El mensajero (9 page)

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Authors: Lois Lowry

Tags: #Cienica ficción , Juvenil

BOOK: El mensajero
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Dudó, incapaz de pronunciar palabra, porque había recordado sus propias penalidades. Después, sólo añadió:

—Nora ha hecho que las cosas cambien. Ahora todo es mejor.

—Sólo quedan tres semanas. Cuando cierren la frontera será demasiado tarde. No la dejarán entrar. Debes traerla aquí antes de que eso ocurra. Si no lo haces, Mati, nunca la volveré a ver.

—Siempre me extraña que digas «ver».

El ciego sonrió.

—Veo con el corazón, Mati.

Mati asintió.

—Sí, ya lo sé. Yo te la traeré. Mañana me marcho.

Se levantaron a la vez. Caía la noche. Mati abrió la puerta y Juguetón saltó a sus brazos.

Capítulo 11

—Mételo en la camisa, Mati, así no se arrugará. Tienes un largo camino por delante.

Mati guardó el grueso paquete de los mensajes doblados donde Líder le indicó: en el interior de la camisa, cerca del pecho. No hizo ningún comentario, pero pensó que más tarde, cuando empaquetara sus cosas, lo más probable es que buscara otro lugar. Lo podía poner con su manta y sus provisiones. Era cierto que el interior de la camisa era el sitio más seguro y más limpio, pero allí, contra el pecho, tenía pensado llevar a Juguetón.

En tres semanas no había tiempo para viajar a todas las demás poblaciones y comunidades. Varias estaban a muchos días de viaje y algunas sólo tenían acceso por río. Mati no estaba cualificado para navegar; el hombre llamado Barquero era el único que transportaba mensajes o mercancías por esa ruta.

Así que habían decidido poner el mensaje en cada uno de los senderos del Bosque, para que los nuevos que se aproximaran pudieran verlo y volvieran atrás. Mati era el único que conocía todos los senderos y que no temía cruzar el peligroso Bosque. Él colocaría los mensajes e iría además a la aldea donde nació. Ambos lugares llevaban años en contacto; era necesario darles a conocer la nueva resolución.

Líder estaba de pie junto a la ventana, como hacía con tanta frecuencia, contemplando Pueblo y su gente. Mati esperaba. Estaba deseando marcharse, emprender su largo viaje, pero tenía la sensación de que Líder tenía algo que comunicarle, de que restaba algo por decir.

Finalmente, Líder se volvió hacia Mati y se quedó en pie frente a él.

—¿Te ha dicho que veo más allá, verdad?

—Sí. Dice que tienes un don especial. Su hija también tiene uno.

—Su hija. Debe de ser la que se llama Nora, la que te ayudó a salir de tu aldea. Nunca habla de ella.

—Porque se pone triste; pero piensa en ella a todas horas.

—¿Y dices que ella también tiene un don?

—Sí, pero el suyo es diferente. Veedor dice que todos lo son.

«¿Conoces el mío?», pensó Mati; pero no necesitó preguntarlo.

Como si le hubiera leído el pensamiento, Líder dijo:

—Lo conozco.

Mati se estremeció. El don seguía asustándole.

—Lo he guardado en secreto —dijo con tono de disculpa—. Ni siquiera se lo he contado a Veedor. No es que quiera ser reservado, es que todavía no lo entiendo. He tratado de quitármelo de la cabeza, he intentado olvidar que lo tenía, pero vuelve a aparecer. Puedo sentir cómo llega… y no sé cómo pararlo.

—No lo intentes. Si llega sin que lo llames es porque así debe ser, es porque alguien lo necesita.

—¿Una rana? ¡La primera que lo necesitó fue una rana!

—El don se estaba manifestando. Siempre empieza con algo pequeño. ¿En mi caso? ¿La primera vez que vi más allá? Fue una manzana.

A pesar de la solemnidad de la conversación, Mati soltó una risita. «Una rana y una manzana». Y un cachorrito, advirtió.

