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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El mazo de Kharas (51 page)

BOOK: El mazo de Kharas
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Dray-yan dirigió una mirada sombría al theiwar. Le habría gustado estrangular al apestoso gusano. Sin embargo, tenía que mostrarse conciliador. Sus planes dependían de él.

—Informaré a su señoría sobre esas Dragonlances —dijo el aurak—. Entretanto, se supone que el mazo se encuentra en... —Había olvidado el nombre y miró a Grag.

—El Valle de los Thanes —dijo el bozak.

—Dos enanos han ido a buscarlo...

—Como si van doscientos. No lo encontrarán. Y, aunque lo hallaran, ¿qué importancia podría tener? —le dijo con sorna Realgar al aurak—. ¿O acaso te ves como el rey bajo la montaña, lagarto?

Dray-yan contestó en el lenguaje draconiano para que sólo Grag entendiera.

—Créeme, sucia comadreja, mis planes no son convertirme en Rey Supremo de un puñado de sabandijas infestadas de pulgas. Bastante fastidio será teneros de esclavos. No obstante, todos hemos de hacer sacrificios por la causa.

La cola de Grag se meció en un gesto de conformidad. Realgar, que no entendía el lenguaje draconiano, los miró alternativamente con aire irritado.

—¿Qué le has dicho?

—Le he dicho a Grag que no sueño con alcanzar tan alta distinción, thane —contestó el aurak—. Servir a mi señor Verminaard colma mis humildes ambiciones. —Hizo una pausa—. Sin embargo, no puedo decir lo mismo de lord Verminaard.

Las pobladas cejas del theiwar se fruncieron sobre los ojos entrecerrados y casi los taparon.

—¿A qué te refieres?

—¿Deberíamos decírselo? —le preguntó Dray-yan a Grag.

—El thane nos ha sido de gran ayuda —contestó el comandante draconiano a la par que asentía en un gesto solemne—. Es justo que lo sepa.

—¿Que sepa qué? —demandó Realgar.

—Consideremos lo que podría ocurrir si lord Verminaard obtuviese el Mazo de Kharas y se convirtiera en Rey Supremo de Thorbardin. Controlaría la producción de hierro. Y recibiría los beneficios.

—¡Ningún humano puede ser Rey Supremo! —gritó el theiwar estallando de rabia—. El mazo es un pedazo de metal, nada más.

—La Reina Oscura no considera el mazo un «pedazo de metal» —dijo Dray-yan—. Es posible que también esté interesada en esas picas.

—Lanzas —lo corrigió Grag—. Dragonlances.

El aurak se encogió de hombros.

—Si, como dices, el mazo sólo es un «pedazo de metal», entonces no tienes por qué preocuparte. En cambio, si el mazo posee realmente poderes mágicos, entonces el emperador Ariakas, en nombre de su Oscura Majestad, recompensará a quien se lo entregue y lo nombrará Rey Supremo de Thorbardin. Y esa persona será lord Verminaard.

—¡Verminaard no tiene derecho a gobernarnos! —declaró Realgar, malhumorado.

—La ambición de su señoría es grande, como lo son sus deseos. Lo que no implica que por eso disminuya su grandeza —se apresuró a añadir.

—Le pedí ayuda para convertirme en rey yo —señaló Realgar—. De haber sabido que planeaba reclamar el trono para sí nunca habría cerrado este trato con él. El rey seré yo, ningún otro, y menos un humano.

Rumió todo aquello durante unos instantes y después miró a Dray-yan con un interés especulativo.

—Pareces inteligente... Para ser un lagarto, se entiende.

El aurak no quiso mirar a Grag por miedo a que ambos prorrumpieran en carcajadas.

—Te agradezco esa buena opinión, thane —contestó. Luego añadió—: Ojalá su señoría la compartiera.

—Hablas como si quisieras cambiar a otro tu lealtad —comentó el theiwar—. Servir a un nuevo amo.

