—Creo que nos ha traído aquí a propósito —musitó Tas.
—¿Qué te hace pensarlo? —preguntó Woodrow con voz débil.
El kender golpeó con el puño el lomo del dragón.
—El hecho de que nuestra montura sea de nuevo una sencilla figura de madera.
De inmediato, Tas pasó la pierna izquierda por encima de la silla, se deslizó por el ala del dragón, y desde allí bajó de un salto al suelo. Woodrow también desmontó, pero hubo de recostarse contra el dragón en busca de apoyo, al tiempo que se agarraba el estómago con las manos crispadas.
—¿Quienvá? —inquirió una voz nasal y atropellada, procedente del otro lado del reptil—. ¿Sabemihermanoquecalbalgáisensudragón?
Tasslehoff rodeó la figura de madera por la parte delantera, alargó el cuello, y se encontró con un gnomo que vestía unos amplios pantalones verdes, una sucia camisa amarilla, delantal azul y sombrero anaranjado. Un par de gafas se balanceban en la punta de su nariz. Los bolsillos del delantal rebosaban de herramientas de carpintería y de labrar piedras. El hombrecillo se encontraba de pie junto al hueco de una trampilla abierta y miraba con fijeza al dragón por encima de sus gafas.
—Vamosvamos, eldragónnuncavienesolo. Saliddeunavez.
Tas, todavía medio escondido tras el dragón, lo contempló fascinado. Sabía que los kenders y los gnomos tenían un remoto pasado común y constató dicha circunstancia al observar la estructura delicada y esbelta de las manos de este personaje.
—Habla más despacio, sobre todo si vas a actuar como el mandamás —replicó, al tiempo que salía de detrás de la figura de madera, seguido por Woodrow.
—¡Oh, no! —se carcajeó el gnomo—. ¡Mira lo que tenemos aquí!: un humano mareado y una cosa humanoide, pequeña y llena de arrugas. Arrugas, copete, maleducado, montones de saquillos y bolsillos, bajo de estatura; o es un kender o un meerkimo. No, estos últimos se extinguieron antes del Cataclismo. Es un kender. Hemos buscado uno durante décadas... no hay muchos por los alrededores. Entrad de una vez; no tiene sentido que sigáis afuera, expuestos al deterioro de los rayos solares.
—Tasslehoff Burrfoot —dijo el kender con amabilidad, al tiempo que le tendía la mano—. ¿Y tú eres...?
El gnomo le asió la mano y la observó de hito en hito. Al verla vacía, perdió todo el interés y la soltó. Acto seguido, se dio media vuelta, bajó apresurado por la escalera y desapareció en el hueco de la trampilla.
Tas y Woodrow permanecieron inmóviles unos segundos, sin digerir lo que les sucedía. La faz del gnomo reapareció un segundo por la escalera.
—¿No habéis oído? Venid. No hay otro camino para bajar, salvo el de la vía rápida —remarcó y señaló el muro de la torre—. Han sido muy pocos los especímenes que lo eligieron.
Desapareció de nuevo.
Woodrow carraspeó y habló en voz baja.
—Esto no me gusta nada, Tasslehoff.
El gnomo reapareció una vez más, pero en esta ocasión llevaba una manzana suspendida de un palo que movió de manera tentadora frente a los dos amigos.
—Tengo comidaaaa —tarareó mientras balanceaba el palo de un lado a otro—. Manzanas, coloradas y jugosaaas. Zanahoooorias. Coneeeejos. Platos de insectooos. Comas lo que comas, kender, lo tengo. Sólo sígueme.
En realidad, Tas no tenía hambre, pero siempre estaba dispuesto a comer.
—¿Manzanas? Me encantan. Pensándolo bien, las probaría. —El kender se dirigió hacia la escalera. Woodrow lo tomó por el brazo y lo hizo dar media vuelta.
—Esto me gusta cada vez menos, Tasslehoff —susurró—. ¿Qué clase de sitio es éste donde te ofrecen
insectos?