—Espera hasta que sea realmente necesario, Mati. No malgastes el don.

—¿Pero cómo lo reconoceré?

Líder sonrió y pasó su brazo con afecto sobre los hombros del muchacho.

—Lo sabrás.

Mati miró en torno buscando a Juguetón y vio que estaba enroscado en una esquina, dormido.

—Debo irme. Todavía no he preparado el equipaje. Y antes quiero despedirme de Jean, para que no diga que dónde me he metido.

Líder lo retuvo en la reconfortante curva de su brazo.

—Espera, Mati —dijo—. Quiero…

Volvió a mirar por la ventana. Mati permaneció a su lado, preguntándose qué esperaban. Entonces sintió algo. El peso del brazo de Líder adquirió una cualidad que trascendía la carne. Emanó poder. Mati lo notó en el brazo, pero supo, además, que ese poder permeaba todo el ser de Líder. Comprendió que el joven había puesto en marcha su don.

Por fin, después de lo que pareció un instante insoportable, Líder apartó el brazo de Mati y exhaló. Su cuerpo se dobló lentamente. Mati lo ayudó a llegar a una silla donde él se sentó, exhausto, respirando con dificultad.

—El Bosque se está espesando —dijo Líder cuando fue capaz de hablar.

Mati no entendió qué quería decir. Sonaba ominoso. Pero cuando miró por la ventana hacia la hilera de maleza y pinos que delimitaba el Bosque, le pareció como de costumbre.

—No lo comprendo bien —dijo Líder—, pero veo un espesor en el Bosque, como si hubiera un…

Dudó.

—Iba a decir un coágulo de sangre. Todo se enlentece, se enferma.

Mati volvió a mirar por la ventana.

—Los árboles están igual, Líder. Aunque se aproxima una tormenta. ¿No oyes el viento? Y mira: el cielo se está encapotando. ¿No será eso lo que ves?

Líder agitó la cabeza con escepticismo.

—No. Lo que he visto es el Bosque. Estoy seguro. Es difícil de describir, Mati, pero intentaba mirar a través del Bosque para sentir a la hija de Veedor. Y era muy, muy arduo traspasarlo. Está… no sé, espeso.

—Creo que es mejor que no vayas, Mati —añadió—. Lo siento. Sé que te encanta hacer esos viajes y que te enorgullece ser el único capaz de hacerlos, pero creo que ahora el Bosque es peligroso también para ti.

A Mati se le cayó el alma a los pies. Tenía la esperanza de recibir su nombre verdadero a raíz de ese viaje. Mensajero. Pero al mismo tiempo algo le decía que quizá Líder tuviera razón.

Entonces recordó.

—¡Líder, tengo que ir!

—No. Podemos poner los mensajes en la entrada de Pueblo. Eso querrá decir que los nuevos deberán volver atrás después de agotadoras jornadas de viaje, es trágico, pero…

—¡No, no es por los mensajes! ¡Es por la hija de Veedor! Le he prometido que le traería a Nora. Ella no tendrá otra oportunidad para venir y, si no viene, no podrá verla nunca más.

—¿Querrá venir?

—Seguro que sí. Siempre quiso volver algún día. Allí no tiene familia. Y está en edad de casarse, pero allí no la querrá nadie. Tiene una pierna contrahecha. Necesita un bastón para caminar.

Líder respiró hondo varias veces.

—Mati —dijo—, voy a intentar de nuevo ver más allá del Bosque. Trataré de encontrar a la hija de Veedor y de averiguar sus deseos. Que hagas el viaje o no, dependerá de lo que descubra. Pero ten en cuenta que me cuesta mucho hacer esto dos veces seguidas. No te angusties por lo que pase.

Se levantó y se acercó a la ventana. Mati, consciente de que no podía ayudar, se dirigió al rincón donde Juguetón dormía y se sentó junto al cachorro. Desde allí observó que el cuerpo de Líder se ponía en tensión, como transido de dolor. Le oyó jadear y, luego, gemir suavemente.

