El orígen del mal (11 page)

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Authors: Jean-Christophe Grangé

Tags: #Thriller, policíaca

BOOK: El orígen del mal
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—Correcto.

—¿Por qué no continuó? ¿Nunca combatió en la categoría senior?

Nuevo silencio. Más largo. Más mosqueado.

—Lo siento. Secreto profesional.

—Venga ya. Usted no es ni médico ni abogado. Le escucho.

—No. Secreto profesional.

Kasdan se aclaró la garganta. Había llegado el momento de guardar el guante de seda y sacar la mano de hierro.

—Escúcheme. No he sido muy explícito, y lo cierto es que tal vez este asunto tenga más importancia de lo que parece. Así que o hablamos por teléfono y todo termina en tres minutos o le garantizo una citación mañana por la mañana. Tendrá que presentarse en la 36 y aguantar por todo el tostón.

—¿La 36 no es la Brigada Criminal?

—No únicamente.

—¿A qué brigada pertenece usted?

—Las preguntas las hago yo. Y sigo esperando su respuesta.

—Ya no me acuerdo por dónde iba —farfulló el entrenador.

—Seguía en el mismo sitio. ¿Por qué Volokine no participó en otros campeonatos?

—Hubo un problema —admitió—. En 1997. Un control antidopaje.

—¿Volokine se había dopado?

—No. Pero sus orinas no eran claras.

—¿Qué se encontró?

Nuevo titubeo, luego:

—Restos de opiáceos. Heroína.

Kasdan le dio las gracias y colgó. Esa información era primordial. Redefinía completamente el juego. Se lo habían presentado como un muchacho modelo que había caído en la droga a los veinticinco años por el contacto con los camellos y los drogadictos.

Pero esa no era la historia.

En absoluto.

Mucho antes de que entrara en la brigada de los Estupas, Volokine ya se colocaba. Kasdan veía a un crío encerrado en sus traumas. Un chaval que había probado muy pronto el caballo. Un intento de olvidar lo que había vivido en los centros o con el hijo de puta de su abuelo.

La misma pregunta volvió a darle vueltas en la cabeza. ¿Cómo coño se las había apañado financieramente durante sus estudios? Con los mil francos mensuales del SAV no habría podido comprar la dosis cotidiana. Solo existía una solución, fácil de imaginar. Volokine había traficado. O se había entregado a otras actividades delictivas.

Kasdan llamó a uno de sus antiguos colegas de la PJ y le pidió que accediera a los datos protegidos e hiciera una búsqueda. El hombre empezó poniendo pegas, pero al final aceptó investigar a partir del permiso de conducir de Cédric Volokine y de los pisos en los que había vivido durante sus estudios.

En 1999, cuando Volokine terminaba la carrera de derecho, vivía en el 28 de la rue Tronchet, un piso de dos dormitorios, de cien metros cuadrados, cerca de la Madeleine. Tirando por lo bajo, un alquiler de veinte mil francos…

CAMELLO.

Kasdan preguntó qué vehículo conducía. El ordenador tardó unos segundos en responder. En 1998 había adquirido un Mercedes 300 CE 24. El cacharro más caro y más de moda en aquella época. El modelo de un tío vacilón. Volokine tenía veinte años.

camello.

Para terminar, pidió una verificación en el STIC, el Sistema de Tratamiento de las Infracciones Constatadas, el fichero que memoriza todo, desde la multa más trivial hasta la condena firme. Ningún resultado. Eso no significaba nada. Volokine podía haber cometido infracciones menores y beneficiarse luego de la amnistía concedida a raíz de las elecciones presidenciales de aquel momento. En esos casos, se anulaba todo y se empezaba de cero…

Kasdan colgó y se hizo la pregunta del millón: ¿qué podía haber empujado a un camello drogadicto, en plena juventud, a inscribirse en la escuela de policía y a llevar el uniforme durante dos años? La respuesta era a la vez sencilla y retorcida. Volokine no era tonto. Sabía que cualquier día le echarían el guante y que la palmaría a fuego lento, en chirona y con síndrome de abstinencia. Ahora bien, ¿dónde se puede conseguir droga con el beneficio de la ausencia total de riesgo? En la policía. Volokine se había pasado al otro bando simplemente para poder abastecerse con toda impunidad. Y gratis.

Todo eso no era ni muy ético ni muy gracioso.

Pero Kasdan se sentía atraído por ese sabueso loco que había trapicheado con la vida hasta cambiar todos sus puntos de referencia. El armenio intuía otra verdad. Para el ruso, la droga y su paso por los Estupas no eran más que una etapa. Kasdan sabía que Cédric Volokine había elegido ser policía por otra razón.

Al cabo de dos años pasó a la BPM, y se implicó con un furor particular. La verdadera guerra, la verdadera motivación de Volokine, eran los pederastas. Proteger a los niños. Para eso, necesitaba su dosis, y se había visto obligado a trabajar con los Estupas para organizar su red. Solo entonces pasó a las cosas serias. Su cruzada contra los depredadores pederastas.