—Desde luego, no es la posada de El Ultimo Hogar —admitió el kender.
El gnomo le caía bien, pero al advertir la preocupación del joven humano, Tas se esforzó por comportarse con cierta sensatez.
—Sólo hay un modo de averiguar dónde nos encontramos —agregó, y bajó los escalones antes de que Woodrow articulara otra protesta.
Se encontraron de repente en un hueco de escaleras muy estrecho y oscuro que desembocaba en un corredor largo. Al fondo los esperaba el gnomo que los llamaba sin cesar con gesticulaciones de impaciencia.
—¡Vamos, vamos! Tengo muchas cosas que hacer, soy una persona muy ocupada, ¿sabéis? —declaró, al tiempo que se subía las gafas con aire distraído.
Tasslehoff se apresuró a reunirse con él.
—¿Adónde nos llevas? ¿Quién eres, si no te molesta que te lo pregunte otra vez?
—Pues sí, me molesta. ¿Acaso mi hermano no te ha explicado nada? —refunfuñó el gnomo—. Siempre me deja esa parte. Bueno, esta vez no hablaré. Esperarás hasta que llegue —concluyó con aire petulante.
—Espero que venga pronto —intervino Woodrow con manifiesta ansiedad—, porque en verdad hemos de regresar a Rosloviggen cuanto antes. La señorita Hornslager debe de estar furiosa con nosotros por habernos marchado.
El joven fue en pos del gnomo y del kender; giraron en una desviación del corredor y penetraron en una estancia cavernosa.
—¡Guau! —exclamó Tas—. ¿Qué es esto? Parece el museo de Palanthas.
Hasta el último centímetro de la vasta cámara, salvo unos estrechos pasillos, estaba ocupado por unas vitrinas de cristal horizontales, alargadas, apoyadas sobre unas patas altas y finas. Dentro de cada una de ellas, hilera tras hilera de insectos muertos yacían sobre cojines de terciopelo blanco. Había cinco urnas repletas de mariposas azules, todas ellas diferentes y cada una con su nombre escrito con pulcritud en una tarjeta pinchada a su lado. Luego había expositores enteros con mariposas rojas y mariposas blancas, y otra urna más con ejemplares blancos y rojos. Hasta el último color del arco iris tenía su representación.
Había dos expositores con hormigas negras.
Dos más para hormigas rojas.
Diez para avispas.
Etcétera, etcétera...
—¿Coleccionas insectos? —se interesó Tas, en tanto iba de una a otra urna y aplastaba la nariz contra el cristal.
—¿Por qué lo preguntas? —replicó sarcástico el gnomo.
Con gesto de fastidio, el hombrecillo fue tras el kender y limpió con la manga las huellas dejadas por su nariz.
Tas abría la boca dispuesto a darle una desabrida réplica, cuando Woodrow se inclinó y le musitó al oído.
—Sólo bromeaba; no te enfades.
Tas frunció el entrecejo con aire pensativo. ¡Ah, una chanza! Los gnomos son en verdad gente muy divertida, reflexionó.
El hombrecillo los condujo a empujones bajo un arco marcado con la letra «C», que se abría al otro lado de la habitación, y pasaron a otra sala aun más grande cuyo techo tenía al menos una altura de tres pisos. Las vitrinas eran mucho más voluminosas y mostraban una sola criatura en su interior.
—Todos estos son dinosaurios —musitó Tas sin respirar—. Ignoraba que fueran tan enormes.
Echó la cabeza hacia atrás para observar toda la extensión del mayor de los ejemplares, con su increíble cuello musculoso erguido por completo. Luego estudio la placa colocada a sus pies: «Apatosaurus». Junto al nombre aparecía el número 220.
—¿También coleccionas dinosaurios? ¿Qué significa esa cifra? —preguntó asombrado.
—Por supuesto que los coleccionamos —respondió exasperado el gnomo—. Coleccionamos de todo. El número indica que este espécimen forma parte de la colección desde el año doscientos veinte.
