Raistlin, agazapado y oculto en su escondrijo próximo a la entrada, esparció pétalos de rosa a la par que pronunciaba el conjuro de sueño sobre los tres baaz que tenía más cerca. No las tenía todas consigo respecto al resultado del encantamiento, ya que había probado ese y otros conjuros con draconianos en otras ocasiones y habían resistido a los efectos de la magia.
Dos de los baaz dieron un traspiés y el tercero se quedó boquiabierto y bajó la espada, pero sólo durante un momento. Luego consiguió sacudirse el sueño y cargó hacia la refriega. Los otros dos siguieron de pie y, lo que era peor, comprendieron que un hechicero había intentado someterlos a un conjuro. Giraron sobre sus talones, espada en mano, y descubrieron a Raistlin.
El mago estaba a punto de lanzar una mortal bola de fuego contra ellos cuando descubrió con espanto que las palabras mágicas del hechizo lo eludían. Frenético, buscó en su memoria, pero las palabras no estaban allí. Se reprochó amargamente su estupidez. Había estado más pendiente de vigilar a Tika y a su hermano la noche anterior que de estudiar sus conjuros.
Para entonces, uno de los draconianos acometía contra él mientras blandía la espada con ferocidad. Desesperado, rogando que la madera no se quebrara, Raistlin alzó el bastón para detener el golpe.
Cuando la espada tocó el bastón se produjo un destello, una especie de chisporroteo y un aullido. El baaz soltó el arma y se puso a dar saltos a la par que gruñía y se estrujaba la mano con gesto de dolor. Al ver la suerte corrida por su compañero, el otro baaz se aproximó al mago y al bastón con cautela, pero no dejó de avanzar. Raistlin pegó la espalda contra las rocas y sostuvo el bastón ante sí con firmeza.
Ninguno de los draconianos se había tomado la molestia de atacar al kender, a quien habían dejado para el final creyendo que no era peligroso. Uno de los baaz corrió hacia Sturm, ya fuera para rematarlo o para saquearlo si había muerto o ambas cosas.
—¡Eh, cara de lagartija! —gritó Tas, que echó a correr y golpeó al baaz en la parte posterior de la cabeza con la jupak.
El golpe poco daño podía hacer en la dura cabeza del draconiano, como no fuera irritar al baaz. Espada en mano, se dio media vuelta con intención de destripar al kender, pero atraparlo no era tan sencillo. Tasslehoff brincaba primero aquí y después allí y se mofaba del baaz desafiándolo a que intentara golpearlo.
El baaz blandió la espada una y otra vez; pero, hiciera lo que hiciera, el kender siempre estaba en otra parte profiriendo insultos y golpeándolo con la jupak. Entre saltos, agachadas e insultos tan variados como «culo escamoso» y «boñiga de dragón», la rabia cegó al baaz, que se lanzó sobre el kender.
Tasslehoff alejó al baaz de Sturm pero, por desgracia, llevado por el entusiasmo, el kender no miró hacia dónde iba y se encontró peligrosamente cerca de la ciénaga. Dando un último salto para evitar que el enfurecido baaz lo hiciera rodajas, Tas resbaló en una piedra y, tras mucho agitar de brazos y manotear el aire, cayó al agua empantanada con un grito y un chapoteo.
El baaz iba a ir tras él cuando una seca orden del bozak lo hizo entrar en razón. Tras un momentáneo titubeo, el baaz dejó al kender, que había desaparecido en la bruma, y corrió a ayudar a su compañero a rematar al mago.
Caramon y el bozak intercambiaron una serie de golpes violentos que hicieron saltar chispas de los aceros. Los dos estaban igualados como adversarios y puede que Caramon se hubiera alzado con la victoria al final porque el bozak había pasado gran parte de la noche de juerga y no se encontraba en buenas condiciones físicas. El miedo por su hermano y la desesperación por poner fin a esa lucha hicieron que el guerrero actuara con temeridad. Creyó ver un hueco en las defensas del draconiano y cargó sólo para darse cuenta, demasiado tarde, que era una finta. Su espada salió lanzada por el aire y cayó al agua, a su espalda, con un chapoteo descorazonador. Caramon echó un vistazo angustiado a su gemelo y después saltó hacia un lado y rodó por el suelo, perseguido por el bozak.
