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Authors: José García Abad

Tags: #Política

El Maquiavelo de León (8 page)

BOOK: El Maquiavelo de León
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—¿Tú sabes lo que es baraka?

El replicó muy seguro:

—Pues, suerte.

—Pues no.

—¿Cómo que no?

Y ella dale que te pego:

—Vamos a ver, baraka viene de un sufí que se llamaba Al Baraka, y lo que significa es un tipo especial de energía, que no es lo mismo que suerte.

Carmenchu Marín entrevista a la ministra para
El País
y ésta dice:

«Yo no soy ministra, estoy de ministra», lo que indica que tiene vida política propia, algo un tanto molesto para el presidente. Carmenchu, que titula siempre con gracia sus entrevistas, aunque sea forzando un poco las respuestas, lo hace en este caso con: «Yo soy yo». El lunes la ministra se encuentra con Zapatero en los pasillos de las Cortes y éste la dice con sorna: «Yo soy yo». La ministra le mira fija a los ojos y le replica: «Y tú eres tú. Es lo único que hay debajo del sol». Calvo percibe en ese momento que Zapatero se acaba de percatar, quizás con cierta inquietud, de que ella tiene más arrestos de los que creía, más fondo de armario de lo que suponía, que no es la chica a la que sólo le gusta el
rock
.

Ella se siente, en efecto, ella, una de las feministas más activas, mitinera donde las haya y que fue de número uno por Córdoba en las legislativas de 2004, en las que Miguel Ángel Moratinos tuvo que conformarse con el dos, unos comicios en los que Calvo le ganó un escaño al Partido Popular, la única provincia que le quitó un escaño al PP. «Yo estoy agradecida porque no estás de ministra porque te toca, sino porque el presidente te nombra».

Las cosas se agravan cuando la ministra discrepa con el presidente respecto a decisiones de su departamento. La cordobesa hacía con Zapatero como Sabino Fernández Campos con el Rey: decirle exactamente lo que pensaba, por lealtad. El presidente había decidido que los documentos de la Generalitat guardados en el Archivo de Salamanca fueran trasladados a Barcelona, tal como reclamaba el gobierno catalán. Carmen Calvo organizó el operativo ad hoc, pero ante el «cristo» que se organiza en Salamanca, le dicen que lo aplace. Calvo dice que no, que si no los saca en ese momento no los va a poder sacar nunca y que si Zapatero quiere parar la operación que se lo diga en persona.

Un día de mayo de 2005, el presidente le ordena: «Carmen, quiero que la Dama de Elche se quede en Ele he». Y ella le replica que lo siente mucho, pero que eso sería ilegal, que hay una ley de museos y un reglamento de museos que lo impiden. Que lo único que podía hacer es que la Dama permaneciera en la ciudad alicantina, su lugar de origen, unos meses. Calvo piensa que el jefe apreciará su postura, pues esta opinión representa una garantía jurídica, pero pasó justamente lo contrario. El presidente la puso una cruz negra en su cuaderno de notas. Calvo iba acumulando méritos para el despido, pero al final cayó por la ley del cine, mal vista por la gente de la industria a la que Zapatero considera aliados estratégicos, como a los compañeros de UGT. La última gota de agua que colmó el vaso fue una entrevista en el diario
El País
que el periodista tituló: «Todos han sido desleales conmigo». Carmen no sólo se refería a los sectores afectados, sino también, aunque no lo expresaba con nombre y apellidos, a la vicepresidenta Teresa Fernández de la Vega, que la cortocircuitaba: mientras Carmen negociaba por la mañana con la gente del sector, la vicepresidenta se reunía con ellos por la tarde. Calvo niega que la cesaran por eso, pero lo cierto es que a los pocos días de publicarse la entrevista la primera ministra de Cultura de Zapatero fue cesada de su cargo. Fernández de la Vega fue el brazo ejecutor.

Carmen Calvo no quedó desamparada al cesar: fue elegida para un alto cargo parlamentario. Sin embargo, nadie cesa de ministra de buen grado y, más tarde, cuando se inaugura con toda solemnidad el nuevo Museo del Prado, a cuya remodelación tanto había contribuido, mostró su disgusto con su ausencia, a pesar de que estuvieron presentes en la misma todos los ministros de Cultura de la democracia. Alguien le indica que vaya y Carmen contesta:

—No voy porque no me da la gana. Lo he consultado con mi gente y lo hemos decidido porque no estaremos cómodos.

Años después, en 2009, Solchaga, a quien ella había nombrado vicepresidente de la Fundación del Museo Reina Sofía, había declarado en una entrevista para la revista
Vanity Fair
que Zapatero trata a los ministros como secretarios. Carmen Calvo se encuentra con el ministro de González y le dice:

—Carlos, no llevas razón en lo que has dicho. Ojalá nos tratara como a secretarios. Tú no sabes cómo trato yo a los míos. Ya quisiera yo que nos tratara como a secretarios.

Otra de las ministras despedidas en la primera remodelación del gobierno, María Antonia Trujillo, opina que Zapatero no era antes así, que le ha cambiado el poder:

—Antes no era frío, nada pretencioso, era amistoso y colaborador, aunque siempre fue ambicioso y en él la ambición está siempre por encima de su afectividad.

