Authors: Albert Espinosa
2. Cómprate diez libretas. Sí, lo sé. Una parece suficiente, pero en realidad cada libreta es para un ámbito. Siempre he pensado que la gente tiene diez inquietudes en su vida, diez diversos caminos. Así que utiliza una por camino.
3. Apunta todas las dudas. Dudas tontas: ¿cómo logra la gente peinarse tan bien? Dudas complicadas: ¿cómo es posible que la gente se enamore y yo sólo piense en el sexo? Dudas eternas: ¿quién soy? ¿Quién quiero ser? ¿No sé absolutamente nada? Dudas prácticas: ¿cómo se alquila una avioneta? ¿Cómo se tramita un divorcio?
4. Busca quién tiene esas respuestas. Al lado de cada pregunta debe haber siempre un posible candidato a responder. Jamás dejes vacío ese apartado, pon a alguien, aunque no lo conozcas todavía, aunque sea alguien famoso o inventado o imposible.
5. Pregunta, absorbe, apunta la duda que surja y vuelve a preguntar. Cuanto más sacies tus dudas mejor te sentirás.
En el hospital nos decían que es bueno beber dos litros de agua al día. Mi médico siempre añadía: «Y hacer cinco buenas preguntas». No lo olvides, cada día expón cinco dudas y bebe dos litros de agua.
«Muéstrame cómo andas
y te mostraré cómo ríes»
Reír no es fácil. Respirar tampoco. Faltan escuelas de risa y respiración. ¿Te aburro?
Las últimas palabras que escuché del enfermero que me llevó al quirófano antes de que me amputaran la pierna.
Nacemos con carencias, muchas, variadas. Con el tiempo las cubrimos de una manera u otra. A veces de forma correcta, a veces simple y llanamente como podemos. Incluso hasta puede que ni sepamos que las tenemos. El cerebro es tan listo que a veces nos oculta las informaciones más básicas acerca de nosotros mismos.
No sabemos andar, pero poco a poco encontramos los andares. Yo tuve la suerte de tener cuatro andares.
1. Mis primeros andares, a los pocos años de nacer. Un andar de pasos rápidos, que al llegar a la adolescencia fue cogiendo un aire travieso. Un andar que me provocaba mucha risa, variada y extraña.
2. Años más tarde, mis segundos andares, cuando me pusieron mi primera pierna ortopédica-mecánica. Era un andar más tosco, más tipo muelle. Un andar que condicionó mi ser, que hacía que no me sintiera cómodo e hizo desaparecer la risa.
3. Más tarde me cambié a una pierna hidráulica; ese andar era un andar más alegre, más cantarín, más como de un musical. Ese andar hizo que me sintiera mejor y comencé a reír a carcajadas cortas, pero deslizantes. Fue cuando me di cuenta de que la risa estaba conectada con el andar. Muéstrame cómo andas y te mostraré cómo ríes. Hay algo en la forma en que caminamos que nos lleva hasta la risa, hasta el humor.
4. Ahora llevo una pierna electrónica y el andar y la risa parecen absolutamente conectados. Lo más curioso es que por la noche debo cargar la batería. A veces dudo si conectar el móvil, el ordenador o la pierna. Me da la sensación de que es un lujo poder tener estas dudas.
Y es que lo fundamental reside en el andar. La gente ya no se preocupa de andar: «Ando de esta manera, siempre he andado así». Piensan que ya no van a cambiar; si lo llevan haciendo treinta, cuarenta años, ¿por qué van a cambiar?
Pero de lo que no se dan cuenta es de que el cambio es posible. Todo consiste en buscar la respiración, practicar cuál es la respiración que va más contigo. Dedicar un rato a sentir cómo entra y cómo sale el aire de ti. Una vez que encuentras tu respiración debes pensar cómo esa respiración puede mover tus piernas. Respiración y movimiento están totalmente relacionados.
Poco a poco, irás encontrando un andar. Será distinto al que tenías, será un andar potenciado por una forma de coger y expulsar aire. Muchas veces será un andar tan diferente que no te reconocerás en un espejo cuando lo veas, tan extraño que sentirás que no eres tú quien anda sino otro. Poco a poco, si quieres, transforma ese andar nuevo en un correr. Aunque eso es para los muy iniciados.
Finalmente notarás que al andar diferente, que al tocar de un modo distinto tu pie el suelo, algo en ti nace. Una especie de sentimiento, parecido a una alegría. Ese es el germen de la risa. Ese sentimiento, esa sensación es la que debes transformar en risa.
Poco a poco, sin prisas, extrae, licua la risa que ha nacido de ese andar. Prueba cuál es la risa que te va mejor. Escúchala, primero en casa, en la intimidad. Y cuando hayas decidido una, muéstrala a tu gente, ríete con ella, sin miedo, sin vergüenza. Déjate llevar.
Ésa es tu risa. Tan sólo debes explotarla al máximo, y casi sin saberlo, esa risa cambiará tu forma de ser y tu forma de gozar esta vida.