Al recorrer sus notas, Kasdan tuvo la sensación de estar leyendo la biografía de un superhéroe, como las que leía en otros tiempos en los cómics de Marvel o de Strange. Un superpoli con numerosos poderes: inteligencia, coraje, experiencia en
muay
thai,
hábil tirador. Pero también con un fallo, un talón de Aquiles, como Iron Man y su frágil corazón, Superman y su sensibilidad a la kriptonita…

En Cédric Volokine, esa grieta tenía un nombre: la droga. Un problema que no había conseguido solucionar. Así lo atestiguaba su estancia en ese momento en un centro de desintoxicación.

Kasdan sonrió.

En toda su carrera solo había conocido a un poli al que le movieran razones tan retorcidas.

Él.

14

El investigador oficial, Éric Vernoux, no sería un problema. Era el otro, el armenio, el que iba a tocarle las narices. Después de haber ido a la catedral de Saint-Jean-Baptiste, Volokine había llamado a las familias de los seis chavales que calzaban Converse. Lo habían recibido. Los chicos ya habían sido interrogados por el comandante Lionel Kasdan. Volo no había insistido. El reverendo padre Sarkis ya había mencionado a Kasdan, «miembro activo de la parroquia», inspector de policía retirado, presente en el lugar del crimen en el momento del hallazgo del cuerpo…

A mediodía, Volokine había pasado por la embajada de Chile, y esta vez se le había adelantado el otro poli, Vernoux, que ya había pasado por el número 2 de la avenue de la Motte-Picquet. Una vez más, nadie entendía por qué un segundo policía hacía las mismas preguntas. Demasiados polis para un cadáver.

Volo había sacado sus conclusiones. Ya que no podía avanzar con el muerto, lo haría con los vivos. Sus rivales. Una llamada había sido suficiente para hacerse una idea de Vernoux. Treinta y cinco años. Capitán de la primera DPJ desde hacía tres años. Bien considerado por la jerarquía. Eficaz como para haber convencido al fiscal para que le permitiera seguir con la investigación. Un tipo concienzudo que dedicaría la semana de flagrancia a conseguir que el asesino saliera de su madriguera. Ese tío no sería una molestia. Por una simple razón: seguía la pista política, y Volo sabía que el crimen no tenía nada que ver con el pasado chileno de la víctima.

El problema era el otro.

Se había informado sobre el jubilado armenio. Lionel Kasdan. Sesenta y tres años. Unas hojas de servicio largas como el Amazonas. Volo conocía vagamente su nombre. El armenio era un antiguo miembro de la BRI, la de la gran época, dirigida por Broussard. También había pasado por la RAID, la unidad de élite de la Policía Nacional, y había terminado su carrera apoteósicamente en la Criminal trabajando en casos célebres, entre ellos, el de Guy George.

En cuanto a las hazañas, Volo solo había oído historias exageradas de las que no podía fiarse. Pero Kasdan daba la impresión de ser un poli del asfalto, tenaz, violento, con un sexto sentido para comprender a los hombres y el mundo del crimen. Un hombre de acción que no estaba hecho para el poder y que había terminado como comandante casi a su pesar, a fuerza de citaciones y de buenos resultados.

Kasdan había desafiado el peligro varias veces. En la Criminal también se comentaba su porcentaje récord de dilucidaciones, pero no era mejor que el suyo. Se recordaba asimismo su olfato, su tenacidad, su heroísmo, su camaradería. Valores de mierda que a Volo le importaban un carajo. Valores de policía de la vieja escuela, facha por fuera y capullo integral por dentro. En la época en la que había oído esas leyendas, él curraba en los Estupas, entre jeringas y esposas, obsesionado con su propia dosis y con la organización de su red. Lionel Kasdan caminaba al son de La Marsellesa. Él carburaba al son de las letras de Neil Yong:
«I've seen the needle and the damage done / A little part of it in every one / But every junkie’s like a settin’sun.

Volo quería detalles. Fechas. Hechos. Por la tarde se había acercado a los archivos de la PP, donde se guardan los expedientes de todos los polis. Las fechas estaban allí, negro sobre blanco. Y los hechos no desmentían la leyenda.

1944.

Nacimiento en Lille, con pasaporte iraní. 1959. Pensionado y beca en Arras. Obtiene la nacionalidad francesa gracias al empeño de sus padres, curtidores en el distrito 3 de París. 1962. Servicio militar. Destinado a Camerún, donde se lleva a cabo —algo que Volo ignoraba— una operación especial para «mantener el orden», como en Argelia. 1964. Regreso a Francia. Agujero negro hasta 1966. Kasdan aprueba las oposiciones para policía nacional. Se convierte en la placa RY 456321. Se integra en la segunda BT, Brigada Territorial, en el distrito 18.

Acostumbrado a la guerra, el hombre debe de aburrirse como una ostra patrullando las calles. Pero en ese momento la guerra de la calle lo llama a filas. Mayo de 1968. Durante los acontecimientos, Kasdan se quita el uniforme y se mezcla con la masa para participar en la gran batalla.

