusilado, quitando la estatua de Franco de Nuevos Ministerios y los signos franquistas en toda España, legislando sobre la memoria histórica o, incluso, criticando duramente a la CEOE, aunque ello significara una mayor dificultad para el diálogo con la patronal. Y en una manifestación en la que coincide con Santiago Carrillo, le dice a éste, encantado: «Me han llamado el Lenin español, como a Largo Caballero». En opinión de Juan José Laborda lo que Zapatero practica realmente es «la democracia instantánea», una técnica que se atribuye a Bill Clinton, que fue el primero que la puso en marcha y que consiste en tomar las decisiones sabiendo en cada momento qué es lo que la gente quiere; lo que en la práctica significa gobernar de acuerdo con las encuestas.
De esta técnica ya se valió el leonés en la campaña para la secretaría general del partido. Zapatero le preguntó directamente a Laborda:
—Juanjo, ¿tú qué opinas de la democracia instantánea?
La respuesta del ex presidente del Senado no debió complacerle:
—Yo, como soy un socialdemócrata que cree que hay que cambiar la sociedad y no remar a favor de la corriente, estoy radicalmente en contra. En opinión de Laborda, la democracia instantánea funciona cuando hay expansión económica. El problema es cuando hay que hacer política sin dinero.
Juan José Laborda aprovechó una reunión con Zapatero para expresarle su opinión sobre lo que había que hacer:
—Es la primera vez en la historia de los últimos 200 años en la que España puede estar donde se cuece el nuevo orden mundial. Estuvimos fuera de los tratados de Viena de 1814, que diseñaron un nuevo orden para Europa; de los tratados de Berlín de 1900, donde se hizo el mapa colonial en un momento en que nuestro país había sufrido la crisis de 1998; así como de los acuerdos establecidos en la Segunda Guerra Mundial, los acuerdos de Bretton Woods que organiza el embrión del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, y España era un país apestado y medio nazi. Esta es la primera vez que podemos estar en primera fila, modestamente, pero en el sitio adecuado. En este planteamiento no hay discrepancias con lo que sostiene Zapatero, pero sí en la crítica que hace Laborda al exceso de poder de los partidos, que algunos han denominado como partitocracia, pues, como ya he señalado, el presidente tiene una visión leninista del partido desde sus tiempos mozos. En la entrevista ya aludida que le hace Feliciano Fidalgo cuando acaba de conseguir su acta de diputado, lo expresa de forma contundente.
Le pregunta el periodista:
—¿Y el partido no tendría que independizarse absolutamente del gobierno en cuanto coloca a uno de los suyos en el poder?
—El partido es el único instrumento serio, homogéneo; para mí, sentimentalmente, es mi segundo amor.
—¿Cuál es el primer amor?
La respuesta es previsible:
—Sonsoles, mi novia.
En opinión de Laborda, la confusión entre lo partidario y lo público es el problema más grave que tenemos en España. El artículo 7 de la Constitución dice que los partidos son instrumentos… para participar, etc. Zapatero es en el fondo, en su opinión, consecuencia de González. Los partidos políticos en España no son instrumentos, sino que son los que han instrumentalizado las instituciones.
—La desmesurada importancia de los partidos —asegura el ex presidente del Senado— está frenando nuestra modernización política. La tarea de la socialdemocracia del futuro es poner las cosas en su sitio; es la de defender el derecho de los ciudadanos a participar en el Estado y no a ser instrumentalizados por la política, que es lo que está pasando. Este hecho es el que explica el divorcio cada vez más grande entre la opinión pública y los partidos. El pluralismo empieza por la persona. El leninismo no es sólo cosa de la izquierda.
Estos principios encajarían perfectamente en lo que Pettit denomina «la libertad como no dominación», pero esa parte del discurso del irlandés no ha sido «comprada» por su discípulo.
—Zapatero —dice un veterano socialista— no tiene un corpus lógico integrado. Es instintivamente de izquierdas, pero le falta sistema. Tiene algo de personaje de tragedia clásica. Le pasa como a Antígona; que intenta cumplir con su intuitivo sentido de la justicia y monta el «cristo» que monta. Es como un personaje en busca de un autor. No ha encontrado a nadie que le dé una teoría consistente a la que ajustarse, porque no se deja.
Este papel de guía lo desempeñó parcialmente el pacense Paco Rubio Llorente, a quien Zapatero promovió a la presidencia del Consejo de Estado nada más llegar al poder. Es el inspirador de la propuesta de reforma constitucional que pretendía el presidente y que no pudo llevar a cabo para no generar problemas mayores. Es un personaje que va por libre, que dice lo que piensa y su pensamiento suele considerarse un tanto heterodoxo, por lo que algunos compañeros le han calificado cariñosamente de «Maverick».
