El país de uno (19 page)

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Authors: Denise Dresser

Tags: #Ensayo

BOOK: El país de uno
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Tanto Santiago Creel como Vicente Fox como el
PAN
dijeron que harían todo lo posible para frenar a
AMLO
y así fue. Produjeron entonces una Procuraduría que se paró al lado de las peores causas. Un secretario de Gobernación que conminaba a que otros fueran “hombrecitos” cuando él daba pocas señales de serlo. Una manipulación de la ley que socavó la justicia. Una elección presidencial manchada de antemano por quienes aspiraban a ganarla. Una transición democrática debilitada por quienes llegaron al poder gracias a ella. Una transición trastocada.

El duelo en torno al desafuero reveló a un presidente que —después de cuatro años en la silla presidencial— no entendía su puesto. Creyó que la institución presidencial podía ser puesta al servicio de una animadversión personal. Pensó que Los Pinos debía convertirse en una casa de campaña. Asumió que era válido reunirse con panistas y “pedirles su ayuda” con el desafuero. La pugna desnudó a un Vicente transformado en todo aquello contra lo cual peleó. El candidato que prometió desmantelar el
statu quo
luego se erigió en su principal defensor. El hombre arrojado que prometió cambiar un sistema político después se escudó con él. El que despotricaba contra las tepocatas y las alimañas y las víboras prietas buscó sus votos para el desafuero.

Antes de arribar a Los Pinos, Vicente Fox hablaba de la necesidad imperiosa de cambiar instituciones disfuncionales pero durante el debate en torno al desafuero las sacralizó. Antes de llegar al poder, violó la ley con sus amigos, pero durante el desafuero exigió su aplicación estricta. Antes de ganar la presidencia, cuestionaba la existencia misma de “el Estado de Derecho”, pero durante el desafuero lo celebró. Pero celebraba algo que no luchó por instaurar. Algo que debería existir pero aún no existe y cada mujer asesinada en Ciudad Juárez lo demuestra.

Y por ello, Fox acabó pareciendo hipócrita, inconsistente, contradictorio. Se volvió el campeón de la indignación selectiva. Declaró que ningún servidor público estaba por encima de la ley, cuando él mismo —en distintos momentos, como con la toma del Chiquihuite— se negó a aplicarla. Dijo que los juicios se dirimían en los tribunales y no en las calles, cuando llegó a la gubernatura de Guajanjuato gracias a la movilización callejera. Se manifestó en contra del abuso de poder y la falta de transparencia en el caso de
AMLO
, pero no en el caso de Marta Sahagún. Rechazó el “retorno del autoritarismo” a través de una victoria perredista, pero no le preocupó aliarse con los artífices del autoritarismo priísta. Anunció que el respeto a la ley no admitía componendas, y se olvidó se su propia componenda en Atenco. Pidió respetar a las instituciones, cuando las instituciones —el Congreso, la Suprema Corte, la Produraduría— acabaron doblegadas durante el desafuero.

Al arremeter como lo hizo contra López Obrador, Vicente Fox acabó convirténdose en su principal promotor. Cada vez que Vicente Fox hablaba de la legalidad, la mayor parte de la opinion pública sabía que existe sólo de manera precaria. Cada vez que el presidente empuñaba su espada en defensa de las leyes, la mayor parte de la opinion pública recordaba su falta de aplicación. La hipocresía de Los Pinos alimentó la percepción de una injusticia orquestada, de una democracia saboteada, de un pleito personal promovido por la pareja presidencial.

Al batirse en un duelo diario, Vicente Fox ayudó a quien estaba tan empeñado en destruir. Como lo argumentó Leo Zuckermann, el desafuero tuvo algunos efectos positivos para el entonces Jefe de gobierno, que la presidencia misma contribuyó a crear. Ante la agresión casi unánime, el Peje unió a un
PRD
dividido. Ante la campaña en su contra, el Peje armó la propia fuera de los tiempos oficiales. Ante la retórica predecible del desafuero, el Peje pudo eludir el debate necesario de los temas. Ante la hipocresía presidencial, el Peje logró evadir los cuestionamientos a su propia conducta. El presidente se convirtió así en el jefe de la campaña de su adversario; en el principal promotor de su némesis; en un duelista obsesivo cuyas repeticiones absurdas crearon escenarios peligrosos. Escenarios con muchos problemas y pocas salidas.

Por su parte, el Peje intentó convencer “con la mera fuerza del absurdo”, como diría el oficial Feraud en la película
Los duelistas
. El absurdo de un desacato —no probado— que se había convertido en un proceso ridículamente politizado. El absurdo de un desacato —no probado— que ni siquiera tenía una sanción penal explícita conforme a las leyes mexicanas. El absurdo de una teoría de negligencia criminal que volvió al Jefe de gobierno personalmente responsable por todos los actos de sus empleados. El absurdo de una ley que convertiría a cualquier alcalde de cualquier ciudad en un criminal cien veces al día, como lo argumentó el jurista Bruce Ackerman de la Universidad de Yale en una columna publicada en
The New York Times
. El absurdo de sacar a alguien de la contienda porque había “violado la ley” cuando sus contrincantes, si se usaba el mismo rasero, habían hecho lo mismo.

