Read El pájaro pintado Online

Authors: Jerzy Kosinski

Tags: #Relato

El pájaro pintado (3 page)

BOOK: El pájaro pintado
10.15Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

En verdad, casi ninguno de los que afirmaron que el libro era una novela histórica se molestaron en consultar los auténticos documentos originales. Mis críticos desconocían los relatos personales de los sobrevivientes y los informes oficiales sobre la guerra, o no les concedían importancia. Ninguno de ellos se molestó en dedicar un poco de su tiempo a la lectura de testimonios muy accesibles, como el de una sobreviviente de diecinueve años que describió el castigo aplicado a una aldea de Europa Oriental que había concedido asilo a un enemigo del Reich: «Vi cómo los alemanes llegaban junto con los calmucos para pacificar la aldea —escribió la joven—. Fue una escena pavorosa, que perdurará en mi memoria hasta que muera. Después de rodear la aldea, empezaron a violar a las mujeres, y luego dieron la orden de quemarla junto con todos sus habitantes. Fuera de sí, aquellos salvajes acercaron teas a las casas, y quienes huían eran acribillados a tiros o arrojados nuevamente a las llamas. Les arrebataban los hijos a las madres y los lanzaban al fuego. Y cuando las mujeres desconsoladas corrían para salvar a sus hijos, les pegaban un tiro primero en una pierna y luego en la otra. Sólo las mataban cuando consideraban que ya habían sufrido bastante. Esa orgía duró todo el día. Al anochecer, cuando los alemanes se fueron, los aldeanos regresaron lentamente para rescatar los despojos. Lo que vimos fue horrible: los maderos humeantes y los restos de los incinerados en las proximidades de las cabañas. Detrás de la aldea, los campos estaban cubiertos de cadáveres; aquí, una madre con su hijo en brazos y con la cara salpicada por los sesos de la criatura; más allá, un niño de diez años con su libro de lectura en la mano. Los muertos fueron sepultados en cinco fosas comunes». Todas las aldeas de Europa Oriental conocieron episodios de esa naturaleza, y centenares de comunidades corrieron una suerte parecida.

En otros documentos, el comandante de un campo de concentración admitió sin vacilar que «la norma era matar inmediatamente a los niños porque eran demasiado jóvenes para trabajar». Otro comandante declaró que en cuarenta y siete días preparó un envío a Alemania de casi cien mil prendas de vestir de niños judíos que habían sido exterminados con gas. El diario de un judío que trabajaba en la cámara de gas explica que «de un total de cien gitanos que morían diariamente en el campo, más de la mitad eran niños». Y otro trabajador judío describió cómo los guardias de las SS manoseaban despreocupadamente los órganos sexuales de todas las adolescentes que pasaban rumbo a las cámaras de gas.

Tal vez la mejor prueba de que no exageré la brutalidad y la crueldad que caracterizaron a los años de guerra en Europa Oriental, la constituye el hecho de que algunos de mis antiguos compañeros de escuela, que consiguieron ejemplares clandestinos de
El pájaro pintado
, escribieron luego que la novela era un relato bucólico cuando se la comparaba con las experiencias que tantos de ellos y sus familias padecieron durante la conflagración. Me acusaron de diluir la verdad histórica y de complacer servilmente la sensibilidad de los anglosajones, cuya única experiencia de un cataclismo nacional se había registrado un siglo atrás, durante la Guerra Civil, cuando hordas de niños abandonados merodeaban por el Sur devastado.

Me resultó difícil impugnar críticas de esta naturaleza. En 1938, aproximadamente sesenta miembros de mi familia concurrieron a una de nuestras últimas reuniones anuales. Entre ellos había destacados estudiosos, filántropos, médicos, abogados y financieros. Sólo tres sobrevivieron a la guerra. Además, mi madre y mi padre habían presenciado la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa y la represión de las minorías durante los años 20 y 30. Casi todos los años de sus vidas estuvieron marcados por el sufrimiento, la división de las familias, y la mutilación y la muerte de los seres queridos, pero ni siquiera ellos, que habían presenciado tantas atrocidades, estaban preparados para el salvajismo que se desató en 1939.

Durante todo el curso de la Segunda Guerra Mundial vivieron constantemente en peligro. Estaban obligados a buscar casi diariamente nuevos escondites, y la suya fue una existencia en la que eran componentes habituales el miedo, la huida y el hambre. El hecho de tener que residir siempre entre extraños, sumergiéndose en vidas ajenas para disfrazar las propias, generó en ellos un sentimiento perenne de desarraigo. Más tarde, mi madre me contó que, incluso cuando estaban físicamente a salvo, vivían constantemente atormentados por la idea de que la decisión de alejarme hubiera sido equivocada y de que quizás habría estado más seguro con ellos. No había palabras, dijo, para describir la angustia que experimentaban al ver a los niños que eran conducidos hacia los trenes que los llevarían a los hornos o a los espantosos campos especiales dispersos por todo el país.

Por tanto, fue pensando sobre todo en ellos y en personas como ellos que quise escribir una ficción que reflejara, y quizás exorcizara, los horrores que les habían parecido tan indescriptibles.