Tardamos minutos en decidir una prenda que queremos comprar, horas para seleccionar un coche, meses para elegir nuestra casa. Sin embargo, para algo tan nuestro como la risa, que define nuestro carácter, nuestra esencia, nuestro yo, nos conformamos con la que viene de serie.
Recuerda, la lista es:
1. Busca una respiración. ¿Cómo? Respirando: cogiendo y expulsando aire. Pensando cuál es la manera de aspirar que te define. No intentes encontrarla en un día, date una semana como mínimo. Disfruta con este juego.
2. Practica esa respiración en movimiento. Deja que esa nueva forma de oxigenarte dé nuevas alas a tus pies. Camina rápido, despacio, de puntillas; todo lo que necesites. Finalmente darás con tu caminar, lo notarás.
3. Camina y disfruta del sentimiento. Durante media hora. Ese sentimiento de felicidad puede transformarse en risa. Eso que sientes es el material del que está hecha la risa. Ríete, sonríe y decídete por una forma de emitir el sonido de la alegría.
4. Practica en casa. Practica en compañía. Va muy bien imitar las risas de otros amigos tuyos. Se creará un carrusel de risas y eso es muy positivo.
5. Elige una risa, y piensa que eso es algo que te define. Siéntete orgulloso de tu nueva adquisición y muéstrasela a la gente con orgullo. He encontrado unos andares, una respiración y una risa. Son cosas que debes mostrar sin vergüenza, como si fueras un recién nacido.
6. Renueva tu risa cada dos años. Yo cada dos años me cambio la pierna y tengo la suerte que al cambiar el andar, cambia todo. También evolucionan nuestros pulmones, envejecen, pero no deben ser ellos los que marquen nuestra respiración; hemos de adelantarnos y ser nosotros quienes marquemos cómo queremos oxigenarnos.
Anda, respira, ríe y disfruta. Es así de sencillo. Ése fue el consejo que me dio el enfermero que me llevaba al quirófano donde me amputarían la pierna. Yo pensaba en la pierna que perdería y él me hablaba de respiración, de andares, de risas. Recuerdo que la conversación acabó con un: «¿Te aburro?». Y la verdad es que no me aburría. A veces estamos tan centrados en nosotros, en nuestro problema, que olvidamos que justo en ese momento podríamos hacer el mayor descubrimiento de nuestra vida.
«Cuando estás enfermo llevan un control de tu vida,
un historial médico.
Cuando estás viviendo, deberías tener otro.
Un historial vital»
El paciente está curado.
Ultima línea y última raya que escribió mi oncólogo en mi historial clínico.
Mi historial médico es interminable; fue engordando día a día, mes a mes, año a año. La última vez que fui al hospital lo transportaban en un carrito, pesaba tanto que ya no podían llevarlo a cuestas.
Me gusta el color de la carpeta del historial, sobre todo porque es del mismo tono que cuando todo empezó. Pocas cosas en nuestra vida se mantienen idénticas. Sigue siendo de color gris neutro. A mí no me parece feo el color gris, tan sólo tiene mala prensa: qué día tan gris, los trajes grises… Es un color poco apreciado, sólo superado por el negro. Pero creo que es el color ideal para un historial médico, porque, a mi entender, debe tener clase, y el gris es un color con mucha clase.
En mi historial hay letras de más de veinte médicos.
1. De mi oncólogo (profesión extraña pero que alguien tiene que hacer). Son los malos de la película para cualquier enfermo de cáncer. Sin duda, cualquier médico que elige esta especialidad merece toda mi admiración.
2. De mi traumatólogo, que son los que se llevan todos los éxitos. A mí me habría gustado ser traumatólogo, creo que es lo más parecido a ser Dios.
3. De mi terapeuta de recuperación, de radiólogos, de…
La lista es interminable. Me recuerda a cuando de pequeño iba a la caza de autógrafos de futbolistas; esto es lo mismo pero con especialidades médicas y con la diferencia de que en lugar de un único garabato ininteligible hay cientos.
El último día que vi mi expediente fue en la consulta del oncólogo; escribió: «El paciente está curado». Debajo, lo recuerdo perfectamente, trazó una raya horizontal. Me impresionó mucho aquella raya. Cerró el historial, lo colocó nuevamente en el carrito y el celador se lo llevó. Ése fue el último día que vi mi historial.
Pensé que no echaría de menos ese historial. Pero cuando volví a la vida normal pensé que sería buena idea hacer uno, pero no un historial médico, sino un historial vital.
Compré una carpeta (gris, claro está) y pensé con qué llenarla. Estaba claro que escribiría un diario; los diarios son vitales y altamente recomendables. Qué mejor que poder releer lo que te preocupaba hace dos o tres años, y darte cuenta de que ahora eso te importa un pepino (a veces porque lo has conseguido, a veces porque en realidad ni lo deseabas).
Pero los diarios son tan sólo una parte de un historial vital; no es suficiente. El placer de llevar un historial vital es que en él estará todo lo que ocurra en tu vida, tus momentos de vida, y cuando algo te sacuda, podrás ir allí, abrirlo y respirar vida.
