El orígen del mal (23 page)

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Authors: Jean-Christophe Grangé

Tags: #Thriller, policíaca

BOOK: El orígen del mal
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El armenio seguía mudo. Se levantó y cogió su móvil; comprobó los mensajes maquinalmente. Había apagado el teléfono al entrar en la iglesia y había olvidado volver a encenderlo. Acababa de recibir una llamada de Puyferrat, de la IJ.

Presionó una tecla y llamó al técnico.

—Reúnete conmigo —dijo el otro en cuanto reconoció la voz.

—¿Dónde?

—En el Jardin des Plantes. En el invernadero. Entra por la verja de la rue Bufón. Estará abierta.

—¿Por qué?

—Tú ven. No lo lamentarás.

31

Rue Buffon, seis de la tarde.

Kasdan aparcó sobre la minúscula acera, a lo largo de la calle más recta de París. La tormenta había estallado. La lluvia caía tan densa, tan tupida, que las tinieblas desaparecían tras el velo líquido. La noche se insinuaba apenas, dibujaba líneas oscuras en el lago plateado sobre el que flotaban las farolas a la manera de boyas luminiscentes.

Corrieron bajo el agua; a tres metros de distancia no se veía nada.

Abrieron la verja del jardín. Siguieron corriendo hacia el edificio de cristal. El invernadero brillaba en la noche como un iceberg en medio de un mar negro. Con dificultad —las gotas caían como porrazos—, encontraron la entrada principal. Kasdan pensó en los animales del Jardin des Plantes que debían soportar el aguacero con resignación. Lobos. Buitres. Fieras.

Les abrieron. Puyferrat, rostro alargado, cabellos negros de cheyene. Kasdan levantó la cabeza. La chaqueta se deslizó sobre sus hombros.

—Más vale que puedas explicarme este follón.

El técnico de la Identidad Judicial sonrió. Tenía unos labios finos, fruncidos, hechos para fumar en pipa.

—No te preocupes, querido.

Frunció las cejas al descubrir a Volokine. Esta vez, Kasdan hizo las presentaciones.

—Cédric Volokine, BPM. Puyferrat, IJ.

Los dos hombres se estrecharon la mano. Kasdan observaba ya el imperio que los esperaba bajo la cristalera. Una selva espesa que despedía vapores verdes y blancos. Los troncos, enormes, eran casi invisibles detrás del follaje. Solo se percibían sus cortezas velludas, sus cuerpos prisioneros de las lianas. Una maraña indecible, sofocante, orgánica, que respiraba lentamente bajo la gigantesca campana de vidrio.

Puyferrat enfiló un sendero embaldosado en aquel bosque artificial. Los dos colegas lo siguieron. Solo se oía el roce de sus chaquetas contra las hojas y el martilleo de la lluvia en la cúpula. Kasdan experimentaba una nueva inmersión. Había pasado la inmersión en el agua. Ahora era la inmersión en el cuerpo del agua… brazos de hojas, torsos de corteza, pies de tierra… Sin decir palabra, los investigadores avanzaban sin pensar en lo absurdo del instante. La hora de la visita. La ausencia del personal del museo.

Llegaron a una especie de claro, donde los árboles y las plantas se dignaban apartarse. Una mujer los esperaba. Pequeña, hombros caídos, envuelta en un impermeable cuyas mangas le tapaban las manos. Rostro alargado, pálido, enmarcado por cabellos negros que formaban una caperuza. Había algo oriental en ella. Quizá sus largas cejas negras. O las ojeras bajo sus ojos oscuros, líquidos, plenos de languidez.

—Os presento a Avishan Khajameyi.

Kasdan le estrechó la mano. Chorreaba por la tormenta y por la humedad de las plantas. Volokine, desde atrás, la saludó con la cabeza.

—Buenas noches. ¿Es usted botánica? —preguntó Kasdan.

—En absoluto. Soy profesora de arameo. Y también especialista en historia bíblica.

El armenio echó una mirada a Puyferrat.

—El botánico del museo no ha podido reunirse con nosotros. Pero me ha autorizado a venir aquí para mostrarte esto.

El técnico se dio la vuelta y señaló un árbol gris cuyas ramas exhibían espinas inextricables: una espesura asesina que recordaba a los follajes de otras especies del invernadero pero en versión seca y cruel.

—La acacia seyal. Y, además, una especie particular de la familia.

—¿Qué es?

—La madera de las partículas que hemos encontrado en la tribuna de Saint-Jean-Baptiste y en el pasillo de las buhardillas donde vivía Naseer. Para ser precisos, lo que yo había tomado por astillas eran espinas. No se trata de una madera común. En absoluto. Cuando tuve los resultados del laboratorio, llamé al Jardin des Plantes. Así supe que esta acacia solo crece en las zonas semiáridas de Oriente. En particular en el desierto del Néguev y en el Sinaí, en Israel.

—¿No crece en Europa?

—No. Esta acacia necesita calor, sol y aliento místico…

—¿Por qué místico?

—Esta especie está muy presente en la Biblia —explicó la mujer—. Pero sobre todo podría tratarse de la madera con la que se hizo la corona de espinas de Cristo. Los legionarios podrían haber utilizado las ramas de este árbol para «coronar» a Jesús y burlarse de él.