Después de la muerte de mi padre, mi madre me entregó los centenares de libretas de apuntes que él había llenado durante la guerra. Incluso mientras huía, me contó mi madre, cuando nunca estaba realmente convencido de que podría salvarse, mi padre se las apañaba de alguna manera para redactar extensas notas sobre sus estudios de especialista en matemáticas, con una grafía delicada y minúscula. Era fundamentalmente un filólogo y clasicista, pero durante la guerra únicamente las matemáticas le permitían evadirse de la realidad cotidiana. Sólo cuando se sumergía en el ámbito de la lógica pura, cuando se abstraía del mundo de las letras con su comentario implícito sobre los asuntos humanos, mi padre podía trascender la brutalidad y la infamia que le circundaban diariamente.

Cuando murió mi padre, mi madre buscó en mí algún reflejo de sus características y su temperamento. Sobre todo le inquietaba que, a diferencia de mi padre, yo hubiera optado por expresarme públicamente mediante la palabra escrita. Durante toda su vida mi padre se había negado consecuentemente a hablar en público, a dictar conferencias, a escribir libros o artículos, llevado de su creencia en la naturaleza sagrada de la intimidad. A su juicio, la existencia más satisfactoria era la que pasaba inadvertida al mundo. Estaba convencido de que el individuo creativo, cuyo arte le convierte en centro de atención, paga el éxito de su obra con su propia dicha y la de sus seres queridos.

El anhelo de anonimato que alimentaba mi padre formaba parte de un constante esfuerzo por construir su propio sistema filosófico, al que nadie más tendría acceso. A la inversa, yo, que desde mi infancia había convivido diariamente con la exclusión y el anonimato, me sentía impulsado a crear un mundo de ficción que estuviera al alcance de todos.

No obstante su desconfianza por la palabra escrita, mi padre fue el primero que me estimuló, involuntariamente, a escribir en inglés. Después de mi llegada a los Estados Unidos, con la misma paciencia y precisión con que había redactado sus libretas de apuntes, empezó a enviarme una serie de cartas diarias que contenían explicaciones minuciosamente detalladas sobre los puntos críticos de la gramática y la lengua inglesas. Estas lecciones, mecanografiadas sobre papel cebolla con puntillosidad de filólogo, no contenían noticias personales ni locales. Probablemente era poco lo que la vida no me había enseñada ya, argüía mi padre, y no tenía nuevos secretos para transmitirme.

En esa época mi padre había sufrido varias crisis cardíacas y el debilitamiento de sus ojos había reducido su campo visual a una superficie de aproximadamente una cuartilla tamaño folio. Sabía que se le estaba terminando la vida y debió de pensar que la única herencia que podía legarme era su propio conocimiento de la lengua inglesa, perfeccionado y enriquecido por una existencia consagrada al estudio.

Sólo cuando supe que nunca volvería a verle comprendí hasta qué punto me había conocido y cuánto me había amado. Puso un gran empeño en enunciar cada lección adaptándola a mi idiosincrasia particular. Los ejemplos de uso del idioma inglés que seleccionaba procedían siempre de los poetas y escritores que yo admiraba, y abordaban indefectiblemente temas e ideas que me interesaban particularmente.

Mi padre falleció antes de que apareciera
El pájaro pintado
, sin ver jamás el libro al que había hecho tantas aportaciones. Ahora, al releer sus cartas, comprendo la inmensa sabiduría de mi padre: quiso legarme una voz que me guiara por un nuevo país. Seguramente pensó que esta herencia me daría los medios necesarios para participar cabalmente en la vida del país donde había decidido construir mi futuro.

A fines de la década de 1960, los Estados Unidos asistieron a un debilitamiento de las restricciones sociales y artísticas, y los colegas y las escuelas empezaron a adoptar
El pájaro pintado
como material suplementario de lectura en los cursos de literatura moderna. Los alumnos y profesores me escribían con frecuencia, y recibía copias de los exámenes y ensayos que versaban sobre el libro. Muchos jóvenes lectores encontraban analogías entre los personajes y episodios de la obra, y personas y situaciones de su propia vida. Además, la obra suministraba una topografía para quienes veían el mundo como una batalla entre los cazadores de pájaros y estos últimos. Dichos lectores, y sobre todo los miembros de las minorías étnicas y quienes se sentían en inferioridad de condiciones sociales, descubrían ciertos elementos de su propia situación en la contienda del niño, e interpretaban
El pájaro pintado
como un reflejo de su propia lucha por la supervivencia intelectual, emocional o física. Veían que las penurias del niño en las marismas y los bosques se prolongaban en los ghettos y ciudades de otro continente donde el color, el idioma y la educación marcaban inexorablemente a los «extraños», a los peregrinos de espíritu emancipado, a quienes los «autóctonos», la mayoría poderosa, temían, segregaban y atacaban. Otro grupo de lectores abordaba la novela con la esperanza de que expandiera su visión y les abriera las puertas de un paisaje ultraterreno, semejante al de El Bosco. Hoy, muchos años después de la creación de
El pájaro pintado
, me siento inseguro en su presencia. La década pasada me ha permitido enfocar la novela con la objetividad de un crítico; pero la controversia generada por el libro y los cambios que provocó en mi propia vida y en las de los seres próximos a mí, me inducen a poner en tela de juicio la decisión inicial de escribirlo.