El guerrero lanzó una patada y acertó a dar al bozak en la rodilla. El draconiano gruñó de dolor y respondió a su vez con otra patada que alcanzó a Caramon en la tripa y que lo dejó sin resuello e indefenso momentáneamente. El bozak alzó la espada y estaba a punto de descargar el golpe mortal cuando un aullido atroz, espantoso, que sonó a su espalda hizo que frenara la cuchillada y mirara hacia atrás.
Caramon alzó la cabeza para mirar. Tanto el bozak como él se quedaron mirando de hito en hito, aterrados.
Unos ojos fríos, pálidos, embozados en los desgarrados jirones de la noche, flotaban cerca de Raistlin. Un draconiano yacía en el suelo y el cuerpo empezaba a deshacerse en polvo. El otro baaz gritaba de un modo horrible mientras una mano tan fría y pálida como los ojos incorpóreos le retorcía un brazo. El baaz se estremeció al contacto letal del espectro y después se desplomó con los estertores de la muerte que lo convirtieron en piedra.
Caramon hizo un esfuerzo para incorporarse, convencido de que su hermano sería la siguiente víctima de los espectros. Para su sorpresa, los escalofriantes entes no hicieron caso de Raistlin, que, pegado contra la roca, sostenía el bastón ante sí. Los ojos sin vida y la oscuridad que flotaba tras ellos como una estela se abatieron sobre el bozak como una nube terrible. Aullando de dolor, el bozak se retorció en el mortífero abrazo. Se debatió y forcejeó para escapar, pero estaba bien sujeto.
Cuando el cuerpo del draconiano empezó a ponerse rígido, Caramon recordó lo que pasaba cuando moría un bozak y gateó, resbaló y tropezó en su afán por poner la mayor distancia posible entre él y el cadáver del draconiano. Los huesos del bozak estallaron. El horrendo calor y la onda expansiva de la explosión alcanzaron al guerrero, lo aplastaron contra el suelo y lo dejaron momentáneamente aturdido.
Sacudió la cabeza para despejarse y se puso de pie con rapidez, pero se encontró con que la lucha había terminado. Dos de los draconianos supervivientes huían a todo correr de vuelta al interior de la fortaleza. Los espectros se deslizaron en el aire tras ellos y Caramon oyó los gritos de muerte de los baaz. Soltó un suspiro de alivio y entonces se quedó petrificado.
Un par de ojos envueltos en oscuridad flotaba cerca de Raistlin. El guerrero corrió hacia su gemelo, aunque no tenía ni idea de cómo salvarlo.
Entonces vio que los ojos se agachaban, casi como si el ente espectral estuviera haciendo una reverencia a su hermano. Después, dejando tras de sí un helor que entumecía hasta los huesos y el polvo de sus víctimas, desaparecieron.
—¿Estás herido? —preguntó Caramon, jadeante.
—No. ¿Y tú? —preguntó Raistlin, lacónico.
Echó una rápida ojeada a su hermano que debió de bastarle para tener respuesta a su pregunta, ya que desvió la vista hacia Sturm.
»
¿Y él?
—No lo sé —repuso Caramon—. Lo alcanzó algún tipo de conjuro. Raist, esos espectros...
—Olvida los espectros. ¿Está malherido? —preguntó el mago, que apartó a su hermano para dirigirse hacia el caballero.
—No lo sé. —Caramon renqueó detrás de su hermano—. Estaba un poco ocupado para fijarme en detalles.
Alargó la mano y, asiendo a su hermano por el brazo, lo detuvo.