La profesora hablaba con un acento iraní con inflexiones indonesias que tenía un efecto hipnótico. Kasdan pensó en la serpiente Kaa de
El libro de la selva.

—En realidad —continuó la experta—, no se conoce con exactitud el material de la corona de Cristo. Hay varias escuelas. Algunas dudan entre el
Paliurus spina-christi
, el
Sarcopoterium spinosum
, el
Zizyphus spina-christi
y el
Rahmnus catharticus.
Y también la
Euphorbia milii splendens
, llamada precisamente «la espina de Cristo». Pero en el caso de esta última se trata de un contrasentido: se la llama así debido a sus espinas y sus flores rojas, que parecen manchas de sangre. En realidad, no se la conocía en Palestina en aquella época. No. Yo creo que es la acacia seyal. En hebreo se utiliza siempre el plural,
«shittim
», debido a las espinas enmarañadas…

Kasdan se volvió hacia Puyferrat, que retomó la palabra con una sonrisa.

—Vale. Te lo diré en lenguaje de poli. Tenemos como mínimo dos certezas. La primera es que esta especie no pinta nada en París. Estamos en el único lugar de la capital donde se la puede encontrar. La segunda, pero creo que tú ya la has captado, es su valor simbólico. No sé qué coño hace el asesino con esta planta. Si lleva puesta una corona de espinas en la cabeza o zapatos de acacia trenzada, pero, sin duda, indica un vínculo con Cristo.

Silencio.

Y la lluvia seguía golpeando, llamando al agua al fondo de los cuerpos…

—Un vínculo con Cristo —repitió el técnico—. Y con el pecado.

—Lo que su colega quiere decir —intervino la iraní— es que esta madera simboliza a la vez el sufrimiento de Cristo y la redención de los pecados de los hombres. Cuanto más sufrió Cristo, físicamente, más absorbió, simbólicamente, los pecados de los hombres.

El ánimo de Kasdan se hundió en una barrena desenfrenada. Ahora oía con toda claridad el tac-tac-tac que había resonado la noche anterior en el pasillo de su casa. Un bastón. Una vara. El asesino tenía un bastón que utilizaba como un ciego, para «tantear» el terreno. Y ese bastón estaba tallado con la madera de la Santa Corona…

Otra idea pasó por su mente. Una fusta. Una fusta con la que uno se flagela. El armenio se acordaba de ese detalle: el
Miserere
es la plegaria que los últimos monjes que todavía practican la flagelación rezan mientras se azotan. No conseguía ordenar esos elementos pero todo pertenecía al mismo conjunto. El
Miserere.
La flagelación. La madera de Cristo. El castigo. El perdón…

—He guardado lo mejor para el final —dijo Puyferrat—. Antes de llamarte, he querido llegar algo más lejos en el estudio de estas partículas de madera. ¿Sabes qué es la palinología?

—No.

—La ciencia que estudia la dispersión del polvo orgánico encontrado en un objeto: polen, esporas… Esta disciplina permite determinar las regiones donde permaneció un objeto en distintas épocas. Se coloca una cinta adhesiva sobre la muestra, se extraen las partículas y, a continuación, se someten a un examen microscópico. En Fort de Rosny tienen un servicio que realiza este tipo de investigación. Les di mis muestras para saber, exactamente, de dónde provenían. Poseen instrumentos que…

—Tienes los resultados, ¿sí o no? —lo cortó Kasdan, irritado.

—Acabo de recibirlos. Según el polen y las esporas descubiertas, la madera estuvo efectivamente en Palestina. Quizá incluso en los alrededores de Jerusalén. En otras palabras, es verdaderamente la madera de la corona de Cristo. Supongo que en su versión moderna…

El armenio miró a Volokine, cuyos ojos brillaban intensamente. El ruso parecía poseído por esas nuevas informaciones. Puyferrat terminó su informe.

—Se ha encontrado también polen característico de otras regiones. Chile. Argentina. Y también de regiones templadas de Europa. Lo menos que puede decirse es que esta acacia viajó lo suyo…

Un nuevo elemento de vital importancia con el que Kasdan no sabía qué hacer. Pensaba en los jeroglíficos. Una piedra Rosetta cuyo código no conocía. Sin embargo, le atraía la idea de ser un Champollion, de deducir el significado de todo ese desbarajuste gracias a un símbolo, uno solo, cuya auténtica función él comprendería…

—Gracias por la demostración —dijo dándole la mano a Puyferrat—. Tenemos que irnos.

—Os acompaño hasta la salida. Todavía estoy esperando el análisis de las huellas del calzado.

—Cuento contigo cuando lo tengas.

Nuevos follajes. Nuevos susurros. En el umbral de vidrio, Puyferrat retuvo a Kasdan por la manga y esperó a que Volokine se alejara.

—¿Está de servicio?

—En excedencia.

Puyferrat sonrió.

—Vuestro equipo no tiene nada que envidiarle al ejército del Zaire.