—¡Pero de eso hace más de ciento veinte años! —barbotó el kender—. Tú no eres tan viejo.
El rostro del gnomo se iluminó.
—¡Gracias por tu cumplido! En efecto, no lo soy —confirmó, en tanto se levantaba el gorro anaranjado y se atusaba el cabello. De repente sus ojos se estrecharon—. Intentas sonsacarme información, y te he advertido que aguardarás a que regrese mi hermano.
—Al menos, dinos quién eres, por qué ese dragón cobró vida, y qué es este lugar —demandó Woodrow con voz temblorosa.
Por respuesta, el gnomo apretó los labios y condujo a ambos amigos fuera de la sala de dinosaurios hasta un pequeño laboratorio iluminado con antorchas.
El cuarto era circular y el agua chorreaba por las frías paredes de piedra. Los muros, desde el suelo hasta el techo, se encontraban jalonados de estanterías. Las baldas se hallaban abarrotadas de frascos de cristal vacíos que parecían separados más por tonalidades que por tamaño o forma. Unos rojos, altos y estrechos, colgaban junto a otros, del mismo color, pero achaparrados y anchos; el tamaño de unos y otros iba desde un par de centímetros hasta un diámetro de sesenta o más. Todos los matices imaginables estaban presentes.
En el centro del cuarto había una mesa de alquimista repleta de más frascos, aunque aquéllos estaban ocupados de pequeñas criaturas de una clase u otra que flotaban en un líquido. Por las bocas puntiagudas de dos redomas escapaban hilillos de vapor. El aire del laboratorio estaba impregnado de un ligero tufillo a medicamentos, bastante desagradable.
Woodrow dirigió una aprensiva mirada en derredor, sin poder evitar un escalofrío que recorrió su espina dorsal.
—Lo he pensado mejor —dijo con voz ronca—, no es preciso que respondas a nuestras preguntas. Si eres tan amable de indicarnos la salida, nos pondremos en camino a Rosloviggen y no te molestaremos más.
El joven humano asió con fuerza el brazo de Tas y retrocedió hacia la puerta.
—¡Bien! —exclamó en aquel momento una voz a sus espaldas.
Tasslehoff y Woodrow dieron un respingo y al unísono giraron sobre sus talones.
—Llegasteissanosysalvos. ¡Quéalivio!
El gnomo del carrusel entró tambaleante en el cuarto, con aspecto de estar agotado. Se dejó caer sobre una silla cercana a la puerta y comenzó a sacarse unos guantes de piel negra, tirando de un dedo tras otro.
—¡Quédía! —resolló; pronunciaba las palabras con mayor lentitud conforme se tranquilizaba. Luego se despojó de los anteojos y se los dejó colgados del cuello—. ¿Cómo recuperaremos el carrusel, Ligg? Lo olvidé. Bueno, después de todo, no funcionaba bien, y luego esa cosa teleportadora falló y acabé en...
—¿Quéquieresdecir? —barbotó el gnomo más corpulento, el de los pantalones verdes; la agitación lo llevaba a pronunciar al veloz estilo de su raza—. ¡Sufuncionamientoeraperfecto! Nohabrásestadohurgandodenuevoenlamúsica, ¿verdad?
Su hermano agachó la vista, avergonzado.
—¡Lo tocaste! —exclamó el otro y se llevó las manos a la cabeza con aire angustiado—. ¡Ooooh, me pones furioso! ¿Cuál estrellaste esta vez contra el techo, Bozdilcrankinthwakidorius? —Una súbita idea ensombreció su semblante—. No habrá sido el kobold, ¿verdad?
La expresión avergonzada de su hermano se incrementó.
—¡Era mi favorito! ¡Se acabó! ¡A partir de este momento, seré yo, Oliggantualixwedelian, quien recolecte los especímenes!
—¿Así
os llamáis? —interrumpió Tas.
