—Y también podría atravesar un muro de piedra, pero lo dudo —dijo Sturm.
Raistlin iba a decir algo pero lo interrumpió un enano al abrir la puerta.
Se quedaron inmóviles, esperando recibir la grave noticia de que habían encontrado a Tasslehoff y lo habían arrojado al lago o lo habían encerrado en las mazmorras o algo peor.
—Desayuno —anunció el enano.
El guardia sostuvo la puerta abierta mientras otros dos enanos entraban con bandejas llenas con pesados cuencos de barro. Caramon olisqueó el apetitoso aroma y se sentó a la mesa.
Los otros intercambiaron una mirada, preguntándose si los guardias se darían cuenta de que faltaba uno de ellos. Sin embargo, a los enanos no se les ocurrió contarlos. Descargaron los cuencos de las bandejas y los repartieron por la mesa, dejaron dos hogazas de pan moreno y un par de jarras grandes de cerveza y luego salieron, cerrando la puerta tras ellos.
Todos soltaron un suspiro de alivio.
Sturm se sentó a la mesa, al igual que Tanis. Caramon ya se ocupaba de repartir la comida.
—Huele bien —dijo, hambriento. Tomó un cuenco y se lo tendió a su hermano—. Toma, Raist, son setas con salsa. Y creo que también lleva cebollas.
Raistlin giró la cabeza.
—Tienes que comer, Raist —dijo su hermano.
—Déjalo ahí. —El mago señaló una mesa que había cerca de la silla en la que estaba sentado. Entonces miró el cuenco con más atención.
Olía bien. Tanis no se había dado cuenta de que tenía hambre, pero cogió la cuchara. Sturm rezó a Paladine pidiendo que bendijera su alimento. Partiendo un buen trozo de pan, Caramon lo mojó en la salsa y se lo llevaba a la boca, goteando, cuando el Bastón de Mago le golpeó la mano y le tiró el pan al suelo.
—¡No te comas eso! —gritó el mago—. ¡No lo comáis ninguno de vosotros!
Volvió a blandir el bastón contra el cuenco de Sturm y lo lanzó al suelo, tras lo cual golpeó el cuenco que sostenía Tanis justo cuando el semielfo metía la cuchara en él.
Los cacharros se rompieron y la salsa salpicó todo. Las setas se deslizaron sobre la mesa y cayeron al suelo.
Todos miraban a Raistlin de hito en hito.
—¡Son venenosas! ¡Las setas! ¡Son mortalmente tóxicas! ¡Mirad! —señaló.
Atraídas por la comida tirada en el suelo, las ratas habían salido de sus agujeros para tener su parte. Una empezó a lamer la salsa derramada. Sólo dio un par de lametones antes de que el cuerpo del animal se estremeciera y se quedara tieso. La rata cayó pesadamente de costado y luego se quedó inmóvil. Las otras ratas o escarmentaron al ver la suerte corrida por su compañera o no les gustó el olor, porque se escabulleron de vuelta a sus agujeros.
Caramon se puso pálido y, levantándose precipitadamente de la mesa, hizo otra visita al cubo de las aguas sucias.
Sturm contemplaba, paralizado, la rata muerta.
Tanis dejó caer la cuchara. Las manos le temblaban.
—¿Cómo lo supiste? —preguntó.
—Recordarás que estuve examinando las setas cuando pasamos por aquel bosque de hongos —contestó Raistlin—. A algunos de vosotros os pareció muy divertido mi intetés. Arman y yo hablábamos del aguardiente enano que, como ya sabes, se consigue de la destilación de hongos. Lo que me pareció muy interesante fue que las setas que se usan para la preparación del aguardiente enano son inocuas y se pueden ingerir si se las deja fermentar, pero son venenosas si se comen crudas o cocinadas. Nunca había visto una planta u hongo con esa peculiaridad y tomé nota de algo tan singular. Reconocí los hongos del aguardiente enano en el guiso. Quienquiera que haya intentado matarnos dio por sentado que desconocíamos esa propiedad del hongo.