32

Corrieron hasta el Volvo, con la cabeza bajo sus respectivas chaquetas. La lluvia no amainaba. Una vez dentro del coche, el ruso propuso:

—Hay un McDonald’s muy cerca de aquí, al principio de la rue Buffon.

—Empiezo a estar hasta el gorro de tus McDonald’s.

—Ja, ja, ja: ¿me lo invento o está un poquitín cabreado?

—¿Acaso no hay razones para cabrearse? Estamos con la mierda hasta el cuello. Y cuanto más avanzamos, más nos hundimos.

Volokine no dijo nada. Kasdan lo miró: el sabueso loco, bajo su cabello chorreante, sonreía. Se burlaba de él pero con cariño.

—Si sabes algo más, dilo.

—El asunto de la madera de Cristo es coherente con el resto, ¿no?

—Y que lo digas.

—Esa tía tenía razón. Esa madera es la madera del sufrimiento. Pero un sufrimiento que redime. Cristo vino a «absorber» las faltas de los hombres. A cargar con ellas para que fueran perdonadas. Es una transmutación: Jesús tomó los pecados terrenales en sus manos —dijo, imitando el gesto—. Y luego… digamos que los lanzó hacia el cielo. —Abrió las manos—. Esa madera rememora ese gesto. Nuestros asesinos son puros. Sufren por las faltas de aquellos a los que matan. A cambio, los hacen sufrir. Para salvar su alma.

Kasdan, al volante, examinaba los mensajes de su móvil.

—Eso es lo que percibo, Kasdan. Esa madera es pura como la mano que asesina. Goetz, Naseer, el padre Olivier fueron a la vez castigados y redimidos. Y las manos que los atacaron son las de auténticos ángeles. Seres puros. Seres…

—Tengo un mensaje de Vernoux.

Kasdan enchufó el móvil al altavoz del coche y marcó el número.

—¿Diga?

La voz de Vernoux retumbó en el habitáculo, bajo el estruendo de la lluvia.

—Soy Kasdan. Estoy con Volokine. ¿Alguna novedad?

—Ya es oficial: me han apartado del caso. La investigación pasa a la Criminal.

—¿Quién está al cargo en la Criminal?

—Un jefe de grupo llamado Marchelier.

—Lo conozco.

—Ese capullo hará buenas migas con la DST y sus tejemanejes.

Kasdan intentó mostrarse compasivo.

—Lo siento por ti —dijo.

—No lo he llamado para que me dé el pésame. Tengo una primicia. El agregado de la embajada de Chile ha regresado. Se llama Simón Velasco. Acabo de hablar con él. Se ha reído a carcajadas cuando le he dicho que investigábamos el asesinato de un refugiado político. Una víctima de la dictadura de Pinochet.

—¿Por qué?

—Porque, según él, Wilhelm Goetz nunca sufrió torturas durante el régimen. Al contrario, estaba del otro lado de la trinchera.

—¿QUÉ?

—Como lo oye. Goetz se refugió en Francia porque los vientos cambiaron para los verdugos a finales de los años ochenta. Empezaron las investigaciones. Denuncias de las familias, provenientes de Chile pero también de otros países. La pista política, Kasdan; siempre supe que la clave estaba ahí.

—¿Dónde puedo encontrar a ese tío?

—En su casa. Acaba de regresar de viaje. —Vernoux le dictó la dirección de Simon Velasco en Rueil-Malmaison—. Dense prisa. Cuentan con unas horas de ventaja. No le he dicho nada a Marchelier.

—¿Por qué nos echas una mano?

—No lo sé. La solidaridad de los desterrados, sin duda. Buena suerte.

Kasdan dejó que el silencio se impusiera en el coche. Un silencio azotado, arañado, sacudido, por la lluvia que caía fuera. Ahora comprendía una evidencia. Desde el principio, todo lo que sabía sobre el pasado de Goetz provenía del mismo Goetz. Una trama de mentiras que no había verificado. Menudo olfato.

—¿Hablo yo o hablas tú? —preguntó al cabo de unos segundos.

—Adelante. Yo he gastado toda mi saliva en la corona de Cristo.

—Tenemos dos certezas. La primera, es que por fin conocemos la transgresión de Goetz. Si era un torturador en Chile, eso lo convierte en un puñetero culpable. La segunda es que si Goetz había decidido testificar contra sus colegas de antaño, su testimonio era serio. Hasta ahora no imaginaba qué podía haber contado después de haber sido torturado en un sótano con los ojos vendados. Pero si formaba parte del equipo de esos hijos de puta, la cosa cambia radicalmente. No hay nada más peligroso que un arrepentido. Tal vez querían hacerlo callar…

—Dos móviles, Kasdan, sobra uno.

—Estoy de acuerdo. Pero creo que nuestras balanzas se inclinan hacia el mismo lado.

Los dos colegas permanecieron en silencio.

En ese momento intuían la misma verdad.

El tiempo del castigo había llegado a París.

Y los ángeles de manos puras se encargaban del trabajo.

II
LOS VERDUGOS
33

—Espero que no se lo tomen a mal, pero me he reído mucho cuando me he enterado de que creían que Wilhelm Goetz había sido una víctima de la dictadura chilena.

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