Lo criticable es que
AMLO
respondió ante el absurdo del desafuero con el absurdo de la anti institucionalidad. El entonces Jefe de gobierno tuvo razón al cuestionar la aplicación arbitraria de las leyes, pero se equivocó cuando su única respuesta fue colocarse por encima de ellas. Tuvo razón cuando cuestionó el comportamiento de ciertas instituciones, pero se equivocó al no pronunciarse en favor de su remodelación. Frente a la inexistencia del Estado de Derecho, el Peje propuso la sabiduría de su propia voluntad. Frente a una institucionalidad disfuncional, propuso una anti institucionalidad mesiánica. En vez de clamar por leyes buenas aplicadas por jueces limpios, recurrió a la provocación. En vez de alzar la voz por lo que es necesario cambiar, recurrió a las amenazas. El duelo del desafuero también lo reveló, lo descubrió, lo desnudó como alguien que se declaraba en favor de la democracia pero no tenía propuestas concretas para institucionalizarla.

Y así pasaron los días. Y pasaron los meses. Y pelearon con el puño en alto, con el odio en los ojos. Un presidente hipócrita y políticamente ineficaz contra un perredista anti institucional y provocador. Un par de políticos que dicen, como
Los duelistas
: “Llegamos aquí para matarnos. Cualquier campo es bueno para hacerlo.” Pero eso no es loable ni cierto. Las heridas que se infligieron a sí mismos tambien fueron dañinas para México. Para un país exhausto. Para un país que se preguntaba por qué el presidente y el Jefe de gobierno peleaban tanto contra sí mismos y tan poco por lo que —verdaderamente— vale la pena. La representación política real. La rendición de cuentas siempre y en todos los ámbitos. La competencia incluyente con resultados legítimos. La transparencia asumida como compromiso y no sólo como reacción. El Estado de Derecho como aspiración necesaria y no sólo como justificación politizada.

Finalmente, Vicente Fox descartó la opción nuclear del desafuero y qué bueno que fue así. Pero a pesar de ello, el daño ya estaba hecho. Porque alguien pensó en la bomba y alguien la diseñó. Alguien pensó en cómo usarla y alguien la armó. Alguien le vendió la idea al presidente y alguien lo acorraló. Los grandes estrategas de Los Pinos resultaron ser los pequeños saboteadores de la democracia. Hombres y mujeres dispuestos a todo con tal de ganar; con tal de vencer; con tal de frenar. Políticos dispuestos a destruir con el pretexto de salvar. Y aunque la bomba no explotó, los efectos de su creación deliberada llegaron para quedarse.

Aunque Vicente Fox haya dado la orden de detener la explosión, él permitió los planes que llevaron a esa posibilidad. Aunque el procurador Rafael Macedo de la Concha haya fallado en la colocación de un explosivo, Los Pinos le dio la autorización para usarlo. Aunque Santiago Creel haya buscado la conciliación al final, fomentó la confrontación al principio. Aunque el PAN después condenó el precio político que comenzó a pagar, votó —de manera entusiasta— por el desafuero que lo provocó. Aunque todos retrocedieron del precipicio, todos llevaron al país a ese lugar polarizado.

Por mezquindad, por mendacidad, por torpeza. Porque no hay otras palabras para describir lo ocurrido; lo que pensaban hacer y no pudieron lograr. Porque más allá de la falta de ética fue visible la estupidez estratégica. La falta de visión. La ausencia de planeación. La sorpresa contundente frente a los resultados previsibles: la censura doméstica e internacional, la crítica en los medios y en las calles, el martirio de Andrés Manuel López Obrador y su crecimiento gracias a ello. Desde el primer momento del desafuero, Vicente Fox se convirtió en el mejor promotor de Andrés Manuel López Obrador. Se volvió su vocero. Se transformó en su impulsor. Quiso pararlo y terminó por construirle un trampolín.

El presidente rectificó pero ya demasiado tarde. Vicente Fox desandó la ruta recorrida pero fue visto caminando allí. Porque compró la mala idea de mutilar a la democracia que alguien le vendió. Porque Santiago Creel cargó la bomba y fue visto con ella. Porque el
PAN
aplaudió el acto de sabotaje y fue obvio cuánto lo disfrutó. Porque todos se comportaron como priístas, pero del
PRI
nadie esperaba algo más. Porque amaneció y después de todo, Andrés Manuel López Obrador seguía allí. Pero con un arma poderosa —el desafuero— con la cual deslegitimar la elección del 2006.

