El misterio de Wraxford Hall (30 page)

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Authors: John Harwood

Tags: #Intriga

BOOK: El misterio de Wraxford Hall
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—¡Buscadla por toda la casa! —le gritó enfurecido a Bolton, que estaba rondando junto a la puerta—. Y envía a una partida para que batan el bosque. No puede haber ido muy lejos con la niña… Rhys, tal vez quiera usted colaborar en la búsqueda mientras yo la intento encontrar por los alrededores…

Aquello fue una orden, no una invitación, así que el doctor Rhys empleó varias horas yendo de una habitación a otra sin obtener fruto alguno, y sin tener una idea clara de por qué estaba haciéndolo.

Un cuarto de hora después de saber, lo ocurrido, ya me encontraba yendo a buen paso en mi carruaje por el camino de Aldringham. El día era caluroso y el cielo estaba encapotado, y me vi obligado a dejar descansar a mi caballo en más de una ocasión, así que sólo después de un par de horas llegué a los límites de Monks Wood. A medida que me acercaba a la mansión comencé a oír voces y gritos de búsqueda en los bosques que se extendían a mi alrededor.

En la puerta principal de la casa había varios carruajes esperando, en la gravilla, con los caballos enjaezados para una partida inmediata. Los criados iban corriendo entre los vehículos, apilando maletas y bolsas y fardos. Un joven bajo y rubio ataviado con un traje de
tweed
estaba deambulando junto al carruaje más grande, intentando ordenar la carga. Me miró tímidamente cuando me acerqué, y comenzó a explicarme que los empleados de la funeraria ya se habían ido… Durante un espantoso instante pensé que los enterradores se habían llevado a Nell. Tanto era su nerviosismo que sólo tras varios intentos pude averiguar que era el doctor Rhys y convencerle de que yo no era un médico cirujano, y aún precisé varios minutos más para sonsacarle un resumen de lo que había acaecido durante la noche. Estaba a punto de preguntarle por qué demonios estaban los criados empaquetando en la casa en vez de unirse a la búsqueda cuando vi a Magnus junto a los establos, hablando con un grupo de hombres. Dejé a Godwin Rhys retorciéndose las manos junto al carruaje y acudí con inquietud a reunirme con él.

Cuando me acerqué, Magnus se apartó del grupo: la mayoría eran trabajadores y pequeños granjeros, a algunos de los cuales pude reconocer. Bolton estaba distribuyendo algunas monedas entre ellos y durante un instante mis esperanzas volvieron a cobrar aliento.

—¿Qué se sabe? —grité, olvidándolo todo salvo mi preocupación por Nell—. ¿La han encontrado?

—No, Montague, no la hemos encontrado —dijo fríamente—. En realidad esperaba que usted pudiera darme alguna noticia al respecto…

Bolton me lanzó una mirada. Estaba alejado unos veinte pies… demasiado lejos, confié, para que pudiera oír, pero la expresión de su rostro fue suficiente para saber quién había estado espiándonos desde las sombras.

—No sé nada… —contesté, manteniéndole la mirada lo mejor que pude—. Si no ha aparecido… ¿por qué se va usted?

—Porque mi esposa no está aquí. Creo que se ha ido… premeditadamente… esta mañana temprano. Alguien debe de haber estado esperándola con un cabriolé, o algo parecido… —dijo, lanzando una mirada a mi vehículo—, y se la ha llevado lejos…

—¿Quiere decir que la han visto…?

—No, nadie la ha visto. Pero es la única explicación posible. No está en la mansión… No podría haber ido muy lejos ella sola por el bosque, con la niña… aunque, obviamente, continuaremos con la búsqueda de la niña.

—¿Qué…?

—Es posible, sobre todo si ha huido con un amante —añadió—, que haya abandonado a la niña o que se haya deshecho de ella.