A esa altura de la historia, Volo, instalado detrás de un pequeño escritorio en el fondo de los archivos de la PP, había recurrido al teléfono para dar cuerpo a los hechos del expediente. Conocía a bastantes policías viejos para redondear esos elementos con anécdotas circunstanciales.

Frente a las barricadas el armenio conoce a Robert Broussard, cuando todas las fuerzas policiales son reclutadas para luchar contra la escoria izquierdista. Broussard sabe reconocer a un poli a primera vista. Se fija en el coloso armenio, un hombre de pelo en pecho.

Tres años más tarde, cuando Broussard entra en la BRI, se acuerda del ex soldado. En 1972, «Rompedientes», también apodado «Duduk» por el instrumento armenio, entra en la Antigang. Son los años de Giscard. Los años del gran bandidismo. Mesrine. Los hermanos Zemour. François Besse. Asaltos a mano armada en serie, toma de rehenes… Duduk está en todos los golpes, con su Manurhin en la mano.

Todos los años, en el expediente de un poli se anota una calificación de su superior directo; dicha nota, de uno a siete, es especial para su promoción. Cada Navidad, Kasdan conseguía un «siete sobre siete». Volokine sentía que nacía en él una admiración por el viejo armenio pero también una sorda irritación contra ese buen soldadito de la República. Él tenía que contentarse con un «cuatro», y cargaba con su reputación de maldito, cuando a buen seguro era diez veces mejor que Duduk.

Volokine también había descubierto en el expediente la fotocopia de un fragmento de las «Memorias» de Broussard. El comisario había escrito: «Lionel Kasdan era uno de los más duros de la brigada. Un hombre de puños y de ideas. Reservaba los puños para los truhanes. Se guardaba las ideas para sí mismo. Siempre he sospechado que el armenio era un intelectual, de los de verdad, pero nunca aplastó a nadie con sus argumentos. Silencioso, preciso, solitario, sabía trabajar en equipo y siempre fue de una lealtad sin fisuras».

Siete años de asaltos policiales durante los cuales Kasdan había pasado por todo.

La herida.

En 1974, en Brest, un ejecutivo despedido toma como rehenes a ocho miembros de la empresa para la que trabajaba. La brigada Antigang interviene esa misma noche. Kasdan se acerca a las puertas del edificio. En ese momento, un periodista enciende un foco. El enajenado raptor ve el reflejo de Kasdan en la puerta acristalada. Sorprendido, dispara. Una andanada de cincuenta y cuatro perdigones hiere al armenio en el pecho y el cuello. Los cirujanos lo salvan de milagro. Tres meses de convalecencia. Como recompensa, recibe una carta de felicitación del ministro del Interior y se le concede la insignia de la orden del Mérito, una distinción que normalmente se recibe a título póstumo.

La chapuza.

En 1977, un delincuente marsellés es interrogado en París, en el distrito 8, tras una enérgica persecución que termina en el impasse Robert-Estienne. Unas horas más tarde, el hombre muere después de haber sido interrogado por Kasdan. Este último, como única defensa, declara extendiendo las manos y mirándose las palmas: «No lo vi venir». La autopsia es concluyente: conmoción cerebral provocada por un shock. ¿Se produjo ese shock durante la persecución o durante el interrogatorio al que Kasdan lo sometió? Pregunta imposible de responder. Kasdan es sobreseído.

1979.

Durante tres años, Duduk desaparece. Volokine no encuentra la menor información sobre ese período. El armenio reaparece en 1982. Los años Mitterrand. Conocidos también como los «años
zonzon»
debido a las escuchas ilegales ordenadas por el presidente. Kasdan está implicado en el asunto. Christian Prouteau, fundador del GIGN, Grupo Policial de la Gendarmería, acaba de organizar una célula antiterrorista. Propone a Kasdan —se conocieron en el campo de tiro— que se una a ellos. El armenio ingresa en la célula, que se convierte rápidamente en una oficina de coordinación, es decir, de espionaje interno. Sin duda, Kasdan participa en esas misiones de escuchas ilegales concernientes a rivales políticos, personalidades, periodistas. De hecho, testificará en el proceso de Christian Prouteau, en 1998. Pero saldrá indemne.

1984, nueva desaparición.

En 1986, Pierre Joxe, a la sazón ministro del Interior, crea la FJUD, Investigación, Asistencia, Intervención, Disuasión, una especie de GIGN para los polis. Es Broussard, una vez más, quien supervisa el grupo. Y de nuevo, se acuerda del capitán Kasdan. El armenio está cerca de los cuarenta. Tiene una mujer y un hijo de cinco años. Ya no tiene edad de jugar a los indios y los vaqueros. Es nombrado formador de tiradores de élite. Kasdan es especialista en pistolas semiautomáticas. Será el artífice de la generalización de esos modelos en el seno de las fuerzas policiales.

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