—¿Qué tiene de malo? Son unos nombres de pila muy corrientes —saltó Bozdil a la defensiva mientras manoseaba sus anteojos con nerviosismo.
—Pero son
larguísimos —
protestó el kender.
—¿Bozdil y Ligg? —dijo este último, perplejo.
La mente de Woodrow, entretanto, había quedado atrapada en una de las palabras pronunciadas.
—¿Especímenes? —graznó en tanto repetía lo dicho por Ligg.
Los otros se volvieron hacia el joven, y tres pares de cejas se arquearon en un gesto de sorpresa.
»
¿A qué te referías con «especímenes»? —insistió Woodrow.
Ligg intercambió una mirada inquieta con Bozdil, sin saber cómo ponerlo al corriente de la situación.
—He esperado para que tú les expliques todo. Mientras tanto construiré otra vitrina o alguna otra cosa. —Luego, se volvió hacia el kender y el humano—. Encantado de conoceros.
Bozdil alargó una mano y cogió a Ligg por el cuello cuando ya se alejaba.
—Disculpad la actitud de mi hermano, pero esta parte resulta siempre muy difícil —dijo, al tiempo que dedicaba una sonrisa de disculpa a los dos amigos—. ¡Ya sé qué haremos! ¡Os lo mostraremos! En mi opinión, los ejemplos visuales ayudan mucho, ¿no os parece? —finalizó con tono afable.
—A decir verdad, en estos momentos la mejor ayuda sería que nos indicaras la salida —respondió Woodrow, mientras escudriñaba con desasosiego a su alrededor—. Ignoro el motivo por el que nos habéis traído, y tampoco estoy muy seguro de querer saberlo. Vive y deja vivir, como reza el dicho.
Mientras hablaba, el joven se interpuso entre los gnomos y el kender, a fin de protegerlo.
»
Me he comprometido a salvaguardar a Tasslehoff. No lo toméis como una ofensa, pero todo esto se me antoja muy extraño... y por completo inaceptable. No sería mala idea que nos permitieseis partir ahora mismo, antes de vernos abocados a un enfrentamiento del que tal vez saldríais heridos.
Al finalizar su alocución, Woodrow flexionó los músculos, en tanto rogaba que su voz hubiese sonado firme y convincente.
—¡Sí, nos debéis un montón de explicaciones! —bramó Tas, asomado tras su amigo a causa de la excitación—. Por ejemplo..., ¿cómo lograsteis que ese dragón volara?... ¿Os he contado cuán divertido fue... Más que... —Woodrow le propinó un codazo en las costillas—. Eh..., sí, ¡machácalos, Woodrow!
Ligg dirigió al joven humano una mirada impasible.
—No es necesario machacar a nadie —dijo—. Comportémonos como seres civilizados.
—Ohvayavayavaya —murmuró Bozdil con nerviosismo—. ¡Estamos llevando este asunto de un modo erróneo! Acompañadnos y entonces lo comprenderéis todo.
—¡Me conformaría con entender
algo! —
protestó el kender y sacudió la cabeza—. Vamos, Woodrow, no nos dejarán marchar hasta que hayamos visto lo que quieren mostrarnos. Estamos aquí, ¿qué daño nos hará echar una ojeada?
El joven frunció los labios y por fin aceptó la sugerencia del kender. A fuer de ser sincero, ¿qué otra opción tenía?
—De acuerdo, pero nos marcharemos de inmediato.
Los hermanos gnomos intercambiaron una mirada de complicidad y soltaron unas ahogadas risitas que de inmediato sustituyeron por una actitud seria.
—Dime, ¿está en la «K» por kender, o en la «S» por semihumano? —preguntó Ligg a Bozdil.
—No, creo recordar que en la «C», por «criaturas con treinta y dos costillas», o, tal vez, en la «E», por «bípedos erguidos».
—En tal caso, ¿no tendría que estar en la «B»?
—Es cierto, tienes razón —admitió Bozdil y se rascó la calva cabeza—. Comprobémoslo.