Ahora sí aprecia en él cierto mesianismo, aunque estima que los demás compañeros no le ven como a un Mesías.

Uno de los amigos que el presidente ha traído de León asegura que el poder le ha alejado de la gente y de los amigos, pero que no le ha cambiado el carácter. Sus defectos son los de siempre. Le ha acentuado sus virtudes y sus defectos.

Y un miembro de la Ejecutiva elevaba su reflexión a la categoría de ley de aplicación universal:

—Cuando los presidentes quieren pasar a la historia, la cagan. Le pasó a González en los años noventa, a José María Aznar en la segunda legislatura y a Zapatero a los seis meses de llegar, o quizás antes de llegar. Todos meten la pata cuando se creen inmunes: González con el GAL, Aznar con la boda de su hija en El Escorial y Zapatero con la foto de las niñas. Era la foto de su vida; años esperando que ganara Obama y van sus hijas y dicen vamos a ir de góticas.

Algo tiene que ver en su actitud el hecho de que siempre le ha ido bien en la vida, desde que a los veinte y pocos años llega a la política. Supo bandearse bien en las luchas de tribus en León, pero en la política nacional dio la gran campanada. «Era un diputadín de provincias, el diputado más joven —me dice un compañero leonés de los que se trajo a Madrid—, no se puede llegar tan alto desde tan bajo». Durante su etapa de «diputadín» pasó totalmente desapercibido.

El siguiente testimonio es de un ex ministro, que en la actualidad ocupa un cometido bien remunerado.

—Quienes desde fuera le critican su improvisación no se percatan de que la mayor improvisación la ha practicado consigo mismo. Un muchacho que ha estado desde que cumple 26 años sentado en un escaño, sin un líder alternativo contra quien luchar, y de repente se encuentra en las alturas no tiene más remedio que reinventarse en un tiempo récord. ¿Qué líder de envergadura aguanta veinte años sentado en un escaño? ¿Dónde estaba Obama en los veinte años antes de su triunfo?… en los barrios, en la lucha contra el racismo, en los movimientos ciudadanos. El error de José Luís es tratar de convertir su endeble envergadura en un mito. Otro gallo nos hubiera cantado si nos dice: «Yo, como diputado joven, como socialista de toda la vida, he llegado a la secretaria general con 9 votos de diferencia… No es mucho, pero necesito que nos pongamos manos a la obra y entre todos sacar este proyecto adelante». Pero no, ha preferido crearse el mito de «Súper ZP». Su seguridad en sus capacidades y en su certera visión de futuro es ilimitada y algunos en su entorno lo aceptan como dogma de fe. Su amigo y paisano el periodista Oscar Campillo asegura que ve lo que hay detrás de la pared. Y otro paisano, que no me autoriza a personalizar la charla que mantuve con él, lo reitera: «Es capaz de distinguir al bueno del malo, de intuir qué es lo que está pasando detrás de la pared y de ver un poco el futuro». Jesús Quijano, que fue su jefe como secretario general del PSOE en Castilla y León, abunda en la misma idea: «Tiene una gran capacidad de cálculo intuitivo, de ver venir las cosas. Es más intuitivo que analítico». «Mira —me decía José Bono— el otro día, cuando iba a Washington a encontrarse con Barack Obama, le dije: Te felicito, José Luís, porque al final han tenido que cambiar ellos y tú vas a la Casa Blanca sin ceder un ápice. Y él me dijo: “No tenía ninguna duda, Pepe”».

José Bono señala la decisión de retirar las tropas de Irak inmediatamente, tal como le recomendó quien entonces era su ministro de Defensa, como su primera muestra de valentía. Felipe González, Alfredo Pérez Rubalcaba, José Enrique Serrano y Javier Solana, entre otros, sostenían que había que retirar las tropas después de la sesión de las Naciones Unidas del mes de junio. El propio Felipe llamó a Bono para recriminarle: «Estáis locos», le dijo, muy preocupado. Bono le aconsejó a Zapatero: «Presidente, todos estos son muy listos y muy guapos, pero nosotros hemos de irnos mañana».

Y Bono aconsejó que el gobierno tomara posesión el domingo para que el lunes, que era el día del relevo de las tropas, no estuvieran los soldados sin saber qué iba a pasar, si se volvían o se quedaban, pues José María Aznar, presidente en funciones, dijo que o se le daba por escrito la decisión de relevar las tropas o él no tomaba esa decisión. Bono no quiere entrar en comparaciones odiosas entre González y Zapatero, entre otras razones porque «a los dos les quiero sinceramente» y porque las distintas situaciones a las que tuvieron que enfrentarse ambos son difícilmente comparables. Alaba el valor de González al asumir que España debía estar en la OTAN a pesar de lo prometido, pero estima que le faltó testosterona para convocar elecciones cuando estalló el GAL.