»
Esa cosa te hizo una reverencia. ¿La invocaste tú?
Raistlin miró a su hermano con frialdad en tanto que esbozaba una sonrisa sarcástica.
—Tienes una idea exagerada sobre mis poderes, hermano, si crees que podría invocar espectros. Ese tipo de hechizo está fuera de mi alcance, te lo aseguro.
—Pero, Raist, vi que...
—¡Bah! Imaginaciones tuyas. —Miró la mano de su hermano, ceñudo—. ¿Cuántas veces tengo que decirte que no me gusta que me toquen?
Caramon le soltó el brazo, y Raistlin se acercó de prisa a Sturm para comprobar su estado. El guerrero no recordaba haber visto nunca a su hermano preocupado por el caballero y tenía la impresión de que a Raistlin le interesaba más el príncipe Grallen que Sturm. Echó a andar en pos de él justo cuando Tasslehoff, tosiendo y escupiendo agua fangosa, salía de la ciénaga.
—¡Puag! —exclamó el kender mientras se apartaba el pelo empapado de los ojos—. ¡Qué sitio tan absurdo para poner una ciénaga! ¿Cómo está Sturm? ¿Qué me he perdido?
Raistlin sujetaba la muñeca del caballero para tomarle el pulso. El peto estaba chamuscado, pero lo había protegido bastante del impacto. Al sentir los dedos de Raistlin, Sturm movió las manos, abrió los ojos e intentó incorporarse.
—Raist, si tú no los invocaste ¿por qué no nos atacaron los espectros? —preguntó Caramon, que ayudaba al caballero a ponerse de pie—. ¿Por qué atacaron sólo a los draconianos?
—Lo ignoro, Caramon —respondió el mago, exasperado—. No soy un experto en los entes no muertos. —Viendo que su hermano todavía esperaba una respuesta, Raistlin suspiró.
»
Hay muchas explicaciones. Sabes tan bien como yo que esos entes actúan a menudo como guardianes. Quizá los draconianos se apoderaron de algún tipo de artefacto sagrado o, tal vez, como tanto le gusta decir al caballero, el mal se vuelve contra sí mismo.
—Sí, tal vez. —Caramon no parecía convencido. Miró a su hermano y después añadió de improviso: Deberíamos largarnos de aquí antes de que el resto de los baaz regresen.
Raistlin miró la boca de la cueva que semejaba la mandíbula entreabierta de una calavera y por un instante le dio la impresión de que las ruinas se reían.
—No creo que los otros regresen, pero tienes razón. Deberíamos irnos. —Miró en derredor a los fardos del saqueo que estaban esparcidos por el suelo y negó con la cabeza—. Lástima que no tengamos tiempo para echar un vistazo a todo eso. Quién sabe los objetos valiosos que encontraron allí abajo.
—No tocaría nada aunque me pagasen por hacerlo —dijo Caramon, que dirigió una mirada sombría a los fardos—. Bien, alteza, mostradnos el camino.
Sturm estaba aturdido pero no parecía que tuviese heridas aparte de algunas quemaduras superficiales en las manos y los brazos. Se metió en la ciénaga y vadeó el agua, que le llegaba más arriba de los tobillos. La niebla se agitó y se enroscó a su alrededor.
—Acabo de salir de ahí —protestó Tas—. No es tan divertido como podría imaginarse. —Se encogió de hombros y recobró la jupak—. Bueno, supongo que ya no puedo mojarme más de lo que estoy. —Saltó a la ciénaga y avanzó torpemente detrás de Sturm.
Raistlin puso un gesto de desagrado. Se recogió la túnica alrededor de las rodillas, metió el bastón en la ciénaga para tantear el fondo y después entró con pies de plomo en las oscuras aguas.
Caramon lo siguió, alerta y preparado para sujetar a su hermano si era menester.
—Lo que pasa es que creí oír que el espectro te decía algo, Raist. Me pareció oírle llamarte «Amo».