—Y la desconocíamos —admitió el semielfo—. Te estamos agradecidos, Raistlin.
—Desde luego —murmuró Sturm, que seguía con los ojos clavados en la rata muerta.
—Me pregunto quién querrá matarnos —dijo Tanis.
—¡Los enanos que trajeron el desayuno! —gritó Sturm mientras se incorporaba de un salto. Corrió a la puerta, la abrió de un tirón y salió disparado a la calle. Volvió a entrar trayendo consigo la espada de Caramon y la suya.
—No están —informó—. Y tampoco los guardias. Ahora al menos podemos recuperar nuestras armas y estaremos preparados si regresan.
—Nuestra principal preocupación tendría que ser por Flint —dijo Raistlin en tono cortante—. ¿No se os ha ocurrido pensar que si vinimos en busca del Mazo entonces podría haber otros que también lo estuvieran buscando? Otros como la Reina Oscura y sus secuaces.
—La Dragonlance fue responsable de la expulsión de Takhisis de vuelta al Abismo —dijo Sturm—. Puedes tener la seguridad de que intentará impedir que vuelvan a forjarse.
—Han intentado matarnos. Flint podría estar muerto a estas alturas —musitó Tanis.
—Lo dudo. Hasta que haya encontrado el Mazo no creo que tengan intención de matarlo —argumentó Raistlin.
—A lo mejor todos los enanos están confabulados con la oscuridad —sugirió Sturm, sombrío.
—Hubo un tiempo en el que los enanos oscuros rendían culto a Takhisis o así está escrito —dijo el mago—. Y si recuerdas, Tanis, te pregunté por qué los theiwars estaban enterados de la presencia de los refugiados en el bosque. En aquel momento no hiciste caso, pero creo que no tendremos que buscar más allá del thane theiwar para hallar la respuesta, ese tal... ¿Cómo se llama?
—Realgar. Estoy de acuerdo contigo —reconoció Tanis—, Puede que Hornfel no se fíe de nosotros o que no le caigamos bien, pero no parece el tipo de persona que se rebajaría a asesinar. Pero no veo cómo podríamos demostrarlo o pillarlos en falta.
—Muy fácil —intervino Caramon, que había vuelto a la mesa y se limpiaba la boca con el dorso de la mano—. Quienquiera que hiciera esto volverá para asegurarse de que su maniobra funcionó. Cuando entre, se llevará una sorpresa.
Raistlin, Tanis y Sturm miraron a Caramon y luego se miraron entre sí.
—Estoy impresionado, hermano —dijo Raistlin—. A veces denotas destellos de inteligencia.
—Gracias, Raist —contestó Caramon, ruborizado de placer.
—Así que fingiremos estar muertos y cuando el asesino entre...
—Lo atrapamos y lo hacemos hablar —finalizó Caramon.
—Podría funcionar —admitió Sturm—. Llevamos al asesino ante Hornfel y eso demostrará que Flint corre peligro.
—Y Tas —les recordó Caramon.
—Dondequiera que esté —dijo Tanis con un suspiro. En los últimos minutos había olvidado por completo al kender.
—Hornfel tendrá que dejarnos ir en busca de Flint —concluyó Sturm.
Tanis no estaba muy seguro respecto a eso, pero al menos el atentado contra sus vidas pondría a los thanes a la defensiva, a menos que todos ellos estuviesen metidos en aquello.
—El asesino esperará encontrar nuestros cadáveres. ¿Cómo estaríamos si nos hubiésemos envenenado?
—Qué mala suerte que los cuencos se hayan roto —comentó Sturm—. Eso nos delatará.
—En absoluto —lo contradijo Raistlin en tono frío—. Lo lógico es que los cuencos se nos cayeran y los golpeáramos en los estertores de la muerte. Y ahora, si me permitís, dispondré nuestros cuerpos para conseguir un buen golpe de efecto.