Los ojos azules del joven permanecieron abiertos, pero ya no veían las cosas ordinarias de la habitación o del otro lado de la ventana. Sus ojos, todo su ser, se habían ido muy lejos, a un lugar que Mati no podía percibir y donde nadie podía acompañarle.

Pareció resplandecer.

Por fin, se desplomó en la silla, temblando, tratando de recobrar el aliento.

Mati se aproximó a él, se quedó de pie a su lado y esperó mientras Líder se recuperaba. Recordaba cómo se sintió después de curar al cachorrito y a su madre. Recordaba la apremiante necesidad de dormir.

—He llegado donde está —dijo Líder cuando al fin pudo hablar.

—¿Se ha dado cuenta de que estabas allí? ¿Ha podido sentirte?

Líder negó con la cabeza.

—No. Hacerle percibir mi presencia hubiera requerido más energía de la que estaba a mi alcance. Hay mucha distancia, y el Bosque es tan denso…

A Mati se le ocurrió una idea.

—Líder, ¿se podrían encontrar dos dones?

Líder, respirando aún con dificultad, le miró fijamente.

—¿Qué quieres decir?

—No estoy seguro. Pero, si tú pudieras recorrer la mitad de la distancia y ella la otra mitad, y se unieran a medio camino vuestros dones, sería más fácil para ti. Te encontrarías con ella.

Líder había cerrado los ojos.

—No sé, Mati —dijo.

Mati esperó pero Líder no dijo nada más y, al cabo de un rato, temió que se hubiera dormido.

—¿Juguetón? —llamó, y el cachorro se despertó, se sacudió y se acercó a él.

—Líder —dijo Mati inclinándose—. Me voy a ir. Voy a traer a la hija del ciego.

—Ten mucho cuidado —murmuró Líder. Sus ojos seguían cerrados—. Ahora es peligroso.

—Lo tendré. Siempre lo tengo.

—No derroches tu don. No lo malgastes.

—No lo haré —contestó Mati, aunque no estuviera seguro del significado de aquellas palabras.

—¿Mati?

—¿Sí? —estaba ya en lo alto de la escalera, con Juguetón en brazos; el cachorro aún era incapaz de vérselas con la escalera de caracol.

—¿Es bastante bonita, verdad?

Mati se encogió de hombros. Comprendió que Líder se refería a Nora, pero la hija del ciego tenía más años que él.

Para él había sido como una hermana mayor. Nadie en su aldea la había considerado bonita. La habían despreciado por su deformidad.

—Tiene una pierna torcida —le recordó—. Para andar necesita apoyarse en un bastón.

—Sí —dijo Líder—. Es encantadora.

Su voz era apenas audible, y se quedó dormido en un segundo. Mati, con Juguetón a cuestas, bajó la escalera a todo correr.

* * *

Mati no estuvo listo para partir hasta última hora de la tarde. Había caído un aguacero y, aunque ya no llovía, el viento seguía soplando y las hojas de los árboles se agitaban revelando sus pálidos reversos. El cielo estaba oscuro, tanto por la tormenta como por la proximidad de la noche.

Colocó el sobre de los mensajes dentro de la manta enrollada. Junto al fregadero, el ciego metía comida en la mochila del muchacho. No podía llevar provisiones para todo el viaje, porque era demasiado largo, pero Mati estaba acostumbrado a sobrevivir con los alimentos que proporcionaba el Bosque, y podría apañárselas cuando el contenido de la mochila se acabara.

—Mientras estés fuera, arreglaré la habitación libre para ella. Díselo, Mati. Tendrá un lugar confortable para vivir. Y dispondrá de un huerto. Sé que eso es importante para ella. No ha vivido nunca sin huerto.