—Grag y yo podríamos considerarlo, dependiendo de lo que consiguiéramos por hacerlo —dijo Dray-yan.

—Una parte de los beneficios.

Los dos draconianos discutieron la propuesta.

—La comadreja se ha tragado el anzuelo —dijo el aurak en draconiano—. Tal como lo hablamos, cuando el mazo se haya recuperado yo me encargaré de distraer a los thanes o, más bien, «su señoría» los distraerá. Tus tropas entrarán en Thorbardin, se apoderarán de las fortificaciones claves enanas y las ocuparán.

—Las tropas están reunidas en el túnel, esperando mi orden —asintió Grag—. Si se encuentra el mazo, los enanos lo llevarán a la construcción que llaman Templo de las Estrellas. Una vez que los thanes se hayan reunido, bloquearemos las salidas y así los tendremos atrapados dentro a ellos y al mazo.

—Después de que su señoría sufra su triste final y el mazo esté a salvo en mis manos, tendré una charla con los thanes —dijo el aurak—. Les haré saber quién mandará de ahora en adelante. —Lanzó una mirada torva a Realgar.

—Los draconianos seremos las primeras tropas al servicio de la Reina Oscura que conquistan una nación de Ansalon —observó Grag—. El emperador Ariakas no tendrá más remedio que darnos el respeto que merecemos. Quizás algún día un draconiano pueda llevar la Corona del Poder.

Dray-yan casi podía sentir la corona en su escamosa cabeza. A regañadientes, dejó a un lado su sueño y volvió a centrarse en los asuntos que tenían entre manos.

—Grag y yo hemos hablado. Aceptamos tu oferta —le dijo a Realgar.

—Como pensaba que haríais, lagartos —repuso el theiwar con una mueca desdeñosa.

—Hemos fraguado un plan para encargarnos de su señoría —prosiguió Dray-yan—. Pero antes, a Grag y a mí nos preocupan esos seis delincuentes que han entrado en vuestro reino. Esos hombres están a sueldo de los elfos, que los enviaron a Pax Tharkas para que intentaran asesinar a su señoría. Verminaard sobrevivió al ataque, pero ellos consiguieron escapar.

—Parece que tengáis miedo a esos criminales —comentó Realgar.

A Dray-yan le temblaron las garras. Cuando tomara el mando, tenía reservado algo muy especial para el theiwar.

—No les tengo miedo —dijo—. Pero sí respeto, como deberías tenérselo tú. Son listos y hábiles y cuentan con la bendición de sus dioses.

—Y están muertos —manifestó Realgar con aire de suficiencia—. No debéis preocuparos por ellos.

La lengua del aurak salió y entró rápidamente. No creía a Realgar.

—¿Muertos? ¿Cómo? —inquirió con acritud.

Lo interrumpió un enano que llegó corriendo al sumidero que era la vivienda del thane. El enano empezó a parlotear en su lenguaje, y Realgar lo escuchó con interés. Entre la rala barba apareció una sonrisa que dejó a la vista dientes podridos. Casi al mismo tiempo, un draconiano baaz entró también, saludó y esperó a que Grag respondiera al saludo. Después le dio su informe y el comandante le comunicó las nuevas a Dray-yan.

—Un grupo pequeño de humanos se acerca a la Puerta Norte. Parece una partida de exploradores.

—¿Mis esclavos fugitivos?

—Casi con toda seguridad. Uno de ellos es ese Hombre de las Llanuras tan alto que luchó contra Verminaard. Encabeza a otros como él, seis en total, todos vestidos con pieles de animales. Un lord elfo va con ellos. También fue visto en Pax Tharkas.

—Imagino que hemos recibido la misma noticia —dijo Realgar, que observaba con atención a los draconianos—. Unos guerreros humanos han llegado a la Puerta Norte.

—Sí —admitió el aurak—. Los mismos criminales que se nos escaparon en Pax Tharkas.

—Alabada sea su Oscura Majestad —dijo Realgar mientras se frotaba las sucias manos con satisfacción—. Aquí no se nos escaparán.