—¡Eso es monstruoso…! —exclamé—. No puede usted creer eso… Ella nunca podría…

—Ya sé, Montague, que mantiene usted excelentes relaciones con mi esposa. Pero dudo que esa confianza alcance a comprender en qué estado se halla su condición mental, que en estos momentos es como mucho… precaria. Así pues, a menos que quiera usted decirme dónde y con quién se ha ido, aquí no hay nada que pueda hacer por mí.

—Magnus, le aseguro que no hay nada… —mis palabras se fueron debilitando ante su mirada—. La seguridad de su esposa es todo lo que importa en estos momentos. Imagine usted que su teoría es equivocada y que se ha perdido en algún lugar de los alrededores: ¿cómo puede usted arriesgarse a abandonarla?

—Creo que es bastante más probable que
ella
me haya abandonado
a mí
. Algunos de estos hombres, como le he dicho, continuarán la búsqueda por el bosque durante una hora más… aproximadamente. Yo me quedaré aquí, ante la eventualidad de que pueda regresar; todos los demás partirán hacia Londres dentro de una hora… A propósito: estoy seguro de que estará usted de acuerdo conmigo en que sería del todo inapropiado que continuara siendo mi abogado aquí. Le agradecería que preparara las escrituras, las llaves y el resto de los papeles de Wraxford para que se ocupe de ellos el señor Veitch, de Gray's Inn, tan pronto como le sea posible. Tenga usted muy buenos días.

Se alejó a grandes zancadas hacia la casa con Bolton, que aún iba sonriendo maliciosamente, arrastrándose tras él.

Pasé aquella noche… o mejor sería decir que sufrí toda aquella noche acosado por visiones de Nell estrangulando a su hija, enterrando el cuerpo en Monks Wood y huyendo con su amante, a quien no pude evitar ponerle el rostro de Edward Ravenscroft. Logré apartar de mí aquellas espantosas imágenes, pero sólo para peor: de pronto tuve la convicción de que Magnus las había asesinado, a ella y a la niña, en un ataque de celos, con la intención de que las sospechas recayeran sobre mí. Estaba convencido de que en cualquier momento vendría la policía a detenerme con una orden de arresto. Pero… ¿y si ella le había abandonado realmente por mí? Aquella débil llamada a la puerta (que yo habría jurado haber oído una docena de veces a lo largo de la noche, aunque no había nadie fuera) podría ser Nell, con Clara en sus brazos… Y así pasé toda la noche, dando vueltas y vueltas en la cama, hasta que caí en un sueño cuyas pesadillas aún fueron peores que mis imaginaciones más siniestras.

El domingo por la mañana supe que la búsqueda se había abandonado alrededor de las tres y media, exactamente a la hora que Magnus me había dicho. Había persuadido a los hombres de la partida, junto al resto de los criados, de que estaba seguro de que la señora Wraxford, angustiada por la repentina muerte de la señora Bryant, había cogido a la niña y se había ido a visitar a unos amigos… olvidando informar de su viaje a los demás. La búsqueda, les aseguró, había sido meramente una medida de precaución. Él mismo se quedaría en la mansión durante un día o dos, por si acaso regresara; el resto de la servidumbre volvería inmediatamente a Londres. No pude encontrar a nadie que hubiera estado en la mansión cuando Magnus les dijo aquello, y, sin embargo, todos me aseguraron —jurando que se lo habían oído a alguien que sí había estado presente— que su comportamiento había sido el propio de un caballero educado que sólo pretende proteger a su esposa. Aldeburgh hervía con los rumores que afirmaban que Eleanor Wraxford había envenenado a la señora Bryant, que había ahogado a su pequeña hijita, que había enterrado el cadáver en Monks Wood y que se había fugado con un amante.