—No necesitaré convencerla. Siempre ha dicho que vendría cuando llegara el momento. Y ha llegado. Líder lo sabe, y ella también lo sabrá. Has dicho que tiene un don —Mati, doblando un jersey, trataba de tranquilizar al ciego.

—Es duro abandonar el único lugar que conoces.

—Tú lo hiciste —le recordó Mati.

—Yo no tuve elección. Me trajeron aquí después de encontrarme sin ojos en el Bosque.

—Bueno, pues yo sí lo hice. Y muchos otros.

—Sí, eso es verdad, pero supongo que para ella será más difícil.

Mati observó lo que el ciego hacía.

—No metas remolachas. Las odio.

—Son buenas para ti.

—Si acaban tiradas en el suelo no. Y allí es donde acabarán si las metes.

El ciego soltó una risita y echó las remolachas al fregadero.

—Está bien —dijo—, en cualquier caso pesan demasiado. Voy a meter zanahorias.

—Menos remolachas, lo que quieras.

Llamaron a la puerta, y era Jean, con el pelo más rizado que de costumbre a causa de la humedad que había dejado la lluvia.

—Pero, Mati, ¿te vas a ir? ¿Con este tiempo?

Mati se rió de su preocupación.

—He cruzado el Bosque con nieve —alardeó—. Este tiempo no es nada. Sí, estaba a punto de marcharme. Estoy guardando la comida.

—Te he traído pan —dijo ella, sacando una barra envuelta de la cesta que llevaba. Él vio que había adornado el paquete con un ramito tupido y un crisantemo amarillo.

Mati aceptó el regalo y le dio las gracias, aunque en secreto se preguntaba cómo iba a arreglárselas para meterlo en la mochila. Por suerte, el ciego encontró la manera de embutirlo en la manta enrollada.

—Cuando me vaya, pasaré por casa de Ramón para despedirme —dijo Mati—. Más vale que me dé prisa o no saldré nunca.

—¡Ay, Mati! —dijo Jean—. ¿No lo sabes? Ramón está muy enfermo. Y su hermana también. Han puesto un letrero en la puerta de su casa. No puede entrar nadie.

A pesar de que la noticia era alarmante, Mati no se sorprendió. Ramón tosía, parecía tener fiebre y su aspecto había empeorado día tras día.

—¿Qué ha dicho Herborista?

—Por lo que ha dicho han puesto el aviso: teme que sea contagioso y que se desate una epidemia.

«¿Qué le está pasando a Pueblo?». Mati sintió un terrible desasosiego. Jamás había habido una epidemia. Recordó el lugar del que procedía, donde de vez en cuando muchos morían; sus pertenencias se quemaban con la esperanza de destruir la enfermedad producto de la mugre, las moscas o, según algunos, la brujería. Pero aquí nunca había sucedido. La gente era muy cuidadosa y muy limpia.

Advirtió que la cara del ciego también cobraba una expresión preocupada ante las noticias.

Durante un momento, Mati se quedó pensando mientras Veedor le colocaba la mochila en la espalda y ataba la manta enrollada debajo de ella. Primero pensó en la rana, después en el cachorro, y se preguntó si su don podría salvar a su amigo. Ahora mismo podía ir a casa de Ramón y poner sus manos sobre el muchacho enfebrecido. Sabía que resultaría indescriptiblemente duro, que le costaría todas sus fuerzas, pero pensó que quizá saliera bien.

Pero, ¿qué pasaría después? Si sobrevivía a la prueba, su debilidad sería absoluta, lo sabía, y tendría que recuperarse. Era posible que fuera incapaz de hacer el viaje por el Bosque si se debilitaba por curar a Ramón. Significara lo que significara, el Bosque ya estaba tupido. Pronto sería infranqueable. Entonces perderían para siempre a la hija del ciego.

Y, lo que era más importante, Líder le había dicho que guardara su don. No lo gastes, había dicho.

Así que Mati decidió, apesadumbrado, que no tenía más remedio que dejar a Ramón a merced de su enfermedad.

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