Ante ella, Vicente Fox, y con la mira puesta en
AMLO
, volvió a cometer el mismo error. Alimentó la ira. Elevó el encono. Se montó sobre la polarización y la profundizó. Asi se comportó quien debió haber sido árbitro neutral pero prefirió ser participante parcial. Vicente Fox se convertió en porrista, cuando debió evitarlo, incluso parecerlo. Vicente Fox metió las manos en la contienda electoral, cuando debió mantenerlas fuera de ella. Vicente Fox se involucró de lleno en la campaña, cuando debió limitarse a contemplarla. Y generó con ello la acusación de una elección de Estado, de una elección inequitativa, de una elección amañada que después sería cuestionada. Palabra tras palabra, el presidente tiró leña al fuego y ayudó a incendiar la casa de todos.

Los prejuicios presidenciales fomentaron un conflicto post electoral predecible. Los temores del hombre que habitaba Los Pinos acabaron minando la transición pacífica que debió haberse dado desde allí. El odio de Vicente Fox a
AMLO
se volvió una obsesión. Algo que por primera vez le quitó el sueño a alguien acostumbrado a apagar la la luz antes de las diez de la noche. Algo que fue más allá de la actitud confrontacional e impidió una respuesta racional. Otra vez —en los meses que precedieron a la elección del 2006— el país presenció al Vicente Fox del desafuero. Otra vez México padeció al Vicente Fox empeñado en aniquilar al adversario. Al presidente rijoso. Al presidente descalificador. Al líder faccioso que usaba a las instituciones para polarizar en vez de gobernar.

Porque cada vez que Vicente Fox lanzaba diatribas contra
AMLO
, le daba armas a quienes quisieran salir a las calles a defenderlo. Porque cada vez que el presidente hablaba de mantener el mismo caballo, demostraba estar dispuesto a cualquier cosa para evitar el triunfo de otro jinete. Y esa actitud se volvió letal para un país que necesitaba apostarle a la vía institucional. A la equidad incuestionable. A la elección impoluta en la que nadie trata de amarrar
a priori
y nadie necesita cuestionar
a posteriori
.

Si Vicente Fox hubiera emprendido la revitalización de las instituciones,
AMLO
no podría haber exigido tajantemente su refundación. Si Vicente Fox hubiera apoyado la reforma del Estado,
AMLO
no podría haber propuesto su destrucción. Si Vicente Fox hubiera gobernado en función del interés público,
AMLO
no podría haber criticado la imposición de los intereses privados. Si Vicente Fox no hubiera puesto a las instituciones al servicio del desafuero,
AMLO
no podría haberlas descalificado un día sí y al siguiente también. Si Vicente Fox no hubiera inundado al país con sus
spots
, muchos mexicanos no hubieran cuestionado la equidad de la contienda ni exigido su anulación. Si Vicente Fox no hubiera producido un vacío de poder,
AMLO
no lo hubiera llenado. Uno cometió errores y el otro los aprovechó. Uno barnizó con gasolina la puerta carcomida y el otro la incendió. La causa y la consecuencia. El problema y el síntoma.

El movimiento contestatario y confrontacional que
AMLO
logró armar se dió —en buena medida— por todo aquello que Vicente Fox tendría que haber hecho y no hizo. Por todo lo que tendría que haber atendido e ignoró. Por todo lo que tendría que haber empujado y postergó. La necesidad de renovar el andamiaje institucional, en vez de sólo aplaudirlo. La necesidad de reformas institucionales que permitieran la construcción de mayorías legislativas estables, en vez de la apuesta a la colaboración
ad hoc
con el
PRI
. La necesidad de reformas económicas que fomentaran la competencia en sectores cruciales, en vez de obstaculizarla como ocurrió con la ley Televisa. La necesidad de enfrentar a actores atrincherados en el mundo sindical, en vez de fomentar acuerdos subrepticios. La necesidad de comportarse como el presidente de todos, en vez de actuar a lo largo de la campaña, como el principal denostador de su adversario. Vicente Fox odió a Andrés Manuel López Obrador pero contribuyó a multiplicar su fuerza.

Al actuar como lo hizo, Vicente Fox creó la impresión de una elección del
Establishment
. De una elección de Estado contra quienes han sido sus víctimas. De un presidente que doblaba las reglas de juego para asegurar su resultado. Lo que unos celebraban como el derecho legítimo del presidente a pronunciarse, otros criticaban como el derecho ilegítimo del presidente a involucrarse. Lo que unos celebraban como un avance de la libertad de expresión, otros criticaban como un retroceso que facilitaría la impugnación. Y a pesar de que hasta la Suprema Corte le pidió al presidente prudencia, él decidió no ejercerla. A lo largo del 2006 Vicente Fox promovió una causa que inevitablemente produjo el cuestionamiento a la imparcialidad; la duda respecto a la institucionalidad; el riesgo de una elección definida no con votos sino con golpes. Al hablar de “la patria en peligro” Fox contribuyó a volverla así. La histeria presidencial fomentó la endeblez institucional.

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