Te preguntarás si es necesario llevar un control de tu vida. La respuesta, para mí, es un sí rotundo. ¿Sabes cuál era el sentido del historial médico? Pues simple y llanamente, apuntar y dejar constancia de cuándo tuviste tal crisis, cómo se superó, cuándo ocurrió el siguiente percance, qué sentías cuando llegó, cómo se solucionó. Mis médicos no paraban de mirar ese historial cuando había algún problema. Estoy seguro de que me evitó muchas radiografías, análisis y medicación repetida. La memoria es tan selectiva…
Lo bueno de escribir las cosas es que te das cuenta de que esta vida es cíclica: todo vuelve y vuelve. El problema es que nuestra memoria es reducida y muy olvidadiza. Realmente te fascinará ver cómo tus males o tus alegrías vitales se repiten y en tu historial vital encuentras las soluciones a todo.
Sé qué piensas. No temas, no te llevará mucho tiempo. Tan sólo debes escribir unos minutos al día y reunir objetos; serán equiparables a las radiografías y a los análisis de sangre. Son importantes, no hay historial que no tenga pruebas (en este caso de tu vida). Pueden ser trozos de servilleta (de aquel restaurante donde lograste aquello que deseabas), piedras de alguna isla (donde tu vida avanzó un paso y te sentiste pleno) o simple y llanamente el tíquet de un aparcamiento del centro comercial donde viste aquella película que te cambió la vida.
Tu historial vital engordará y con el tiempo quizá deberás comprar una segunda y una tercera carpeta.
A lo mejor, un día morirás (y he dicho a lo mejor, no a lo peor), y tus hijos, tus amigos, tus amarillos heredarán ese historial vital y sabrán qué te hacía feliz, qué era lo que hacía que te sintieras pleno. ¿Hay algo más bonito que te conozcan mejor? Yo no lo creo. Ésa es la gran recompensa: abrir las cajas de la gente que queremos, saber más de ellos. Tengo tantos amigos que tienen cajas desconocidas para mí que cuando descubro algo más de ellos me siento más feliz, más completo.
Repasemos la lista para el historial médico:
1. Compra una carpeta que sea grande, casi como una caja. El color elígelo tú, pero yo te recomiendo el gris.
2. Escribe cada día tres o cuatro cosas que te hayan hecho sentirte feliz. Tan sólo eso; no te enrolles más. Escribe: «Hoy sentí felicidad en un momento del día».
3. Apunta la hora, el día, el lugar y el motivo. ¿Todo debe tener que ver con la felicidad? No, claro que no. Puedes hablar de nostalgia, de sonrisas, de ironía. Pero todo tiene que ser positivo. En un historial médico no se habla más que de percances, de problemas y de recuperaciones; en el vital, debes hablar de vida, de vida positiva, de vida feliz.
Realiza ese ejercicio, piensa cosas buenas que te han pasado, con quién y dónde. Poco a poco descubrirás patrones. Gente que te hace feliz, lugares y horas del día en los que te sientes más vital.
4. Incluye material. Siempre que puedas coge algún objeto relacionado con ese momento. Los objetos se impregnan de felicidad y deben estar en tu historial vital.
Cualquier cosa sirve, tan sólo tiene que pertenecer al sitio. Pero no almacenes miles de cosas; sé selectivo o el historial vital acabará comiéndose tu hogar.
5. Reléelo, tócalo cuando te encuentres mal y triste y también cuando te sientas feliz. Al menos una vez cada seis meses, dedícale un vistazo, haz una visita a tu historial. Descubrirás cosas, descubrirás patrones y descubrirás cómo eres. Cada 1 % que descubras de ti es casi un peldaño más hacia otro estado de ánimo.
6. Regálalo, légalo cuando mueras. Recuerda, no es sólo para ti, también es para los demás, para la gente que te quiere.
Creo que será maravilloso el día que legue mi historial vital y mi historial médico. La persona que los posea será feliz con ambos historiales. Con uno podrá saber cuántos leucocitos tenía en octubre de 1988, cómo era mi pierna izquierda vista por rayos X (poca gente la conoce ya) y sobre todo esa línea horizontal. ¡Cuánta hermosura puede haber en una línea! Con el otro historial, comprenderá por qué me río, por qué me entusiasmo, por qué muero. Creo que lo regalaré a dos personas distintas. Siempre es bueno que el conocimiento sea compartido.
«Hay siete consejos para ser feliz»
Chico, no duermes, ¿verdad? Escucha el primero. En la vida lo más importante es saber decir no. Apúntalo, que no se te olvide.
Mi primer compañero de habitación. El señor Fermín (76 años)
05.12 de la madrugada.
Ciertamente, este consejo me lo dio un hombre mayor con el que compartí mi primera habitación de hospital. Era una habitación de seis personas; luego, más tarde, entraría en las de dos personas. Me lo dio una madrugada. Las madrugadas unen tanto que hacen que te atrevas a confesar deseos y sueños inconfesables. Más tarde llega el día y con él… con él… A veces el arrepentimiento.