—Mandaré a mis fuerzas para que acaben con ellos —empezó Grag.

—¡No, esperad! —medió Realgar—. No hay que matar a todos. Quiero que se capture al menos dos con vida.

—Un enemigo vivo es un enemigo peligroso —adujo Grag—. Matémoslos y acabemos de una vez.

—Normalmente habría estado de acuerdo —dijo Realgar—, pero necesito a esa escoria para demostrar a Hornfel y a los otros miembros del Consejo que un ejército humano planea invadirnos. Llevaré a esos espías ante el Consejo, se los mostraré y los haré confesar. Hornfel no tendrá más remedio que cerrar la Puerta Norte, lo que garantizará la continuación de nuestros tratos secretos con el ejército draconiano. Los theiwars se enriquecerán y se harán poderosos. Los hylars morirán de hambre y dentro de poco yo gobernaré bajo la montaña, con mazo o sin él.

—Sabes, por supuesto, que no hay ningún ejército humano —argüyó Grag—. Son simples esclavos desesperados. ¿Por qué iban a decir lo contrario esos humanos?

—Cuando haya acabado con ellos, no sólo asegurarán que son los cabecillas de un ejército enviado aquí para atacarnos, sino que creerán lo que confiesen. Y también lo harán quienes los oigan. Entre tanto, vosotros y vuestras tropas bajad al bosque, rastread la posición de los otros humanos y matadlos.

—No acepto órdenes de... —empezó Grag, que llevó la garra hacia la empuñadura de la espada.

—Paciencia, comandante —aconsejó Dray-yan, que añadió en su propia lengua— ... El tal Realgar será una comadreja, pero es una comadreja astuta. Haz lo que te ha dicho respecto a los esclavos. Captúralos vivos. De momento dejaremos que crea que él manda. Mientras, quiero que te asegures de que dice la verdad. Descubre si han matado a los asesinos, como afirma. Si no es así, ocúpate tú de ellos.

—¡Dejad de cuchichear entre vosotros! A partir de ahora sólo hablaréis en Común en mi presencia. ¿Qué le has dicho? —demandó el theiwar, desconfiado.

—Lo que me ordenaste que le dijera, thane —repuso el aurak con aire sumiso—. He transmitido tus órdenes a Grag y le he dicho que sus hombres han de capturar vivos a los Hombres de las Llanuras.

Realgar rezongó algo.

—Llevadlos a las mazmorras cuando los tengáis —dijo luego—. Estaré allí para interrogarlos.

—Comandante, ya has oído las órdenes del thane —dijo Dray-yan en Común. Luego miró a Realgar—. Imagino que no habrá ninguna objeción a que el comandante Grag vea los cadáveres de los seis asesinos, ¿verdad?

—Sin el menor problema —contestó Realgar—. Mandaré a algunos de los míos para que lo escolten. —Hizo un gesto a un par de theiwars que aguardaban en las sombras.

»
Supongo que el tal Grag es capaz de llevar a cabo mis órdenes —agregó Realgar mientras lanzaba al comandante draconiano una mirada despectiva.

—Es muy inteligente —repuso el aurak con sequedad—. Para ser un lagarto.

34

La Tumba de Duncan

Otro Kharas más

—El yelmo estaba maldito —dijo Arman con la voz temblorosa por la ira y el miedo. Se giró hacia Flint—. ¡Nos has llevado a nuestra perdición con engaños!

A Flint se le retorcieron las entrañas. Imaginó durante un instante horrible lo que sería quedar aprisionado allí, hasta morir de hambre, y entonces recordó el roce de las manos de piedra del príncipe y la sensación de paz que lo había inundado.

—Imagino que no esperarías entrar y encontrar el Mazo tirado en el suelo, ¿verdad? —le preguntó a Arman—. Se nos pondrá a prueba, tanto si nos gusta como si no, antes de hallarlo. Tal vez muramos, pero no nos trajeron hasta aquí para morir.