No había previsto que la novela asumiría una existencia propia, ni que, en lugar de ser un desafío literario, se convertiría en una amenaza para la vida de los míos. Desde el punto de vista de los gobernantes de mi país, a la novela, como al ave, había que expulsarla de la bandada. Después de atrapar el pájaro, pintarle las plumas y soltarlo, me limité a hacerme a un lado y observar cómo producía sus estragos. Si hubiera sospechado cuál sería su destino, quizá no lo habría escrito. Pero el libro, como el niño, ha soportado los ataques. El ansia de sobrevivir se desencadena por razones intrínsecas. ¿Acaso es posible mantener más prisionera a la imaginación que al niño?

Jerzy Kosinski, Ciudad de Nueva York, 1976.

1

Durante las primeras semanas de la Segunda Guerra Mundial, en el otoño de 1939, los padres de un niño de seis años de una gran ciudad de la Europa Oriental, lo enviaron, como a miles de otras criaturas, al abrigo de una lejana aldea.

A cambio de una substanciosa cantidad de dinero, un hombre que viajaba rumbo al Este accedió a buscarle unos padres adoptivos temporales. A falta de otras alternativas, los padres le confiaron el niño.

Los padres estaban convencidos de que lo mejor que podían hacer para asegurar la supervivencia del niño durante la guerra era alejarlo. A consecuencia de las actividades antinazis que el padre había protagonizado antes de la guerra, ellos mismos debieron esconderse para evitar que los enviaran a un campo de trabajos forzados en Alemania o que los encerraran en un campo de concentración. Querían salvar al niño de estos peligros y alimentaban la esperanza de volver a unirse a él en el futuro.

Los hechos, empero, desbarataron sus planes. En medio de la confusión producida por la guerra y la ocupación, con traslados continuos de población, los padres perdieron contacto con el hombre que había instalado al niño en la aldea. Debieron admitir la posibilidad de que nunca volverían a reunirse con su hijo. Mientras tanto, la madre adoptiva murió dos meses después de la llegada del niño, y éste, librado a su suerte, comenzó a peregrinar de una aldea a otra. Unas veces lo albergaban y otras lo rechazaban.

Los pueblos donde habría de pasar los cuatro años siguientes pertenecían a un grupo étnico distinto del de su región natal. Los campesinos locales, aislados y unidos entre sí por lazos de consanguinidad, eran de tez blanca, rubios y de ojos azules o grises. El niño tenía piel cetrina, pelo oscuro y ojos negros. Hablaba el lenguaje de la clase culta, apenas inteligible para los campesinos del Este.

Pensaban que era un gitano o un judío fugitivo, y los individuos y las comunidades que daban asilo a gitanos o judíos, a quienes les estaban reservados los ghettos y campos de exterminio, corrían el riesgo de ser implacablemente castigados por los alemanes.

Las aldeas de la comarca habían sido descuidadas durante siglos. Inaccesibles y alejadas de todos los centros urbanos, se hallaban en las zonas más atrasadas de Europa Oriental. No tenían escuelas ni hospitales, había pocas carreteras pavimentadas o puentes, y carecían de electricidad. La gente vivía en pequeñas comunidades, como sus abuelos. Los aldeanos se disputaban los derechos sobre los ríos, los bosques y los lagos. La única ley se expresaba en el derecho tradicional del más fuerte y más rico sobre el más débil y más pobre. La población estaba dividida entre católicos y ortodoxos, y sólo les unían su desmedida superstición y las incontables enfermedades que acosaban a hombres y animales por igual.

Eran ignorantes y brutales, aunque no por su voluntad. La tierra era pobre y el clima inclemente. Los ríos, generalmente desprovistos de peces, inundaban con frecuencia praderas y campos, transformándolos en lodazales. La comarca estaba atravesada por marismas y ciénagas, y los espesos bosques albergaban tradicionalmente a bandas de rebeldes y forajidos.

La ocupación de esa zona por los alemanes sólo sirvió para aumentar su miseria y atraso. Los campesinos debían entregar una parte considerable de sus magras cosechas a las tropas regulares por un lado, y a los guerrilleros por otro. La negativa a estas exigencias podía traducirse en incursiones de castigo contra las aldeas, que quedaban convertidas en ruinas humeantes.

BOOK: El pájaro pintado
10.15Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Ripped by Sarah Morgan
Saturn Over the Water by Priestley, J. B., Priestley, J.B.
Clutched (Wild Riders) by Elizabeth Lee
Tiger by Stone, Jeff
The Captive Bride by Gilbert Morris
Osprey Island by Thisbe Nissen
Billionaire Bad Boy by Archer, C.J.
Unfallen Dead by Mark Del Franco