Ante todos los que me encontré, insistí en que todo aquello era una terrible calumnia que se arrojaba injustamente sobre una mujer inocente, y que era posible que esa misma mujer se encontrara en un gravísimo peligro en aquellos momentos, pero mis protestas sólo recibieron como respuesta cejas arqueadas y miradas de complicidad. Si Eleanor Wraxford era inocente, ¿por qué se había abandonado la búsqueda tan pronto? Y si la señora Bryant había muerto por causas naturales, ¿por qué se había trasladado el cuerpo a Londres para efectuarle una autopsia? Mucha gente se preguntaba en voz alta por qué yo no estaba con Magnus en la mansión. (Para él era la simpatía y la comprensión general). A esto, yo únicamente podía responder, aunque con poca convicción, que él prefería estar solo. Ni siquiera me atrevía a preguntar qué rumores corrían sobre mí.

El tiempo continuó encapotado y mortecino, con el barómetro descendiendo lentamente, hasta el lunes por la tarde, cuando se oyó el retumbar de un trueno lejano y un espectáculo de relámpagos iluminó el horizonte del sur; y a continuación, una copiosa lluvia se derramó por el condado. Más adelante supe que las gentes de Chalford habían visto, la noche del domingo anterior, un único fogonazo de un rayo en la parte de Monks Wood, seguido medio minuto después por un débil sonido que podría haber sido un trueno.

El martes y el miércoles transcurrieron anodinamente. No podía afrontar la tarea de empaquetar todos los papeles de Wraxford ni me decidí a ordenar a Joseph que lo hiciera. Le dije a mi socio que creía que me encontraba un poco enfermo, pero aquello no pudo resultar de ningún modo convincente, ya que empleé la mayor parte de mi tiempo vagando de aquí para allá por los alrededores en busca de noticias. Me sentía objeto de la sospecha general, e imaginaba que la gente murmuraba a mis espaldas cuando me alejaba… Pero quedarme en casa era más de lo que yo podía soportar.

El jueves por la mañana me levanté muy tarde (la noche anterior bebí más whisky del que mi cuerpo admitía) y estaba fingiendo que desayunaba cuando mi mayordomo entró en la sala para decirme que el inspector Roper, de Woodbridge, estaba en el recibidor y quería verme.

—Hazle pasar —murmuré, enjugándome el sudor que comenzaba a humedecerme la frente.

Yo conocía un poco al inspector Roper, un hombre de pecho fornido y cincuentón, pero cuando oí sus pesadas zancadas, no pude por menos que levantarme, luchando contra el insensato deseo de huir. Su rostro lúgubre, con el color y la consistencia de un bizcocho, le conferían una inicial impresión de estupidez, hasta que uno se percataba de que sus ojos —pequeños, hundidos, perspicaces— le estaban observando inquisitivamente.

—Le ruego que me perdone, señor, pero su pasante me dijo que estaba usted en casa, así que me tomé la libertad de venir…

—No se preocupe… —dije débilmente—. ¿Desea tomar un poco de té? ¿Qué puedo hacer por usted?

—Gracias, señor, pero ya he tomado el té en la oficina. Y… como usted supondrá, señor, vengo por lo de la mansión…

—Ah… ¿sí? ¿Ha encontrado usted…? ¿Ha sabido algo de la señora Wraxford?

—No, señor. Está visitando a unos amigos: eso es lo que nos han dicho. —El tono de escepticismo era absolutamente evidente—. Si me permite decírselo, señor, no tiene usted muy buen aspecto.

—Me temo que está usted en lo cierto —dije con voz ronca, acomodándome en la silla—. Ese asunto de… ¿no quiere usted sentarse? Ese asunto de la mansión me ha causado una enorme conmoción… La mansión ha tenido una estrecha relación con mi familia desde hace varias generaciones, ¿sabe? —y me interrumpí, consciente de haber dicho exactamente lo que no debía.