En definitiva: ¿es Zapatero, como él sostiene, el primer presidente socialista de la historia de España? La respuesta identificaría inmediatamente a los felipistas
versus
los zapateristas. Los monclovitas matarían por defender esta tesis; Cándido Méndez no lo duda y atribuye a Zapatero una gran consistencia ideológica. Carlos Solchaga discrepa:
—A mí no me cabe la menor duda de que Felipe era mucho más socialdemócrata y socialista que Zapatero. Zapatero es un tanto obrerista, pero no tiene ideas muy claras sobre lo que es el mecanismo de una socialdemocracia funcionando y ayudando a los intereses de clase, no necesariamente a la lucha de clases, sino a los intereses de clase. Eso lo tenía mucho más claro Felipe, que vivió un entorno diferente. Felipe era menos republicano laico, por decirlo así, que José Luís, porque éste se identifica más con la historia del socialismo español, particularmente en la Segunda República. Felipe quería recabar la comprensión pública por sus propios méritos, por lo que estaba haciendo en esos momentos, no conectándolo con la historia. En
petit comité
sí se explayaba, pero Felipe tenía el temor, yo creo que muy bien fundamentado, o por lo menos yo lo compartía, de que esas visiones estéticas del lugar donde te sitúas, yo soy la izquierda, ésta es la derecha, no ayudaban mucho en la situación en la que estaba el país en 1982 y durante una parte importante de la década de los ochenta a resolver los problemas de consolidar la democracia y modernizar el país.
El Gobierno no es, como pudiera suponerse, la máxima instancia del E poder efectivo, el ejecutivo. El poder no es ejercido por un órgano, sino por un organillo, el de José Luís Rodríguez Zapatero, quien se sirve de un elenco de incondicionales en el que sólo entran unos pocos ministros. La escasa importancia que el presidente concede al Consejo de Ministros explica la baja calidad de la mayoría de ellos. Zapatero los selecciona por golpes de capricho o para reflejar determinada imagen. En el gobierno se producen relaciones chocantes. María Teresa Fernández de la Vega es la vicepresidenta, la vicepresidenta sin número, tal como apareció en su nombramiento en el Boletín Oficial del Estado. No es pues vicepresidenta primera, como es segunda Elena Salgado y tercero Manuel Chaves. Es la «vice» por excelencia.
Lo chocante es que, en teoría, Teresa, como la llaman sus colegas, la «vice» por excelencia y Elena Salgado, vicepresidenta segunda, la de los cuartos, están por encima del presidente del partido, que es sólo el tercer vicepresidente, y por encima de José Blanco, que es ministro de Fomento, pero también vicesecretario general del PSOE; es por tanto ministro y vicesecretario general del partido, una denominación que recuerda tiempos pasados.
Manolo Chaves manda poco, su cargo es más honorífico que real, como ocurrió con el anterior presidente Ramón Rubial. Sin embargo, Blanco es el número dos efectivo de Zapatero, como en su día lo fuera Alfonso Guerra respecto a Felipe González. En teoría no hay por qué confundir las funciones en el partido y en el gobierno, pero en la realidad no es así, teniendo en cuenta la visión «leninista» que del partido tiene Zapatero, según la cual partido y gobierno tienden a confundirse. No es de extrañar que cuando vino una misión comercial china de alto nivel a España sus integrantes mostraran el mayor interés en ver, no al ministro de Industria, que sería lo suyo, sino a José Blanco, y no en su condición de ministro de Fomento, sino como vicesecretario general del partido. Y es que en China, como en la antigua Unión Soviética, el partido está por encima del gobierno. La organización teórica del poder es, pues, en la España de Zapatero un caos, aunque un caos bien organizado destinado a resaltar el poder único del leonés. Quien tiene hilo directo con el jefe es, aparte de Teresa Fernández de la Vega, sobre quien me extenderé más adelante, en primer lugar José Blanco, de Fomento, a quien reconoce el mayor mérito en su triunfó en el XXXV Congreso. Es un reconocimiento justo, pues el gallego cabildeó por toda España y apañó las complicidades precisas. Es su segundo en el partido, su Alfonso Guerra.
También se beneficia de una relación privilegiada con el jefe Alfredo Pérez Rubalcaba, el ministro del Interior; fue a la primera persona a la que llamó cuando fue elegido secretario general; es un personaje que le fascina a pesar de que jugó en su contra en el congreso que le aupó y a pesar de lo que digan sobre él, que adversarios de dentro no le faltan.
Asimismo recibe trato preferente Miguel Sebastián, de Industria, a quien dedico un capítulo específico en razón de la trascendencia que para Zapatero han tenido los avatares de la política económica; Carme Chacón, de Defensa, adonde pasó desde el Ministerio menor de la Vivienda y que ocupa lugar preferente en el delfinario; Elena Salgado, vicepresidenta y ministra de Economía, en razón de lo acuciante de la crisis; y en cierta medida, Miguel Ángel Moratinos, de Exteriores. Digo «en cierta medida» porque el presidente a veces puentea a éste con un hombre en ascenso libre: Bernardino León, el secretario general de Presidencia, a quien dedicaremos la atención que se merece. Por supuesto tenía acceso directo privilegiado José Antonio Alonso, cuando era ministro.