* * *
Cuanto más lo pensaba Realgar, menos le gustaba la idea de que Grag anduviera de aquí para allá por el Árbol de la Vida para ver los cuerpos de los criminales asesinados. El thane theiwar había discutido larga y vehementemente y con bastante lógica que Grag —al ser un «lagarto» como lo llamaba Realgar, con alas y cola incluidas— no pasaría inadvertido. Los cadáveres no iban a ir a ninguna parte y Grag podría esperar a verlos cuando el Mazo estuviera ya a buen recaudo en manos theiwars.
Sin embargo, Dray-yan insistió. No se fiaba de esos criminales y tampoco de los theiwars. Quería estar seguro de que los humanos estaban muertos, como le habían prometido. Grag iría disfrazado, oculto bajo la capa y el capuchón. Los enanos se fijarían en el alto bozak; eso era algo que no podía evitarse. Pero había corrido la voz sobre la presencia de humanos en Thorbardin, así que a Grag lo tomarían por uno de ellos.
Realgar acabó por aceptar porque no le quedaba otro remedio. Detestaba a los «lagartos», pero los necesitaba a ellos y a su ejército para conquistar y someter a los otros clanes. Los guerreros-lagarto de Grag ya habían demostrado su valía al emboscar a un grupo de humanos bárbaros que había entrado por la Puerta Norte. Y los draconianos no sólo habían capturado a los humanos, sino que también habían tomado prisionero a un lord elfo.
A los cautivos se los había puesto en manos theiwars para que los sometieran a interrogatorio. A Grag le habría gustado estar presente, pero Dray-yan le dijo que no hacía falta, que ya sabían todo lo que necesitaban saber de esos humanos. Realgar sólo tenía que convencer a uno o dos de ellos de que «dijeran la verdad» obligándolos a admitir que habían ido a Thorbardin con el propósito de invadir el reino enano y ahí acabaría todo para ellos. Tras pasar unos minutos viendo los «métodos» de interrogatorio, Grag había tenido que reconocer que los theiwars sabían bien lo que hacían en lo referente a torturar. No le cabía duda de que en seguida tendrían una confesión.
Realgar estaba tomándose muchas molestias sin necesidad, pensó Grag. Una vez que Thorbardin estuviese en su poder, sus tropas y él iban a matar a los esclavos de todas formas. Aun así, como señaló Dray-yan, fomentar la desconfianza entre humanos y enanos beneficiaría a su causa. Que los hylars creyeran que los humanos habían estado a punto de invadir su reino. Después de eso, no parecía probable que volvieran a fiarse de ningún humano.
Satisfecho con la idea de que todo marchaba según lo planeado, Grag acompañó a cuatro enanos oscuros a la posada. Realgar no fue con ellos. El thane theiwar había pedido una reunión del Consejo de Thanes para tratar un asunto urgente. Se proponía llevar a dos de los prisioneros y mostrárselos a los otros thanes.
—Esta revelación sumirá en el caos al Consejo —le dijo el aurak a Grag— y así dispondrás de tiempo para formar a tus tropas y situarlas en posición. De ese modo tendremos a todos los thanes limpiamente atrapados en la misma ratonera.
—Incluido a Realgar —añadió Grag mientras abría y cerraba las garras en un gesto de ansia.
—Incluido ese inmundo gusano. Y cuando lleven el Mazo de Kharas, «su señoría» estará presente para recibirlo.
—Verminaard ha desarrollado un plan excelente —dijo Grag con una sonrisa—. Qué mala suerte que lo eche a perder. Menos mal que sus dos brillantes lugartenientes estarán presentes para salvar la situación.
—Brindo por ellos. —Dray-yan alzó una jarra con aguardiente enano.