—Desde luego, desde luego, señor: y por eso estoy aquí —dijo, tomando asiento—. Verá… hemos recibido un telegrama procedente de la residencia del doctor Wraxford, en Londres. Tenía previsto volver a casa el lunes, pero no volvió; los criados pensaron que se habría quedado un día más, por si la señora Wraxford… Pero como el miércoles por la tarde aún no había llegado, pensaron que sería mejor avisarnos a nosotros para que fuéramos a la mansión y echáramos un vistazo por allí… Lo hicimos, pero mi ayudante encontró la casa cerrada, sin rastro de nadie, y no había caballos tampoco. Así que fuimos a preguntar a Pettingshill, donde se alquilan caballos, para ver cuándo devolvió el doctor Wraxford la montura.

—¿Y lo hizo?

—Eso es lo extraño, señor. El caballo regresó perfectamente. El mozo de las cuadras lo encontró en la puerta el lunes por la mañana (fuera, ya me entiende), con la silla puesta todavía, con las riendas atadas al pomo, y con una guinea en la alforja. Así que Pettingshill imaginó que el doctor había cogido un tren muy de mañana y no pensó más en ello. Pero el doctor no cogió ningún tren. Al doctor Wraxford no se le ha visto desde el sábado, cuando se quedó en la mansión mientras todos los demás regresaban a Londres.

—Ya… bueno… lo entiendo. ¿Tiene usted alguna teoría, inspector? ¿Sabe usted qué ha podido ocurrirle?

—En ese punto, señor, es donde espero que usted pueda ayudarme —mi corazón dio una sacudida terrible—, puesto que es usted el abogado de la propiedad… y amigo de la familia… y en fin…

Sus pequeños ojos parpadearon como los de un lagarto. Aunque me encogí ante aquella insinuación (real o imaginaria, no podría asegurarlo), de repente mi mente comenzó a funcionar a toda velocidad.

—No sé nada. Me temo… que ha sido Bolton… el criado del doctor Wraxford… ¿Bolton le ha sugerido que me visite?

—Bueno… no, señor… He venido por propia iniciativa. Ya sabe, señor… yo creo que deberíamos echar un vistazo dentro de la mansión, sólo por si acaso… Pero es una propiedad privada y… en fin, suponiendo que el doctor Wraxford estuviera aún allí, no comprendería que la policía irrumpiera… ¿entiende lo que le quiero decir? De modo que quisiera saber si usted tiene un juego de llaves…

—Lo tengo, efectivamente, en la oficina… ¿Quiere que vaya a la mansión y… compruebe que todo está bien?

Mientras hablaba, oí el eco de mis propias palabras, las mismas que le había dicho a Drayton aquella noche lluviosa… hacía ya una eternidad. Pero el instinto me apremió para aferrarme a la posibilidad de investigar la mansión solo. Era una posibilidad remota, pero podría proporcionarme alguna pista que me condujera hasta Nell.

—Bueno, sí… Eso sería de gran ayuda, desde luego. ¿Necesita que le acompañe?

Comprendí entonces que Roper no albergaba ninguna sospecha sobre mí.

—No creo que sea necesario, inspector; estoy seguro de que tiene muchas otras cosas que hacer. A menos que crea usted que debería venir conmigo, naturalmente…

—Tengo muchísimo trabajo, señor, eso es verdad. Y debería coger el próximo tren de regreso a Woodbridge…

—Entonces, iré solo… El aire fresco me sentará bien. Si encontrara cualquier cosa… rara… iría directamente a Woodbridge y se lo diría. En cualquier caso, le enviaré un telegrama en cuanto regrese a Aldeburgh.

—Muy bien, señor. Muchas gracias. Le estoy muy agradecido.

Ya era después del mediodía cuando salí. Las nubes bajas que se arremolinaban sobre los campos, aún húmedos tras la lluvia nocturna, y un viento helado que soplaba desde el mar, todo me recordaba aquel viaje que hice con Drayton hasta la mansión. También era muy consciente de que mi situación, en el mejor de los casos, era bastante precaria. Si Magnus le hubiera dicho a Bolton, o en realidad al doctor Rhys, que había prescindido de mí… Yo no había recibido nada por escrito, pero de todos modos aquello habría resultado sorprendente.

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