Arman meditó sobre aquello.

—Seguramente tienes razón —dijo, más tranquilo—. Tendría que habérseme ocurrido. Una prueba, claro, para ver si somos dignos.

La luz del sol penetraba en rayos oblicuos por las aspilleras. Arman rebuscó en un saquillo de cuero que llevaba en el cinturón y sacó un trozo de pergamino amarillento doblado. Lo desplegó con sumo cuidado y luego se acercó a la luz para examinarlo.

—¿Qué tienes ahí? —preguntó Flint con curiosidad.

Arman no contestó.

—Es un mapa —dijo Tasslehoff, que se había acercado al enano y se asomaba por encima de su hombro—. Me encantan los mapas. ¿De dónde es?

Arman cambió de postura para darle la espalda al kender.

—De la tumba —dijo—. Lo dibujó el arquitecto que la construyó. Ha pertenecido a nuestra familia durante generaciones.

—¡Entonces todo lo que tenemos que hacer es usar el mapa para encontrar el Mazo! —exclamó Tas, entusiasmado.

—No, cabeza de chorlito, no podemos hacer eso —dijo Flint—. El Mazo se guardó después de que Duncan fue enterrado aquí. Es imposible que esté indicado en el mapa. —Miró a Arman—. ¿O sí?

—No —contestó el enano joven mientras estudiaba el mapa. Luego alzó la vista y miró a su alrededor y de nuevo bajó la vista al mapa.

—¿Te importa si echo una ojeada? —preguntó Flint.

—Es un mapa muy antiguo y muy frágil —arguyó Arman—. No debería toquetearse. —Dicho esto se lo guardó debajo del cinturón.

—Pero al menos nos indicará por dónde salir —comentó Tas—. Tiene que haber una puerta principal.

—¿Y de qué te serviría eso cuando estamos flotando a decenas de metros del suelo, cabeza hueca? —demandó Flint.

—Oh. Sí, claro.

El arco mágico a través del que habían pasado también se habría añadido tras la muerte de Duncan, sin duda creado por la misma fuerza poderosa que había arrancado la tumba del suelo y la había elevado hasta las nubes. La misma fuerza que aún podía estar al acecho en el interior de la tumba, aguardándolos.

Arman paseó por la estancia, escudriñó los rincones oscuros y se asomó por las aspilleras para echar vistazos al lejano valle. Se volvió hacia Flint.

—Lo primero que deberías hacer es buscar la salida.

—Buscaré lo que he venido a buscar: el Mazo —repuso el viejo enano, hosco.

Como si la palabra la hubiese conjurado, la nota musical resonó de nuevo. Ya no era débil, como se había oído desde abajo, sino profunda y melodiosa. Mucho después de que el sonido se hubo apagado, las vibraciones todavía seguían en el aire.

—Ese ruido pasa a través de mí de la cabeza a los pies. Hasta lo noto en los dientes —dijo Tas, encantado. Alzó la vista al techo y señaló—. Viene de allí arriba.

—Aquí hay una escalera que sube —informó Arman desde el lado opuesto de la estancia. Hizo una pausa y luego añadió con aire estirado—: Lamento haber perdido los nervios. No volverá a pasar, te lo aseguro.

Flint asintió con la cabeza, evasivo. Tenía intención de realizar su propia inspección a la estancia.

—¿Dónde estamos, según el mapa?

—Esta es la Sala de Enemigos —dijo Arman—. Esos trofeos conmemoran las batallas del rey Duncan.

Varios escudos, armas y otros implementos de guerra estaban en exhibición junto con placas de plata grabadas que relataban los triunfos del rey Duncan sobre sus enemigos, incluidas sus hazañas en la famosa guerra contra los ogros. Sin embargo, no había trofeos de la última guerra, la más amarga y terrible por disputarla contra sus semejantes.

Flint sorprendió al kender en un intento de enarbolar una enorme hacha de guerra ogra.

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