Grag alzó la suya y las entrechocaron, tras lo cual echaron un buen trago. Hacía poco tiempo que los draconianos habían descubierto ese fuerte licor destilado por los enanos y los dos estaban de acuerdo en que si bien los enanos podían ser una raza de cretinos peludos y repugnantes, sí sabían hacer bien dos cosas: forjar acero y destilar una buena bebida.
El comandante bozak aún saboreaba el aguardiente en la lengua y sentía el fuego abrasador en el estómago cuando bajó del transbordador en el que había viajado junto a sus acompañantes theiwars a través del lago hasta el Árbol de la Vida de Hylar. Realgar y sus dos cautivos —ambos vapuleados y ensangrentados— iban en el mismo transbordador.
Los cautivos iban cubiertos con sacos de arpillera para mantener en secreto su identidad hasta el gran momento de Realgar ante los otros thanes. Los dos hombres yacían inconscientes en la proa del transbordador, aunque de vez en cuando alguno de ellos gemía. Uno de los cautivos era un bárbaro, un hombre muy alto identificado como el cabecilla de los refugiados. El otro era el lord elfo. Las escamas de Grag tintineaban por la peste de la sangre elfa. El bozak esperaba que Realgar no lo matara. Grag odiaba a todas las gentes de Ansalon, pero en su corazón tenía un sitio especial reservado a los elfos.
El bozak notó que la sangre empezaba a filtrarse por el saco de arpillera. Se preguntó si Realgar planeaba arrastrar a los cautivos a través de la ciudad hasta la Sala de Thanes sin llamar demasiado la atención.
Al parecer esos detalles no preocupaban a Realgar, que contemplaba el Árbol de la Vida a través de las rendijas de la máscara mientras hablaba en un tono engreído del día en el que su clan abandonaría las malsanas y húmedas cuevas para trasladarse a ese lugar selecto. Se refirió a ciertos negocios fundamentales de los que tenía pensado que se hicieran cargo los suyos. En cuanto a su residencia, se instalaría en la casa en la que vivía actualmente Hornfel. Hornfel ya no la necesitaría porque iba a trasladarse al Valle de los Thanes.
Grag oía las bravatas jactanciosas del enano oscuro y sonreía para sus adentros.
Pocos theiwars realizaban el transbordo desde el territorio de su clan al Árbol de la Vida, ya que era escaso el intercambio comercial entre theiwars y hylars en la actualidad. El muelle en el que los theiwars atracaban estaba vacío. Realgar y sus hombres sacaron a los cautivos del transbordador sin que nadie se fijara en ellos. Sin embargo, una vez que entraron en las calles se cruzaron con la muchedumbre que todavía rondaba por allí y hablaba en tono acalorado del detestado neidar que buscaba «su» mazo. Pocos prestaron atención a los theiwars o a los sacos de arpillera manchados de sangre que cargaban. A los que lo hicieron se les dijo que los theiwars habían hecho «matanza de cerdos».
Grag y sus guías se separaron de Realgar. Los enanos que andaban por las calles lanzaron miradas torvas al draconiano y, como se suponía que era un Alto, le tocó aguantar sus insultos. Eso no lo afectó en absoluto y siguió adelante, sonriente, arrastrando por los adoquines los pies envueltos en trapos para ocultar las garras.
Los theiwars condujeron a Grag a la parte de la ciudad donde los Altos se albergaban. No habían avanzado mucho cuando dos figuras se apartaron de las sombras del edificio donde habían permanecido ocultas y se acercaron de prisa a los guías del draconiano. Eran theiwars. Parlotearon en su jerga enana durante largos segundos; los dos señalaron la posada mientras reían entre dientes y hacían muecas. Luego indicaron con un gesto a dos enanos hylars tirados en un callejón, atados de pies y manos y con sacos cubriéndoles la cabeza.
Grag esperó con paciencia a que alguien le dijera qué pasaba. Por fin, uno de los theiwars se volvió hacia él.