«Tuvo miedo de asumir políticamente aquel asunto», concluye. He recogido muchos testimonios de lo que unos llaman «audacia» y otros «valentía». Quizás nos podamos poner de acuerdo si definimos a esta última como una audacia que termina en éxito que la primera no garantiza; está por ver si deviene en victoria o en un estruendoso fracaso. Zapatero es valiente al retirar de inmediato las tropas de Irak o al decidir el matrimonio entre homosexuales. Es simplemente audaz al no levantarse respetuoso al paso de la bandera estadounidense durante el desfile de la fiesta nacional, una decisión que explico en el capítulo «Mi reino por un titular o una buena foto». Es audaz, con fin desastroso, cuando promete que si gana las elecciones aceptará lo que decida el Parlamento catalán, un compromiso que Zapatero espera «manejar» si la propuesta no es aceptable. Es audaz, con peor resultado, cuando se empeña en un diálogo imposible con ETA.

—Yo he sido testigo de cómo ha gestionado situaciones complicadas —recuerda el presidente del Congreso—. Le he visto con George Bush en la OTAN. El presidente americano necesitaba que no vetáramos una decisión sobre Afganistán y Zapatero me dijo: no lo vetamos, pero que nos lo pidan; y Bush lo pidió y yo hice la foto con mi máquina digital, que fue la que luego distribuyó la agencia Efe. Es verdaderamente audaz y tiene seguridad en sí mismo. A mí me temblaban las piernas. En efecto, Zapatero le había dicho a Moratinos:

—Si quieren nuestro voto tienen que pedirlo.

Y el ministro le explicó:

—Presidente, ya nos lo ha pedido Powell [el secretario de Estado].

—No, no, Miguel Ángel, ésta es una cumbre de jefes de Estado y de Gobierno. Que nos lo pida el presidente Bush o lo vetamos. El presidente del Congreso experimentó en su propia persona la audacia del presidente del Gobierno. A Bono le hace presidente del Congreso en contra de todos. Blanco le llegó a decir que por encima de su cadáver. Afortunadamente, no fue preciso pasar por encima de ningún cadáver.

Jordi Sevilla, uno de los mejores cerebros de Nueva Vía, el grupito que aupó a Zapatero, pergeñador de su primer programa económico como candidato a presidente y ministro de Administraciones Públicas, solía decirle: «A veces nos pones al borde del abismo». Una de esas veces fue durante la primera reunión de presidentes autonómicos celebrada en octubre de 2004, a la que asistió el presidente del Gobierno Vasco después de muchas vacilaciones y que salió bien por los pelos. Salió bien por dos hechos que no estaban previstos, de los que fueron protagonistas Manuel Fraga y Jordi Sevilla.

Los populares querían boicotearla y, por tanto, decidieron que no intervendrían. Don Manuel pronunciaría unas cuantas palabras y acto seguido debía levantarse y marcharse. Pero no se levantó ni se marchó y cuando le tocó a otro del PP ya no estaba bien que se fuera, dejando mal al presidente honorario del partido. Por su parte Sevilla, que se había comprometido con Fraga en hacer valer en la conferencia un documento que éste le había dado, metió el papel en un cajón.

Y al final, cuando ya se habían levantado los presidentes y salían para comer con el Rey, Zapatero se dirigió a Ibarretxe y le dijo:

—Lendakari, ¿Por qué no nos cuenta algo de su plan?

Menos mal que Ibarretxe tuvo más prudencia y respondió:

—Bueno, bueno… mejor lo dejamos para otra ocasión.

Todos respiraron aliviados y Jordi Sevilla se acercó al presidente, todavía con el susto en el cuerpo, para obtener una explicación.

—Pero ¡cómo has hecho esto!

El presidente se rió con esa carcajada suya, tan característica cuando hace una machada, y siguió caminando hacia el comedor donde les esperaba el Rey.

—Yo creo que a él le gusta el riesgo —me comenta Sevilla— y lo acepta como una prueba de poder. Un día me dijo: «Alguien que va a ser presidente de Gobierno tiene que pasar por determinadas pruebas», una frase que me impresionó. Es una visión mesiánica. Tengo que ponerme a prueba a mí mismo y a la organización. Y estimó que una de las pruebas era presentarse en unas primarias, por supuesto.

Sevilla rememora el primer debate parlamentario de los presupuestos, tras la elección de Zapatero como secretario general del PSOE, que en principio iba a hacer él, pero el leonés le dijo: «Jordi, alguien que quiere ser presidente debe pasar la prueba de un debate de presupuestos».

Txiki Benegas resaltaba su carácter mesiánico en una charla que mantuve con él para mi libro
Las mil caras de Felipe González
:

—Hay que reconocerle que ha llevado el partido al poder. Lo que pasa es que convierte la política en un acto de fe: «Yo os dije que iba a ganar las elecciones, que ninguno lo creíais; yo os dije que iba a cepillarme el plan lbarretxe; yo os dije que íbamos a ganar Galicia y estamos gobernando Galicia; yo os dije que era bueno hacer el referéndum de Europa y yo os digo que vamos a ganar por mayoría absoluta». De momento éste es el debate que hay en el PSOE. Ahora va a acabar con ETA. Creed en mí, compañeros, pero no discutamos. Jordi Sevilla participa de esa opinión:

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