—Pero qué imaginación más fértil tienes, hermano —repuso el mago en tono mordaz—. Quizá, cuando esto haya acabado, deberías escribir un libro.
Tika advierte del peligro
El dilema de Riverwind
Los refugiados deciden
Laurana estaba en la cueva que compartía con Tika, tendida en el jergón. Había pasado un día y una noche buscando a su amiga y al kender, que habían desaparecido, y se sentía exhausta. Con todo, era incapaz de conciliar el sueño. No dejaba de pensar una y otra vez en todo lo que Tika había dicho y había hecho la última vez que habían estado juntas. Las pistas las tenía allí, justo delante de ella. Tendría que haberse imaginado de inmediato que Tika se proponía ir en pos de Caramon y que Tas se iría con ella. Tendría que haber hecho algo para impedírselo.
—Si no hubiese estado tan preocupada pensando en... otras cosas... —Otras cosas como Tanis. Laurana acababa de cerrar los ojos y empezaba a quedarse dormida, cuando la voz de Goldmoon le hizo abrir los ojos de par en par, despabilada por completo.
—¡Laurana! ¡La han encontrado!
Dos Hombres de las Llanuras llevaron a Tika en una camilla improvisada y la metieron en la cueva donde se atendía a los enfermos y a los heridos. La gente se reunió para ver qué pasaba y entre las mujeres se alzaron murmullos de pena y de preocupación en tanto que los hombres se limitaban a sacudir la cabeza. Dejaron la camilla en el suelo con mucho cuidado. Riverwind prendió la lumbre mientras su esposa llevaba agua fría. Laurana se acercó a Tika.
—¿Dónde la han encontrado?
—Tendida en la orilla del arroyo —contestó Goldmoon.
—¿Estaba Tas con ella?
—Estaba sola. No había rastro del kender.
Tika gemía de dolor y no dejaba de bullir en el catre, desasosegada. Tenía los ojos muy abiertos y con un brillo febril, pero sólo veía el mundo creado por su delirio. Cuando Goldmoon se inclinó sobre ella, la joven chilló y empezó a golpearla violentamente con los puños. Fue necesario que Riverwind y los dos guerreros de las Llanuras la sujetaran e incluso entonces siguió forcejeando para soltarse.
—¿Qué le pasa? —preguntó Laurana, alarmada.
—Fíjate en esos arañazos. Algún animal salvaje la ha atacado —respondió Goldmoon, que refrescó la frente de Tika con un paño mojado en agua fría—. Un oso o un puma, quizá.
—No —dijo Riverwind—. Un draconiano.
Su esposa alzó la cabeza y lo miró, consternada.
—¿Por qué lo sabes?
Riverwind señaló varias manchas de polvo gris en el coselete de cuero de la joven.
—Sólo tiene marcas de garras en los brazos y las piernas, cuando un animal salvaje se las habría dejado por todo el cuerpo. El draconiano intentaba reducirla para abusar de ella...
Laurana se estremeció. Riverwind tenía el gesto sombrío y a su esposa se la notaba muy preocupada.
—¿Qué pasa? —inquirió la elfa—. Se pondrá bien, ¿verdad? Puedes sanarla...
—Sí, Laurana, sí —le aseguró Goldmoon con voz tranquilizadora—. Dejadla sola conmigo, todos. —Acarició los rizos pelirrojos de la joven, húmedos de sudor, y posó la mano en el medallón de Mishakal que llevaba colgado al cuello— Deberías convocar una asamblea con el consejo, esposo.
—Antes tengo que hablar con Tika.
—De acuerdo —accedió Goldmoon tras una breve vacilación—. Te mandaré llamar cuando haya vuelto en sí, pero para hablar sólo un poco. Necesita descanso y alimentos.
—Deja que me quede —pidió Laurana—. Esto es culpa mía.
—Tienes que ir a buscar a Elistan —respondió Goldmoon al tiempo que sacudía la cabeza.